Con una introducción que podría remitirnos a cualquier película sobre jóvenes, desde las que intentan mostrarnos la vida de esta generación recurriendo a los tópicos de la juerga y diversión desenfrenadas hasta las clásicas películas de terror donde un grupo va siendo asesinado, nos hallamos ante un film romántico que comienza con los tópicos ya existentes. Estamos en los años cincuenta estadounidenses, Landon es un chico rebelde y sin personalidad cuya vida se complica cuando es castigado a participar en un grupo de teatro y ayudar a estudiantes novatos. Esto provocará que tenga que acercarse a su antítesis femenina, Jamie Sullivan, hija del reverendo baptista, una chica reservada y conservadora que no resulta atractiva por su estilo, pero que siempre se muestra atenta y risueña con los demás. Estaban hechos para chocar, aunque deberán aprender a convivir juntos para sacar una obra de teatro adelante. Y a partir de ahí, lo que pueda surgir. O mejor dicho, lo que estaba claro que sucedería, aunque con cierta amargura final.
Como si del mismo cuento de siempre se tratase, Adam Shankman nos concede este film, adaptación de la novela homónima de Nicholas Sparks, dentro de una carrera filmográfica de calidad dudosa. Sin embargo, y seguramente gracias a la novela en la que se basa, consigue una historia delicada y sensible, perfecta para los amantes de las películas románticas, además de los que les guste llorar ante una tragedia, al estilo de films como El Diario de Noa.
Porque esta película está diseñada precisamente para encariñarse con los personajes, para ofrecernos una visión del amor como reparador del comportamiento de Landon y alivio para Jamie, pues gracias a este sentimiento podrá cumplir los sueños que creía imposibles. Los personajes más relevantes y sobre los que recae el peso de la película son estos dos, el resto solo sirven como soporte para dar pie a situaciones comprometidas en algunos casos para los protagonistas o alternar conversaciones. Realmente, ante la aparición de Jamie, el papel de los personajes iniciales, el grupo al que pertenecía Landon, se disipa y banalizan, otorgándoles un rol demasiado pequeño para disfrutar de ellos y demasiado grande para que resulten una molestia. Y tras el escenario encontramos al actor Shane West, actualmente más conocido por las series en las que ha participado, como Nikita, y a la estrella adolescente Mandy Moore, que llegaba aquí tras pasar por la factoría Disney.
La actuación de jóvenes talentos ante un guión algo flojo, dirigido al sentimiento, resulta algo insulsa. Pasarán por los estadios de las relaciones juveniles en estos films, incluyendo enfados, alegrías con sorpresas por parte del novio atento, e historias tristes o traumas familiares. En este caso, se desprende una chispa de humanidad y nos permiten fundirnos con el dolor de la pareja en el último tercio de la película, quizás lo más logrado tras habernos ofrecido la artificialidad de una relación incomprensible.
No obstante, es por este final por el que uno no podría criticar esta película sin sentir que está tratando injustamente la historia que se intentaba contar. Porque, sin duda, el film destila una inocencia desactualizada, una simpatía agradable y un entretenimiento blanco con tintes de melodrama y lecturas religiosas. Es decir, ideal para jóvenes parejas, sobre todo el sector femenino, que puede disfrutar de una película para llorar. Seguramente no volverán a escuchar de la misma forma el tema Cry de Mandy Moore, quien además de interpretar, aporta su linda voz a una canción tierna que pone el broche final a los créditos.
Hermosa película de Adam Shankman,me hizo llorar.
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