Los incomprendidos, de Pedro Simón

07 julio, 2025

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Vivir duele. No podemos evitar que la vida sea un conflicto al que nos enfrentamos a diario. Un conflicto en el que acumulamos heridas, sinsabores, fracasos y recuerdos amargos, incluso los felices se acaban volviendo nostálgicos. Hay heridas mayores, hay fracasos enormes, hay recuerdos que rompen a una persona. Nos alivia que en la ruleta nos haya tocado algo ligero que podemos asumir, porque solo viendo el mundo alrededor, el mundo más allá de nosotros mismos, podemos considerarnos en ocasiones afortunados. Y, sin embargo, nuestros problemas son tan importantes para nosotros que no nos dejan disfrutar de esa suerte. Aunque esa suerte sea un consuelo de tontos. Tampoco podemos hacer más, cada uno soporta su carga.

Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera. Así empezaba Ana Karenina (León Tolstói, 1877). Podríamos añadir hoy que no existen esas familias felices, solo infelices cada una a su manera. Quien no tiene, anhela tener, quien ya tiene, anhela más. Y si no, podemos llegar a pensar que da miedo tanta felicidad (pág. 214). La estabilidad, la vida cotidiana, el pasar tranquilo de los días se echa en falta cuando algo lo rompe. Cuando aparece algún problema que no entraba en lo previsto. Cuando surge la tragedia. Cuando echas de menos ese pasado cotidiano que creíste monótono, pero donde residía la felicidad. Lo he visto en mi alrededor. Lo noto en mis padres. Echan de menos tiempos más sencillos. Y eso que a veces no son conscientes de los problemas de la actualidad.


Hemos vivido una de las transformaciones sociales más impresionantes y radicales de los últimos siglos. Estábamos tan inmersos en ella los que hemos podido vivirla que nos ha parecido que todo crecía gradualmente. Pero para las nuevas generaciones, el mundo de ayer es igual de antiguo que el medievo. Y quienes fueron niños en ese mundo, ven ahora a sus hijos enfrentarse a problemas que no controlan. No es ninguna novedad, siempre han surgido cosas nuevas. Solo que el abismo es cada vez mayor, es un universo propio, un escaparate público y mundial, afecta sobre todo a la mente y se esconde en los silencios. Diecisiete años no es una edad tan extraña para tomar ansiolíticos si es necesario —les dijeron en la consulta—, es una edad cada vez más normal (pág. 200). Que escalofrío da leer esta cruda realidad.


Pedro Simón (1971) es un periodista que lleva años tomando el pulso a nuestra sociedad. Y finalmente se ha adentrado en la mente de personajes ficticios a los que ha insuflado de las vidas que ha conocido en el mundo real. Sus primeras publicaciones más allá del periódico eran retratos de esas realidades de hoy: La vida, un slalom (2006) era la biografía mediante entrevista al esquiador Paco Fernández Ochoa, Memorias del alzhéimer (2012) son las experiencias con esta enfermedad de un grupo de personas de renombre. Siniestro total (2015) es un recorrido por los efectos de la crisis económica en España. De todo ello, fueron surgiendo luego las ficciones heredadas de su interés por la humanidad contemporánea y viva. Entre otros: Peligro de derrumbe (2016), Los ingratos (2021) y la novela que nos ocupa hoy, Los incomprendidos (2022).



Javier, Celia, Roberto e Inés podrían ser una familia ejemplar. Padres con buenos trabajos, una buena casa en Boadilla del Monte (Madrid), colegio de pago. Pero la hija mayor, en plena adolescencia, vive entre los silencios y los monosílabos. La brecha en casa es cada vez mayor. Y nadie sabe cómo construir puentes. Porque en esos silencios también se esconden verdades ocultas que nadie quiere verbalizar porque supondría romperse ante los demás. Se esconden sentimientos sobre los que nadie nos ha enseñado a hablar. Emociones que no sabemos gestionar. Odio, culpa, dolor, melancolía, incertidumbre, nostalgia y amor, un amor que ha impedido que las distancias sean insalvables, pero que se siente cada vez más apagado. Esa niña de la foto me quiere muerto (pág. 13) es la oración con la que da inicio la novela, son las palabras de Javier refiriéndose a su hija, Inés, que le ha dicho con tranquilidad, con esa serenidad de quien sabe que sus palabras van a hacer daño directo, que ojalá su avión se hubiera estrellado. Es una crueldad sin empatía, una piedra tirada que luego no se puede retirar. De esas frases que decimos con inquina, sin pensarlas demasiado, en un momento de ira, enfado o tristeza, pero que en el otro provocan ondas que alteran para siempre la corriente. Inés, por su parte, no puede olvidar otras, otras dichas por alguien que se arrepintió al momento de decirlas. Pero nunca se sentaron a hablar de verdad. A sincerarse en lo que sentían. Y el silencio les fue ahogando.


