La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine

27 febrero, 2016

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Nos adentramos en el ensayo La utilidad de lo inútil (2013), escrito por Nuccio Ordine, quien basa su idea central en la paradoja de que lo útil es valioso precisamente por ser inútil, fundamentándose en que las artes y la cultura son primordiales para todo desarrollo social, alejadas de cualquier beneficio y finalidad utilitarista. El autor pretende sostener dicha tesis con ejemplos del ámbito humanístico y científico a lo largo de toda la obra, sirviéndose de fragmentos de obras históricas a modo de antología. 

A veces las palabras son imprescindibles a la hora de expresar una voz de alarma como la que encontramos en La utilidad de lo inútil. A lo largo de nuestra existencia, el ser humano se ha impuesto metas a alcanzar, una serie de objetivos vitales que cumplir que se han alterado conforme a los parámetros socioculturales en los que se encontraba. El paradigma actual se rige por el predominio de lo útil, por un utilitarismo acérrimo, por la distinción entre lo que es útil y lo que no, incluso reorientando aquello que se considera inútil hacia el rendimiento generalmente económico.


A medida que avanzamos en la lectura, encontramos cómo el autor expone que el concepto de «utilidad» no sólo abarca los saberes humanísticos, sino todo aquello que se aleje del utilitarismo. Pese a que lo útil sea tachado de inútil por su lejanía con cualquier vínculo comercial y con la producción de beneficio, justifica esa creencia con la afirmación de Diderot, que sostiene que «se desdeña todo aquello que no es útil; las cosas que no comportan beneficio se consideran, pues, como un lujo superfluo». En este sentido, citamos, por ejemplo, a Eugène Ionesco para argumentar que el arte es fundamental para desarrollar el espíritu de la sociedad, que lo considerado inútil es indispensable para el ser humano con tal de evitar su obstinación en lo útil. («Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y en un país donde no se comprende el arte, es un país de esclavos»).

Esta obsesión por lo útil se traduce en una sociedad dominada por el poder económico y la ambición, la cual se ve ejemplificada por el autor en figuras tan cotidianas como el político corrupto o el empresario que lidera un imperio mediante engaños. De esta forma, Keynes, padre de la macroeconomía, sostenía que «los dioses en los que se funda la vida económica son inevitablemente genios de un mal necesario (…) sólo alcanzado el bienestar general, los nietos podrían entender por fin que lo bueno es siempre mejor que lo útil». Estas afirmaciones son utilizadas por el autor para apoyar así su hipótesis en la cual la esencia de la vida coincide con lo bueno, no lo útil. Además, en momentos de crisis económica, cuando el utilitarismo parece tomar más fuerza, sería necesario tener en cuenta que el arte de la cultura, el arte de lo inútil, es el impulsor de la transformación de una vida estática a una vida dinámica, basada en la curiosidad, la creatividad y el desarrollo humanístico.

Nuccio Ordine
Para avanzar en la idea de que la utilidad de lo inútil es la utilidad de la vida, el autor plasma la opinión de Miguel Benasayag y Gérard Schmit, dos psicoterapeutas que sostienen que «lo inútil produce lo que nos resulta más útil, al margen del espejismo forjado por la sociedad». La idea espejo que se deduce de la cita anterior es compartida por Heidegger, quien argumenta que «lo más útil (entendido para fines técnicos) es lo inútil, aunque sea difícil para el ser humano experienciar lo inútil». De ahí que el autor dé por concluida su introducción con una defensa al motor que da sentido a una sociedad sumida en el beneficio y en la identidad como colectividad perdida: el saber inútil.

El primer bloque distinguido en la obra pretende defender la utilidad de saberes inútiles como la literatura. Este acto creativo se basa en la producción de satisfacción y no de beneficio, alternativo al ánimo mercantilista y lucrativo. Además, aunque el arte pueda ejercer por sí mismo una función social, también apoya que no tiene por qué servir para algo, como ocurre en la historia de Aureliano Buendía (protagonista de la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez), quien pasaba sus días construyendo pececitos de oro, los cuales cambiaba por monedas para fundirlas y poder seguir haciendo nuevos pececitos: lo primordial para él simplemente era el hecho de crear por mero interés, y no la creación con ánimo de lucro.

