Este libro podría ser perfecto para encuadrar en el Día del Libro, o quizás en el Día de la Madre, incluso podría tener sentido en el Día Mundial contra el Cáncer, pero su lectura ha coincidido con la cercanía del día de San Valentín, el día del amor. Y seguramente sea lo más adecuado, porque, en efecto, esta obra habla de libros, de una relación materno-filial y de la dura experiencia de ver a una persona tan cercana como tu madre morir lentamente de cáncer, en concreto de uno de los más mortíferos, el de páncreas, pero sobre todo es un cántico de amor a la vida, a las oportunidades que nos brinda y a la lucha constante que en ella afrontamos.
El espíritu enérgico, completamente vital, de Mary Ann nos da la oportunidad de mirar la vida con otro punto de vista, reconociendo que existen cosas terribles, sí, pero que pese a ello hay que buscar lo bueno. No es una obra complaciente y conformista, pero sí llena de esperanza, abierta y con un sentido de vida que abre los brazos también a la muerte y a las penurias, aunque sean difíciles de aceptar. Como se señala, Mary Ann vio lo peor, pero creyó en lo mejor que podíamos hacer las personas.
Will Schwalbe es el autor de esta historia real, antiguo editor jefe de Hyperion Books y fundador de la web de cocina Cookstr.com, tan solo coescribió junto a David Shipley un libro sobre la escritura correcta de correo electrónico antes de esta novela, El club de lectura del final de tu vida (2012) que se mantuvo durante cuatro meses en la lista de los más vendidos del New York Times. En esta obra recopila los últimos dos años de vida de su madre, desde que le diagnostican un cáncer pancreático hasta su inevitable muerte.
El espíritu enérgico, completamente vital, de Mary Ann nos da la oportunidad de mirar la vida con otro punto de vista, reconociendo que existen cosas terribles, sí, pero que pese a ello hay que buscar lo bueno. No es una obra complaciente y conformista, pero sí llena de esperanza, abierta y con un sentido de vida que abre los brazos también a la muerte y a las penurias, aunque sean difíciles de aceptar. Como se señala, Mary Ann vio lo peor, pero creyó en lo mejor que podíamos hacer las personas.
Will Schwalbe es el autor de esta historia real, antiguo editor jefe de Hyperion Books y fundador de la web de cocina Cookstr.com, tan solo coescribió junto a David Shipley un libro sobre la escritura correcta de correo electrónico antes de esta novela, El club de lectura del final de tu vida (2012) que se mantuvo durante cuatro meses en la lista de los más vendidos del New York Times. En esta obra recopila los últimos dos años de vida de su madre, desde que le diagnostican un cáncer pancreático hasta su inevitable muerte.
Will Schwalbe |
El regreso de un viaje a Pakistán y a Afganistán es el punto de partida de esta historia narrada en primera persona por Will. Toda la historia interpela a las conversaciones que mantuvo con su madre alrededor de las lecturas que realizaron juntos en esos dos años, una especie de club de lectura que les sirvió para reflexionar sobre diversos temas y recordar su vida. Sin idealismos, aunque sí con optimismo, el autor retrata a su madre desde el cariño obvio, pero también revelándonos a los lectores la labor en la sombra de una mujer que fue activista y colaboradora en diversas organizaciones a favor de refugiados de guerra, de mujeres y de niños. Un perfil de mujer fuerte que afrontó persecuciones y tiroteos en los países donde iba a ayudar además de ser una trabajadora que también pudo educar a sus hijos, combinando la vida laboral con la doméstica en una época donde no era algo frecuente.
Mary Ann Schwalbe |
Lo cierto es que en una lectura más crítica podemos ver que las posibilidades que tuvo Mary Ann forman parte de las oportunidades que tuvo por su buena posición social, pero sería hipócrita no advertir que pese a que tenía efectivamente recursos económicos y una buena posición gracias a sus trabajos, también realizó muchos sacrificios en su vida a favor de muchas personas. El libro va desgranando los agradecimientos que Mary recibe en esos dos años, pero también recuerda la cantidad de inmigrantes recién llegados a Estados Unidos que tuvieron la puerta de su casa abierta, los refugiados que encontraron una nueva vida gracias a su mano o incluso la labor anónima de donar dinero para que un alumno pueda realizar un viaje que le cambiaría la vida.
Mi madre también estaba convencida de que existe algo que se puede considerar un secreto bueno. Igual un gesto amable que tuviste con alguien y preferiste que no se enterase, porque no querías ponerlo en un aprieto o que se sintiera en deuda contigo. Me vino a la memoria un alumno de mi madre en Harvard, un autor teatral en ciernes que obtuvo una beca para viajar a Europa, solo que la beca no existía. Mi madre sencillamente aportó el dinero, anónimamente, para que emprendiese un viaje que acabó cambiándole la vida. (pág. 68)
Algunos ejemplos son La elegancia del erizo (Muriel Barbery, 2006), Un largo camino: memorias de un niño soldado (Ishmael Beah, 2007), Los detectives salvajes (Roberto Bolaño, 1998), El año del pensamiento mágico (Joan Didion, 2005), Carol (Patricia Highsmith, 1952), Cometas en el cielo (Khaled Hosseini, 2003), José y sus hermanos (Thomas Mann, 1943), Suite francesa (Irène Némirovsky, 2004), Cita en Samarra (John O'Hara, 1934), Kokoro (Natsume Sōseki, 1914), En lugar seguro (Wallace Stegner, 1987), El hobbit (J.R.R. Tolkien, 1937) o La última lección (Randy Pausch, 2008). Varios de ellos se referirán a la labor con los refugiados, incluyendo el último proyecto en vida de Mary Ann, relacionado con la creación de una biblioteca en Afganistán, otros servirán para hablar sobre la muerte, El hobbit nos introducirá precisamente en el capítulo dedicado a cómo se formó la familia Schwalbe y cómo fue la infancia del narrador, pero también a cómo afrontar los obstáculos, mientras que La última lección nos dejará reflexiones sobre cómo las circunstancias personales nos otorgan la percepción de nuestra fortuna.
Mary Ann Schwalbe y sus hijos sobre 1967 |
Tras leer la escena, dejé el libro y empecé a pensar en la manera que tenía mi madre de saludar a la gente. A todos los que accedían al pequeño cubículo donde seguía el tratamiento de quimioterapia los recibía mirándolos a los ojos para saludarlos efusivamente o darles las gracias [...] Se nos había insistido mucho en el asunto del agradecimiento cuando éramos niños […] De niños, detestábamos esa obligación, pero cuando veía a mi madre dar las gracias al personal médico con gesto radiante, caí en la cuenta de una cosa que había intentado inculcarnos desde siempre: el agradecimiento encierra auténtica alegría. [...] la gratitud no es lo que se da a cambio de algo, sino lo que se siente por saberse afortunado: afortunado de tener familia y amigos que se preocupan por ti, y que quieren verte feliz. De ahí la alegría de dar las gracias. (págs. 215 y 222)
Escrito por Luis J. del Castillo
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