La novela explora las relaciones familiares en la actualidad, pero se centra esencialmente en los puntos de vista de Javier, que tendrá los capítulos impares, e Inés, a los que se dedican los pares. Monólogos internos fluidos que reflexionan sobre sus vidas, que entremezclan hechos cronológicos, que van reconstruyendo sus vidas pieza a pieza, que hablan de cómo se sienten y de lo que hacen... y de lo contradictorio que pueden ser ambos verbos: sentir y hacer. La adolescente (o ascolescente como la llama su tía Clara) no quiere ser una carga para sus padres, no quiere provocarles más daño, pero también siente que todo lo que hace es decepcionante, que es más lenta, que no es tan buena como Roberto, sin contar con las inseguridades de su edad, de su desarrollo corporal y de tantas otras cosas que se descubren durante la novela. La vida y los problemas de los adolescentes de hoy. Y de los padres como Javier y Celia, que tratan de hacer lo mejor que saben, aunque a veces sientan que no es suficiente, que se están perdiendo.


Familia caminando en el camino (fotografía de Vidal Balielo Jr.)

Quitando los hechos concretos de esta familia, que Pedro Simón emplea para mantener cierto intriga o para conseguir cierto golpe de efecto que otorga más profundidad narrativa y social a la novela, la forma de relacionarse, los problemas diarios, el retrato que realiza de esta familia bien podría ser el reflejo de tantas otras hoy. Y eso es lo que resulta tan cercano y significativo en la narrativa de este autor: ese pulso bien tomado a nuestra realidad. Al día a día. A la voz con la que todos nos hablamos en nuestra mente y con la que tratamos de construirnos y reconstruirnos, pensarnos y repensarnos, todo para tratar de comprender bien qué sentimos y qué podemos hacer al respecto. Lo hace con el acierto de no buscar blancos y negros. Esta novela no trata de señalar a nadie, sino solo de mostrarnos un espejo (No seré la mejor hija, lo sé, pero ellos tampoco son los mejores padres. [pág. 121]). Tanto es así que durante uno de los capítulos Javier explora la vida de otros padres a los que conoce, de los que sabe sus tiras y aflojas con sus propios adolescentes, y así el autor se permite ofrecernos otras realidades más allá de la familia protagonista, aunque solo sea sobrevolando. Pero lo más relevante reside en que hay un después, en que Los incomprendidos no es solo un reproche a dos generaciones sobre sus silencios, sino también un hálito de esperanza en que hay puentes posibles, en que el tiempo puede ayudar a sortear esas dificultades. Quizás incluso, me atrevería a decir, con algo de idealismo. Pero un idealismo que también es necesario en tiempos difíciles.


A lo largo de sus páginas, recorremos la vida de esta familia. Por ejemplo, el pasado humilde de Javier, en Carabanchel, que inevitablemente nos lleva a recordar a ese retrato de la vida infantil de los ochenta y noventa que fue Manolito Gafotas (Elvira Lindo, 1994), con especial énfasis en su relación con Paco, su hermano mayor. La relación entre Roberto e Inés cuando ambos eran niños, incluyendo la visión de añoranza de unos padres que vivieron con ilusión convertirse en tales. La presencia de la tía Clara, una mujer libre, deslenguada y abierta, que se convierte en refugio y confidente para Inés. Un personaje que me parece excesivamente idealizado en todo su aspecto positivo, pero que supone un buen contrapunto a lo largo de la novela, incluyendo momentos de humor que aligeran la densidad de varias reflexiones. Las amistades de Inés y la vida de los adolescentes de hoy, centrándose en cómo construyen su autoestima, en las comparativas inevitables (Creo que lo jodido es cuando los espejos no se pueden quitar. Cuando los espejos son los otros. [pág. 120]), incluyendo de manera bastante tangencial el sexo o la naturalidad del alcohol. El viaje familiar a Pirineos a partir del cual todo empezó a cambiar.