Coronel Aureliano Buendia, personaje de Cien años de soledad
Siguiendo con argumentos que el autor toma prestado de escritores, destaca el héroe por excelencia de la inutilidad: don Quijote de la Mancha. Vive en una época donde defiende unos ideales que no se corresponden con la realidad que le rodea. Tal y como defiende el autor, don Quijote busca la virtud y actúa con gratuidad, con un espíritu medieval que no se corresponde con su época, donde prima el egoísmo y las relaciones mercantiles (comienzo del capitalismo actual). Durante esta primera parte del ensayo, el autor emplea argumentos no sólo proporcionados por distintos escritores, sino también por políticos, economistas o filósofos. Ya Aristóteles sostenía que los hombres filosofaban para huir de la ignorancia, buscando el saber en vista del conocimiento y no por alguna utilidad. Nada de lo que resulte hermoso será útil para la vida, como ocurre, por ejemplo, con las flores. También toma palabras de Gautier en las que apoyarse, quien defendía que «lo útil es feo porque expresa alguna necesidad del hombre, las cuales son siempre desagradables», o las de Baudelaire, en las que el hombre útil es terrible y cuyo utilitarismo se traduce en un objetivo común por la obtención de beneficio.

La segunda parte del ensayo constituye toda una defensa y una argumentación en torno a la hipótesis de que la enseñanza no puede ser producto del afán mercantilista de un gobierno, criticando especialmente las reformas educativas y los recortes económicos en el ámbito cultural llevado a cabo en los últimos tiempos. Considera que la educación se ve mermada si se reduce a una mera relación cliente (estudiante) - empresa (centro educativo), restringida a la maximización del beneficio (la obtención de un título con la mayor rapidez posible). Para fundamentarlo, remite a universidades tan importantes, a la vez que privadas, como la de Harvard. En ella, la relación profesor-alumno parece análoga a la de empresa-cliente, debido a las deudas contraídas por los alumnos estadounidenses a la hora de financiar sus estudios, lo que les obliga a ir más a la búsqueda de ingresos que a la del saber. Una vez más, a una inútil inutilidad.


Todo ello provoca un descenso en el nivel de exigencia, citando a Italia como ejemplo en el que los exámenes reducen su dificultad con el fin de que haya el mayor número de graduados en los plazos establecidos por la ley. No obstante, como sostiene Bataille, «los gobernantes que sólo consideran la utilidad, se hunden». En este sentido, resulta curioso cómo Víctor Hugo ya reflejase en 1948 su idea de que resultaba ineficaz y perjudicial todo intento de recortar la financiación de la cultura por parte del gobierno: «el error más grave reside en que el rigor del gasto se aplica en el momento equivocado, cuando el país necesitaría potenciar las actividades culturales y la enseñanza pública»; toda una problemática que actualmente sigue vigente. A raíz de ello, el autor afirma que, en momentos de crisis, es necesario que la inversión en educación se duplique, evitando así que la sociedad caiga en la ignorancia y resurja su capacidad crítica y reflexiva. 

Para completar su visión mermada de la enseñanza utilitarista, esgrime una comparación con el exceso de profesionalización de los estudiantes, lo que produce otro alejamiento con la esencia universal de la enseñanza. Sin una dimensión pedagógica, será difícil formar a personas responsables y justas, tal y como refleja Montesquieu, quien rechaza todo lo perjudicial para el ser humano aunque fuese útil. Newman también rechaza que solamente lo útil merezca ser buscado, y que ninguna educación es útil si no enseña una dedicación práctica o técnica. Para él, el desarrollo personal tiene una mayor importancia sobre el estudio profesional y científico.


Pero la realidad actual es distinta si nos centramos en otro ejemplo planteado en la lectura: las obras clásicas ocupan un papel cada vez más secundario en los centros educativos; incluso el afán capitalista llega a ellas en los ejemplos planteados, los cuales remiten a editoriales europeas que ofrecen resistencias a proyectos para la edición de clásicos si estos no reportan un potencial beneficio. En este sentido, el desinterés literario se extiende más allá de las aulas; con la desaparición de las librerías en beneficio de grandes superficies también la vida de los libros, convirtiendo a los tradicionales (y vocacionales) libreros en meros empleados cuya tarea se reduce a vender, como cualquier trabajador de una empresa más. 

La idea de que el ser humano se rinde al ocaso del capitalismo también se fundamenta en palabras de Tocqueville, quien opina que «en un gran número de hombres encontramos un afán mercantil por los descubrimientos del espíritu. La ausencia de lo superfluo y los constantes esfuerzos a los que todos se entregan para alcanzar el bienestar hacen predominar en el corazón del hombre el amor a lo útil sobre el amor a lo bello». De ahí que el autor concluya que la sociedad ha perdido el valor atribuido a lo gratuito, el cual aportaba un significado más humano a nuestra existencia. De esta manera se argumenta la hipótesis defendida por el autor, quien proclama que la lógica del beneficio provoca efectos devastadores en la cultura y en la educación, mermando nuestro futuro en pro de una sociedad capitalista y exenta de valores («el saber puede ser compartido sin empobrecer; enriquece a quien lo transmite y a quien lo recibe»).


