Se unen en este libro varias facetas que perfilan la figura de su autor, Santiago Posteguillo: la historia, la literatura y la investigación filológica. No se trata, sin embargo, de un ensayo sesudo, ni tampoco de una de las novelas históricas que, desde 2006 con Africanus: el hijo del cónsul, han popularizado al mencionado escritor, quien hasta entonces, y aún sigue así, se había dedicado a la noble tarea de la enseñanza y sus diferentes investigaciones de filología inglesa. Como nota personal, podría añadir que en ese último punto me crucé con él en relación a un trabajo sobre anglicismos y nuevas tecnologías, cuestión sobre la que él había escrito a principios de este siglo.
Este primer comentario sirve para encuadrar al encargado de esta obra de título peculiar, La noche en que Frankenstein leyó el Quijote (2012), que viene a recoger una serie de anécdotas literarias, historias vitales o temas comunes en las vidas de diferentes autores, la mayoría de los cuales mundialmente conocidos. Se presenta así la obra a través de diferentes relatos que entremezclan la reflexión del autor con una manera amena de acercar la historia, como ya realiza en sus conocidas novelas. No se trata de un trabajo demasiado florido, pero sí de un gran ejercicio de divulgación que saciará a curiosos, aunque se quedará corto para personas realmente interesadas o auténticos investigadores, a los que Posteguillo reserva una bibliografía final así como numerosas referencias cinematográficas que sirven también como recomendación, mostrando igualmente los conocimientos abiertos de este autor.
Los capítulos funcionan de manera autónoma, la mayoría siguiendo el esquema de un relato inicial que trata de mantener la incógnita sobre el personaje literario para desvelarlo en la parte final, seguida de un comentario más o menos breve sobre el suceso narrado, normalmente una recreación de lo que pudo suceder realmente. Esta fórmula activará en los lectores el juego de resolver la identidad a través de las pistas que se dan ya desde el título, funcionando perfectamente para estimular y resultar una lectura entretenida a la par que instructiva. Su formato, además, recordará a algunos artículos periodísticos que funcionan en este mismo sentido, cuestión que no nos debe extrañar si descubrimos que gran parte del contenido de este libro vio la luz con anterioridad en el periódico Las Provincias.
No obstante, no es una simple recopilación, sino que encontramos algunos ampliados, artículos nuevos y unas excelentes ilustraciones de Joan Miquel Bennasar y Josep Torres, dejando aparte la sugerente y divertida portada de Alejandro Colucci, aunque esta siga el tópico de confundir al doctor Frankenstein con su creación, cuestión a la que se refiere el propio Posteguillo en uno de los capítulos de la obra.
Adentrándonos en su contenido, tendremos una historia prácticamente cronológica que arrancará desde la ordenación alfabética de bibliotecas hasta el debate creado alrededor de los libros electrónicos, donde observaremos comentarios realmente lúcidos del autor, dejando aparte algún que otro desliz, como la mención a un muñón de Miguel de Cervantes (1547-1616), aún cuando se supone que no perdió la mano, sino solo su movilidad, o su apoyo a la teoría de que Hurtado de Mendoza fue el autor del célebre Lazarillo de Tormes, lo cual no es reprochable, pero sí la falta de mención a otras teorías también bien defendidas, como las que señalan a Alfonso de Valdés. Posteguillo, en el capítulo correspondiente, considera que desconocer al autor de una obra supone una derrota de la literatura, aunque posteriormente concluye en la satisfacción de que ese anonimato permitiera a su vez la supervivencia de autores (anónimos) y obras para la literatura universal, lo que en sí, es una victoria.
De la misma manera, no duda en reflexionar sobre cómo la crítica se empeña en ocasiones en atacar a los autores, pese a su triunfo, muchas veces más importante, con el público, como relata sobre los casos concretos de sir Walter Scott en el capítulo El Ave María de Schubert y la novela histórica, Tolkien en El presidente Eisenhower y la rebelión de un hobbit o J.K. Rowling en El secreto de Alice Newton. Así como reivindica a autores como Galdós o Guimerà, quienes no lograron el Nobel por banales discusiones nacionales ajenas a la auténtica calidad de sus escritos, pero sin menospreciar a Echegaray ni, mucho menos, al dramaturgo Jacinto Benavente, de quien destaca su excelente Los intereses creados (1907), defendiendo de la misma manera la representación teatral, el "Libro en 3D" como dirá, irónicamente, hacia el final del libro. No podemos olvidar tampoco su constante recuerdo hacia el Quijote, obra de la que señala el atractivo que supuso para muchos autores internacionales, entre los que menciona a Mary Shelley.
Diego Hurtado de Mendoza |
También se permite Posteguillo criticar a los gobiernos que han provocado grandes pérdidas a esta historia literaria o que trabajaron en pos de oscurecer nuevos escritos, como sucedió con Aleksandr Solzhenitsyn y su Archipiélago Gulag (1973, año de publicación en Francia), donde critica, entre otras cosas, los campos de concentración soviéticos (de la misma manera que Si esto es un hombre, de Primo Levi, hacía con los nazis). No obstante, no se olvida tampoco de las casualidades también relacionadas con políticos que produjeron acontecimientos curiosos, especial mención a Eisenhower en relación a El principito (1943), de Antoine de Saint-Exupéry, o a El señor de los anillos (1954-5), de J.R.R. Tolkien, así como amigos de escritores y editores con cuya ayuda vieron la luz obras como los relatos de Kafka, el discurso en verso de Zorrilla o la famosa saga Harry Potter, ¡por no olvidarnos de los escritores "negros" en el caso de Alejandro Dumas!
Nuestro autor y recopilador de anécdotas nos recomienda a su vez descubrir más allá de este ensayo y crear nuestra propia opinión, invitándonos a descubrir no solo novelas como la desconocida París del siglo XX (1994, año de publicación) de Julio Verne o una ciudad tan literaria como Dublín, sin olvidarse de Joyce con Dublineses (1914) ni de su adaptación Dublineses (Los muertos) (1987), sino también películas, relativas siempre al mundo literario, desde algunas recientes como Anonymous (Roland Emmerich, 2011) hasta las clásicas adaptaciones de las novelas de Raymond Chandler (al que dedica un gran relato en su correspondiente capítulo), con peculiar mención a Humphrey Bogart como Marlowe y su inseparable Lauren Bacall.
Sir Walter Scott, Tolkien, Solzhenitsyn, Raymond Chandler, Galdós y Kafka |
En definitiva, una lectura amena, que divertirá a los amantes de esas historias curiosas que hay detrás del proceso de la escritura y que, sin demasiada florituras, logra entretener, instruir y reflexionar sobre el mundo literario sin olvidar nunca ni su crudeza ni su lado más divertido.
Escrito por Luis J. del Castillo
A mí el libro me llamó la atención básicamente por la portada del monstruo leyendo el Quijote, y entiendo que más que un desliz se trata de una acción por parte de los publicistas y la editorial.
ResponderEliminarDe cualquier manera, yo disfruté mucho de esta lectura y de ahí salieron muchas de mis últimas, actuales y pendientes lecturas.
Abrazos.
Sin duda, la portada, como comenté en la reseña, es divertida y atractiva para el lector, aunque resulta curioso el desliz en un libro que precisamente menciona este equívoco :)
EliminarMe alegro de que lo disfrutaras, sin duda es una pequeña delicia para quienes les guste leer, ya que nos "enseña deleitando" sobre el mundo literario y sus curiosidades, lo que no está nada mal.
Gracias por tu comentario, Elefante ;)