Reportero, editor y gran aficionado al cine, se recuerda a Jack Schaefer (1907-1991) principalmente por su nouvelle o relato largo Shane (Ídem, 1949), convertido en película por el veterano George Stevens (1904-1975), en una fiel adaptación de A. B. Guthrie Jr. (1901-1991). Valdemar Frontera publicó la narración (Shane y otras historias, 2015), una de las más reputadas y queridas por los aficionados a la literatura del western.
Siempre hay épica y poesía en el lejano oeste. El jinete solitario es independiente, pero no duda en prestar su ayuda a los demás; en este caso, a la familia Starret. De hecho, no conocemos su lugar de origen, su pasado o futuro, pero los intuimos.
Según lo describe Schaefer, Shane es un hombre de estatura media y constitución casi pequeña, con voz suave, rostro delgado y pelo oscuro (Capítulo I). Además, va vestido de negro. Pero no debemos llamarnos a engaño, el jinete Shane posee una complexión y determinación fuertes. Podría decirse, como primera característica, que las apariencias engañan, aunque no oculten el tormentoso ayer del protagonista, o que la épica es llevada al terreno de lo cotidiano; en este sentido, la descripción es totalmente realista.
El relato comienza en retrospectiva desde el primer párrafo, con los recuerdos del narrador, por aquel entonces, un chico de unos ocho o nueve años llamado Bob. Una vez que el visitante se tropieza con los terrenos y problemática de los Starret (igual de significativo es el factor destino), los padres del muchacho tratan de acaparar la atención del forastero por medio de la conversación (II). En parte, debido a la necesidad de afecto y protección de los integrantes de la familia; cada uno, por semejante pero distinta causa. Pese a todo, la amenaza de la disgregación -tercer factor- no se acrecienta; la buena disposición de Shane al enfrentarse con un tocón recalcitrante en el terreno de los Starret ejemplifica muy bien una fuerza hecha por medio de la unión (III).
Bob está en una edad en la que nada se le escapa, aunque no siempre acierte a comprenderlo todo (ambas vertientes son reflejadas certeramente por Schaefer). Por medio del visitante, aprenderá que ser un hombre consiste en saber elegir, no en buscar la confrontación, aunque tampoco en rehuirla o amilanarse. Una confrontación que presenta distintos niveles: estamos ante un relato escrito donde cobran gran relevancia las miradas (aportadas por el autor y por el lector); con frecuencia, en sustitución de un diálogo que sería un pleonasmo.
Esto tiene su interés porque la complicidad de Shane con Joe Starret, el patriarca -más que cabeza de familia- de todo un grupo de asentados ganaderos, al enfrentarse juntos al enraizado tocón, es algo que la esposa no permitirá cuando el marido trate de ayudarla, a continuación, ¡a mondar unas manzanas! (III). Ella también es celosa de su espacio y desea la particular atención de Shane a la hora de compartirlo, aunque no siempre lo logra (al menos, no en el sentido que pretende). Esto tiene su correlato en un subrepticio duelo de miradas y pocas palabras entre Shane y el bravucón e inexperto Chris (VI).
Cuando, finalmente, el desafío entre ambos se hace físico, este es relatado en tercera persona por uno de los vecinos del lugar (VII). A su vez, la siguiente trifulca en la que se verá envuelto Shane, y en la que recibe la ayuda extra de Joe, sí es narrada en primera persona por Bob, testigo presencial de los acontecimientos (IX), al igual que le tocará asistir, por propia voluntad -una determinación compartida con el viajero- a la lucha final y definitiva (XIV).
Cuando, finalmente, el desafío entre ambos se hace físico, este es relatado en tercera persona por uno de los vecinos del lugar (VII). A su vez, la siguiente trifulca en la que se verá envuelto Shane, y en la que recibe la ayuda extra de Joe, sí es narrada en primera persona por Bob, testigo presencial de los acontecimientos (IX), al igual que le tocará asistir, por propia voluntad -una determinación compartida con el viajero- a la lucha final y definitiva (XIV).
En cuanto a los personajes adultos principales, estamos ante tres caracteres orgullosos y, en más de un sentido, complementarios; en el caso de los padres del chico, como si quisieran alardear más de lo que eran cuando estaban con él (con Shane; IV). Más aún, respecto al forastero, asegura Joe que es como yo (III); todo esto, siempre bajo la atenta mirada del joven Bob.
Pintura de Jason Rich |
Sin embargo, Fletcher es una amenaza que no se materializa hasta que es contratado el pistolero que le ha de hacer el trabajo sucio, Stark Wilson (XII); lo que no quiere decir que su influencia no se deje sentir -o se somatice- hasta ese momento. Con la simple soledad de su invencible integridad (XIV), Shane parte para enfrentarse a ambos desalmados en el pueblo, de noche (XIII).