La trama es simple, porque lo fundamental del libro no se encuentra en los hechos, sino en las voces interiores de sus personajes. Aquí reside la esencia de Los incomprendidos y de la manera de escribir de Pedro Simón. De una manera bastante clara y actual, sin el experimentalismo de otras obras que recurren a voces personales, sabe hilar con cierta elegancia los pensamientos de sus personajes, buscando el impacto con una frase de cierre precisa, conectando ideas distintas o hechos diferentes. Dejando caer alguna pista de lo que se oculta... o revelándolo de pasada, pero con hondura. Por ejemplo, cómo mezcla los recuerdos de Javier de subirse a sus hijos encima con los de su propia infancia, cuando se subía a hombros de su hermano (Pero un día los bajas de allí arriba y se acabó la magia [...] Yo también vi el mundo desde allí arriba [pág. 208]), para acabar revelando una tragedia personal en dos párrafos breves, pero directos. En esa manera de hilar la historia reside seguramente su mejor virtud. Que en la vorágine de un tema cualquiera, acabe por golpearte emocionalmente sin haber visto venir el golpe. Que las palabras de un personaje te acerque a ver el mundo en los ojos de dos generaciones tan dispares. Tan dispares, sí, pero en el fondo tan semejantes: todas buscan en realidad sentirse identificados, sentirse amados. Y superar el dolor. O aprender a convivir con él.


Los incomprendidos se alza como una novela de reconstrucción emocional, recorre tantas aristas que puedes sentirte identificado fácilmente o incluso identificar a quienes te rodean, o a problemas que ves a tu alrededor. Incluso es fácil que te acabe emocionando en cosas sencillas, como me pasó con una frase que puede parecer insignificante, pero que supone el final del viaje de este libro: Para que leas, enano. Tu libro (pág. 277). Una reivindicación de la necesidad de acabar con los silencios, de hablar, de abrirse. También de seguir poniendo sobre la mesa la defensa de la salud mental, que en el libro está muy presente con varias enfermedades. Y de evitar ante todo dejarnos caer solo en la desesperanza y en la incomprensión. Los incomprendidos es dolor, pero también es sanación.


Escrito por Luis J. del Castillo



Invisible, de Eloy Moreno, y adaptación a serie

11 enero, 2025

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Invisible es una novela escrita por Eloy Moreno y publicada en 2018 que aborda de manera directa las causas, el desarrollo y las consecuencias de un caso de acoso escolar. Ha gozado desde el inicio de cierto nivel de éxito y ha sido habitual que se haya convertido en lectura en colegios e institutos, especialmente por la sensibilidad que desprende y el retrato psicológico de sus personajes. Conocía la novela desde hace unos años, era lectura recomendada en el instituto donde daba clase en un curso que yo no impartía y muchos alumnos la habían leído y hablaban bien de la historia. Por ello, cuando me enteré de que iban a hacer una serie que adaptaba la novela, dirigida por Paco Caballero, que se estrenó el pasado 13 de diciembre, me animé a leer la novela y después a ver la serie, sobre todo porque el tema que abordaba me interesaba especialmente.

Aunque ya conocía el nombre de Eloy Moreno y sabía que sus libros solían abordar sobre todo historias sensibles con ánimo esperanzador, esta ha sido la primera novela que he leído de él y fue una experiencia agridulce. Por una parte, su manera de narrar y escribir no me convencía demasiado, con algunos recursos que hacían algo repetitiva la lectura, en ocasiones oraciones complicadas de más o metáforas simples enfocadas a mantener la intriga, incluso una estructura in extrema res que nos lleva a los primeros capítulos con el protagonista en un hospital, viviendo las consecuencias de un accidente cuya naturaleza descubriremos al final de la historia, pero que desaprovecha precisamente el mostrar posteriormente un cierre más completo de las tramas creadas. En ciertos aspectos, Invisible se me quedaba pequeño en lo que proponía. Me recordaba a la manera de escribir de Albert Espinosa, siendo más importante el mensaje que la narración. 

