Siguiendo aquella exclamación de Zola (1840-1902), J'accuse...! (1898), yo me tengo que acusar de no disfrutar con la literatura francesa, a pesar de conocerla, o quizás porque la he conocido, única forma de tener una valoración personal. Puedo reconocer sus cualidades, pero no he logrado sentirme cautivado por sus obras, ni Las flores del mal de Baudelaire (1821-1867) me golpearon, ni pude soportar la prosa de Balzac (1799-1850), tampoco me cautivaron especialmente los versos de Mallarmé (1842-1898) ni los de Verlaine (1844-1896), aunque su turbulenta historia con Rimbaud (1854-1891) siempre atrajo mi atención. Con todo, no he dejado de intentarlo y aún me quedan muchos autores por descubrir, incluso quizás el tiempo, el cúmulo de nuevas lecturas, me haga revisitar a algunos de estos autores y descubrir en ellos lo que en las anteriores ocasiones no encontré.
El momento adecuado ha llegado justo al encontrarme con Henri Beyle (1783-1842), más conocido como Stendhal, y una de sus obras magnas, Rojo y negro (1830). De vida algo turbulenta, con ciertos enredos militares y políticos que incluyen historias de espionaje, y muy viajera, en sus obras se mantuvo crítico con la situación social y política que atravesaba el país durante la Restauración, con el reinado de Luis Felipe I, el último rey de Francia. Debemos recordar también su novela La cartuja de Parma (1839) o la inconclusa y póstuma Lucien Leuwen (1894).
Rojo y negro representa bien el ejemplo de novela realista con ciertos elementos aún románticos. Dividido en dos partes, nos narra la vida de Julián Sorel, hijo de un carpintero, en su carrera ascendente y ambiciosa dentro de la sociedad francesa de la época, concluyendo con su caída en desgracia. En la primera parte, observaremos sus primeros pasos en el pueblo ficticio de Verrières, donde gracias a su avidez de conocimiento y la ayuda de algunos mentores, como el cura Chélan, destacará por su memoria, lo que le hará ganarse un puesto como preceptor de los hijos del matrimonio de Rênal, cuyo cabeza de familia es el alcalde del pueblo. En torno a sus vivencias junto a esta familia, su descubrimiento del funcionamiento de la burguesía de provincias, su historia de amor con la señora de Rënal, y su posterior estancia en el seminario versará toda la primera parte. La segunda parte lo situará en París como secretario del marqués de La Mole, donde se formará entre la burguesía y la aristocracia de la capital, colaborando incluso en tramas políticas, y mantendrá un idilio romántico con la hija del marqués, Matilde, quien lo aprecia por su talento y su dignidad.
Resulta interesante observar todas estas tramas dado que se desarrollan de forma lenta y meditada por parte de Stendhal. No encontraremos aquí historias de amor fugaces y repentinas, al estilo de Romeo y Julieta (William Shakespeare, 1597), como tampoco una ascensión fulgurante. Al contrario, el autor se detiene en el análisis psicológico de los personajes, exponiéndonos en ocasiones sus pensamientos, sus tensiones internas. Aunque el protagonista sea Julián, a quien seguimos hasta el final, Stendhal también nos pone en la piel del resto de personajes relevantes, mostrándonos sus dudas, sus inquietudes y cómo influyen en ellos las acciones o, por contra, la falta de acción del protagonista. Gracias a ello, se nos plantea un retrato bastante completo sobre la sociedad de la época, donde destaca por encima de todo la hipocresía: la incapacidad para la sinceridad y para adoptar las decisiones que irían contra la propia sociedad, contra la decencia moral de la época o contra la nobleza de la estirpe.
Por una parte, toda la primera parte sirve para ridiculizar y criticar a la burguesía de provincias, por ejemplo, a través de las absurdas tensiones políticas donde no importa tanto la ideología como el beneficio. La vanidad del señor de Rênal le lleva tanto a contratar a Julián como a subirle el sueldo por sus fabulaciones ficticias, con tal de mantenerlo como preceptor sin que otros puedan arrebatárselo, como podría ser Valenod, a pesar de que en realidad no le da importancia a la educación de sus hijos. No obstante, aunque la fabulación sea ficticia, lo cierto es que la novela nos revela el propio interés de otros señores burgueses por hacerse con el favor del preceptor, a fin de conseguir una victoria frente al rival político. También la decepción llegará en el seminario, donde descubrirá que la mayoría de seminaristas están más interesados en poder comer que en el conocimiento que allí pueden adquirir; es más, triunfa la mediocridad o su búsqueda, dado que aquellos que ocupan los primeros puestos son censurados en su actitud o envidiados.
