El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro

18 octubre, 2016

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Toda historia requiere tiempo. La narración existe en tanto percepción temporal de una serie de eventos, aunque estos estén manipulados o desordenados.

Por ello, la decisión de situar en tiempo y espacio una obra no es tan banal como podría parecer. Sin embargo, en ocasiones, ese conjunto no es relevante por su realismo, sino más bien por ser una escisión que podría darse en cualquier otro sitio. Por ejemplo, en Hamlet (William Shakespeare, 1600) se podría haber optado por otro país que no fuera Dinamarca y no hubiera alterado la historia en sí.

No obstante, el significado puede ser más simbólico y algunas situaciones globales pueden ofrecernos particularidades que solo serían posibles gracias a las circunstancias generales. Quizás por ello, un país en guerra o un país oprimido por una dictadura puede ser un buen reflejo de las angustias de una parte de la ciudadanía y de la mano firme y rígida de quienes se ven envueltos en el poder. Al menos hasta que las tornas puedan cambiar. Y, por supuesto, siempre existen intereses en reflejar determinados aspectos de nuestra realidad.

En medio de este paraje, encontramos un hueco para los que no pueden posicionarse: los niños. Si bien es cierto que también hallamos historias del efecto de la guerra o de la opresión en los infantes, quizás podríamos mencionar, por poner un ejemplo, La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1988), es en los niños donde podemos hallar un refugio alejado de una realidad asfixiante, aunque ello no impida que también ellos tengan sus propios sufrimientos, debates y fueros internos.

En estos ambientes se ha movido ocasionalmente Guillermo del Toro (1964-) para unir realidad y fantasía, aunque una fantasía dentro de su sello: sobrenatural, tenebrosa en cierta medida, inquietante. No nos referimos a sus películas de ciencia ficción y terror con las que debutó, como pudieran serlo Cronos (1993) o Mimic (1997), sino más bien a El espinazo del diablo (2001) y la obra que hoy comentamos, El laberinto del fauno (2006).


Situada en 1944, durante la posguerra española y en los prolegómenos del fin de la Segunda Guerra Mundial, nos encontramos al norte de España, donde un grupo de militares asentados en un pequeño pueblo combaten y tratan de exterminar a la guerrilla. Allí acaban recalando la joven Ofelia (Ivana Baquero) junto a su madre Carmen (Ariadna Gil), que está cerca de dar a luz al bebé que espera. Ambas han sido convocadas por el nuevo marido de Carmen, el visceral capitán Vidal (Sergi López), encargado del grupo militar, quien desea que su hijo nazca donde él se encuentra. En ese ambiente, Ofelia se sentirá atraída por las ruinas de un laberinto, que la llevarán a conocer tanto al fauno (Doug Jones) como a las pruebas que este le tiene preparadas para demostrar que ella es, en realidad, una princesa extraviada de un reino mágico.

En realidad, pese a las apariencias, nos encontramos con dos cuentos de hadas entrelazados. Lo cierto es que tanto el inicio como el cierre son formulados por un narrador en off que sitúa la fantasía como lo real, mientras que el contexto histórico se proporciona tras esta voz en unas escuetas letras de tono más serio y documentalista. Sin embargo, en un formato de muñecas rusas, esta historia supuestamente real queda supeditada al cuento de fantasía. La historia relativa a los militares y al grupo de guerrilleros resulta de un tono tan maniqueo que no ceja en su empeño de mostrarnos la brutalidad de todos los militares frente a las bondad de los bandoleros de la resistencia. En este sentido, no podemos hablar de realismo ni de una historia de tono serio. Es cierto que podemos admitir la existencia o la creación de personajes del talante del capitán Vidal, que es interpretado en su histrionismo psicópata a la perfección por Sergi López, dado que remiten incluso a otros personajes de la misma talla, podrían servir de ejemplo dos personajes bastante conocidos que, en realidad, son posteriores: el Joker de Heath Ledger en El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008), con quien acabará compartiendo marca, o el nazi Hans Landa interpretado por Christoph Waltz en Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009). Por no mencionar la semejanza entre la persecución en el laberinto con la que rodó Stanley Kubrick con Nicholson en El resplandor (1980).