Pero, por otra parte, debo alabar la capacidad de Eloy para adentrarse en los pensamientos de sus personajes. Lo mejor del libro reside precisamente en cómo se adentra en las emociones de ese niño de 12 años que busca un refugio para lo que lo está pasando en elementos ficticios, pero también de ese acosador, MM, que anhela la validez de los demás o de esa profesora que no puede dejar que esa situación siga su curso sin más, marcada por sus propias experiencias vitales. Estos tres personajes dirigen el desarrollo de toda la novela y, sin duda, son la mejor construcción de su autor. Otros personajes secundarios acaban más desdibujados y son algo más planos, representados por leves señas de identidad, como les acaba sucediendo a Kiri y a Zaro, los amigos del protagonista. 


En referencia a la construcción psicológica, el autor es capaz de describir todos esos pensamientos que suceden en cuestión de segundos ante situaciones violentas que no podemos asumir. Quisiera destacar, por ejemplo, todo el proceso que sigue cuando el personaje comienza a ser acosado y, a la vez, debe controlar la ira que le invade, porque para él actuar de manera agresiva no es una opción válida, no está en su forma de ser. Igual que observaremos en varias ocasiones su carácter más sensible, llena de remordimientos y de atribución interna, hasta el punto de considerar que lo que le sucede es culpa de su "defecto": mostrar interés en estudiar y sacar buenas notas.

Otro de lo aspectos destacados son los argumentos que se esgriman para intentar acabar con esta situación y llevar a la reflexión a sus personajes. Sucede así con los relatos que la profesora crea en torno a palabras concretas, como "cobarde" y "empollón". Aunque creo que en ciertas edades pueden funcionar bien, cuando las leí, me parecieron algo simples. En realidad, Invisible es una novela bienintencionada, una historia para sensibilizar, pero no un tratado completo y exhaustivo sobre todos los aspectos que llevan a esta situación de violencia en las aulas, demasiado normalizada en ocasiones. Quizás por eso desde mi perspectiva, la novela no me acabó de convencer, se me quedaba corta en su recorrido narrativo, pero valoro sus aspectos positivos y estoy convencido de que cumple adecuadamente con su propósito, especialmente al público al que va dirigido. 


Cuando me enteré de su adaptación como serie, tuve un presentimiento que finalmente se ha cumplido: va a estar mejor desarrollada que la novela. Sin quitarle el mérito al autor original, la miniserie, producida por Morena Films y Áralan Films y distribuida por Disney+, aprovecha el material de la historia, siendo bastante fiel, pero lo amplía y mejora en aspectos narrativos que había echado en falta en la novela. Es verdad que el lenguaje cinematográfico no puede cubrir el mejor aspecto de la escritura de Eloy, que es el monólogo interno de sus personajes, pero potencia los que creo que son sus puntos débiles. Para empezar, la historia no se detendrá en el hospital, sino que observaremos más consecuencias y avanzaremos en el tratamiento del acoso de manera posterior, pero también dará más entidad a los personajes principales, asumiendo pocos cambios y haciendo crecer lo que nos proponía la novela.

Con todo, no quiero expresar que la serie sea perfecta. Arrastra algunos problemas que incluso estaban en la novela o genera otros propios. Por ejemplo, es fácil notar en los primeros capítulos unas actuaciones poco creíbles entre los adolescentes, con algunos diálogos que no están bien llevados, sobre todo en las escenas en flashback, pero considero que tiene un desarrollo in crescendo, incluyendo estos matices de interpretación, y que logra su cometido con creces: es una serie dura, que ataca directa a las emociones de sus espectadores y que retrata perfectamente el proceso depresivo de quien es víctima del acoso escolar y del aislamiento que este provoca. Por ello, igual que sucede con la novela, se convierte en una serie necesaria, muy necesaria en estos tiempos en que vivimos.