No es solo por la señora Starret que lo hace, sino por los tres miembros de la familia y por el resto de ganaderos oprimidos del valle. De hecho, ¿qué vínculo del pasado le une con el tal Wilson?, o de una forma aún más enigmática, ¿hay bala que pueda matarle?, como se pregunta el señor Weir, otro de los residentes (XV).
Casi entramos en el terreno de lo fantástico y lo sobrenatural, nuevo aspecto que, no obstante, siempre ha casado bien con el western, precisamente, gracias al hermetismo e imbatibilidad que presupone el personaje épico (más aún, cuando los héroes también padecen o incluso cambian de bando en ambas manifestaciones artísticas).
No en vano, existe cierta ritualización premeditada en la narrativa de Jack Schaefer (que luego adoptará Clint Eastwood [1930] tal cual). El resultado de todo ello es que Shane ha provisto de raíces profundas a los Starret y al resto de granjeros del contorno, o al menos, les ha hecho ser conscientes de ello (XV, XVI). Tan independiente como las montañas (VII), Shane cabalga entre la realidad histórica y el lirismo literario.
El siguiente relato que acompaña a Shane, en el volumen que nos ocupa, es Cooter James, personaje nuevamente engañoso, en el sentido de que muestra una contextura de débil apariencia; es bajito, grueso de cintura y con cojera. Pese a todo, la desazón que siente por una compañía femenina definitiva, pondrá en juego un simpático mecanismo de atracción en el que tiene mucho que ver ¡un barril de harina! Al tratar de averiguar dónde diablos lo metió -pues Cooter trabaja en una tienda de víveres-, una cliente le reprochará que no se acordara de que se lo regaló, aparentemente... Tocada en su pundonor, la mujer se empeñará en pagar la deuda haciendo el desayuno a Cooter y limpiando su cabaña.
A continuación, el autor nos narra las costumbres y el orgullo de un padre cheyenne, Poderosa Mano Izquierda, ante la probada honradez de su hijo, Lanza Larga, al no reclamar para sí un premio que no le corresponde, pero que sí merece. La historia lleva por título El coup (el toque) de Lanza Larga.
Seguidamente, en Ese caballo llamado Mark, se relata la especial relación de un jinete de rodeo con un caballo de gran nobleza… y acusada humanidad.
Pintura de Tim Cox |
Sin duda, es Jacob -a mi parecer-, la joya de la corona de estas narraciones, todas notables. Al igual que en Shane, Schaefer adopta la estructura de flashback, recurso por el cual, la inicial decepción del muchacho al contemplar largamente a un personaje que es el líder de una gran tribu de guerreros que parte hacia la reserva, y que, una vez más, no era ni enorme ni fiero, tal y como él lo observa después de haberlo imaginado en su mente, se ve trasformada por la comprensión que deparan los años, desde el presente.
El último de lo relatos es Harvey Kendall, de profesión, inspector de ganado y antiguo jinete de rodeo. Otra vez somos partícipes de una estructura en retrospectiva, con la mirada de un niño, el hijo de Kendall, como catalizador de los sucesos. Para mayor complicidad, el caballo de Harvey también se llama Mark.
Lo curioso del caso es que el autor no oculta que la eficaz actuación del personaje en un último rodeo -algo que se dice es como montar en bicicleta-, se ve mermada por la forma física de los años, pero no en detrimento de su orgullo o valentía: Harvey es tan digno como comprensivo. Lo sugestivo es que la historia se demuestra cíclica cuando, el joven que está destinado a reemplazarlo en el puesto y la gloria, le muestra sus respetos y le pide consejo de cara al futuro. De este modo, Harvey Kendall es el testimonio de alguien que gana, aunque no en el terreno que esperaba, sin haber perdido tampoco en este; es la crónica casi postrera de quien demuestra que aún sirve, cuando no le privan de la confianza en sí mismo. Es por ello que todos los personajes de Jack Schaefer son sumamente corrientes en su aspecto, pero muy distinguidos en sus acciones.
Como antes hemos anticipado, la adaptación cinematográfica de la novela corta Shane, respeta en líneas generales la exposición y hechos descritos en el original literario, con algunas curiosas desviaciones que pasaré a referir.
El jornalero Joe Starret fue interpretado por Van Heflin (1910-1971), su esposa Marian por Jane Arthur (1900-1991), el joven Bob, aquí rebautizado Joey, por Brandon de Wilde (1942-1972), y Shane, por el eficiente y confiable Alan Ladd (1913-1964). Producida y dirigida por George Stevens, el vestuario fue responsabilidad de Edith Head (1897-1981), la fotografía de Loyal Griggs (1906-1978) y la música de Victor Young (1900-1956).
La primera, más que diferencia, variante, es que la acción de Raíces profundas (Shane, Paramount Pictures, 1952, estrenada al año siguiente), la hallamos, precisamente, en la temporalidad del relato: los hechos se narran desde el presente y no desde el futuro, como sí ocurre en la novela por medio de la analepsis.
