Para el sábado noche (LXXXVII): El detective, de Gordon Douglas

09 noviembre, 2019

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El sargento Joe Leland llega a la escena de un homicidio. El personaje está interpretado por un estupendo Frank Sinatra (1915-1998), expresivo y contenido a la vez; a lo que ayuda sin duda la voz del excelente doblador José Guardiola (1921-1988), en la versión al español. Leland es tenido por el mejor detective de la ciudad; algo que a él le hace cierta gracia, aunque a nadie le amarga un dulce. Es competente en su oficio y aun se rige por unos principios éticos. Una rara avis con el que el espectador, al fin, se puede identificar.

El escenario del delito demuestra hasta qué punto es relevante la puesta en escena; en este caso, corresponde al no menos destacable realizador Gordon Douglas (1907-1993), con el que Sinatra acometió una serie de películas policiales muy estimables. La disposición del fallecido permite que, cuando entran los detectives Leland y Robbie (Al Freeman Jr.), el cuerpo caído sobre el suelo sea visible. El mismo plano nos lo muestra desnudo sin necesidad de resultar gráfico en exceso. Una vez examinado, somos informados de que este presenta algunas mutilaciones. Se trata de Teddy Leikman (James Inman), el hijo de un conocido empresario. Uno de los hombres de negocios más importantes de la ciudad. Como comenta una vecina y amiga, la señorita Linjack (Dixie Marquis), recurría a ella porque necesitaba a una persona para acudir a las fiestas, y así salvar las apariencias. Las razones son la naturaleza homosexual de la víctima.

Por descontado que la aceptación con la que se observa dicha naturaleza a finales de los sesenta (verbal y conductual) no es la misma que se percibe hoy en día (aunque esto no quiere decir que el rechazo de entonces no se haga notar ahora en algunas personas, lamentablemente). Así, el ayudante Nestor (Robert Duvall) despliega un tufo homófobo del que Joe carece. Como se demuestra cuando varios chavales son pescados en las calles y transportados (denigrados) como el ganado. Ello no obsta para que más tarde, Leland sonsaque con habilidad al sospechoso y algo desequilibrado Félix Tesla (Tony Musante). Casi se podría decir que su confesión es lo más parecido a un coito. Pese a todo, Leland se mostrará amable con él y no violento, en aras de resolver el caso. Salvando las distancias, no resulta difícil entresacar reminiscencias con la posterior y no bien comprendida A la caza (Cruising, 1980) de William Friedkin (1935).


La ciudad donde transcurre la trama es Nueva York, en un momento de su historia reciente en el que atravesaba un momento delicado: la corrupción policial, el aumento del índice de criminalidad, la basura acumulada en las calles… casi parecían formar parte del skyline. A este harapiento entramado también pertenece William Curran (Ralph Meeker), compañero detective con contactos en la prensa y la política. Lo que es un tipo imbatible, vamos. Entre dos aguas está el inmediato superior de Leland, el capitán Farrell (Horace McMahon), que le advierte que te basta con tu dignidad, no te importa nada, denotando así el inconformismo individual de su subalterno. Como si esta actitud fuera lo más reprobable del mundo.

Pero Joe no está tan solo como otros pretenden. Hace poco conoció a Karen Whitaker (Lee Remick), estudiante de sociología que, por desgracia, mantuvo una vida de alterne y promiscuidad. No entiendo tu manía de estar solo, le recrimina ella igualmente. Pendiente de un ascenso a teniente, Joe Leland habrá de doblegarse a determinados dictámenes, pese a todo, aunque únicamente por un tiempo. Esto es, hasta decir de nuevo basta.

Este aspecto queda ilustrado por Douglas, principalmente, por medio de planos aislados donde figura un Joe conduciendo su vehículo, mientras rememora lo que hasta entonces ha sido su inmediata vida anterior. En concreto, los prolongados flashbacks que repasan su relación con Karen. Ella quiere la seguridad que él le ofrece, pero salir con quien le da la gana al mismo tiempo (lo que hoy llamaríamos una “relación abierta”, estremecedor término). Joe no está de acuerdo con ello.

