Clásicos Inolvidables (CXIII): Noches lúgubres, de José Cadalso

28 octubre, 2016

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Como si fuera un ser humano, la sociedad occidental ha atravesado momentos de optimismo seguidos por otros de pesimismo de una forma cíclica. Tiene relación con nuestra certeza o confianza en el avance de la propia humanidad, solo que toda confianza puede acabar en desilusión. Quizás por eso del estructurado e iluminado período ilustrado pasamos a la más oscura y pasional etapa romántica. No obstante, estos cambios no se producen de forma drástica, aunque podemos indagar en la literatura de la época para notar cómo se fueron produciendo.

El nombre del malogrado general José Cadalso (1741-1782) está ligado a la Ilustración y a cómo reflejó su pensamiento y crítica sobre la sociedad española en su obra Cartas marruecas (1789, publicado de forma póstuma en el Correo de Madrid), pero realmente anidaban en él varias ideas que anunciaban el posterior Romanticismo. Es decir, Cadalso se encuentra a caballo entre la Ilustración y el Romanticismo y, de forma paralela a Goethe, que escribía su célebre Las cuitas del joven Werther (1774), logró plasmar en sus Noches lúgubres (1789-1790, de nuevo en el Correo de Madrid de forma póstuma) el retrato de un personaje romántico entregado a su pasión incluso más allá de la muerte. 

Dejando aparte las cuestiones biográficas sobre las que se basaría esta obra, siendo el germen la muerte de un amigo y un cambio de orientación el fallecimiento de su amada, Noches lúgubres nos traslada a tres noches consecutivas en la vida de Tediato, quien junto al sepulturero Lorenzo trata de llevar a cabo una empresa nocturna de cierto tono delictivo y siniestro: desenterrar un cadáver del cementerio. Sumido en el tedio, de ahí el simbólico nombre, y en el hastío de su pérdida, se siente el ser más desgraciado del mundo y su único objetivo es alcanzar la muerte a través del suicidio, pero siempre junto al cuerpo de su amada. Esta temática central junto al ambiente y al estilo de la obra nos hace presentir los rasgos del Romanticismo: la preocupación por el yo, el uso de temas escabrosos como el suicidio o la exhumación de un cadáver, las pasiones desmedidas que incitan a la locura o el ambiente sepulcral que inspirarían a la novela gótica.

No obstante, señalábamos anteriormente que Cadalso estaba a caballo entre Ilustración y Romanticismo, y esta obra, de índole romántica evidente, lo demuestra. Tediato en sus diálogos, casi soliloquios, desarrolla ideas de calado ilustrado que beben de fuentes francesas, por ejemplo, del filósofo Rousseau (1712-1778), o que reiteran algunas de las quejas y críticas que también aparecen en las Cartas marruecas. Así, por ejemplo, mostrará su visión sobre las relaciones familiares o el significado de la amistad en la primera noche, criticará también la violencia y el sistema judicial y policíaco de España en la segunda y acabará por mostrarnos una denuncia social a través de los funestos casos familiares del sepulturero. Incluso existe cierto rechazo a la cuestión eclesiástica, prefiriendo una terminología deísta, como el uso de Criador, las referencias al templo o la ausencia de referencias al catolicismo imperante. El deísmo precisaba el alcance del conocimiento de Dios a través de la razón, pero no de la revelación directa como presuponen las religiones de carácter teísta, como el cristianismo en la mayoría de sus vertientes.

Con todo, a pesar de los evidentes rasgos ilustrados, Tediato es un personaje romántico. A pesar de sus conocimientos ilustrados, se siente alejado de este mundo y desgraciado; está perdido porque para él ha desaparecido la razón de su existencia, lo mejor de este mundo. Sin embargo, las referencias directas a la amada son escuetas, más bien existe un movimiento centrípeto en torno a su dolor. Tediato se erige como el estandarte de la desgracia y solicita la comprensión y solidaridad de los demás. Precisamente, le recrimina a Lorenzo su ayuda y aunque exclama como propias las desgracias de su familia, peores que la pérdida de la amada, las sitúa como inferiores a su dolor. Está junto a la miseria, pero no es capaz de ayudar a los demás aunque sí exigirles su solidaridad con su dolor. Tediato, por encima de sus conocimientos, se ha entregado a la pasión más funesta, al romanticismo más egoísta, a aquel cuyo camino tan solo es la muerte, en tanto que no se puede ya vivir en esa desgracia.

