X-Men: Fénix oscura, de Simon Kinberg

27 junio, 2019

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En un año como 2019 plagado de estrenos para reventar taquillas mediante la continuación o el final de sagas o franquicias, X-Men: Fénix Oscura (X-Men: Dark Phoenix, 2019) ha pasado sin pena ni gloria, desapercibida, por las salas. A pesar de ser la supuesta conclusión de una franquicia que tuvo sus días de gloria a principios de este siglo, que contempló el abismo con películas nefastas y que volvió a resurgir como, precisamente, un fénix, de la mano de la simpática y bien resuelta X-Men: Primera generación (X-Men: First Class, 2011), gracias a la mano del director Matthew Vaughn. Se inició con aquella una nueva etapa que ha ido cada vez a menos: la irregular X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days Of Future Past, Bryan Singer, 2014) y la plana X-Men: Apocalipsis (Bryan Singer, 2016). 

Si bien no podemos considerar que la obra que ha dirigido el guionista Simon Kinberg sea desastrosa, lo cierto es que se trata de un espectáculo completamente vacío y a la deriva, que no encaja de forma adecuada en la saga, por incoherencias, y que desaprovecha cualquier oportunidad de crear una historia más profunda y sentida. Aparte de reciclar la historia que el público ya vio en la decadente X-Men: La decisión final (X-Men: Last Stand, Brett Ratner, 2006), que en su momento fue también escrita por Kinberg, en una especie de remake encubierto y justificado por el cambio temporal de películas anteriores.


Nos trasladamos a los años noventa tras un prólogo en el que conoceremos la infancia traumática de Jean Grey (Sophie Turner), quien causó la muerte de su madre por culpa de no controlar sus poderes. Tras ello, nos encontramos con un primer tramo de introducción veloz y repentina, en la que contemplamos cómo el equipo de los X-Men se lanza al rescate de unos astronautas. Pronto nos enteraremos por boca de los personajes de la nueva situación del grupo: respetados por la comunidad, reconocidos como héroes y habiendo logrado que los mutantes sean apreciados por el mundo humano. Incluso contemplaremos cómo el profesor Xavier (James McAvoy) se codea con el presidente de los Estados Unidos y recibe premios y conmemoraciones por tal labor. Se desaprovecha la oportunidad de demostrarlo con hechos, de hacer referencias a ese tiempo que ha sido elidido y que podría haber tenido su culmen en la misión espacial. Precisamente, hay una ruptura con la idiosincrasia de los personajes que conocimos en entregas anteriores porque han sufrido un cambio no visto por el espectador y que aquí tan solo será explicado por los personajes, no mostrado mediante hechos. 

Uno de los cambios más significativos y que tiene un peso importante en la trama es el giro en la percepción del personaje del profesor X, que parece haber optado por la fama personal por encima del bien común de los mutantes. Esta postura se podría haber justificado mejor, pero no encaja con el personaje que se ha ido elaborando en todas las películas anteriores. Ni siquiera con aquella versión anciana y demente de Logan (James Mangold, 2017). Es más, de este cambio nos enteraremos por las palabras y la interpretación de los hechos que hace Mística (Jennifer Lawrence), cuando apenas se nos ha dejado margen para que lo conozcamos por nosotros mismos. En este sentido, toda la película que dirige Kinberg opta siempre por la explicación más teórica que por la práctica con el uso de la imagen, dentro de lo que hubiera sido un lenguaje audiovisual propio de una película.


A causa del rescate de los astronautas, Jim Grey es atacada por una explosión inmensa, pero saldrá ilesa, incluso recargada de poder. Esta es la historia original de los cómics por la que esta poderosa telépata conseguía sus poderes como Fénix, aunque sea incoherente con lo que sucedió en la anterior entrega, Apocalipsis, en la que el personaje desplegaba un poder similar que era capaz de controlar gracias a la confianza que le había dado Xavier. Es decir, Fénix oscura rompe con la evolución de este personaje para devolvernos una historia de desarrollo personal, desde la inseguridad que le proporciona el poder recién obtenido, pasando por el rencor y la ira incontrolable y terminando, como ya lo hiciera antes, en la confianza, basada en el dominio de ese don tan destructivo, y la seguridad que da sentirse arropada por una familia. 

No obstante, a pesar de que podría haber sido una historia emotiva, la falta de desarrollo de los personajes o de sus relaciones o la acumulación de frases clichés y mutantes sin personalidad, por no hablar de la presencia de una villana (Jessica Chastain) sin personalidad alguna, provocan que estemos ante una obra anodina, vacía, con la que el espectador se sentirá poco vinculado. Incluso cuando la habitual buena música de Hans Zimmer te invite a ello. Uno de los puntos álgidos donde se percibe esta falta de carisma y vínculo con los personajes es en la muerte de uno de ellos, que se siente ridícula, innecesaria y poco impactante (tampoco ayuda que se filtrara el hecho por parte del propio equipo de la película). En este sentido, queda muy por debajo de lo conseguido por otras películas de superhéroes tan recientes y exitosas como Vengadores: Infinity War (Anthony y Joe Russo, 2018) y, en el sentido de la emotividad por las muertes y el sacrificio del héroe o heroína, Vengadores: Endgame (Anthony y Joe Russo, 2019).


De nuevo, todo el peso argumental recae en los mismos. Ahí tenemos a Xavier, que es el único que comparte las escenas más logradas con Jean Grey, o el siempre eficaz Magneto (Michael Fassbender), en su enésima reinvención, más como personaje de fondo que como auténtico activo en esta historia.  También habría que destacar al dúo de Bestia (Nicholas Hoult) y Mística, aunque más por la conexión con anteriores entregas, culminando aquí su historia de forma precipitada, que por lo que aportan. El resto, completamente desaprovechados, personajes funcionales para mostrar unos efectos especiales por debajo de lo esperado. Aunque en un principio parecía que se iba a ahondar más en la relación entre Cíclope (Tye Sheridan) y Jean, el primero queda pronto en un segundo plano frente a Xavier, por ejemplo, sin tener ninguna escena relevante en el segundo o tercer tramo. Mercurio (Evan Peters) ni siquiera llega a tener una de sus escenas habituales a nivel de efectos especiales y no se le otorga ninguna evolución al personaje, pronto relegado a ser una mera anécdota (ya no solo en esta película, sino básicamente en toda la saga). Lo mismo sucederá con Tormenta (Alexandra Shipp), Rondador Nocturno (Kodi Smit-McPhee) o los mutantes de fondo. Por no hablar de los enemigos de los X-Men en esta película, sin personalidad alguna.

Sin duda, X-Men: Fénix oscura puede llegar a entretener, pero no logra conectar con el espectador a pesar de sus intentos; como debería haber sucedido con el propio personaje de Jean Grey. Desaprovecha todos sus activos y virtudes, desde el reparto con el que contaba hasta la banda sonora, para contarnos una historia anodina, ya vista, y a la que no aporta nada. Su desarrollo va dando tumbos, su clímax no es emocionante y su conclusión parece pasar página sin más, sin que notemos alguna evolución significativa, sobre todo cuando uno de los conflictos principales surge de forma abrupta en esta película. A pesar de las virtudes de anteriores entregas, este particular fénix sentencia el ocaso de los mutantes sin transmitir un cierre satisfactorio y acabando toda la saga por la puerta de atrás.


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