En 1971 apareció en las pantallas una cinta que, aunque considerada ciencia ficción por algunos elementos, se nos presentaba como una sociedad distópica y, como hemos podido comprobar con el tiempo, muy posible y más cercana de lo que cabría pensar: La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971). Una de las grandes obras de Stanley Kubrick (1928-1999), la inmediatamente posterior a 2001: Una odisea en el espacio (2001: A Space Odissey, 1968) y, por tanto, otra de las películas elevadas a un altar para gusto de megalómanos. De lo que sí estamos seguros es que en la trayectoria cinematográfica de Kubrick, esta fue la más polémica por su nivel de violencia y degradación, tanto que aún hoy, transcurridos más de cuarenta años, sigue produciendo sentimientos diversos a quienes la visionan, incluyendo la sorpresa o la repulsión por lo que ve. Quizás una buena señal de que aún no hemos aceptado la violencia como algo natural en nuestras vidas.
En un futuro indeterminado, en Gran Bretaña, Alex DeLarge (Malcolm McDowell) siembra la violencia a su paso con su banda de drugos. Un sociópata que disfruta apaleando, violando, hiriendo y haciendo surgir el terror en sus víctimas, hasta que un asesinato, unido a la traición de su banda, lo llevará a la cárcel, donde se someterá voluntariamente al proceso Ludovico, para ser reeducado y que eliminen el mal de su conducta.
Sin embargo, las consecuencias desvelarán la verdadera naturaleza de la sociedad a la que pertenece DeLarge. El protagonista nos narra en primera persona este capítulo de su vida juvenil, desarrollado en tres etapas. Hasta la parte central, somos testigos de la violencia de Alex DeLarge junto a sus compañeros drugos, conjuntados con la misma vestimenta, bebedores de leche vitaminada y hablantes de un dialecto propio, nadsat, que en el doblaje español fue fusionado con castellano antiguo y términos rusos.
Junto a ellos, realizaremos un recorrido por la violencia gratuita, iniciada por el ataque a un vagabundo anciano y borracho, el allanamiento de una casa alejada de la civilización (con el llamativo nombre de Home), con acoso y violación de una mujer a ritmo de Singin’ in the rain, canción de la recientemente comentada Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952), que adquiere un carácter siniestro en esta obra; y culminando con la muestra de un salvaje despotismo por parte de Alex hacia sus compañeros, incluyendo una agresión, y un asesinato imprudente.
Se revela aquí la vida en completa libertad del protagonista, mostrándolo como un antihéroe, el antagonista de todas las virtudes morales que suelen regir a la sociedad. No obstante, no está falto de inteligencia e incluso muestra una megalomanía por Beethoven, además de apreciar la música clásica, cuestión que abarcaba mayor número de compositores en la novela homónima de Anthony Burgess en que se basa la obra de Kubrick, pero que aquí queda reducida al músico alemán. No obstante, aunque nos refiramos a él como un antihéroe, no existe ningún personaje que recoja la moralidad vigente. como nos demostrarán a lo largo del intermedio y de la segunda parte de la película.
El punto central nos lleva a la estancia en la cárcel, donde a través de una elipsis transcurren dos años donde observamos a Alex en su misma estado mental, pero entre rejas. Durante este proceso seremos testigos de la crudeza y la disciplina de la cárcel, pero con gran sutileza en el caso del acoso del resto de presos o en la amistad entre el sacerdote (Godfrey Quigley) encargado de la prisión y nuestro protagonista. Con la intención de conmutar su pena por la libertad inmediata, y haciendo uso de su habilidad social, aún sin saber si su intención sincera era curarse, pues él mismo se revela como un sujeto negativo para la sociedad, aceptará participar en un experimento novedoso, de carácter conductista, para reinsertarse en la sociedad.
El proceso Ludovico reside en condicionar al sujeto a través de drogas y proyecciones para que su cerebro relacione la violencia con un malestar físico, similar a las náuseas o al vómito. Lamentablemente, durante el tratamiento emplearán música de Beethoven, provocando que escuchar su Novena sinfonía cause los mismos síntomas. Tras el experimento, comienza la etapa final, que será un espejo de la primera, pero el que revele que Alex no es el único capaz de causar daño a la sociedad, sino que esta es igual de perversa.
