El té verde es un estimulante para el reverendo Mr. Jennings. Al punto de permitirle una inusitada apertura de conciencia, que también será el portal dimensional que permita una aparición animalesca y diabólica. ¡Para que luego digan que el té verde es beneficioso!
Chanzas aparte, comienzo mi apreciación de la sugestiva y amena obra del gran narrador dublinés Joseph Sheridan Le Fanu (1814-1873), con algunos de sus planteamientos argumentales, contenidos en los volúmenes La habitación del dragón volador (The Room in the Dragon Volant, Valdemar Gótica, 1998), Dickon, el diablo (Dickon, the Devil, Valdemar Gótica, 2000) y Los archivos del doctor Hesselius (In a Glass Darkly, Valdemar Gótica, 2002), para luego pasar a detallar varios de los aspectos genéricos más atrayentes de dichas obras, y de la creación de Le Fanu en su conjunto.
La idea motriz del relato Té verde (Green Tea, 1872) sugiere que todo el entorno material y físico no es otra cosa que una manifestación del mundo espiritual que lo contiene. El hilo conductor es el doctor Martin Hesselius, un profesor especializado en la investigación de los fenómenos paranormales. Así, prosiguiendo con El familiar (The Familiar, 1851), este ha de enfrentarse con otra aparición, que parece perseguir al antiguo capitán de fragata James Barton. Ello es la consecuencia de un suceso anterior en el que el marino tomó parte y del que se le piden cuentas. Interesante es advertir el hecho de que, de manifestarse únicamente como unos pasos en la oscuridad, el espectro pasa a ser contemplado por otras personas.
Asimismo, en El juez Harbottle (Mr. Justice Harbottle, 1872), Le Fanu insiste en la idea esencial de esa ampliación de la consciencia, merced a los más variados mecanismos y productos. De nuevo, se plasma una apertura del sentido interior humano (…), una intromisión del mundo de los espíritus en el ámbito reservado a la materia. Como en el caso anterior, los fantasmas son observados por varios testigos en la residencia del protagonista, un juez despótico que también habrá de rendir cuentas ante un tribunal espectral de antiguos damnificados suyos.
Prosiguiendo con La habitación del dragón volador (1872), relato que da título a otro de los volúmenes, el joven inglés (veintitrés años) Richard Beckett, viaja con su considerable patrimonio por tierras francesas, tras la caída de Napoleón (1769-1821). Dado su talante romántico y enamoradizo, se fija en una joven condesa a la que presta su ayuda, y a la que sigue por todo Versalles hasta su castillo. El chico se aloja cerca de ella, en la pensión del Dragón Volador, y tras trabar amistad con un dudoso marqués y asistir a una fiesta de máscaras, es tentado para que forme parte de la sospechosa huida de la condesa. Lo que esta pretende es algo muy distinto, aunque por suerte para el muchacho, engañado en el ámbito de las apariencias más palpables, es rescatado por dos buenos amigos in extremis.
Adoptando un tono más humorístico, El fantasma y el colocahuesos (The Ghost and the Bone-Setter, 1838) es el relato de un párroco del sur de Irlanda. Las apariciones de un viejo caballero en su vetusto castillo, emergiendo de un retrato colgado en la pared, ofrecen un nuevo ejemplo de portal interdimensional. La pintura dará incluso más juego en Shalken, el pintor (Shalken, the Painter, 1839), narración centrada en la especulación acerca de un cuadro de Godfrey Schalken (1643-1706), en el que este representó a su primer amor, finalmente, casada con un personaje muy misterioso y satánico.
Los últimos días de Madame Crowl centran El espectro de Madame Crowl (Madam Crowl’s Ghost, 1870), que dejó encerrado al legítimo heredero de su marido (fruto de un matrimonio anterior), en una habitación oculta del caserón Aplewale, y que ahora habrá de enfrentarse a las consecuencias. Casi a modo de continuación del juez Harbottle, el Relato de ciertos sucesos extraños en la calle Aungier (An Account of Some Strange Disturbances in Aungier Street, 1851) es la historia de una casa maldita y de las apariciones malignas de un “juez de la horca” que en ella se producen, y que han de soportar dos sorprendidos estudiantes. Curiosamente, en El misterio en la casa de los azulejos (Ghost Stories of the Tiled House, 1861), las apariciones fantasmales corren a cargo de un fragmento anatómico (por lo tanto, no son de cuerpo entero), si bien, el escenario de un antiguo caserón no varía.
