Otros mundos (XXXI): Existió otra humanidad, de Juan José Benítez

25 febrero, 2023

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Este es el artículo más difícil que he escrito. No me refiero al hecho de la extensión del texto o lo intrincado del tema. Nada de esto me asusta. Me refiero al personaje. Dejé de interesarme por Juan José Benítez (1946) en los años noventa, cuando tuve noticia de un contencioso por plagio con otro ufólogo y algunos periodistas, del que, pese a ser exonerado, creo que parte de razón la tenían los “contendientes”. En cualquier caso, siendo un niño y adolescente interesado por los asuntos “raros” en los años ochenta, lo preceptivo era leer a Juan José Benítez, como a Antonio Ribera (1920-2001), por no salir del ámbito español.
 
J. J. Benítez, como firma el autor sus libros y es conocido por sus fieles seguidores, se considera más un periodista que un escritor. Lo cual dice mucho a favor de su honestidad, pues hasta donde he podido comprobar, su prosa resulta ciertamente funcional, sin aditamentos estilísticos. En numerosas entrevistas, Benítez alude a sus obras como reportajes extensos más que ensayos de historia o investigación. Esto no ha der ser un demérito, aunque el empleo del vocablo periodístico puede llevar a confusión, ya que muchísimos autores han hecho gala de una riqueza literaria considerable en este medio (no obstante, la intención del comentario queda clara). Yo diría que de la escritura de Juan José Benítez llama la atención la inmediatez, más que el apresuramiento. La llaneza y la ausencia de circunloquios discursivos, se piense lo que se piense de los contenidos. El caso es que en Existió otra humanidad (Plaza & Janés, col. Otros Mundos, 1975), el texto está expuesto con la necesaria claridad para ser entendido, y la suficiente fascinación y autoridad para resultar atractivo y llamar la atención acerca de su tesis. En este sentido, Benítez se ha convertido en un autor de referencia, mediático a su pesar (aunque se huya de ello).

Por mi parte, debo confesar que la parte de su trabajo que más me interesa es la que se refiere a los OVNIS y la posibilidad de vida después de la muerte física. Lo relacionado con la figura de Jesús de Nazareth y el pueblo judío, las implicaciones conspirativas, que incluyen el coronavirus, o la obsesiva desconfianza hacia el ámbito militar, me interesa menos. No porque no me atraigan tales asuntos, sino porque suelo buscar información en otras fuentes. Ello no implica que no se puedan y deban contrastar ambas –o cientos de- posturas, en definitiva. Las investigaciones del escritor navarro suelen ser tildadas de pseudo cientifistas y conspirativas, sin el justo y necesario cara a cara. Despreciado con excesiva alegría por quienes tan solo saben buscar la trascendencia en el deporte o la prensa amarilla.

Si una cosa he aprendido con el tiempo es que, razonables o no (razonadas lo son siempre), Benítez tiene todo el derecho a exponer sus teorías.

En lo tocante al meteorito Gog sí espero que se equivoque (él también lo espera).
 

Más que un velo de misterio, un velo de desinformación y desgana informativa cubre los asuntos relacionados con el esoterismo y lo paranormal. De hecho, los que emprendemos tal acción divulgativa, solemos ser motejados de creyentes -hermana mayor de la credulidad-, supersticiosos o conspiranoicos (a veces por desconfiar del estado y sus élites: exactamente lo mismo que hacen muchos de los que ejercen de desacreditadores). Sustitutivos de las religiones existen muchos. La política, sin ir más lejos; el fútbol, y también algunos de los asuntos que en esta sección abordamos. Pero es negar la evidencia que no todos los científicos y profesionales técnicos están cerrados a dichas corrientes ocultas.
 
Hablar de las piedras de Ica es hablar del doctor en medicina y catedrático Javier Cabrera Darquea (1924-2001), y de la población peruana del mismo nombre. Aunque Cabrera no fue el autor de tan sugestivo descubrimiento, sí que fue la persona encargada de atesorar el mayor número de pruebas para su curiosa gliptoteca, o biblioteca lítica, conformada por piedras grabadas a mano, que Benítez, tomando la palabra a Cabrera, equipara con libros, en importancia más que en extensión. Con sus propios ciclos temáticos o capítulos. Rescatadas de la destrucción en algunos casos, de la dispersión geográfica la mayoría de ellos, y de un olvido al que no alcanzamos a poner fecha. Piedras que abordan conocimientos tanto de medicina como de zoología, astronomía, biología y topografía. Lo que no está nada mal. El inconveniente es que, si en efecto, se demostrara que tales piedras son antiguas (el método del carbono 14 queda descartado al no tratarse de elementos orgánicos), las implicaciones son desestabilizadoras en grado sumo. Los humanos o humanoides que figuran en estos documentos pétreos, se nos aparecen a lomos de pájaros con aspecto mecánico, realizando intrincadas operaciones de cirugía, o conviviendo con seres prehistóricos. Una humanidad de la era secundaria (ciento cuarenta millones de años). Algo demasiado traumático para ser tenido siquiera en cuenta. Y ahí reside el dilema. La ciencia debería ocuparse, a un nivel formal, de establecer los distintos estudios y análisis en torno a estos registros entre lo geológico y lo pertinaz, al margen de lo que, en teoría, parezcan representar.
 