En realidad, Kubrick a través del relato cinematográfico nos ofrece la imagen de una sociedad violenta, que satisface su venganza en cuanto tiene oportunidad. Los agentes sociales no dudan en usar la fuerza, como observamos en el caso de la policía, o mostrar una fachada de falsedad e hipocresía ante su cometido real, como podemos ver en el tutor legal de Alex. Los carceleros, con el jefe de la guardia (Michael Bates) a la cabeza, muestran frialdad, pero tampoco consideran que su tarea sirva para reconducir a los criminales hacia una vida justa. Los padres (Philip Stone y Sheila Raynor) quedan retratados como seres irresponsables, que no son conscientes de lo que su hijo realmente hace, pero que tampoco se preocupan realmente por él, pese a las lágrimas de la madre. Irónica será la escena en que el padre señale que algo tenía que ver con ellos lo que estaba sucediendo con Alex, tanto antes como después de la terapia.
Resulta igualmente curioso que la prensa o el escritor (Patrick Magee) que fue asaltado en casa acaben ocupando también un lado oscuro en la trama, ya sea tratando de satisfacer su venganza como induciendo al suicidio. Incluso sobre la relación entre Alex y el sacerdote encontramos la sombra de la duda, aunque sea este el primer personaje en posicionarse en contra del experimento al que se somete el protagonista, dado que considera que al tener éxito, estará provocando el fin del libre albedrío en el ser humano, al cerrar su libertad para escoger entre el bien y el mal por sí mismo. Se revela así una crítica al extremo de la psicología conductista en su faceta práctica, así como a las soluciones gubernamentales para acabar con la criminalidad, empleando estas técnicas o reclutando a personas agresivas como policías.
Pero la película no guarda su consideración solo por lo que aborda, sino también por la forma en que lo hace, algo primordial en un medio como el cine. Con el perfeccionismo de Kubrick, además de la típica repetición incesante de tomas, empezó su planificación buscando localizaciones de Inglaterra, teniendo tan solo que construir sets para el bar Korova, la prisión o el baño de la casa del escritor. Se incluyeron algunas innovaciones técnicas que permitieron al director incluir secuencias aceleradas o a cámara lenta, también otras grabadas con cámara en mano, micrófonos para recoger todos los diálogos sin necesidad de volver a grabarlos posteriormente o un equipo de iluminación con reflectores que le permitió giros en las habitaciones sin que apareciera ningún equipo en escena, como se puede observar en el enfrentamiento entre la mujer de los gatos, Miss Weathers (Miriam Karlin) y Alex.
Pero, además, aunó la fuerza visual con un uso magistral de piezas originales de música clásica con el sintetizador moog, todo obra de Wendy Carlos, otorgándole a la película un carácter aún más vanguardista. Destacan así, además de la Novena de Beethoven, de relevancia argumental, la Marcha fúnebre de Purcell, engarzada con la primera escena, y la Obertura de Guillermo Tell de Rossini, acelerada junto a la escena que acompaña, en el trío que realiza Alex.
La naranja mecánica resultó ser una obra controvertida, generando encendidos debates y hasta llegando a provocar la decisión de Kubrick de impedir su exhibición pública en Inglaterra hasta después de su muerte. Incluso hubo casos de imitaciones de la violencia de la película. Pero más allá de la inspiración directa, lo cierto es que nuestra sociedad no está libre de este tipo de crímenes, de la ultraviolencia, e incluso podemos afirmar que algunas de las actitudes mostradas por la película se han enquistado en nuestra realidad. Ahí hallamos la indiferencia de los padres, la política interesada o la violencia que aún nos sorprende. Quizás por ello, a pesar de ser una crítica que proviene de inicios de los setenta hacia una sociedad futurista, no en balde la novela original era heredera de autores como Huxley u Orwell, sigue perturbándonos en su visionado y resultándonos terriblemente factible.
Stanley Kubrick junto a Malcolm McDowell en el rodaje de la película |
Detrás de la ultraviolencia, del sexo, de las imágenes pop, de la música clásica, detrás de Alex, en definitiva, reside una sociedad que queda retratada en todas sus vertientes, una sociedad que generalmente busca sus intereses personales, mercantiles o políticos, pero no humanos. Kubrick, con desconocimiento inicial, aunque intencionadamente después, eliminó la parte final de la novela, un epílogo redentor que no fue incluida en la edición estadounidense que leyó el cineasta y que ofrecía un matiz distinto a la lectura que finalmente nos legó el director británico. La naranja mecánica, en su versión cinematográfica, nos deja así un mensaje crudo, perturbador, pero quizás mucho más útil que la redención, porque aún nos mueve más a rechazar un futuro como el que nos muestra.
Escrito por Luis J. del Castillo
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Hola :) Aquí me has tocado la patata con una de mis película favoritas, y que por desgracia me olvido de nombrar en muchas ocasiones. Un genial análisis la verdad, me encanta como te curras todas las entradas en el blog. Tengo ganas de cogerme la novela, tiene que ser una gran experiencia. Un saludo^^
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