No será distinto el caso de los aristócratas parisinos, que se entretienen en el ataque mordaz y elocuente mutuo, despreciando a quienes consideran inferiores a sí mismos. Precisamente, Julián se convertirá en el protegido del marqués de La Mole por su apreciación a sus capacidades, pero será despreciado por quienes no ven en él más que un siervo, un ser inferior sin título alguno. Ahora bien, ante todos los casos mencionados, nuestro protagonista no se amedrentará, lo que lo convierte en una persona singular, y también despreciable, ante los ojos de los demás. Sorel mantiene su dignidad y su orgullo a pesar de su estatus menor, además de callarse sus ideas republicanas y su admiración hacia el prohibido Napoleón. Julián acaba siendo el personaje más hipócrita durante la novela por no ser capaz más que adecuarse a la situación intentando sacar provecho, pero al finalizar la lectura no podemos desprendernos de cierta sensación de lástima hacia este pobre protagonista, incapaz de encontrar la serenidad en su vida más que en destellos puntuales.
Sin duda, su evolución es lo más interesante del trayecto, dado que, como si se tratase de una persona real, nos puede llegar a producir sentimientos cruzados, desde el desprecio hacia su actitud, sus maquinaciones o su falta de sinceridad hasta la conmiseración por sus errores, por su timidez o por su incapacidad para conseguir la plenitud de espíritu que le falta. Es decir, a veces adoptamos la mirada de los aristócratas y otras, las de sus maestros, incluidos aquellos que apreciaron cuál sería su fortuna y cuál era su auténtico ser. En parte, Rojo y negro nos plantea si acaso merece la pena tanta hipocresía por medrar o si la felicidad se quedó en alguna decisión del pasado, que nos hubiera llevado a una vida más humilde, alejada de las altas esferas, pero cómoda y sincera. A Sorel se le plantean esos momentos de aceptar una vía más estable, más cómoda e igualmente digna, pero para nuestro protagonista nunca será suficiente. Y cuando logre lo que ansía, sus antiguas decisiones, su pasado, le perseguirá para derrocarlo. Sin duda, un personaje fascinante al ser capaz de levantar tantos sentimientos gracias a la forma en que lo crea y lo presenta Stendhal.
Por otra parte, no podemos olvidar las dos historias de amor que aparecen en la trama. La primera con la señora Luisa Rênal, cuya imposibilidad radica en el adulterio, uno de los temas primordiales de la novela realista posterior, como veremos en Madame Bovary (Gustave Flaubert, 1856) o en la obra maestra de Clarín, La Regenta (1884-5). Esta será la frontera moral que impida la felicidad de ambos y que produzca un continuo arrepentimiento en esta señora de comportamiento beato. Su relación es enfocada casi como un arrebato pueril y no nos debe resultar extraño que entre ambos se establezca una conexión casi materno-filial. Para Julián, el amor es siempre una batalla, por ello, tanto con Luisa como con Matilde, se planteará su conquista como un reto intelectual, sin poder impedir en ningún caso caer en la desesperación del desamor o en la tristeza, incluso en el llanto, de quien no logra sentirse amado. En el fondo, como nos revelará su comportamiento más auténtico e intrínseco, Sorel no deja de ser nunca ese muchacho tímido e idealista que conocemos al inicio de la novela.
La relación con Matilde de La Mole será de índole distinta, dado que la principal barrera entre ambos será el orgullo clasista de ella. Por un lado, ella verá en Julián a un ser excepcional y más atrayente que sus aburridos pretendientes, sobre todo al observar que mantiene su dignidad pese a sus incisivos comentarios; pero por otro, sigue siendo el secretario de su padre, sin título nobiliario alguno, y, por tanto, muy por debajo de su clase social o de sus intereses. Para él, ella será un nuevo reto a conquistar, otra forma de medrar de manera rápida, aunque la relación será más tormentosa, exponiendo los tintes más románticos de la novela, con continuas menciones al suicidio al estilo de Werther (Goethe, 1774), por la imposibilidad de este amor, por el rechazo dispar de Matilde o por la necesidad de remarcar la veracidad de su sentimiento.
