Para el humanista y filósofo Erasmo de Rotterdam (1466-1536) existe una locura sana, porque loco hay que estar para poder vivir en un mundo donde las causas prescriben y se justifican según la doble vara de medir de los príncipes de la política, diestros y siniestros a la hora de manejar el dinero que no es suyo; o en fin, en un mundo en que el problema principal -ya entonces-, no consiste en poder comunicarse, sino en tener algo interesante que decir. Todo ha sido previsto, y es por ello que tanto el legado literario grecorromano como el humanístico continúan estando de plena actualidad -como lo estarán siempre, si el olvido o el desinterés no hacen presa en él-, ya que está moldeado con materiales muy humanos.
Erasmo supo trasladar al lenguaje moderno muchos de esos tesoros de la antigüedad, entendida esta como una sabiduría de la historia que puede y debe servir como modelo y ejemplo al hombre del presente. Como una buena aliada, la locura sana es aquella que participa de la verdadera amistad y, en definitiva, de la inevitable y contradictoria naturaleza humana, porque no hay goce de las cosas si no se comparte con otros (capitulo 46).
El erasmismo tuvo una gran acogida en España. Gozó de mayor crédito intelectual entre los españoles que en ningún otro pueblo (Introducción), hasta el punto de que Erasmo llegó a acuñar el verbo “hispanizar”. El erasmismo se construye en base a dos pilares básicos: la libertad de conciencia y la religiosidad interior. Principales ramificaciones de una libertad del individuo que se aleja de aquellos que pretenden hacer prevalecer sus buenas razones en base a decretos-ley.
En un tiempo en que, nuevamente, unos cuantos se empeñan en someter a muchos por vía del pensamiento único –aquello que hay que pensar, que sentir, hasta qué películas conviene ver-, no está de más recordar el humanismo como filosofía del ser humano y sus valores, indisolubles a la fuerza de esa libertad. En suma, se trata de un conocimiento o asunción interior de todo lo exterior.
En un tiempo en que, nuevamente, unos cuantos se empeñan en someter a muchos por vía del pensamiento único –aquello que hay que pensar, que sentir, hasta qué películas conviene ver-, no está de más recordar el humanismo como filosofía del ser humano y sus valores, indisolubles a la fuerza de esa libertad. En suma, se trata de un conocimiento o asunción interior de todo lo exterior.
Erasmo de Rotterdam |
En este sentido, el humanismo coloca a Dios en otros planos y coordenadas y propone el retorno a las fuentes grecolatinas y del cristianismo. Fuentes que Erasmo traduce acudiendo siempre a los documentos originales.
De este modo, frente a los colectivismos ideológicos o religiosos -que tantas veces se dan la mano- entiende al hombre y su libertad de otra manera, que tampoco es la luterana, otra vertiente más con doble filo. Para Erasmo, el hombre es su (ilustrada) libertad. No en vano, Santidrán lo presenta como instrumento de educación y de crítica de la sociedad (yo trocaría la palabra educación por conocimiento), e insta a rescatarlo y hasta hacerlo nuestro.
Elogio de la locura se escribió en casa de Tomás Moro (1478-1535), durante la visita de Erasmo a Inglaterra en 1509, aunque “oficialmente” no se publicó hasta 1511.
Su irónico encomio de la auténtica sabiduría es la corrosiva disertación de una locura que, pese a todo(s), acaba por enfrentarse a los ingratos, los aduladores y perseguidores de notoriedad, por ejemplo, académica, lo que proporciona varias de sus páginas más memorables (capítulos 44, 49 o 50); los oscurantistas y simplificadores de la lengua (6), los plagiarios, los dioses, las apariencias –falsas o auténticas- (17), la política (24, 55), el vulgo vulgarizado (48), que fácilmente se forma una opinión, o que vacilante se dispersa entre opiniones diversas (50), o a aquellos que pretenden ser más papistas que el Papa, constreñidos en la figura del teólogo (53, 64), en doctrina adscrita a un buenismo lindante con la irresponsabilidad (66), y siempre tratando de convencer al resto de los mortales de lo que realmente significan las palabras que se acaban de leer o escuchar (Carta a Martín Dorp).
Especialmente simpáticos me resultan los “antónimos de la vida”, divertidos ejemplos de las dos caras de la moneda de la existencia (29, 31); beneficiosa herencia de Platón (427-347 a.C.). Y es que para la locura, la vida humana no es más que el deporte de la insensatez, teniendo en cuenta, eso sí, frente a quienes pretenden que se ha de ser inteligente las veinticuatro horas del día, que sin la insensatez nada agradable hay en la vida (63).
En la alocución distinguimos un estilo de sátira semejante al desplegado por Luciano de Samósata (125-180 d.C.) en sus Diálogos. Una sátira centrada en las “cualidades” de la locura, el instinto, la pasión o el necesario humor para la existencia humana, con la división de la propia locura en dos; la propia (sana) y la que propone la destrucción de las costumbres más civilizadas.
Demostrando que la letra con sarcasmo entra, la locura también asegura que a más sabiduría, más pesadumbre (esto es, un mayor ostracismo; 63) y que, pese a que el número de necios es infinito (cita tomada del Eclesiastés), esta sabiduría es muy temida por los estadistas: los grandes príncipes ven con malos ojos y como a enemigos a hombres demasiado inteligentes. Se deleitan, en cambio, con ingenios más torpes y sencillos (65).
Gracias a ella –Erasmo procede a la personificación- los políticos se comportan como lo hacen, perpetuando sus tropelías bajo la capa de la equidad, cuando quien toma las riendas del gobierno se ha de entregar a los asuntos del estado y no a los suyos propios (55).
Hombre de Vitruvio, de Leonardo Da Vinci |
Como rasgo estilístico fundamental, Erasmo retiene al lector por medio del placer, esto es, del entretenimiento, en lugar de hacer uso de la moralina de una supuesta verdad profunda… si bien es cierto que la risa puede convertirse en vehículo indirecto para lo que en psicología se denomina “proyección”; la facultad de darse por aludido casi en cada párrafo. Es por ello que, sobre el sentimiento de superioridad, agrega que hay ocasiones en que la incertidumbre es mucho más provechosa que la misma certeza (Carta).
Goce de doble filo, el Elogio de la locura es también, como advertíamos, un llamamiento a conocer siempre las fuentes originales, en este caso por su lengua, lo que para un filólogo o un filósofo viene a ser algo así como tener libre acceso al auténtico significado de las palabras y, por consiguiente, de las cosas (anhelo al que se sumó el mismo Juan Ramón Jiménez [1881-1958] en nombre de la inteligencia del lenguaje).
Escrito por Javier C. Aguilera
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