Tenemos, por lo tanto, en primer lugar, la inesperada y abrumadora ampliación de conciencia del protagonista; con frecuencia, el narrador de los propios hechos. Una apertura de los sentidos antes anquilosados que, según el empleo que se haga de ella, o el carácter de quien la padece, resultará beneficiosa o perjudicial. Por otra parte, destaca la venganza como mecanismo narrativo y fantasmagórico (como han relatado muchos sensitivos, cada vez, con menos miedo de poder referir sus experiencias). Lo que conlleva que el espectro “no se va” hasta que no ha conseguido ultimar los asuntos que lo mantenían sujeto, o dar cumplido desquite a su pesar. Ello ha de ver con una evidente irrupción o interacción del mundo del espíritu dentro del material. Como formando parte de un todo inherente e inextricable, estas “manifestaciones” se comportan antropológica y psíquicamente como auténticos seres vivos, en otro plano interfásico. Esto es, con voluntad propia y cierta complacencia o designio celestial (¡o cósmico!). Una interacción de la que se deriva la asociación de muchas de estas apariciones con una persona, objeto o entorno en particular.
Por último, está la manifestación por vía del sueño y las premoniciones, como forma de advertencia hacia otros o hacia uno mismo. Junto al hecho de que todos aquellos que se muestran abiertos, o están sensitivamente capacitados, acaban por ser partícipes de dichas materializaciones (en definitiva, tienen la capacidad de saber -no solo creer- que existe otro nivel de realidad).
Todos estos aspectos los podemos corroborar en el restante volumen de relatos, Dickon, el diablo (1872). En él, las Historias de fantasmas de Chapelizod (Ghost Stories of Chapelizod, 1851) se entretejen con un hilo argumental en común: la referida venganza y la tarea inconclusa. Estas se personalizan en la víctima de un matón de pueblo que reaparece para tomarse la revancha, un enterrador que, al fin vence la tentación de regresar a la bebida, y los amantes espectrales que forman parte de la visión de un joven, en el antiguo decorado de su localidad.
Seguidamente, en La visión de Tom Chuff (The Vision of Tom Chuff, 1870), un sueño se convierte en realidad a los ojos del protagonista, un borracho que maltrata a su familia y que, como en otras ocasiones, acaba por pagar las consecuencias. Un nuevo sueño premonitorio articula El sueño del bebedor (The Drunkard’s Dream, 1838). En él, otro aviso se hace realidad: el poco santo bebedor no logra hacer propósito de enmienda pese a que se le muestra una ilustrativa visión del infierno.
Con frecuencia, la ayuda “sobrenatural” solo pretende que los seres físicos sean los que resuelvan el conflicto. Así ocurre con la víctima de un complot para apoderarse de una herencia en La prima asesinada (The Murdered Cousin, 1851), o en Dickon, el diablo, apodo de un muchacho enloquecido tras la aparición de su antiguo dueño y la de su pérfido hermano.
De hecho, la víctima convertida en verdugo impregna casi todas las historias de Le Fanu, como consecuencia de una atenta desconfianza de las leyes terrenas, frente a la posible certidumbre o seguridad de las celestes. Advenimientos que se subliman en El huésped misterioso (The Evil Guest, 1869) que, con toda probabilidad, es el mismo demonio. Sin embargo, aunque el otro protagonista del relato no es creyente, o cuando menos devoto (confesionalmente hablando), persiste el temor objetivo a una interpretación literal de las Sagradas Escrituras. En realidad, estamos ante la presencia (aparente) de un vampiro que, sin ser derrotado, abandonará finalmente la casa en la que se hospedaba. La cual, ¡pasa a contar con su propio poltergeist a partir de ese momento!
Para finalizar nuestro recorrido, Un capítulo en la historia de una familia de Tyrone (A Chapter in the History of a Tyrone Family, 1839) incide en el aspecto de la locura como consecuencia de los desórdenes terrenales y del escarmiento proveniente del otro lado, cuando una joven casada con un hombre de alta posición padece el acoso de la primera esposa, que le confiesa que aún sigue unida a él, y que trata de asesinarla. De forma análoga, en El perverso capitán Walshave de Wauling (Wicked Captain Walshave of Wauling, 1872), la esposa del protagonista muere ante la aterradora indiferencia de este, no sin antes preservar su alma en el interior de una vela.
Como hemos podido comprobar, en muchos de estos relatos se nos presenta el mal inherente al ser humano como una deformación psicológica del hombre, pero ello no quiere decir que no sea la consecuencia directa de esa otra zona de la realidad, que se manifiesta a través de los sentidos menos conscientes. El mal como trastorno, allende las causas, es el cordel que ata los relatos de Dickon, el diablo.
Grabado de Carmilla |
Escrito por Javier C. Aguilera
Holaa
ResponderEliminarQuiero leer los tres, adoro este género^^ Y las ediciones de Valdemar son preciosas.
Un beso
¡Hola! Me encanta leer reseñas sobre Joseph Sheridan Le Fanu. Leí "Carmilla" y me gustó mucho, pero tengo pendientes sus otros relatos. Besos.
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