A partir de este momento, para poder referenciar correctamente lo que sucede tanto en la serie como en la novela, desarrollaré acontecimientos y desvelaré sucesos de la trama, si aún no la has visto y tienes ese propósito, no te recomiendo seguir leyendo. 


La serie comienza con Capi (Eric Seijo), apodo del protagonista cuyo nombre desconocemos, en el hospital tras haber sufrido un "accidente", cuya naturaleza, un intento de suicidio en las vías de un tren, conoceremos en el capítulo final y sobre el que oscilan todas las tramas de consecuencias de la serie. A partir de este hecho, comienza terapia con un psicólogo (en el libro, psicóloga, en la serie recibirá más desarrollo pues nos muestran todas las sesiones y las reflexiones del protagonista a través de la conversación), lo que permite tener dos líneas temporales: la del pasado, cuando Capi comienza el instituto y se desarrollo el acoso, que en la serie recibirá un tratamiento de colores cálidos que se irán enfriando poco a poco, y la del presente, donde los personajes empiezan a asumir las consecuencias de todo lo que ha sucedido, con un tratamiento de colores fríos, sobre todo un azul dominante. 

Entre los cambios más significativos, observamos cómo los padres de Capi se van enterando de todo lo que ha sucedido y que desconocían, se empiezan a interrogar a todos los compañeros de clase por una investigación interna del centro y se desarrollan los comportamientos y actitudes de Kiri (Liv Dobner), Zaro (Izan Fernández) y MM (Diego Montejo). Hay algunos cambios menores que no son relevantes, como que Kiri no es una amiga de la infancia, sino que se conocen en el cumpleaños de Capi previo a empezar el instituto, siendo su interés romántico desde ese momento, en detrimento del interés existente en la novela de Zaro. También se nos muestran más momentos de confianza y amistad entre los personajes, como la visita al centro comercial, confidencias entre amigos en una noche de verano o una tarde de estudio juntos. Se refuerza, sin duda, el interés romántico entre Capi y Kiri para fortalecer la decisión final del protagonista de quitarse de las vías antes de que lo arrolle el tren. 

Esto sucede, a su vez, rebajando la principal razón por la que Capi toma la decisión de apartarse en el libro: su hermana Luna, a la que todas las noches mediante cuentos le iba transmitiendo cómo se sentía. Aunque sucede igual con el cuento del capítulo seis, El niño al que nadie quería, este hecho se sustituye en la serie por la capacidad de Capi para dibujar (que en el libro era una habilidad de Kiri) e inventarse un cómic donde traslada sus vivencias a un superhéroe, el capitán Avispa, que combate a Virus, alter ego de MM. Una de las escenas de emoción más contenida se da cuando la profesora (Aura Garrido, de lo mejor de la serie con su actuación) le escucha narrarle las aventuras de ese superhéroe y ella comprende las metáforas que está empleando y todo el dolor que ha padecido. Resulta curioso porque también se rebajan las escenas en las que la profesora le ayuda tan solo con su presencia. En el libro, el protagonista se cree invisible porque los compañeros que le acosan le ignoran en varias ocasiones, descubriendo posteriormente que era por la presencia de esta profesora. En la serie, este hecho sucederá una única vez, pero el papel de la profesora se reforzará por las conversaciones más detalladas que mantiene con Capi o al mostrarnos en más detalle su pasado. 


Uno de los aspectos que tanto libro como serie abordan algo peor es el aspecto del profesorado y del funcionamiento del sistema escolar. En el libro, apenas se adentra en desarrollarlo, pero algunas cuestiones resultan llamativas, como ese momento en que la profesora tiene que colarse a buscar un informe de un alumno, cuando la realidad no es así. En la serie, se le pone mayor foco a la investigación que lleva a cabo la inspectora y también observaremos más conversaciones entre la profesora y la directora, incluyendo el momento en que es reprendida por haber agarrado a MM previa visita de los padres (en el libro, este hecho queda sin consecuencias). En la serie se decidió que la profesora fuera una sustituta que llega durante el curso al centro y es en el primer examen que hace para saber el nivel del grupo cuando le cambia la nota a Capi a un 10 pese a que debería estar suspenso, lo que no tiene lógica ya que no conocía su nivel previo. De la misma forma, resulta extraño que los tres alumnos que demuestran ser más disruptivos en la clase estén sentados juntos, cuando el resto de alumnos están sentados por parejas, o incluso detalles tan mínimos como que se vaya a realizar una actividad con Kahoot sin una pantalla o proyector en clase. También hay una visión del instituto demasiado genérica, se vende una imagen más internacional que local, lo que provoca que ciertos aspectos de su funcionamiento chirríen a quienes sí trabajamos en las aulas, aunque no sea lo relevante de la serie.

