Para Jack Adams (Bob Hope) ha llegado la crisis. Hasta ahora se ha permitido vivir confortablemente como escritor de temas, digamos “licenciosos”, en un cómodo exilio artístico, pues reside en la Riviera Francesa, y emplea un pseudónimo: A. J. Niles, que le preserva de su otro yo, no necesariamente el más auténtico.
Ahora le debe un dineral a hacienda. Su socio se ha largado con todo el dinero y le ha dejado sin caprichos, de resultas de lo cual termina dando con sus huesos en la urbanización Villa Paraíso, “uno de esos sitios donde no se puede ir a comprar zapatos sin pedir permiso al vecino”. Coexiste otra lectura: que Adams se siente más cómodo entre el anonimato que proporcionan las urbes y la masa de ciudadanos: en la ciudad casi no existen relaciones o afectos, todos son números.
Estos son los mimbres de Soltero en el Paraíso (Bachelor in Paradise, MGM, 1961), una de las comedias que dirigiera Jack Arnold (1916-1992), después de lograr un merecido prestigio como realizador de la mejor ciencia ficción (nos ocuparemos de ello en una futura entrada).
Ahora le debe un dineral a hacienda. Su socio se ha largado con todo el dinero y le ha dejado sin caprichos, de resultas de lo cual termina dando con sus huesos en la urbanización Villa Paraíso, “uno de esos sitios donde no se puede ir a comprar zapatos sin pedir permiso al vecino”. Coexiste otra lectura: que Adams se siente más cómodo entre el anonimato que proporcionan las urbes y la masa de ciudadanos: en la ciudad casi no existen relaciones o afectos, todos son números.
Estos son los mimbres de Soltero en el Paraíso (Bachelor in Paradise, MGM, 1961), una de las comedias que dirigiera Jack Arnold (1916-1992), después de lograr un merecido prestigio como realizador de la mejor ciencia ficción (nos ocuparemos de ello en una futura entrada).
Ni que decir tiene, que Adams acabará solventando sus asuntos con el fisco y que pondrá fin a su soltería, pero el periplo no deja de tener su gracia, ya que tendrá que cocinar, hacer la compra y enfrentarse a la conspiración de los electrodomésticos, como todo hijo de vecino. El Paraíso prometido, vaya.
Como en nuestro Baúl nos gusta acudir a las fuentes, sean de la manifestación artística que sean, traemos a colación esta agradable película, como precedente de un sinfín de títulos posteriores. Sin ir más lejos, resulta evidente la influencia (asumida) en el posterior Woody Allen. De hecho, sorprende el número de historias (léase películas) que han seguido la estela de esta: hombre que reniega de todo tipo de ataduras, se enfrenta al imprevisto e implacable himeneo.
El caso es que Adams entabla relación con la señorita Howard (Lana Turner), que trabaja en la inmobiliaria que le gestiona la adquisición de un inmueble. A partir de ahí, el tiempo tendrá otro valor: la premura marcará el ritmo de unas vidas que pugnan por alcanzar el pedazo de felicidad que les corresponde.
Entre los apuntes más divertidos, están la retórica pomposa que el escritor de best-sellers provocativos regala al dictáfono; la vecina que parece vivir en el rellano de su casa, la megafonía en el supermercado, el sonido del timbre de la puerta, que consiste en las tres primeras notas del tema principal de la película, el retrato de la juez en el inevitable y estrambótico juicio final (Agnes Moorehead), o la censura esgrimida por un comité de decencia… ¡de sus propios libros! (recordemos que Adams escribe con pseudónimo).
A esta visión sarcástica de la rutina, se suma la llegada de los primeros computadores, el papel de los vecindarios-dormitorio… la consumación física de lo que ha dado en llamarse posmodernidad.
En cualquier caso, la situación brinda a Adams la oportunidad de escribir otro tipo de libro y madurar como persona; como suele decirse también, de cambiar por dentro. Merecen destacarse además, los excelentes temas instrumentales de Henry Mancini, que ayudan a crear una atmósfera vivaracha y humorística, pero que también sirven de apoyatura a la soledad de todas esas esposas que quedan solas en un hogar vacío.
Soltero en el Paraíso demuestra que no es necesario ser chabacano para divertir, resultando un producto ideal para nuestros sábados por la noche.
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