Reconocer a un alma gemela no parece una tarea sencilla, y si no que se lo pregunten a los principales protagonistas de ¿Qué me pasa, doctor? (What’s Up, Doc?, Warner Bros., 1972). Aunque es muy probable que estos le respondan que se trataba de algo inevitable, o bien, que no saben de qué les está hablando. El hecho es que, en un escenario característico de la comedia de enredos, adornado con situaciones cómicas al estilo de los inolvidables Stan Laurel (1890-1965) y Oliver Hardy (1892-1957), el musicólogo Howard Bannister (Ryan O’Neal) y la erudita estudiante -o aspirante a estudiante-, Judy Maxwell (Barbra Streisand), se encuentran el uno al otro, o más bien, se tropiezan el uno con el otro.
Howard acude a un Congreso de Musicología que se celebra en San Francisco (California, EEUU). Lo hace en compañía de su prometida, la estructurada y atosigante Eunice Burns (una excelente Madeleine Kahn). El realizador Peter Bogdanovich (1939), con la aquiescencia de su diseñadora y decoradora Polly Platt (1939-2011), no deja escapar la ocasión de caracterizar a Eunice al modo provinciano de los años cincuenta, tanto en peinados (aún por vía de un elemento postizo como es una peluca) como en indumentaria.
Escrita por Buck Henry (1930), Robert Benton (1932) y David Newman (1937-2003), estos dos últimos responsables del guion de la posterior Superman (Ídem, Richard Donner, 1978), pero ahora en torno a una historia del propio Bogdanovich, ¿Qué me pasa, doctor? desarrolla progresivamente una trama donde el macguffin o detonante del relato consiste en unos documentos secretos, puestos en danza por medio de un baile en el que actúan cuatro maletines idénticos.
Cada uno de dichos maletines posee su dueño, ¡aunque nadie lo diría! El de los documentos es custodiado por un agente del gobierno (Michael Murphy), siendo ambicionado por un caco (Philip Roth); otro contiene las valiosas joyas de la duquesa van Hoskins (Mabel Albertson), no menos codiciadas por los recepcionistas del hotel donde confluyen todos los personajes (Stefan Gierasch y Sorrell Booke). Un tercero pertenece a Judy, y el último a Howard Bannister, que guarda en él sus preciadas rocas ígneas, objeto de su estudio.
Esta maraña de extravíos e identidades falsas y encubiertas favorece un desarrollo argumental de encuentros, desencuentros, ocultaciones, simulaciones y revelaciones. Mientras que unos personajes tratan de permanecer en la sombra (el agente y los ladrones), otros pugnan por salir a la luz, esto es, por emparejarse convenientemente: Howard, Judy, y en última instancia, Eunice con el filántropo Frederick Larrabee (Austin Pendleton), y hasta el acaparador y adulador Hugh Simon (Kenneth Mars), que lo que persigue es ser el centro de la atención.
Pero centrándonos en Judy y Howard, son los suyos dos destinos que convergen y se materializan en los encuentros que fuerza Judy. Ambos, además de estar sostenidos por una evidente atracción física, que el director no se recata en subrayar, habrán de pasar la prueba ígnea de reconocerse como afines, sobre todo en el caso del organizado Howard. A espabilarlo se aplica Judy, estirando cómicamente la casualidad para que todo termine cuadrando, cualidad intrínseca de la comedia (el orden tras el desorden). Así, en la estricta y empírica vida de Howard Bannister, el polo de la voz cantante vira de Eunice, inhibidora de la voluntad y la imaginación, a Judy, instruida y portadora de la teoría del caos. Por eso, la inicial confusión e irritación de Howard, más que doblegarse, encuentra paulatino acomodo en este nuevo marco de referencia.
Comedia destrozona y de equívocos, fotografiada por László Kovács (1933-2007), la fórmula no ha dejado de repetirse desde entonces con progresiva menor gracia y disminuido talento cinematográfico. A este respecto, Peter Bogdanovich recordaba cómo su intención fue la de emular el espíritu verbenero y el talante artístico de logros incontestables como La fiera de mi niña (Bringin’ Up, Baby, 1938), aunque como Howard Hawks (1896-1977) le recordó, una vez se estrenó la película, ¡sin haber hecho uso del tigre! (la buena aceptación del veterano realizador la recoge Bogdanovich en su libro El director es la estrella vol. I [Who the Devil Made It, 1997; T&B, 2007]).
Lo que no varía es el hecho de que, al igual que sucedía en La fiera de mi niña, el lenguaje se retuerce y altera su significación hasta el límite de lo estrambótico, caso de la expresión sex appeal. Incluso la primera vez que Howard y Judy se confiesan amor mutuo es aprovechando la letra de la célebre canción As Time Goes By (1931), de Herman Hupfeld (1894-1951).
Finalmente, los protagonistas se ven inmersos en una persecución que es un desbocado intento de huida a lo Buster Keaton (1895-1966), a través de la reconocible orografía de la ciudad del Golden Gate (1937). Al efecto, ¿Qué me pasa, doctor? incorpora situaciones cercanas al universo de los dibujos animados, si bien, en imagen real (Judy suspendida en el vacío, determinadas reacciones y actitudes, la referida persecución); un rasgo confirmado por la imagen final de la película. Al fin y al cabo, tal y como explicita Judy, no se puede luchar contra un terremoto.