No seré, sin embargo, de los que se rasguen las vestiduras señalando que el profesorado no actúa como en la serie ante los casos de acoso. El acoso escolar es una cuestión muy delicada que presenta más variables que las vistas en la serie y que no siempre resulta tan evidente. Es más, en muchas ocasiones, hay ciertos hechos que se normalizan con bastante asiduidad y que dejan de ser llamativos para el profesorado y para los propios compañeros. No es una disculpa, incluso debo decir que hay igualmente profesores que no muestran la necesaria sensibilidad hacia estos hechos, pero no deja de ser un reflejo de la sociedad en la que vivimos. 


En realidad, incluso viendo los comentarios que se hacen a esta serie nos podemos dar cuenta de que aún queda mucho camino por recorrer. Las motivaciones del acoso escolar son variopintas. Como Capi dice en la propia serie, él se siente un chico normal que no sabe por qué le ha pasado esto. A diferencia del libro, donde se hace más hincapié en que es un chico que estudia bastante y saca buenas notas, en la serie lo percibimos como un muchacho más, que empieza a recibir acoso porque molesta a otro compañero repetidor. Lo cierto es que la dinámica de las aulas en muchas ocasiones ocultan sistemas de represión social. Aunque pueda sorprendernos, la figura del niño que se interesa por estudiar y que se muestra curioso y participativo en clase suele estar mal valorada por sus compañeros. De ahí que surja el mote de "empollón", que es una etiqueta que pesa socialmente y que puede llevar al aislamiento, que en la serie se refleja también en el mundo virtual, cuando la víctima es expulsada de todos los grupos. Para quitarse esa carga y evitar ser señalados, la táctica habitual es dejar de participar en clase, dejar de destacar, hacerse invisibles. Con ello no decimos que sean solo alumnos listos los que sufren esta represión, también lo sufren los que no entienden bien la materia, los que tienen dudas y se callan por no quedar de tontos antes los demás, los que no se arriesgan a responder por miedo al error y a provocar las risas de los demás si queda en evidencia. 

Al final, lo que logramos con estas dinámicas, son grupos de niños apáticos, desinteresados, que se acostumbran a no participar en clase ni a mostrar interés. Y en ello, en muchas ocasiones, también participan los profesores que destacan demasiado el error o que celebran en exceso a los que destacan por encima del resto. Es una dinámica de la que nos va a costar mucho trabajo desprendernos, porque está normalizada: lo guay es no mostrar interés en estudiar, quien lo hace, va contra la corriente. Y en muchos casos, esa es la excusa necesaria para aislar a alguien. Hay muchas más, como el aspecto físico, las diferencias raciales, los estereotipos de género o los comportamientos menos habituales, tanto por introvertidos como por extravertidos, cualquier matiz de diferenciación puede convertirse en la excusa del acoso. Pero el descrito en el párrafo anterior es el que más ha calado en el comportamiento general de los grupos. Incluso hoy ya es fácil encontrar esta situación de desidia y apatía en las clases universitarias y las personas que no quieren actuar así, se ven solas e incluso marcadas por sus compañeros. Lo sé bien porque lo viví como alumno y lo percibo como profesor. En mi caso, como adolescente, me llené de fortaleza para ignorar esta tendencia y seguir el rumbo que quería llevar en mi vida, pero eso no quiere decir que resultase fácil. La verdad es que estas circunstancias siempre dejan una huella indeleble en la mente de las víctimas, heridas y cicatrices que no tuvieron por qué ser físicas, pero que cambian la manera en que te comportas y en que entiendes las relaciones personales. Sentirte aislado de las personas que te rodean, sentir que eres una molestia para los demás, sentir que te rechazan de manera continua. Son cuestiones que fácilmente llevan a la depresión y que pueden empujar a tomar una decisión drástica, como sucede en Invisible


