El desierto es un lugar donde se mezcla lo peligroso con lo fascinante. En el estado de Nuevo México (EEUU), al lado de White Sands, que es el emplazamiento donde detonó la primera bomba atómica, en 1945, dos agentes de la policía, el sargento Ben Peterson (James Whitmore) y el patrullero Ned (Chris Drake), acuden a socorrer a unos campistas. Lo hacen en coche, pero con apoyatura aérea; un medio suplementario que se verá fundamental, directa o indirectamente, en el desarrollo visual y argumental de La humanidad en peligro (Them, Warner Bros., 1954).
Los agentes solo encuentran a una niña (Sandy Descher), como única superviviente de un ataque cuya naturaleza aún se desconoce. Por desgracia, esta se halla en acusado estado de shock, y no puede revelar ninguna información. Salvo en un caso. Cuando las causantes del enigmático ataque emiten sus vibrantes sonidos, destinados a la comunicación entre sí mismas, la chica reacciona gestualmente y de forma elocuente, pero ni el doctor que la atiende ni el bueno de Ben Peterson se dan cuenta de ello en ese preciso momento. Solo el espectador, tal y como lo ha planificado el realizador Gordon Douglas (1907-1993), advierte el significado de esta expresión.
Habrá que esperar hasta que el resolutivo doctor Harold Medford (Edmund Gwenn), haga otra prueba, a fin de que la muchacha muestre algún signo de reanimación, a base de hacerle oler una muestra concentrada de ácido fórmico. Lo interesante, por lo tanto, es que asistimos a los efectos de una invasión, antes de que sepamos, stricto sensu, las causas u origen de la misma. Estas se determinarán más tarde.
No cabe duda de que es el propio desierto uno de los personajes destacados de La humanidad en peligro, aunque la acción se acabe trasladando a la ciudad de Los Ángeles (EEUU). Entre las criaturas que lo habitan, están algunos seres humanos, en una perdida caravana, o atendiendo un comercio de abastecimientos, también saqueado, como averiguan Ben y Ned cuando inspeccionan dicho establecimiento. De igual modo, el viento del desierto se deja sentir, formando parte de la banda sonora; esta vez, a cargo del competente y versátil Bronislau Kaper (1902-1983).
A la antedicha cuadrilla local se suman, entre otros, Robert Graham (James Arness), oficial de la oficina central del F.B.I. en Álamogordo (Nuevo México), el referido doctor Medford, y su hija, también doctora en el estudio entomológico, Patricia Medford (Joan Weldon). El grupo tratará de determinar las causas de los ataques, así como el paradero de los desaparecidos, en más de un sentido, tragados por las arenas del desierto. Incluso el doctor Medford pondrá al corriente al resto de sus compañeros de equipo, formado por los policías y otros altos mandos del ejército, acerca de la naturaleza y hábitos de los animales que se identifican como la causa de todo el misterio, unas hormigas agigantadas por la radiación atómica. Lo hará por medio de la proyección de una película documental, al estilo de lo que sucedía en Con destino a la luna (Destination Moon, Irving Pichel, 1951). Ello evidencia lo poco que sabemos acerca de nuestros vecinos más comunes e invisibles.
A este respecto, también es significativo anotar cómo antes de que Medford desvele sus sospechas, ellas aparecen. Lo mismo sucederá cuando las reinas volantes emprendan su vuelo: en principio, solo conocemos los resultados dramáticos que causan.
Este sostenimiento del suspense, y el pesar genuino de algunas de las víctimas supervivientes, es lo que distingue a La humanidad en peligro, convirtiéndola en una particular obra maestra del género. Un suspense que, por ejemplo, atañe a la desaparición de dos niños, que como se podrá comprobar, aún continúan con vida.
Todas las fuerzas, científicas, policiales y militares, se coordinan una vez se ha detectado el primer hormiguero. Un enclave inicial, porque de él se propaga la amenaza, en off visual, aunque por eso mismo, de forma sumamente efectiva, de un par de hormigas reina que establecen sendas colonias. La primera será destruida, según se nos narra, al igual que la segunda, aunque esta requerirá del esfuerzo adicional de los protagonistas, ahora sí, visualizado en imágenes, una vez se ha localizado el hormiguero en la citada ciudad de Los Ángeles. Tras mantener el sigilo de cara al público, lo que equivale a decir que de cara a la prensa, la población es informada finalmente del peligro. Pero Gordon Douglas evita los típicos planos de una población aterrorizada. Por el contrario, esta se nos muestra responsable y cumplidora de todas las advertencias. Así, mientras El Monstruo de tiempos remotos (The Beast from 20.000 Fathoms, Eugene Lourie, 1953) tomaba la ciudad indisciplinadamente, aquí las autoridades militares se curan en salud, aconsejando a todos los residentes.
Entre tanto, el considerado “sueño de un científico”, en palabras del doctor Medford, no tarda en convertirse en una verdadera pesadilla, bien ilustrada en el momento en que Ben, Patricia y Robert, descienden por el primer hormiguero, situado en el desierto, procediendo a inspeccionar el nido, después de haberlo envenenado. ¡O casi! Realmente, esta experiencia es lo más parecido a estar en otro mundo, dentro de este.
Sin duda, una idea colosal, tal cual la desarrollaron los guionistas Ted Sherdeman (1909-1987) y Russell Hughes (1910-1958), en torno a un relato de George Worthing Yates (1901-1975).
