Llevamos siglos narrando las mismas historias con distintos personajes y elementos. Por eso resulta fascinante pensar cómo a veces un narrador da con la clave para cautivarnos con lo que ya conocemos: la batalla entre el bien y el mal, la salvación épica de nuestro mundo gracias a un héroe. Y por eso también resulta fácil caer en lo tópico y en lo anodino, solventar la historia predefinida sin gracia y sin apenas atractivo.
En su fusión con la mitología nórdica, Marvel apostó por cierto continuismo a lo establecido por Kenneth Branagh en la primera entrega de Thor (2011) añadiendo lo acontecido en Los Vengadores (Joss Whedon, 2012) y dejando la dirección a Alan Taylor, más impersonal en su propuesta que la teatralidad y los planos holandeses que ofrecía su predecesor con el personaje. En cierta forma, nos encontramos en Thor: El mundo oscuro (2013) con la entrega menos carismática del personaje, que después atravesaría por un tono más cómico, quizás excesivo, en manos de Taika Waititi a partir de Thor: Ragnarok (2017). Sin embargo, sí se permite expandir los horizontes de su propio universo, permitiéndonos conocer más sobre Asgard y pretende aunar épica, romance y humor, aunque sin lograr brillar en ninguno de los tres aspectos.
Sin duda, la ambientación y la aventura pretende ser más espectacular que la anterior entrega, ampliando sus escenarios y siguiendo la estela dejada por Los Vengadores. En ello colabora el recurso de los portales, que permitirán cambiar de localización esporádicamente e incluso creando situaciones cómicas. No obstante, el tramo de mayor impacto tanto en espectáculo como en historia se da en el ataque a Asgard por parte de los elfos oscuros, mientras que la batalla final queda deslavazada y resuelta mediante deus ex machina oportunos. Por su parte, el villano de turno, Malekith (Christopher Eccleston) es completamente plano. A pesar de que su historia trasluce tragedia y venganza, no hay ningún intento por permitirle desarrollo alguno. Es el personaje a derrotar para evitar la destrucción, siendo, por tanto, un fantoche de usar y tirar.
Por contra, la película sí ofrece espacio para el crecimiento de Thor (Chris Hemsworth), su relación con Jane y la evolución y redención de Loki (Tom Hiddleston). En el primer caso, se sigue el rumbo marcado por el inicio del personaje: sigue sin sentirse realmente digno del rol que le han encomendado. A pesar de haberse convertido en un héroe y haber traído la paz a los distintos reinos, no se siente preparado para reinar como sí pretendía aquel bravucón que era en origen. También comienzan para este personaje las pérdidas y el sentido del sacrificio, que serán su leit motiv durante las siguientes entregas. Por ejemplo, su relación con Jane queda reafirmada, pero mientras ve cómo su mundo comienza a derrumbarse tras perder a dos seres queridos. No obstante, serán consecuencias que se desarrollarán posteriormente, no en esta película. En el segundo caso, el personaje de Jane vuelve a ser un recurso para la trama de Thor, pero resulta interesante su integración en el mundo de Asgard, especialmente en la manera en que se relaciona con el resto de personajes.
En el tercer caso, Loki se erige como un gran antihéroe, rompiendo con el esquema de villano tradicional y siendo un personaje ambiguo, emocional y de gran carisma. En el caso de este personaje, logra crecer en su relación con Thor y también sentirse más cercano por la conexión que mantiene con su madre adoptiva, Frigga (Rene Russo). De nuevo, Loki vuelve a ser lo más destacable en una película de Thor. El resto de personajes quedan bastante desdibujados o caricaturizados en esta película, como los compañeros de Thor, que acabarán por ser cameos en siguientes entregas, el exiguo rol de Heimdall (Idris Elba) o la poca brillantez de un Odín severo e inflexible (Anthony Hopkings), destacando quizás el papel que juega Frigga, como mencionábamos antes. Tampoco los amigos de Jane Foster colaboran adecuadamente en el tono de la película: el doctor Selvig (Stellan Skarsgård) aparece ridiculizado por completo, mientras que Darcy Lewis (Kat Dennings) no es más que un alivio cómico. Provocan cierto desequilibrio, pues si en Thor la gracia se encontraba en el contraste de Thor con las costumbres terrestres, en esta ocasión, simplemente encontramos a dos personajes apayasados con tal de servir de chiste al público.
No es de extrañar que Thor: El mundo oscuro sea considerado una obra menor en su franquicia y una película anodina en su conjunto. Entretiene, qué menos, pero no logra el equilibrio necesario, la épica suficiente o la fuerza que sus elementos podrían otorgarle, a pesar de que tenía recursos para lograrlo al haber contado con más elementos narrativos. Su irregularidad en el tono, la manera en que algunos elementos se toman demasiado en serio pero sin darle un necesario fondo o sentido, así como lo planos que resultan sus personajes, hacen que sea fácilmente olvidable.
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