Javier Cabrera
Para ello solo bastaría con que, quienes ostentan esta capacidad científica, al servicio de todos los interrogantes, recordaran aquella cita del astrofísico Joseph Allen Hynek (1910-1986) de que a menudo la ciencia del siglo veinte olvida que habrá una ciencia del siglo veintiuno, y aún más una ciencia del siglo treinta. Por no retrotraernos a otra máxima indicada por el gran autor Arthur C. Clarke (1917-2008), al asegurar que cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. ¿Qué pensarían aquellos visitantes de las estrellas, en aquel célebre relato de Clarke llamado Lección de historia (History Lesson, en Expedición a la Tierra, edhasa, 2005), al encontrar por todo resto de los seres humanos las imágenes de una película de WaltDisney (1901-1966)?
 
Una cita del biólogo y médico francés Claude Bernard (1813-1878) precede y corona el contenido de Existió otra humanidad, segundo libro escrito por Benítez, pero primero en ser publicado, con fotografías de Fernando Múgica Goñi (1946-2016). Cuando un hecho se levanta sobre una teoría reinante, prescinde de la teoría aunque la apoyen los hombres más famosos. Credencial que va a acompañar a nuestro autor se diría que a lo largo de todo su recorrido vital y periodístico (aún fuera de la órbita de la prensa). De forma intencionada, he escogido este texto inicial, puede que incluso iniciático, al ser la presente una sección bibliográfica dedicada a lo oculto. Nos interesa conocer los orígenes de cualquier misterio. El volumen, pertenece entonces a la etapa primigenia del prolífico autor. Mezcla de diario personal, relato de misterio en primera persona (de los que los autores victorianos y post victorianos gustaban de compartir en los envidiables dining club), transcripción de entrevistas en forma de diálogos, y documento histórico, Existió otra humanidad continúa siendo un testimonio fascinante y fascinador.

Biblioteca lítica
Tras una primera toma de contacto sobre la cuestión palpitante (capítulo I), sobrevienen los grabados con la presencia del hombre, u homínido, junto a los antedichos animales prehistóricos (II), fotografías de huellas y utensilios humanos al lado de fósiles de dinosaurios (IV), el procedimiento por datación del Carbono 14 (V), el llamativo Manto de Paracas y el dictamen de la Universidad de Bonn, favorable a la antigüedad de las piedras halladas en Ica (piedras “Manco” para los cronistas de Indias) (VI), la representación del cometa Kohoutek, que volvió a visitarnos en 1973, y la respuesta del Observatorio de París (aquella piedra venía a trastocar, a desequilibrar, todos mis esquemas mentales; VII), los grabados de los antiguos continentes (cada uno de ellos tiene perfectamente señalado el tipo de raza que lo poblaba; VIII), el controvertido asunto de los “pájaros mecánicos”, la insoslayable presencia de los mapas del almirante y cartógrafo Piri Reis (1465-1554), más la relación de los gliptolitos con las Líneas de Nazca (IX), las implicaciones de un legado en piedra por el que las Pirámides de la meseta de Guiza servían para captar y transformar la energía electromagnética (X), la no menos espinosa cuestión de los grabados con distintos trasplantes (XI), el conocimiento de los gliptolitos por parte de los incas (XII), el sustancioso capítulo dedicado al desdén de los arqueólogos oficiales (XIII), y finalmente, el censo de las piedras (XIV).

Una cantidad ingente de información que deja claro que, al margen de lo que signifiquen tales piedras, no se pueden suprimir de un plumazo. La cadena de televisión BBC informaba en octubre de 2021 de las huellas de Trachilos, Creta (Grecia), halladas en 2002, como de costumbre por accidente, que desafían la línea de tiempo aceptada para los orígenes de la humanidad. Han sido datadas en el mioceno tardío (que concluyó hace cinco millones de años).
 
Cabrera y Benítez, en visitas posteriores
Por supuesto que el contenido gráfico de los gliptolitos de Ica es, en muchos sentidos, ideográfico. Más simbólico que literal. En dibujos asequibles para nosotros, los lógicos destinatarios. A pesar de ello, lo expuesto resulta lo suficientemente estimulante como para ser motivo de atención, como en su día advirtió el ex rector y arquitecto Santiago Agurto Calvo (1921-2010). Algo que, por desgracia no ha sucedido aún por parte de un desdeñoso de antemano sector de la ciencia. Los altorrelieves -en piedras más gruesas- señalan conocimientos más decisivos que los simples grabados (III).
 