Sin embargo, pese a la fuerza y a la falta de humanidad de esta capitán, con quien compartiremos las escenas de calado más gore de la obra (en ocasiones, de forma muy gratuita), no resulta convincente que no haya ninguna muestra de contrariedad por parte de sus inferiores militares, ningún personaje positivo entre esas filas. Por contra, cuando Del Toro tiene oportunidad, aumenta la repugnancia hacia estos personajes, denostados como inútiles y mostrados en su mayoría como faltos de escrúpulos. Lo que vienen a ser los secuaces del villano del cuento de turno, sin mayor personalidad, trascendencia ni profundidad. Al otro lado, el bando de los guerrilleros es retratado de forma humilde, se permite en pocos trazos crear un leve trasfondo para humanizarlos e incluso incluye una fraternidad inexistente en la frialdad de los militares. Hasta el tono que se le da a las escenas es cálido frente a la frialdad que desprende el resto del ambiente en que los protagonistas conviven con los militares.

Además, la aventura de Ofelia, que por el título y por el inicio, debería haber sido la parte central, se ve supeditada a este contexto, acabando por compartir protagonismo con Mercedes (Maribel Verdú), la antítesis del capitán Vidal: una mujer fuerte, que espía a los militares y colabora con los guerrilleros, encabezados por su novio Pedro (Roger Casamajor). De esta manera, el contexto, como decíamos en la introducción, no hubiera importado, dado que no existen personajes reales, tan solo figuras clichés. Ofelia es la protagonista del cuento que se ve obligada a cumplir el papel de hija obediente para un padrastro, en sustitución de la usual madrastra, cruel que no la quiere ni la desea, en este caso el capitán Vidal, contando con un destino bondadoso y mágico que cumplir para retornar a un mundo mejor. Su madre es la representación del único vínculo con el mundo al que desea regresar, pero ella está presa de su compromiso con Vidal y, por supuesto, con cuestiones que se alejan de la niña, mientras que Mercedes se asemeja a un hada madrina, confidente y única vía de escape llegado el momento. Curiosamente, a través de ella, llegará el deseado castigo para el mal.


El otro cuento es el elemento fantástico que se diluye en una trama que acaba dando más importancia al conflicto de la realidad. Precisamente, aunque encontramos guiños a Alicia en el país de las maravillas, El mago de Oz (ambas incluso de forma estética: el vestido que la madre le regala a Ofelia resulta similar a la vestimenta de Alicia en la película animada o la aparición de unas botas rojas en una secuencia final nos recuerda a Dorothy) o a Dentro del laberinto (Jim Henson, 1986), a diferencia de todas estas obras, no acaba por sumergirse en la fantasía. Hubiera resultado interesante ver la confluencia entre la aventura de Ofelia y lo que sucede a su alrededor, como sucede en lo relativo a la mandrágora, pero en su mayoría ambas cuestiones corren de forma paralela y las tres pruebas a las que debe enfrentarse la niña pierden interés y enlace.

El laberinto del fauno cobra sentido con ese lustre de oscuridad y ambigüedad que consigue Guillermo del Toro en la parte fantástica, tanto con la recreación de criaturas, como el fauno o el espectral y particular hombre del saco, como en la forma de presentar sus acciones: el espectador duda de las intenciones del fauno, las pruebas no son agradables ni bellas, sino incluso peligrosas y sucias, tampoco falta la sangre ni la angustia. En ese ambiente de fantasía gótica se mueve mejor la estética de Del Toro, imitando por ejemplo a Goya con esa criatura, que hemos llamado hombre del saco anteriormente, que guarda el banquete en el caso del cuadro de Cronos devorando a sus hijos, o su particular visión del fauno. Todo aderezado por la música de Javier Navarrete.