Otra de las cuestiones que se le achaca al personaje de Capi es su incapacidad para afrontar la situación: ¿por qué no se enfrenta a MM? ¿Por qué no pide ayuda? ¿Por qué no acepta la ayuda que los demás le brindan? Durante el capítulo 6, la voz del Dragón en off, en uno de sus monólogos más significativos, nos brinda una de las razones: el dolor se puede sobrellevar, aunque al final se instale para siempre en las víctimas, pero la vergüenza es más difícil de asumir. Capi no quiere que nadie sienta lástima por él, no quiere que lo vean sufrir, no quiere ser débil, y por eso su manera de actuar es esconderse. De ahí que le recrimine en el capítulo tres de la serie al psicólogo que haya enseñado el vídeo a sus padres donde se le ve sufriendo acoso. En el libro se observa cómo es él quien cambia sus relaciones, alejándose cada vez más de sus amigos, y sus hábitos, dejando de estudiar, apurando la entrada al instituto y saliendo lo más rápido posible. Aunque esto en la serie se obvia, sí se hace hincapié en cómo rechaza los intentos de sus amigos, especialmente de Kiri, de ayudarle, no quiere que la chica que le gusta lo vea así. En el capítulo sexto veremos cómo también ella se ve influida por las opiniones de sus compañeros y se aparta de él aunque no sea lo que realmente sienta, lo que acabará por provocar aún más que Capi se aísle y aparte de sus amigos. Además, las víctimas se culpan de los que les pasa, algo que es más evidente en el libro cuando el protagonista considera que todo lo que le pasa es por su "defecto". Para empezar, una persona que se considere buena, que acepte las normas sociales y que haya sido bien educado por su familia, no tenderá a la violencia. Eloy retrata a la perfección esta cuestión en su relato de la primera vez que el protagonista se siente acosado: no sabe manejar su ira. No quiere herir a otros porque eso va contra su conciencia. Incluso la única vez que trata de hacer algo, se arrepiente, porque le pueden los remordimientos. Su única manera de dejar salir esa ira es a través de golpear objetos, gritar, dibujar e imaginar un mundo ficticio donde vuelca esas emociones que no sabe manejar aún. A quien le ha pasado como a él, lo entenderá perfectamente.

He leído varios comentarios al respecto de personas que, al sentirse acosados, decidieron actuar con la misma violencia, y que ese provocó el fin del acoso. Es lógico porque los acosadores siguen aprovechándose de la situación cuando no reciben consecuencias, especialmente si la víctima no es capaz de hacerles frente y está cada vez más sola. Es algo que en la novela se menciona en varias ocasiones de manera explícita, aunque pasa más desapercibido en la serie. Pero estamos llegando entonces a la conclusión de que la violencia es la solución, cuando es el problema. La creación de vínculos de confianza entre los niños y los adultos, sean sus padres o sus profesores, es fundamental. Empezar a eliminar la carga negativa que tienen los "chivatos", que evita que en muchas ocasiones los demás compañeros hablen o ayuden. Son algunas de las cuestiones que se deberían resolver. Y aún así, siento que es fácil decirlo de manera teórica, pero me temo que la práctica es una tarea titánica. Creo, sinceramente, que solo el esfuerzo individual continuado da frutos, aunque sea en nuestra parcela de acción. Como sucede con la profesora de Invisible, quizás no solucionemos el mal endémico, pero al menos no dejamos de luchar por ello. 