Por último, cabe destacar todo el desarrollo político, que para su completa comprensión necesitaría de cierto conocimiento en torno a la historia sociopolítica de la época. Básicamente, nos situamos en la Restauración francesa con tensiones entre los conservadores y los liberales, representados esencialmente por la aristocracia y la burguesía, con los pactos y chanchullos entre distintos personajes para ocupar los puestos relevantes o para conseguir ciertos beneficios, más personales que públicos.
Stendhal expone a personajes de muy distinta índole, desde sacerdotes jansenistas hasta a un exiliado italiano acusado de terrorismo, aunque destaca la contradicción entre el entorno en que se mueve Julián Sorel y sus auténticos sentimientos, cercanos al republicanismo napoleónico. Entre todas las escenas políticas, destaca la conspiración en la que participa como mensajero, que nos sumerge en una breve trama de espionaje, muy del gusto del autor.
En conclusión, Rojo y negro, enigmático título cromático, logra sentirse universal por apuntar esas carencias hipócritas de nuestra sociedad, que siguen reiterándose dejando aparte los aspectos concretos de la sociedad francesa del siglo XIX o de los personajes creados por Stendhal. Además, los avatares de la vida de Julián Sorel nos lleva a plantearnos que por encima de las influencias del mundo que nos rodea, nuestro destino depende siempre de nuestras decisiones personales.
Rojo y negro representa bien el ejemplo de novela realista con ciertos elementos aún románticos. Dividido en dos partes, nos narra la vida de Julián Sorel, hijo de un carpintero, en su carrera ascendente y ambiciosa dentro de la sociedad francesa de la época, concluyendo con su caída en desgracia. En la primera parte, observaremos sus primeros pasos en el pueblo ficticio de Verrières, donde gracias a su avidez de conocimiento y la ayuda de algunos mentores, como el cura Chélan, destacará por su memoria, lo que le hará ganarse un puesto como preceptor de los hijos del matrimonio de Rênal, cuyo cabeza de familia es el alcalde del pueblo. En torno a sus vivencias junto a esta familia, su descubrimiento del funcionamiento de la burguesía de provincias, su historia de amor con la señora de Rënal, y su posterior estancia en el seminario versará toda la primera parte. La segunda parte lo situará en París como secretario del marqués de La Mole, donde se formará entre la burguesía y la aristocracia de la capital, colaborando incluso en tramas políticas, y mantendrá un idilio romántico con la hija del marqués, Matilde, quien lo aprecia por su talento y su dignidad.
La libertad guiando al pueblo, de Delacroix |
Por una parte, toda la primera parte sirve para ridiculizar y criticar a la burguesía de provincias, por ejemplo, a través de las absurdas tensiones políticas donde no importa tanto la ideología como el beneficio. La vanidad del señor de Rênal le lleva tanto a contratar a Julián como a subirle el sueldo por sus fabulaciones ficticias, con tal de mantenerlo como preceptor sin que otros puedan arrebatárselo, como podría ser Valenod, a pesar de que en realidad no le da importancia a la educación de sus hijos. No obstante, aunque la fabulación sea ficticia, lo cierto es que la novela nos revela el propio interés de otros señores burgueses por hacerse con el favor del preceptor, a fin de conseguir una victoria frente al rival político. También la decepción llegará en el seminario, donde descubrirá que la mayoría de seminaristas están más interesados en poder comer que en el conocimiento que allí pueden adquirir; es más, triunfa la mediocridad o su búsqueda, dado que aquellos que ocupan los primeros puestos son censurados en su actitud o envidiados.
