Por favor, cuida de mamá, de Kyung-Sook Shin

02 octubre, 2019

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For Geo, Thanks for Being in My Life.

A lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX fueron importantes los viajes que algunos escritores, diplomáticos, o sencillamente viajeros curiosos, emprendieron por el mundo, en pos de otras culturas, para poder dar testimonio de las mismas. Esto por no remontarnos a las crónicas de Marco Polo (1254-1324) o a las magníficas narraciones de los expedicionarios españoles en América.

Los grabados de Richard Ford (1796-1858), el Japón de Rudyard Kipling (1865-1936) y Basil Hall Chamberlain (1850-1935) o las litografías de David Roberts (1796-1864) sobre Egipto, nos descubrieron mundos distintos o complementarios al nuestro, e incluso nos hicieron ver, con más o menos justicia, la forma en que un extranjero nos veía a nosotros.


Estos autores acercaron a nuestra geografía los ritos y costumbres de otras formas de vivir, mundos que, con el tiempo, se fueron solapando al nuestro. Al punto de que hoy en día ya estamos integrados, incluso físicamente, y parece que apenas existen diferenciaciones. En realidad, las sigue habiendo, pero, aunque siempre se corre el riesgo de perder las idiosincráticas señas de identidad, no es menos cierto que ahora somos más conscientes de compartir nuestros anhelos y sentimientos de una forma integral. Los nortes y sur también existen. Las sensibilidades se han estandarizado, salvo en aquellos ejemplos más desdichados y extremos. Por eso, leer un libro ambientado en La Pampa o Corea del Sur, no nos resulta tan ajeno y exótico, sino por el contrario, nos proporciona la impresión de hablarnos en un mismo idioma, el de los referidos sentimientos.

Tal es el caso de la narración Por favor, cuida de mamá (Please, Look After Mom, 2008; Grijalbo, 2011), de la escritora surcoreana Kyung-Sook Shin (1963); no sé si escrito en coreano o directamente en inglés, tanto monta.

Cuando somos pequeños, estamos acostumbrados a que nuestros padres cuiden de nosotros. No solemos valorar su trabajo (hablo de familias ordinarias). Al crecer, sucede que muchos siguen sin darse cuenta de los sacrificios que, en algunos casos, han debido hacer estos progenitores para poder mantener la familia más o menos avenida. Este es el núcleo conceptual de la novela (novela corta, habría que precisar), que nos ocupa. En ella, una madre de familia ha desaparecido en su acostumbrada llegada a la ciudad de Seúl, con objeto de visitar a sus hijos. El marido la ha perdido de vista, nadie ha vuelto a saber de ella. Parece haberse evaporado en el aire, lo que posee una carga simbólica trascendente: desaparecida físicamente, el personaje pasa a vivir en la memoria de sus deudos. En suma, es un acontecimiento que, con el transcurrir del tiempo, únicamente va a seguir afectando y persiguiendo a los restantes miembros de la familia.

En efecto, estamos en el ámbito de las entrañas de un grupo familiar, con todo lo aleatorio que esto lleva ya impreso, pero sin perder de vista la calidez de la prosa. Una prosa sostenida por intríngulis nada asombrosos, sino cotidianos, latentes u ocultos, pero frecuentes, expuestos en forma de esas reflexiones que acuden a nuestra mente. Tal vez, demasiado tarde.

La desazón asalta a la familia. No parece el tipo de persona que pueda perderse (Libro I). La personalidad de la gente, como conjunto social, se entremezcla con los recuerdos e impresiones personales de los distintos narradores -una de las hijas es la primordial-, en torno a la figura de la madre. Voces relevantes a un nivel interno pero difuminadas en el entorno de la ciudad, incluso en zonas rurales. Episodios de la infancia o aspectos de la individualidad se transforman en señales pasadas por alto. La amplitud de las relaciones puede ser espacial, pero su condensación suele ser egocéntrica.


Las circunstancias aquí narradas, que podrían parecer tópicas, son esquivadas con galanura gracias a su imbricación en una escritura para nada reiterativa, aunque la estructura psicológica de los distintos libros -a modo de capítulos- sea la misma, mostrándose atenta al desarrollo de esos recuerdos impredecibles, que se presentan junto a la facultad anárquica de los procesos mentales en sí. Uno se acuerda de las cosas cuando llegan, más que cuando quiere. De este modo, se ponen en valor las distintas psicologías de esta constelación familiar, que forma parte de una comunidad agraria y granjera. Al igual que la orografía de un lugar cambia muy despacio, se incorporan al mismo tiempo elementos mentales que habían permanecido dormidos o intangibles. La naturaleza del recuerdo dicta sus normas, más pausadas que la irrupción de otros característicos estandartes de la modernidad, como un teléfono, cuya capacidad para relacionarse es relativa.

Así, las decisiones que tomamos nos encaminan precisamente a un lugar. Ignoto en la mayoría de los casos, por mucho que sepamos el nombre de destino. A posteriori, podemos conocer a quiénes nos acompañaron en dicha andadura, con frecuencia, egoísta por la mentada naturaleza. ¿Quién puede decir que conoce al otro por el mero hecho de convivir con él? Tal vez sea por eso que la opción narrativa de la autora es contar unos hechos del pasado a través del lenguaje del presente, sito principalmente en las formas verbales. El resultado es que el texto procura reflexiones sobre la figura de la madre (en general y en particular) desde el momento de la lectura.

Imagen de Thomas Friedrich Schäfer
Sucedidos y conversaciones a los que no dábamos importancia, de repente adquieren una especial significación, por regresar del ámbito de la cotidianidad (y el semi olvido). Es una prueba de madurez. Lo que también conlleva que esta sea la hora de los reproches (Libro II). Me llama la atención, además, un hecho aparentemente banal. La abuela, madre de la desaparecida, poseía, según se relata, nociones de astrología, pese a ser una campesina; es cierto que a un nivel “de horóscopos” en periódicos y revistas (es decir, totalmente inexacta), pero no deja de ser un apunte cultural llamativo.

En la tercera parte de la novela, el destinatario de las evocaciones es el marido. En el último tramo del libro, tales apreciaciones se entremezclan con las del personaje ausente. Pero, ¿se trata de pensamientos pertenecientes al pasado o al presente?

Una reflexión última condensa lo expuesto. Una casa solo está viva cuando vive gente en ella (Libro IV)

Escrito por Javier Comino Aguilera




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