La idea de “nacer” de una biblioteca y de perpetuarse en ella, vertebra El escritor en su paraíso (Periférica, 2014), de Ángel Esteban (1963), con el que todos los lectores empedernidos o curiosos tienen una inmejorable cita, porque por él desfilan treinta grandes escritores que tuvieron relación, deseada o no, con el inimitable espacio de una biblioteca. El prólogo de Mario Vargas Losa (1936) resulta valioso por su carácter biográfico, siempre en complicidad con el lector. En él señala la importancia del autodidactismo y rememora su permanencia como bibliotecario en el Club Nacional de Perú. Él será otro de los escritores referenciados en el libro.
Junto a él, figuras trágicas como la de Reinaldo Arenas (1943-1990), en confrontación con esa política que suele presentarse como salvadora, pero que acaba anulando las voluntades y al individuo. Por suerte para el cubano, al menos durante un tiempo que fue feliz, pudo encontrar en cada libro “la promesa de un misterio único”. ¡Y si no que se lo preguntaran a August Strindberg (1849-1912) y su encuentro con la Biblia del diablo!
Reinaldo Arenas y August Strindberg |
El escritor en su paraíso nos propone un viaje en el tiempo, pues cada autor nos traslada a una época determinada. Como la del extremeño Benito Arias Montano (1527-1598), pieza fundamental en la política cultural de Felipe II y auténtico hombre del humanismo. Su caso se asemeja al de Robert Burton (1577-1640), Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880), Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) -caso verdaderamente excepcional-; Ricardo Palma (1833-1819), José Vasconcelos (1882-1959), Eugenio D’Ors (1881-1954) o el propio Goethe (1749-1832), puesto que todos ellos dedicaron gran parte de su tiempo a engrandecer las respectivas bibliotecas de sus ciudades y países, y por lo tanto, a ensanchar el horizonte cultural, no solo de sus contemporáneos, sino de los que estaban por venir.
Hasta los hubo que inventaron nuevos sistemas de clasificación, como Georges Perec (1936-1982), o quien disfrutó de una envidiable biblioteca familiar, caso de Jorge Luis Borges (1899-1986) o de Marcel Proust (1871-1922), que convirtió la vida en literatura después de visitar sus propios cielos azules de la infancia.
Marcelino Menéndez Pelayo y José Vasconcelos |
Especialmente señalado es el apartado dedicado a Jacob (1785-1863) y Wilhelm Grimm (1786-1859), que pese a padecer una infancia nada sencilla, fueron inapreciables recopiladores de relatos orales, creadores de la filología alemana, y en gran medida, fundadores de la lingüística moderna. O el del gran Alexander Solzhenitsyn (1918-2008), cuyo Nobel (1970) nos hace creer en una auténtica justicia poética, de rasgos definidos.
Ningún escritor está de más. Cada vida y avatar fue una obra sostenida por aquellos que nos precedieron, como condición sine qua non de cualquier arte que se precie de serlo. Así lo corroboró Rubén Darío (1867-1916), para el que sin una base cultural sólida, no se podía llegar a escribir una obra de calidad. O Martín Luis Guzmán (1887-1976), en pugna continua con el analfabetismo y en pro de la popularización de las bibliotecas nacionales, coronel del ejército de Pancho Villa y posterior académico de la lengua. Habiendo sido revolucionario él mismo, estuvo finalmente dispuesto a exigir a los políticos que fueran hombres de letras e instruidos. Casi nada (¡y es que hay revoluciones que sí que parecen imposibles!)
Alexander Solzhenitsyn y Martín Luis Guzmán |
Alejado de la dispersión, Ángel Esteban siempre concreta e interesa –apelativos fundamentales para un docente, pero que el alumno no encuentra siempre-, alternando la narración con testimonios del propio autor o de otros colegas.
El escritor en su paraíso es uno de esos libros que uno no puede dejar un momento, que lamenta que acabe, y que sabe que volverá a consultar. Lo recorren unas vidas sustentadas por los libros; en sus páginas hallamos reflejadas ilusiones, amarguras, frustraciones, determinaciones e identificaciones casi mágicas.
Y junto a dichos autores, la inseparable compañía de la soledad más gozosa, la que se traduce en horas de aprendizaje, asombro y esparcimiento.
Escrito por Javier C. Aguilera
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