Retrato de Napoleón Bonaparte |
Sin duda, su evolución es lo más interesante del trayecto, dado que, como si se tratase de una persona real, nos puede llegar a producir sentimientos cruzados, desde el desprecio hacia su actitud, sus maquinaciones o su falta de sinceridad hasta la conmiseración por sus errores, por su timidez o por su incapacidad para conseguir la plenitud de espíritu que le falta. Es decir, a veces adoptamos la mirada de los aristócratas y otras, las de sus maestros, incluidos aquellos que apreciaron cuál sería su fortuna y cuál era su auténtico ser. En parte, Rojo y negro nos plantea si acaso merece la pena tanta hipocresía por medrar o si la felicidad se quedó en alguna decisión del pasado, que nos hubiera llevado a una vida más humilde, alejada de las altas esferas, pero cómoda y sincera. A Sorel se le plantean esos momentos de aceptar una vía más estable, más cómoda e igualmente digna, pero para nuestro protagonista nunca será suficiente. Y cuando logre lo que ansía, sus antiguas decisiones, su pasado, le perseguirá para derrocarlo. Sin duda, un personaje fascinante al ser capaz de levantar tantos sentimientos gracias a la forma en que lo crea y lo presenta Stendhal.
Por otra parte, no podemos olvidar las dos historias de amor que aparecen en la trama. La primera con la señora Luisa Rênal, cuya imposibilidad radica en el adulterio, uno de los temas primordiales de la novela realista posterior, como veremos en Madame Bovary (Gustave Flaubert, 1856) o en la obra maestra de Clarín, La Regenta (1884-5). Esta será la frontera moral que impida la felicidad de ambos y que produzca un continuo arrepentimiento en esta señora de comportamiento beato. Su relación es enfocada casi como un arrebato pueril y no nos debe resultar extraño que entre ambos se establezca una conexión casi materno-filial. Para Julián, el amor es siempre una batalla, por ello, tanto con Luisa como con Matilde, se planteará su conquista como un reto intelectual, sin poder impedir en ningún caso caer en la desesperación del desamor o en la tristeza, incluso en el llanto, de quien no logra sentirse amado. En el fondo, como nos revelará su comportamiento más auténtico e intrínseco, Sorel no deja de ser nunca ese muchacho tímido e idealista que conocemos al inicio de la novela.
La relación con Matilde de La Mole será de índole distinta, dado que la principal barrera entre ambos será el orgullo clasista de ella. Por un lado, ella verá en Julián a un ser excepcional y más atrayente que sus aburridos pretendientes, sobre todo al observar que mantiene su dignidad pese a sus incisivos comentarios; pero por otro, sigue siendo el secretario de su padre, sin título nobiliario alguno, y, por tanto, muy por debajo de su clase social o de sus intereses. Para él, ella será un nuevo reto a conquistar, otra forma de medrar de manera rápida, aunque la relación será más tormentosa, exponiendo los tintes más románticos de la novela, con continuas menciones al suicidio al estilo de Werther (Goethe, 1774), por la imposibilidad de este amor, por el rechazo dispar de Matilde o por la necesidad de remarcar la veracidad de su sentimiento.
Por último, cabe destacar todo el desarrollo político, que para su completa comprensión necesitaría de cierto conocimiento en torno a la historia sociopolítica de la época. Básicamente, nos situamos en la Restauración francesa con tensiones entre los conservadores y los liberales, representados esencialmente por la aristocracia y la burguesía, con los pactos y chanchullos entre distintos personajes para ocupar los puestos relevantes o para conseguir ciertos beneficios, más personales que públicos.
Stendhal expone a personajes de muy distinta índole, desde sacerdotes jansenistas hasta a un exiliado italiano acusado de terrorismo, aunque destaca la contradicción entre el entorno en que se mueve Julián Sorel y sus auténticos sentimientos, cercanos al republicanismo napoleónico. Entre todas las escenas políticas, destaca la conspiración en la que participa como mensajero, que nos sumerge en una breve trama de espionaje, muy del gusto del autor.
En conclusión, Rojo y negro, enigmático título cromático, logra sentirse universal por apuntar esas carencias hipócritas de nuestra sociedad, que siguen reiterándose dejando aparte los aspectos concretos de la sociedad francesa del siglo XIX o de los personajes creados por Stendhal. Además, los avatares de la vida de Julián Sorel nos lleva a plantearnos que por encima de las influencias del mundo que nos rodea, nuestro destino depende siempre de nuestras decisiones personales.
Escrito por Luis J. del Castillo
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