Resulta frecuente encontrar una crítica muy superficial sobre algunas obras que se basa en la siguiente idea: si el nombre del autor es más grande que el título de la obra, generalmente no merecerá la pena. Algo así podríamos decir de las películas que basan su existencia o, mejor dicho, su atractivo en nombres concretos, ya sea el director, el guion, un actor o una actriz concretos o un determinado productor. En realidad, no seamos cínicos, el valor de una obra, ya sea una película o un libro, depende mucho de sí misma, pero es evidente que cuando ciertas personas tienen un tirón de ventas, la empresa que quiere posicionar sus productos visione lo máximo posible a ese sujeto, sin importar mucho nada más.
Podríamos mencionar muchos ejemplos dentro de esta tendencia, incluso patrios, que al final acaban por desvirtuar el auténtico talento de la persona al situarlo ante creaciones que, muchas veces, poco tienen que ver con su trabajo. Ahí situamos la relación entre Meryl Streep y Ricki (2015).
Antes de sumergernos en las cualidades y los defectos de esta película, construyamos su contexto. Aparte de la cara principal del plantel, la obra cuenta con un guión de Diablo Cody, autora generalmente de comedias dramáticas que obtuvo un gran reconocimiento por su primer trabajo para cine, Juno (Jason Reitman, 2007), y con la dirección de Jonathan Demme, cineasta con una dilatada carrera con algunos éxitos, principalmente El silencio de los corderos (1991), Philadelphia (1993) y Melvin y Howard (1980). Por lo que podemos deducir, gente de cierto éxito y trayectoria que, sin embargo, han planteado una historia fallida, que se desinfla en su desarrollo y que no resulta tan inspiradora como podría.
El tema es recurrente: el cruce de dos mundos muy diferentes, pero que se necesitan por estar irremediablemente unidos. Ricki (Meryl Streep) se separó no solo de su marido Pete (Kevin Kline), sino también de sus hijos, especialmente se enfoca en esta historia a Julie (Mamie Gummer), que se acaba de divorciar. Cuando esto sucede, Pete decide recurrir a su ex mujer para que ayude a su hija, especialmente cuando esta intentó suicidarse. La excéntrica y rockera Ricki hará lo posible por animarla así como enfrentarse a lo que dejó atrás para cumplir un sueño fallido.
La propuesta se anunciaba, como se puede vislumbrar en este argumento, como una comedia que mezclaba tintes dramáticos con un personaje rompedor, salvaje y hecho para que Streep se luciera tanto cantando, algo que ya la vimos hacer en Mamma mía! (Phyllida Lloyd, 2008; también con un tema relativo a la maternidad, por cierto), como interpretando, algo que logra hacer, situándose como epicentro de la película. Sin embargo, no se trata de una cantante tan gamberra como se planteaba desde la publicidad, ni al final existe una reflexión o catarsis sobre lo que supuso y supone su decisión de ser quien es.
Entre las escenas a destacar, la cena familiar, donde se trata de mostrar la distancia entre la madre y el resto de la familia, el momento para recordar viejos tiempos entre Pete y Ricki y, sobre todo, las escenas en las que vemos a Ricki defender su estilo de vida, como una heroína contra los estereotipos que más oprimen. Incluso planteará las dificultades y las críticas hacia su vida por ser una mujer y no haber cumplido con su papel de madre, mientras que a un hombre sí se le permite vivir de esa forma, un monólogo que refleja parte de lo mejor de la película.
Lamentablemente, todos los demás elementos del guión boicotean su postura, dado que en el fondo, se siente culpable de no haber podido cumplir su sueño y de no haber estado para sus hijos, lo que al final nos arroja una respuesta oculta, aunque evidente: ¿acaso no será posible un equilibrio, aunque difícil, entre dos mundos tan distantes?
Hay varias oportunidades para que la cosa vaya a más, casi esperamos que los enfados y las salidas de tono de Ricki sean algo más convincentes, pero la situación está limitada por la historia que se plantea, por el resto de perfiles tan poco desarrollados y por quedarse corto tanto en el enfrentamiento entre ambas realidades como en su posible reconciliación.
Al final, por no decidirse ni por el drama ni por la comedia, no llega a desvirtuarse hacia ninguno de los dos lados (el puro melodrama o la caricatura o comedia americanada), pero tampoco logra ofrecer algo más que humo. Por eso nos da la sensación de que no comprendemos qué sucede en esa especie de redención final, aunque la disfrutemos.
Al final, por no decidirse ni por el drama ni por la comedia, no llega a desvirtuarse hacia ninguno de los dos lados (el puro melodrama o la caricatura o comedia americanada), pero tampoco logra ofrecer algo más que humo. Por eso nos da la sensación de que no comprendemos qué sucede en esa especie de redención final, aunque la disfrutemos.
Escrito por Luis J. del Castillo
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