Para el sábado noche (LXXV): Bullitt, de Peter Yates

02 octubre, 2018

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Bullitt (Warner Bros., 1968) es una de las mejores películas policiales del género. El elaborado montaje de los títulos de crédito iniciales resultaba novedoso y mostraba los distintos puntos de vista, o de cámara, del asalto a un edificio de Chicago (EEUU), en el que se pretendía atrapar al traidor de una banda mafiosa, u organización, como lo llaman ellos. Posteriormente, sabremos que el delito del que se le acusa es la apropiación indebida de una fuerte suma de dinero. La incorporación de dicha secuencia a los citados créditos anticipa el tono reflexivo pero tenso que va a desplegar Bullitt a continuación, así como otros momentos de pura acción.

Pasamos ahora a la ciudad de San Francisco. Allí vive y labora el teniente de la policía Frank Bullitt (Steve McQueen), que es emplazado por el congresista Walter Chalmers (Robert Vaughn) para encomendarle una misión. Un testigo amenazado por el Sindicato del Crimen necesita protección. Se trata de Johnny Ross (Pat Renella), de Chicago, el cual se hospeda en un hotelucho para no levantar sospechas. Requiere de una estricta vigilancia durante unas cuarenta horas, hasta su llegada al juzgado para declarar. Esto es lo primero que establece Chalmers. Lo segundo es dejar caer que, si se siguen sus indicaciones, cualesquiera que sean, y el encargo se cumple a su entera satisfacción, esto tendrá una gran repercusión en su carrera (en realidad, comienza por pedirle a Frank que le llame por su nombre de pila, cosa que el policía no hace).

Cuando, más tarde, el político se encara con el capitán Sam Bennet (Simon Oakland), también le espeta que un hombre de su talento puede llegar más alto si cuenta con el apoyo necesario. Magnífico ejemplar de traficante de dosieres que abarca a jueces y otras altitudes, Chalmers es maestro en eludir sus responsabilidades y en incriminar a los demás. Gane quien gane, él nunca pierde. Y por si quedara alguna duda, el político sostendrá ante Frank, en el que es su tercer intento de coacción, que la integridad es algo para impresionar a la gente. Los dos personajes no pueden ser más antitéticos.


Para llevar a cabo su cometido, el teniente cuenta con el apoyo indirecto de su superior, el capitán Sam, y de su compañero, el sargento Delgetti (Don Gordon; actor que también acompañaba a McQueen en El Coloso en llamas [John Guillermin, 1974]). El capitán tiene plena confianza en Bullitt y le otorga carta blanca, pese a que él no dispone de la misma libertad. Haz lo que creas conveniente, le brinda. Lo cual, junto con las características del protagonista, parco pero competente, resolutivo y valiente, me parece que es otro de los aciertos del guión de Alan R. Trustman (1930) y Harry Kleiner (1916-2007), en torno a la novela de Robert L. Fish (1912-1981). De este modo, se elude el tópico del policía incomprendido o enfrentado a su propio departamento. Ello no obsta para que, de cara a la galería, sea presionado para abandonar el caso. Pero Frank Bullitt sabe que, en determinadas esferas como la política, sucede lo que en las familias, donde el que menos cosas interesantes tiene que decir es el que más habla. Tampoco es la primera vez que un individuo, sea en la vida o en el cine, resiste a título personal en defensa de un orden constitucional que otros vulneran.

Por otra parte, está el ámbito de lo íntimo y familiar, en la figura de Cathy (Jacqueline Bisset). En lo que es otra aportación interesante, la joven siente curiosidad por saber en determinado momento qué es lo que está sucediendo, después de conducir a Frank hasta un complejo de bungalós, donde el policía espera poder localizar a otro personaje. Todo lo que haces me importa, le ha declarado antes a su pareja. Cathy desciende del coche en busca de Frank y se encuentra con una escena que no esperaba, la escena de un crimen. En el camino de regreso, y bajo los efectos de una fuerte impresión, Cathy se pregunta por qué ha de morir tanta gente, recriminando injustamente a Frank su insensibilidad, y casi acusándolo de querer vivir en una cloaca, rodeado de violencia. Una patochada campestre, por mucho que se revista de comprensible arrebato a causa de lo experimentado. Entre otras cosas, se olvida Cathy del duro trabajo que hace Frank, ¡ya sea enfrentándose con políticos o con criminales!