Ahora bien, la película no está exenta de errores narrativos que resultan curiosos en una historia tan cerrada. Para empezar por una cuestión técnica, se nota cómo la animación o el CGI no están señalados en las secuencias, por ejemplo, en el primer encuentro con el hada transformada, podemos observar cómo Ariadna Gil no está mirando al punto cercano donde se sitúa esta forma animada, pequeños fallos que se reiteran y que se hubieran solucionado con planos más abiertos. Después hay momentos de conflicto, como la cuestión de la llave de la despensa, que no tienen sentido al observar la capacidad explosiva de los guerrilleros y que solo provoca que las sospechas se aviven en el capitán Vidal, de la misma forma que al ser el círculo de personajes tan pequeño, es fácil que el villano hubiera podido sospechar del médico (Álex Ángulo) al descubrir una ampolla de antibiótico con anterioridad a tener que comprobarlo por casualidad. 

Hasta encontramos una mala planificación de escenas, como situar a un hombre indagando el horizonte con unos prismáticos situado junto al capitán en lugar que colocarlo en un puesto de vigilancia. Por último, una cuestión llamativa: la incomprensible atracción de Ofelia por las uvas en la segunda prueba, dado que no estamos ante un personaje con carencias ni se ha indicado siquiera su preferencia por este fruta, salvo que la escena quedase eliminada, por lo que el espectador no acaba por entender su comportamiento.


En definitiva, un cuento de hadas que naufraga por tratar de abarcar dos historias bien diferentes, una imperfecta por su falta de realismo y otra incompleta por haber sido devorada por la primera. Y todo ello falto de auténtica humanidad, dado que se prefiere el maniqueísmo más tajante y despreocupado, aquel que observa al mundo tanto en monocromo: en blancos y negros. Su intensidad, su ambigüedad fantástica y su estética pueden ofrecernos algunas escenas de interés, pero El laberinto del fauno acaba por convertirse en una experiencia más de impacto que de auténtica profundidad simbólica.

Escrito por Luis J. del Castillo


4 comentarios :

  1. Hola LUis. Qué interesante el análisis de la película. Este señor, Del Toro, entiendo que también estuvo involucrado en la película El orfanato.

    A mí me gustó mucho El laberinto del fauno y no me percaté de los errores 1 y 2 que mencionas casi al final del post, pero de último, se lo atribuí a una moraleja en cuanto al carácter débil de los niños con naturaleza desobediente. Me recuerda mucho a Adán y Eva comiendo del fruto prohibido teniendo a su disposición otros cientos de árboles con abundante alimento sabroso. ¿Inexplicable? A veces es pura estupidez o rebeldía.

    Excelente post. Saludos !

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    Respuestas
    1. ¡Hola, Leslie!

      La verdad es que por lo que sé Del Toro fue productor de El orfanato, además de ayudar a Bayona aconsejándole. Como comentas, es cierto que se puede deducir que se trata de la desobediencia caprichosa de Ofelia, pero es bastante llamativo dado que no se trata de un personaje que se haya mostrado anteriormente caprichoso (sí desobediente, pero por su búsqueda de fantasía o escape de la realidad que la oprime). Me ha gustado tu analogía con Adán y Eva. Creo que la cuestión hubiera quedado muy bien resuelta en la película si antes al personaje se le hubiera prohibido algo relativo a lo que come, dado que además eso fue justo lo que pasó en el Génesis :)

      ¡Gracias, como siempre, por comentar!

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    2. hola!hace ratazo los seguimos y siempre nos maravillan las entradas.las compartimos porque son increibles.

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    3. ¡Muchas gracias por comentar, Búho Evanescente! Estamos encantados de que os gusten nuestras entradas y las compartáis. No dudéis en pasaros de nuevo y opinar :)

      ¡Un saludo!

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