Cementerio de la Almudena (fotografía de LJ)
TEDIATO.- [...] Un cuerpo tan débil como el nuestro; agitado por tantos humores; compuesto de tantas partes invisibles; sujeto a tan frecuentes movimientos; lleno de tantas inmundicias; dañado por nuestros desórdenes y, lo que es más, movido por una alma ambiciosa, envidiosa, vengativa, iracunda, cobarde y esclava de tantos tiranos... ¿qué puede durar? ¿cómo puede durar? No sé cómo vivimos. 

Nos referimos sobre todo al protagonista porque su voz es la predominante en estas tres Noches lúgubres. Si bien tanto en la primera como en la tercera comparte diálogo con Lorenzo, que se convierte en su neófito, la mayor parte de la obra, como la segunda noche, se prestan a su monólogo, donde desarrolla esa mezcla de ideas ilustradas y arrebatadoras declaraciones románticas y egocéntricas. Ahora bien, no estamos ante una obra cerrada ni narrativa al uso. En la edición de Cátedra, su editor, Russell P. Sebold (1928-2014) lo describe como un poema en prosa, lo cual encajaría con el sentir que nos deja esta obra de carácter casi fragmentario y expresividad de tono lírico, con un poderoso y atractivo yo que se asemeja a los roles tomados por otros poetas románticos, como hiciera Espronceda en La canción del pirata o El verdugo. Ahora bien, su forma se despliega en forma teatral y bulle dentro de él el esquema de una historia que acaba por estar supeditada a la expresión de Tediato, aunque resulta imprescindible para comprender lo que sucede. En este sentido, Noches lúgubres es una obra de difícil clasificación, en cierta forma desconcierta.

A ello debemos unir su abrupto final, seguramente debido a que se encuentra incompleto. Esta cuestión provoca que desconozcamos la conclusión de esta travesía, aunque podemos adivinar que Tediato, tras tres intentos, logrará su objetivo, convirtiendo Noches lúgubres en ese camino hacia el suicidio romántico. Precisamente, igual que ocurrió con Werther o ya en el siglo XX con El guardián entre el centeno (J.D. Salinger, 1951), esta obra acabó relacionada con suicidios y crímenes varios. Por otra parte, encuentro por parte del editor anteriormente citado, Sebold, cierto afán por legitimar la importancia de una obra cuya trascendencia al final ha quedado limitada a su época, dado que no suele formar parte de las obras imprescindibles de nuestra literatura en el ideario colectivo. Por supuesto, ello no resta valor alguno al escrito de Cadalso, dado que hay libros que a pesar de su influencia o calidad, han sido olvidados por largos períodos de tiempo, relegados al interés personal de quienes trataran de indagar en tiempos remotos o resurgiendo con mayor o menor fuerza en un futuro indeterminado.

Cuadro de Henry Fuseli (1741-1825)
TEDIATO.- [...] ¡Lorenzo, infeliz Lorenzo! Ven, si ya no te detiene la muerte de tu padre, la de tu mujer, la enfermedad de tus hijos, la pérdida de tu hija, tu misma flaqueza. Ven, hallarás en mí un desdichado que padece no sólo sus infortunios propios, sino los de todos los infelices a quienes conoce, mirándolos a todos como hermanos. Ninguno lo es más que tú. ¿Qué importa que nacieras tú en la mayor miseria y yo en cuna más delicada? Hermanos nos hace un superior destino, corrigiendo los caprichos de la suerte, que divide en arbitrarias e inútiles clases a los que somos de una misma especie. Todos lloramos... todos enfermamos... todos morimos.

Es Noches lúgubres un breve escrito que condensa perfectamente el cambio de rumbo entre la Ilustración y el Romanticismo, contando con un personaje carismático, aunque algo ruin en el fondo, que logra incorporarse al estereotipo romántico como precursor y coetáneo de otros como Werther. En definitiva, una pequeña y accesible obra a tener en cuenta que os invitamos a conocer.

Escrito por Luis J. del Castillo




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