Estamos ante un personaje con la suficiente carga psicológica como para no resultar plano y sí inolvidable. No en vano, el ser independiente es lo más difícil de lograr, como queda de manifiesto tras su (segundo) encuentro con el policía corrupto Curran en un bar.


De este modo, el protagonista está muy bien trazado por parte del guionista Abby Mann (1927-2008) y, supongo, el novelista de la obra original (The Detective, 1966; por desgracia no publicada en español), Roderick Thorp (1936-1999). Por ejemplo, a Joe no le va el teatro experimental y existencial. Demasiadas desgracias contempla a diario como para que encima le recuerden la futilidad de la vida en sus preciadas horas libres. Es lógico entonces que prefiera la evasión de partidos de béisbol y cosas así. También desconfía Joe de los psiquiatras (y eso que no ha conocido a los pedagogos), en pos de ese impulso individual que tanto fastidia a los adalides del colectivismo. La gente debe intentar resolver sus propios problemas, asegura en otro momento de la acción. Más tarde, y ante uno de los investigados, el psiquiatra Wendell Roberts (Lloyd Bochner), sostendrá lo mismo. Roberts está al tanto de una sociedad llamada Arcoiris; en realidad, la conforman los miembros del Comité de Proyectos Urbanísticos de la ciudad. Una tapadera para la especulación de terrenos y demás…

De tal forma que los dos sumarios se solapan en el relato, el asesinato de Leikman y el posible suicidio de uno de los miembros de dicho comité, Colin McIver (William Windom). Su viuda, Norma McKay (Jacqueline Bisset), pone empeño en que la muerte de su marido quede esclarecida, aunque ello conlleve un “acceso a la información” para el que no siempre se está preparado. Un ámbito en el que la figura del detective Joe Leland nos recuerda que no toda la policía es trigo sucio.


Pese a que Kate le asegura que quiero que esto sea diferente contigo, la pareja de Joe vuelve a las andadas, al margen de pertenecer a una generación más desinhibida y desesperanzada. No obstante, cuando dos personas ponen (mucha) voluntad, pueden salir adelante emocionalmente. Kate consigue un cargo de adjunta en el Departamento de Arte. Es este otro personaje notable y bien construido; duro de sobrellevar pero con carácter. Tú das mucho y recibes muy poco, espeta a Joe (¡al fin una compañera comprensiva con la labor policial, y no egoístamente a la defensiva!). En definitiva, el detective forma parte de unas vidas vividas en la sombra, palabras que se emplean para referirse al difunto Colin McIver. El tercer flashback de la historia corresponde a dicho personaje, por medio de una reveladora cinta de casete.

Pues sí. ¡Cuántas vidas quebradas sin poder expresar de forma abierta lo que sentían! Y así seguimos, pese a empujes no siempre bien dirigidos (o empujones teledirigidos, más bien). Arrastrando un letal sentimiento de culpa, queda claro que la ausencia de normalización, con frecuencia deriva en comportamientos restrictivos o delictivos, especialmente abyectos.

El estupendo Gordon Douglas se desenvolvió como pez en el agua bajo la tutela del emprendedor productor Aaron Rosemberg (1912-1979). Lo que depara un magnífico balance para El detective (The Detective, Twentieth Century Fox, 1968), incluyendo la fotografía del excelente Joseph F. Biroc (1903-1996) y la música de Jerry Goldsmith (1929-2004; como curiosidad, en un determinado momento -concretamente en un bar gay-, suena el tema de Laura compuesto por David Raksin [1912-2004]).

Y en efecto, Joe Leland continúa solo hasta las últimas consecuencias. Es el precio de su libertad, de la asunción de los errores cometidos y la posibilidad de poder seguir llevando la cabeza bien alta, sobre los hombros.

Escrito por Javier Comino Aguilera


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