A modo de programa doble, me ha parecido oportuno incluir Alegrías de un viudo (House Calls, Universal, 1978) en el presente artículo. Película escrita por un excelente plantel de guionistas clásicos, como Max Schulman (1919-1988) y Julius J. Epstein (1909-2000), adaptada a los tiempos por Alan Mandel (1945) y Charles Shyer (1914), con música de Henry Mancini (1924-1994), fotografía de David M. Walsh (1931) y realización de Howard Zieff (1927-2009), Alegrías de un viudo da comienzo cuando, tras un periodo vacacional y de sanación personal, el cirujano Charlie Nichols (Walter Matthau) regresa a Los Ángeles desde Hawái, con objeto de reincorporarse a su puesto de trabajo en el hospital Kensington (alocado escenario, al estilo del hotel de ¿Qué me pasa, doctor?). Se da la circunstancia de que Charlie ha enviudado recientemente, lo que, casi de forma automática, aunque pasado un tiempo prudencial, lo convierte en un codiciado soltero; poco menos que en un objeto de deseo. El hecho de estar interpretado el médico por el mencionado Walter Matthau (1920-2000), proporciona comicidad visual al planteamiento, merced al torpón y desmadejado físico del personaje.
Pese a todo, Charlie no deja escapar la ocasión. Como él mismo recuerda, se casó con veintiún años, y mi último ligue fue en agosto de 1945. Muy solicitado, el cirujano deambula emocionalmente entre la diferencia generacional que le depara el tanteo con una enfermera (Sandra Kerns), y la alarmante perspectiva de verse utilizado por otra reciente viuda, la señora Grady (Candice Azzara), demandante del hospital a causa de una negligencia. Así ocurre hasta que Charlie da con la horma de su zapato en la figura, nada complaciente, de Ann Atkinson (la inglesa Glenda Jackson).
Primero como paciente, debido a una fractura del maxilar superior, o sea, una rotura de mandíbula, y luego como empleada en la sección de admisiones del hospital, gracias a Charlie, la relación entre ambos personajes se va consolidando, no sin las espontáneas erupciones emocionales. Como suele ser habitual, Charlie posee un confidente en la figura de su colega Norman Solomon, el futuro realizador Richard Benjamin (1938).
Para atender correctamente a Ann, Charlie se ha visto en la necesidad ética de enfrentarse con Amos Willoughby (Art Carney, el ganador del Óscar por la bonita Harry y Tonto [Harry and Tonto, Paul Mazursky, 1974]), a fin de interceder en la recuperación de la accidentada como Hipócrates manda. Y es que al inestable ambiente del hospital se suma la incompetente presencia de Willoughby, antediluviano jefe de cirugía que reclama otro mandato en su cargo, pese a no hallarse en las condiciones cognitivas más saludables. La razón que alega para ello, además de no volver a operar, es permanecer en el recinto hospitalario, pues considera que es como su hogar, además de un lugar donde se le respeta (siendo una de esas personas que languidece fuera del ámbito laboral).
Con todo ello se pone en solfa buena parte de la institución médica, pero al mismo tiempo se evidencia el carácter humano de los protagonistas. Como inquiere el entretenido coloquio televisado en el que intervienen Ann y Charlie, respecto a la profesión de la medicina, ¿son sus componentes víctimas o dioses?
Sin duda, esta profesión médica se enfrenta con todo tipo de dificultades, pero a las intrigas hospitalarias añade Charlie su terapéutica relación con Ann. Se trata de una mujer en difícil situación pecuniaria y sentimental, por lo que a veces se muestra agria y clasista (por lo menesteroso). Razón por la que, también ella aprenderá a ser más algo más justa y equilibrada, a sopesar los posicionamientos ideológicos supuestamente superiores.
Entre tanto, y como queda dicho, a Charlie las conquistas no le aportan nada (duradero). Paralelamente, el tiempo corre y la situación con Atkinson se suaviza (menos mal que ella no prescinde de su feminidad como tantas otras). De este modo, los caracteres se van acoplando, no solo sexualmente, sino en un esforzado respeto mutuo. Por ejemplo, Charlie resulta ser otro sujeto captado por los eventos deportivos, mientras que a ella le traen sin cuidado. Asimismo, Ann pone en valor la fidelidad de un compromiso serio por ambas partes, en tanto que Charlie se resiste a abandonar su harén particular. Pero los dos ya han alcanzado una madurez en la que saben que, una vez se ha difuminado el fragor del deseo, se pasa a otra fase en la que se requiere de cierto ahínco para mantener una relación, que pasa a apoyarse en otros pilares básicos. Tanto Ann como Charlie descubren que se trata de algo que merece la pena.
Escrito por Javier C. Aguilera
No sé cuántas veces vi Que me pasa doxtoe tanto en cine como en TV,y no paraba de reírme. Incluso hoy la veo tanto en VO como doblada porque recobisco que el doblaje es fantastico. Bebe mucho de La fuera de mi niña y gracias a Dios no queda como copia sino como un gran sincero homenaje a la screwball comedy.
ResponderEliminarTodavía muchas frases de la película las recuerdo con cariño y repito a menudo.
Lo que me resulta curioso es que la película fue un éxito en USA y España...sin embargo según leo ha quedado relegada al olvido en ambos países. Y eso? Hay que remediarlo.
Por cierto.... está boca abajo
Gracias David. Bogdanovich es un director siempre disfrutable (¡excelente ese Saint Jack!). "Boca abajo" es un gag magnífico. Totalmente de acuerdo en cuanto al doblaje de entonces. También es una de mis películas de chaval. Teníamos donde escoger.
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