Pues sí, partimos de cálculos equivocados. Los de creer que el origen de nuestra especie está férreamente determinado. A las conjeturas teóricas se unen hallazgos materiales inestables, solo que algunos de ellos se han revestido de un incontestable hálito científico. De rotunda inmodestia. Ya vislumbro a los ceñudos escépticos torciendo el gesto. Estas piedras son todo un festín para los ávidos de información wikipédica que se centra en lo fraudulento. Espacios donde se hace mención a unos documentales de la BBC en los que se da la autoría de los cantos grabados al campesino (cholito) Basilio Uchuya (1935-2003). Algo contestado ya por Fernando Jiménez del Oso (1941-2005) en 1979, en su espacio Más allá (programas El misterio de Ica y Encrucijada).

Esto se ha convertido en algo habitual. Repetir los mismos tópicos y lugares comunes de hace cincuenta años. Lo cual tiene mérito en 2023. No haber aprendido nada. Pero es el periodismo que hay, en mayor o menor medida. Desde 1974 se sabía que Basilio Uchuya y algunos más (prácticamente analfabetos), habían declarado la fabricación de las Piedras de Ica para evitar la prisión, por tráfico de objetos arqueológicos (el propio Fernando Jiménez del Oso me confirmó personalmente este extremo en 2002). Lo que demuestra que el aprendizaje sigue siendo algo particularísimo e interior, difícilmente transferible, por mucho que vivamos en la era de la comunicación.
 
Benítez y Uchuya, en visitas posteriores
El origen de las piedras apunta al yacimiento del desierto de Ocucaje, limítrofe con Ica. Un enclave, treinta y cinco kilómetros al sur de esta población.

Entre tanto se resuelve, científicamente, el misterio -y tantos otros-, los detractores o escépticos, ajenos a cualquier investigación, siguen disfrutando llamando a las piedras pedruscos (los OVNIS, cosa psicodélica), amparados en un interés de la comunidad científica que hasta ahora ha sido escaso (ha habido excepciones). Al extremo de llegar a emplear las siglas del escritor, también correspondientes a otras personas, con el objetivo de elaborar un blog satírico.

Siempre ha sido más fácil burlarse que tomarse la molestia de investigar, aunque nuestras conclusiones sean, si no desacertadas, inexactas. Y por otra parte, quién nos dice que la paleontología y arqueología hayan tenido su última palabra. Deducción a la que, como buen virgo, Benítez se aferra (la otra posibilidad del signo es cerrarse en redondo). Lo cierto es que, queramos o no, con Juan José Benítez, siempre nos sentimos virgorizados.
 
Pero se me ocurrió otra idea. Tras leer el libro, publicado en 1975, como queda reseñado, sentí la necesidad de averiguar en qué estado se encontraba la cuestión en la actualidad. El blog de Juan José Benítez no aporta mucho más a lo desarrollado en el texto. Más bien, confirma lo dicho, excepción hecha de una galería fotográfica de la que extraigo algunas imágenes, y la aportación de dos nuevos informes sobre la datación de los gliptolitos. Sí recomiendo el capítulo Las huellas de los dioses, perteneciente a la serie televisiva de Benítez Planeta encantado (DeAPlaneta, 2002), donde se nos hace partícipes de una actualización, con el aliciente visual del enigmático asunto de las Piedras de Ica. Pero todo el suspense y exposición desplegados en el libro no son en ningún momento sustituidos. Bástenos saber pues, que en los últimos tiempos, el gobierno peruano ha propiciado la conservación de las controvertidas piedras acumuladas por Cabrera en su casa-museo, para una adecuada preservación, y al menos, como notabilísima curiosidad geológica, a la espera de una mejor atención por parte de los científicos.
 

Quisiera anotar así mismo, dentro del apartado bibliográfico, las bellas portadas de la colección Otros Mundos, igualmente sencillas e ideográficas. La presente nos muestra las distintas fases de la luna alrededor de una de las piedras de Ica, donde figuran dos humanoides primitivos (en cuanto a edad se refiere, más que conocimientos), escrutando el cielo con sendos catalejos-telescopios.
 
Se ha dicho que las obras de Benítez son lo más parecido a novelas de ficción. A mí no me parece una mala definición, bien entendida. Todos sabemos que tras la ficción se agazapa la realidad. Y una buena manera de acceder a los misterios del mundo es cuestionarse los propios y rígidos principios regidos por la percepción. De igual modo se le ha acusado de no hacer públicas sus fuentes de información, y de cierto afán de adanismo: no reconocer a los autores previos a su llegada. Las razones de esto las intuimos, y no obstan para que Benítez se haya ganado cada metro cuadrado recorrido. Una labor –e independencia- no siempre apreciada, sino más bien atacada. Bien es verdad que a veces da la impresión de que lo expuesto por Benítez lo convierte en una especie de “escogido”, cuyo principal destinatario parece ser él mismo, pero su obra está sujeta a una necesaria fascinación, y se muestra abierta a todo interesado.
 
J. J. Benítez. Probablemente el más denostado. Pero también el más querido y respetado por sus seguidores.
 
Escrito por Javier Comino Aguilera




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