Importante es destacar otro llamativo juicio de producción (cargo correspondiente al propio realizador) y es la filmación de los exteriores en escenarios completamente naturales. La aparición en lontananza de Shane, al igual que en el libro, lo une a un pasado incierto y a una naturaleza cambiante pero benigna. Además, Shane demuestra su independencia, al igual que Joe su determinación, cuando ambos se enfrentan a los secuaces de Rufus Ryker (Fletcher, en la novela; Emile Meyer). Necesito todo el terreno para pastos, concreta el cacique.
Importante es destacar otro llamativo juicio de producción (cargo correspondiente al propio realizador) y es la filmación de los exteriores en escenarios completamente naturales. La aparición en lontananza de Shane, al igual que en el libro, lo une a un pasado incierto y a una naturaleza cambiante pero benigna. Además, Shane demuestra su independencia, al igual que Joe su determinación, cuando ambos se enfrentan a los secuaces de Rufus Ryker (Fletcher, en la novela; Emile Meyer). Necesito todo el terreno para pastos, concreta el cacique.
De este modo, el realizador saca todo el rendimiento posible a dicho escenario. La frialdad del pueblo no es solo atmosférica, sino también moral, pues la ley es poco menos que un espejismo. El enclave se haya encajado y disperso entre montañas heladas y, como queda dicho, en una comarca sin sheriff. A tal efecto, dichas montañas coronan muchos de los planos.
La acción también se concreta hábilmente. La llegada de Shane se ve acompañada, casi de inmediato, de la de Ryker y sus secuaces. Poco después, Stevens resuelve la escena del tocón sin apenas prolegómenos ni diálogos (que son dejados para después de la tarea conjunta), empleando una significativa planificación que superpone una serie de planos cortos. Tal concreción se manifiesta, igualmente, en el episodio del refresco de gaseosa que Shane pide en el bar (para el muchacho), o en la visita del vecino Ernie Wright (Leonard Strong) a los Starret, para ponerles en los últimos antecedentes.
Pero sí existe una diferencia fundamental -y por lo demás extraña- respecto al libro, que solo se explica por querer dar una mayor primacía a la implicación del muchacho, aún a costa de la figura del padre, y es que Joe no interviene por iniciativa propia en la pelea que Shane mantiene con los secuaces de Ryker, en el bazar de Sam Grafton (Paul McVey), hasta que el hijo reclama ayuda para el forastero. De hecho, todos los lugareños que han acudido en masa al establecimiento (en el libro, solo la familia Starret), adolecen de coraje.
Curiosamente, tampoco existen tiranteces o fisuras en el matrimonio Starret, sino una reafirmación de su cariño (decisión respetable). Por eso, cuando al final del relato cinematográfico, Marian le pregunta a Shane si todo lo ha hecho por ella, el sentido de la pregunta es diferente al del libro (más allá de echar un baile con la señora Starret el Cuatro de Julio). De igual modo, la muerte del ranchero Stonewald Torrey (Elisha Cook) no es narrada verbalmente por un personaje, como en la novela, sino visualizada primero y contada después por dicho personaje, Axel Shipstead (Douglas Spencer), y no en el interior de la casa de los Starret, sino, nuevamente, en el exterior. Es decir, siempre en el marco de la naturaleza, como denota el hecho de que Ryker queme la casa de Fred Lewis (Edgar Buchanan) cuando este ya se disponía a marchar, o como sucede durante el combate verbal entre Ryker y Joe Starret, en el que el honesto ganadero rechaza la envenenada oferta del oligarca.
Sí se respeta la conversión de Chris Calloway (Ben Johnson), aunque en esta ocasión, Joe sí se alinea con Shane desde un primer momento. En esta atmósfera natural pero enrarecida, George Stevens también incorpora a la película el ambiente de bravuconería de los esbirros de Ryker, al otro lado del cercado de los Starret. Además, la planificación que enfrenta a Shane con el pistolero contratado por Ryker, Jack Wilson (Jack Palance) es soberbia. Prevalece la superioridad de Shane en el plano, ante un Wilson altanero pero sentenciado visualmente, esto es, antes de que se produzca el duelo.
Finalmente, como novedosa y excelente aportación de la película, en ella, otros niños están presentes en situaciones tensas, siendo conscientes de los conflictos; como cuando Joe conmina a su vecino Fred a que se quede y a actuar con valentía, o cuando los chiquillos de los ganaderos asisten al entierro del sureño Torrey. Al igual que el resto de la comunidad, ellos también están en continuo contacto con la amenaza de la muerte, pero tanto en el libro como en la película, comparten la enseñanza de que de los problemas no se huye, sino que se afrontan.
Escrito por Javier C. Aguilera
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