El río, de Rumer Godden

15 noviembre, 2018

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Hace algún tiempo tuve ocasión de comentar en este blog la película El río (The River, United Artist, 1951) de Jean Renoir (1894-1979). Ahora ha sido publicado el relato o novela corta que le dio origen, en traducción de Javier Fernández de Castro (1942).

Su autora, Rumer Godden (1907-1998), nació en Sussex (Inglaterra), pero se crió junto a sus hermanas en la India. La contemplativa acción de El río (The River, 1946; El Acantilado, 2018), también se sitúa en este país y en ella comparecen varios hermanos, Bea, Bogey y Victoria, aunque la protagonista principal es Harriet.

Podríamos decir que el escenario histórico casi es lo de menos, aunque ello implique cierta condescendencia anglosajona. No importa qué guerra sea la que enmarca los hechos, comenta la narradora, destacando así la tendencia de universalizar el tiempo del relato, de hacerlo atemporal, eterno. Como contrapartida, o fusión de opuestos, sí que se ubica con precisión el espacio, ese entorno tanto genérico como familiar: habitaban una casa junto al río. Pese a todo, ciertas apreciaciones comunes vuelven a implicar un grato tono etéreo. Por ejemplo, cuando se asegura que lo que caracteriza a una familia es el aire.

Precisamente, Bea le dice a su hermana Harriet que siempre se empeña en detener la marcha de las cosas. Esto puede tener dos niveles de interpretación, el del presente histórico de la novela y el del futuro de quien la narra y, de alguna forma, está rememorando unas vivencias propias (personales aunque con personaje de ficción interpuesto). En este caso, es Harriet quien toma la palabra. No le gusta eso de tener que crecer, pero sí escribir y ensoñarse. Escribe poemas en un diario secreto.

Aun así, no es Harriet la narradora del relato. Tampoco lo es la autora, sino una tercera persona (el clásico narrador omnisciente). Por su parte, la muchacha está empezando a descubrir la adolescencia y a elucubrar acerca de ella. Es el personaje central, mientras transcurren los acontecimientos característicos del lugar, como la fiesta hindú de las luces o la Navidad.

En esos momentos (aquel presente), piensa que apenas sucede nada, cuando lo cierto es que sí que pasa. Lo que ocurre es que a veces esto es algo de lo que no somos conscientes hasta que el momento ha pasado y entran en suerte los mecanismos de la memoria; en suma, cuando acude a nosotros el transcurrir del tiempo. Y acaso no importe, porque en el hinduismo el pasado y el presente son uno solo. La sensibilidad de la niña (esa predisposición o estado alterado de la conciencia), que accede al nivel de lo adolescente, es la que propicia el encuentro entre oriente y occidente. La asimilación de ambas vertientes u orillas, contendoras de un mismo caudal espiritual, es lo que vertebra El río y toda la filosofía ancestral que lo encauza.

Para Harriet, la relación con el acogido capitán John, mutilado de guerra, pasará de la indiferencia al interés, compartido por su hermana Bea y la amiga de ambas, Valerie. El personaje arquetípico ya ha comenzado a interesarse por las inquietudes adultas, pero lo hace desde su acusada emotividad de niña.


Los padres están ocupados en sus cosas, así que todo el tiempo de la fantasía y la realidad es patrimonio de los hijos. Especialmente, Harriet. Ahora la niña crecía implacablemente. También el pequeño Bogey era feliz inmerso en su mundo. Las distintas personalidades quedan bien expuestas y delimitadas sin necesidad de abundosas o abrumadoras descripciones, en apenas unas pinceladas. Para determinados niños y adolescentes, el mundo es afectivamente suyo.

El otro protagonista, claro está, es el río. O acaso lo sea como un actor de soporte. Esto es, deviene fundamental aunque no siempre esté en primera línea narrativa (o de visión). Algo de él se impregna en el resto de los protagonistas que van a ir alcanzado su madurez, sea cual sea su edad. Para el capitán John, cada nueva experiencia o persona que conocemos nos obliga a morir un poco, o lo que es lo mismo, a renacer. Es el aspecto iniciático del relato. Evitemos ahondar en la equiparación del curso de los días con el de los ríos, pero no por conocido deja de ser eficaz este símil. Nada es para siempre jamás, concreta la voz de la narradora.

Por consiguiente, El río es la implacable pero bella crónica de una muerte anunciada. La del fin de la infancia y la de una muerte física. Pero ambas conllevan ese renacer, como demuestran los primeros pinitos de Harriet como escritora, o el hecho de que una nueva vida alumbre la pena por la pérdida de otra. La narración se reviste de rito de paso, material y simbólicamente. Así, la intriga consiste en que sabemos lo que va a ocurrir, pero no cuando.

Festival de las luces en la India
La novela pone de manifiesto, además, lo azaroso y “complicado” de las relaciones entre hermanos, mostrando lo distintos que pueden llegar a ser los caracteres. Sin embargo, todos ellos poseen una función.

Por otra parte, si en la película la voz en off es en primera persona y corresponde a Harriet (lo que resulta más beneficioso para su visualización y semántica, fundiendo ambas voces, la de la autora y la protagonista), en la obra literaria, la escritora traslada sus vivencias y recuerdos a sus personajes, dándoles plena voz pero manteniéndolos a cierta distancia.

La edición de la novela cuenta con un epílogo donde la autora nos proporciona algunos datos de interés sobre la obra en cuestión y sobre sí misma, la casa que habitaban en la India, y el río…




1 comentario :

  1. Siempre suelo preferir lectura a película, o al menos anteponerlo y hacerlo en ese orden.
    Lo anoto, a ver si la siguiente escapada a la librería me topo con él y se viene conmigo, o no.
    Besos.

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