La película se distingue por su cualidad anti retórica. El guión es concreto y huye a toda pastilla del charlatanismo y lo redundante. Algo a lo que ayuda ese tono reflexivo al que antes me refería, por parte de la realización del reivindicable Peter Yates (1929-2011), sostenida, además, por la fotografía urbana de William A. Fraker (1923-2010), la edición de Frank P. Keller (1913-1977), y la generacional música de Lalo Schifrin (1932). Ciertamente, Yates planifica a través de algunos planos cortos con zoom, pero lo hace de forma elegante, sin apenas imágenes de acercamiento o alejamiento, destacando aquellos instantes que muestran al protagonista en la intimidad de su apartamento o reflexionando en la escena del (primer) crimen. Simpática es la imagen (se diría que ornamental en un principio) del animal de juguete que, con posterioridad, identifica el taxi que conduce Weissberg (Robert Duvall).

Narrada a tiempo casi real, en apenas un par de días despliega Bullitt un ritmo y precisión que ya quisieran la mayoría de las producciones actuales, que siguen intentando copiar la presente, exagerando lo que aquí se expone de forma contenida. Me refiero ahora a las modélicas secuencias de acción, ejecutadas con ejemplar limpieza visual. En primer lugar, está la de los entresijos del hospital; en segundo, la justamente célebre persecución por las calles (pendientes, cabría decir) y alrededores de San Francisco, y en tercero, la no menos vibrante secuencia en el aeropuerto, que no le anda a la zaga a la anterior. En los tres casos sienta cátedra Peter Yates, con el añadido sugestivo de que, en el segundo, el perseguido pasa a convertirse en perseguidor.


Lamento tener ahora que adelantar algunos aspectos de la trama, pero para poder continuar hemos de hacer mención al hecho de que el testigo protegido, Ross, es localizado y abatido. No obstante, no fallece durante el enfrentamiento, sino al día siguiente en el hospital. Para la adecuada resolución del lance, Frank Bullitt necesita que se siga creyendo que está vivo, de modo que, con la complicidad de un médico del centro, el doctor Willard (Georg Stanford Brown), que también ha sido agraviado por Chalmers, oculta el fallecimiento de Ross trasladando el cadáver de sitio. La inquietante deriva del caso se centra en que alguien más conocía el paradero de Ross, aparte de Chalmers y unos cuantos policías. Es posible, por lo tanto, que otra persona esté implicada, decurso que se complica cuando la identidad del fallecido resulta ser distinta a la pretendida.

A este clima de solapada corrupción se enfrenta nuestro protagonista. No en vano, y como ya señalaba, Bullitt se articula a través del carácter del personaje principal. Por algo, la película adopta el nombre de este, a modo de reconocimiento de su valía, integridad y personal determinación. Dicho de otra forma, el teniente posee identidad propia y no parece estar en malas relaciones con la prensa (algo que se comenta más que se muestra). Con esto cuenta Chalmers para lograr sus aspiraciones políticas. Craso error, porque si con alguien se casa Frank Bullitt es con quienes se mantienen dentro de la honestidad y la legitimidad (si es legal mejor). Gente como el capitán Sam y el sargento Delgetti, o finalmente, Cathy. También ella ha padecido un proceso a lo largo de la película.

Escrito por Javier Comino Aguilera


2 comentarios :

  1. Debería retomar algo de cine antiguo y algo de cine clásico, de blanco y negro.
    Porque al final, estamos tan pendientes de novedades que hay pelis que envuelven auténticos tesoros.
    Besos.

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