En el tercer y último gran bloque de la obra encontramos el planteamiento del autor referente a la posesión en el amor, la verdad y la dignitas hominis. Para él, la avaricia y el afán por el poder provocan falsas ilusiones, induciendo al error argumentado también por Séneca, en sus Cartas a Lucilio: valorar a las personas por sus apariencias y no por lo que son en sí mismas («tan pronto que un personaje se descalza de su riqueza sale de la escena, vuelve a su aspecto normal. De ahí que lo realmente valioso de una persona resida en su desnudez, despojada de propiedades, donde contemplaremos la calidad de su alma»). En este sentido, es necesario remitir a otro ejemplo literario existente en La isla del tesoro de Stevenson (1850-1894), en el que el protagonista queda fascinado por el tesoro, maravillado por todo el valor y belleza que entraña, testimonio de momentos memorables, y exento de cualquier interés económico. 

Además, la sociedad dicotómica diferenciada en amos y siervos, sostenida por Vicenzo Padula, persiste actualmente en una forma más sofisticada, existiendo una supremacía del tener sobre el ser, convirtiéndose en una dictadura del beneficio y la posesión que domina cualquier ámbito del saber y de nuestros comportamientos cotidianos. Para el autor, a fin de cuentas, el aparentar (como tener un coche lujoso o lucir un reloj de marca) cobra más importancia que el ser: lo que se muestra, en definitiva, es mucho más valioso que la cultura o el grado de instrucción que una persona pueda tener.


El autor también considera que el amor debe ser libre, desinteresado y carente de egoísmo para brindar felicidad. En cambio, será el instinto de propiedad y de atadura lo que hace sufrir, ya que es eso lo que es contrario al amor. Así, alude una vez más a la crítica de la posesión, del cual nacen los celos una vez que es desatada. Como señala Michel Serres, también en el matrimonio la propiedad equivale a la esclavitud, ejemplificado en la marca de la esposa con el anillo. En obras clásicas como Don Quijote de la Mancha también se refleja cómo el poner a prueba a la pareja tiene un trágico desenlace, en el que Anselmo, obsesionado por sus celos, pide a su amigo Lotario que tiente a Camila, su amada, para poner a prueba su fidelidad. Vemos cómo se traspasa el límite de la tolerancia en el amor, cómo el tener una vez más es derrotado por el ser, sosteniendo así que la posesión es uno de los peores enemigos del amor. Una crítica más a la posesión que mantiene la argumentación de la tesis del autor la encontramos en la siguiente cita de Rainer Maria Rilke: «La posesión es, de hecho, pobreza y angustia; sólo el haber poseído es un poseer despreocupado».

También el concepto de verdad se ve ensombrecido por la posesión infligida por el ser humano, basándose en numerosas violencias que se han presentado como necesarias a lo largo de la historia en nombre de la verdad absoluta y para el bien de la humanidad. La posesión de la verdad absoluta acaba por destruir toda religión y toda verdad: quien está seguro de poseerla ya no siente la necesidad de dialogar, de escuchar al otro. Por ello, tal y como concluye el propio autor, «sólo quien ama la verdad puede buscarla de continuo».

Abraham Flexner
A modo de conclusión encontramos el ensayo escrito por Abraham Flexner, que cierra la obra de Ordine con una serie de investigaciones y descubrimientos célebres fundamentales a lo largo de la historia del ser humano. Constituye, asimismo, un apoyo más en la reafirmación de la tesis defendida a lo largo de La utilidad de lo inútil. La idea que pretende transmitir es cómo los conocimientos aparentemente inútiles (al igual que las investigaciones científicas teóricas, por estar exentas de práctica) se convierten en una utilidad vital para la sociedad («He hablado de ciencia experimental, de matemáticas; pero lo que afirmo es igualmente cierto con respecto a la música, el arte y cualquier otra expresión del ilimitado espíritu humano. Ninguna de estas actividades necesita otra justificación que el simple hecho de que sean satisfactorias para el alma individual que persigue una vida más pura y elevada»). En este sentido, defiende liberar el concepto de espíritu humano en contraposición al término de utilidad, el cual debiera ser eliminado. 

De una manera sincera y sin tapujos, Ordine destapa acertadamente cómo ese afán por la rentabilidad económica está destruyendo todo. Puede que esa sea la forma de concienciar cómo el utilitarismo abusa de su poder desacreditando la necesidad de lo inútil en el ser humano, ya que, como sostiene en la introducción del ensayo, «las cosas inútiles e inermes, silenciosas e inofensivas, son percibidas como un peligro por el simple hecho de existir». Sin duda, una obra contemporánea que podría convertirse en clásico, si la admiración hacia los clásicos volviera a resurgir. Que podría servir para concienciar sobre lo que nos rodea y en lo que, a veces, ni reparamos, si el ser humano pudiera ser valorado por lo que es, y no sólo por lo que tiene. Un grito de alarma que algunos eluden mientras otros despertamos.

Escrito por Mariela B. Ortega


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