Como hemos podido comprobar, el temor a la repetición y consecuencias de un pavoroso acontecimiento real, esto es, las pruebas nucleares (es curioso cómo la historia se repite, ahora en otras temibles latitudes), viene a ser el elemento primordial que articula el argumento de La humanidad en peligro; al igual que una erupción volcánica hace lo propio en nuestra siguiente película a reseñar, The Deadly Mantis (La mantis mortífera o El monstruo alado; Universal, 1957). De hecho, este temor conforma el sustrato dramático de todo un (sub)género, el de mutantes, animales prehistóricos revividos, y otros monstruos derivados de la radiactividad atómica.
En esta ocasión, el inasequible e imprescindible productor William Alland (1916-1997), también responsable de la historia original, contrató de nuevo al guionista de Tarántula (Tarantula, Jack Arnold, 1955), Martin Berkeley (1904-1979), para poner en marcha otra Monster Movie (o Bug Movie), que incluye varias imágenes de archivo extraídas de otras películas y documentales. Estas son las referidas al pueblo esquimal que sufre las consecuencias de la mortífera mantis, al deshielo de un glaciar y un iceberg, o a las distintas barreras de radares, distribuidas por el territorio estadounidense, Canadá y la zona polar. En concreto, se acentúa la información respecto a la Barrera del Sistema de Alerta Anticipada, o DEW (Disitant Early Warning System), en pleno Ártico.
Considero que todas estas aclaraciones iniciales son oportunas, pues además de conferir una pátina realista a la película, nos preparan para la subsiguiente información de una señal misteriosa que va y viene; con lo que no se sabe, a ciencia cierta, a qué corresponde. Unas veces se muestra por encima del radar, y otras por debajo del mismo.
En suma, es esta una producción sobre la que se han cebado los tópicos, que si el militarismo (para los que cualquier presencia militar en la pantalla resulta ofensiva), que si la falta de carisma del guión o los intérpretes, que si el excesivo protagonismo del monstruo (¡pues claro!)... Sin embargo, al margen de algunas inconsistencias, The Deadly Mantis funciona como relato de terror, bien organizado por el austriaco afincado en Estados Unidos, Nathan Juran (1907-2002). Arquitecto, director artístico, y finalmente realizador de algunas memorables películas, Juran inserta en The Deadly Mantis la idea precedente de un colosal monstruo, que también puede volar, tal y como se muestra, y que asimismo acaba buscando refugio en un entorno artificial cerrado. Aparte de que, esta vez, el protagonismo es compartido, no ya por el animal, sino por otros cuatro personajes, como son el coronel Parkman (Craig Stevens), el doctor Nedrick Jackson (William Hopper), jefe de antropología del Museo de Historia Natural de Washington; su ayudante y directora de la revista del museo, Marjorie Blaine (Alix Talton), y el general Mark Ford (Donald Randolph). Un grupo al que se suma esporádicamente un patólogo, el profesor Gunther (Florenz Ames).
La cámara se desplaza por un mapa de todo el globo al inicio de la película. Más concretamente, se detiene en el Mar de Weddell, en el Círculo Polar Ártico, donde acontece la citada erupción, y más adelante, en Polo Norte, lugar donde la reacción que prosigue a toda acción, tal y como advierte una voz en off, se deja sentir en forma de terremoto, haciendo que un ejemplar extraordinario de mantis religiosa se libere de su prisión de hielo, descongelándose tras miles de años. La criatura pertenece a un tiempo del pasado en el que esta zona polar no estaba dominada por los témpanos. La intriga se extiende, por lo tanto, al origen de este monstruoso organismo.
La misma voz en off nos informa acerca de los antedichos y diversos sistemas de prevención por radar. A partir de ahí, la situación es análoga a la de La humanidad en peligro. A los puntos ya señalados, podemos añadir el hecho de que las apariciones del monstruo vienen precedidas por el sonido que origina, así como la pérdida de contacto con una base de avanzadilla, en funciones de estación meteorológica; la enigmática ausencia de cuerpos humanos en los escenarios vulnerados, la retención de la noticia hasta que llega el momento de darla a conocer, por medio de la prensa, o la extraña evidencia de unas huellas difíciles de clasificar (esta vez, en la nieve: aquí el escenario es otro tipo de desierto). Con la adición de que los ataques a dicha estación sí que son mostrados, al menos en parte, pues se pretende conservar el suspense en la medida de lo posible. Más aún, la agresión y posterior derribo de un C-47 del ejército, es planificado de forma bien sencilla y efectiva, por medio de un solo plano en el interior de la cabina.
Pero al contrario que las hormigas de La humanidad en peligro, ni el fuego ni las balas parecen poder detener al descomunal insecto. Ni siquiera un buen puñado de misiles. Finalmente, este sucumbirá al gas, ¡pero no sin un gran esfuerzo por parte de Parkman y sus ayudantes!
Eso será después de que la base de operaciones de los protagonistas se traslade desde el Ártico a la ciudad de Washington, donde la mantis lega una de las imágenes más icónicas de la película y del género. Aquella en la que se encarama al Monumento de Washington (finalizado en 1884), en una escena filmada, en parte, con una mantis auténtica. En este sentido, están bien resueltos los efectos especiales de Clifford Stine (1906-1986), que lega otros momentos estupendos, como los del monstruo apostado entre la niebla, atacando un barco de pesca o un autobús; o acercándose y posándose en el referido monumento nacional. Particularmente trabajada está también la música de William Lava (1911-1971) e Irving Gertz (1915-2008); como de costumbre, coordinada por Joseph Gershenson (1904-1988).
Escrito por Javier Comino Aguilera
0 comentarios :
Publicar un comentario
¡Hola! Si te gusta el tema del que estamos hablando en esta entrada, ¡no dudes en comentar! Estamos abiertos a que compartas tu opinión con nosotros :)
Recuerda ser respetuoso y no realizar spam. Lee nuestras políticas para más información.