Es más, en muchas ocasiones los propios acosadores también llevan consigo una manera errónea de entender las relaciones y la vida. La disculpa no debe ser inmediata ni siempre válida, pero sí es necesario trabajar para evitar estas dinámicas sociales. Como se observa en la serie, MM comienza a arrepentirse de lo que ha sucedido e incluso observa impotente el pánico que infunde en Capi sin poder remediarlo. Es un muchacho inexperto que no sabe cómo actuar ni como remediarlo, como le confesará a la profesora. Y eso también sucede: muchos alumnos proceden de circunstancias vitales muy diversas, incluyendo carencias afectivas importantes o situaciones familiares complejas. No saben manejar sus vínculos y pagan su situación con otras personas. De ahí también que el amor sincero que pueda sentir por Betty (Eva Rodríguez), a quien es capaz de enseñarle su vulnerabilidad, está también intoxicado, llegando a ser posesivo con su novia y mostrando claramente una mala gestión de la relación romántica. A su vez, a nivel del aula, el hecho de comportarse mal es una forma de sentirse atendido por alguien. En el libro queda claro que MM siente que su padre le rechaza por sentirse culpable del accidente de tráfico en el que casi muere, pero eso también provoca un doble castigo en ese menor, que no solo siente ira por la situación (en la serie se expande hacia un acoso en el colegio en el que, por cierto, él actúa con violencia para salir de la situación), sino que también le hace sentir culpabilidad por el comportamiento de su padre, como si fuera el causante de algo que no puede manejar. En efecto, las circunstancias familiares y personales de todos son más complejas de lo que se percibe desde fuera. Y las familias no siempre son el refugio idílico para los niños que imaginamos. Ni siquiera aunque lo aparenten. 

Ahí tenemos el caso de los padres de Capi, que en la novela se sienten ausentes y que no perciben los cambios en el comportamiento de su hijo, ocupados de manera continua por el trabajo (una crítica directa a una de las carencias más importantes de nuestra sociedad actual, la falta de compatibilidad y conciliación adecuada entre la vida laboral y la vida familiar), mientras que en la serie nos muestra cómo se van enterando de lo que ha sucedido posteriormente. Por ejemplo, cuando ven la espalda magullada de su hijo y descubren que es anterior al accidente del tren, en el primer capítulo, o cuando descubren el vídeo que circuló por redes de su hijo siendo acosado en el tercer capítulo. La impotencia de estos padres refleja también la que se da en la realidad cuando estas situaciones suceden, porque no estamos preparados para asumir que estas circunstancias nos pueden golpear de la vida o ni siquiera sabemos cómo actuar. Un caso claro lo encontramos en las reacciones del padre de Capi en los capítulos iniciales de la serie o del padre de Zaro, que asume la amistad de su hijo con el protagonista sin observar realmente cómo se está desarrollando. En la novela, Zaro se apartaba cada vez más de Capi, mientras que en la serie llega al punto de bailarle el agua a los acosadores por evitar convertirse él también en un señalado. No se atreve a romper la dinámica ni a ayudar de verdad a su compañero, lo que después provocará que tampoco sepa gestionar sus emociones de arrepentimiento y culpabilidad, volviéndose más irascible y actuando con violencia con MM al final del capítulo quinto. En este sentido, el personaje está mucho más desarrollado en la serie que en el libro, donde pasa más desapercibido. 


En aspectos más técnicos, la serie maneja bastante bien sus recursos. Los elementos de fantasía están bien insertos gracias a la combinación entre efectos especiales y efectos visuales. Combina adecuadamente las dos líneas temporales, diferenciándolas con el uso del color, incluye planos subjetivos muy interesantes, algunos contraplanos muy bien traídos, como el que enfrenta a Capi con el psicólogo al final del capítulo quinto, algunas secuencias con recursos más propios del videoclip, como el final del capítulo tercero, con detalles como el uso de la cámara lenta o la inserción del mundo virtual mediante las conversaciones rodeando a los personajes. Hace un uso muy adecuado del sonido, con una banda sonora acertada que se silencia en los momentos oportunos. Es verdad que se han escogido canciones de carácter más internacional para la serie, algo que en la producción tendrá relación a su promoción fuera de España por tener una distribuidora como Disney+, pero no por ello dejan de ser acertados. Recuerdo especialmente en los dos últimos capítulos las canciones "Karma Police" de Radiohead, "Fear of the Dark" en una versión de Brides of Lucifer del tema de Iron Maiden, o "The Funeral", de Band of Horses. Por cierto, es recomendable también la canción promocional del grupo español Siloé.

En los dos últimos capítulos, seguramente junto al capítulo tercero, se concentran las escenas más duras. La escena de las abejas grabada con un móvil, con la posterior reacción de los padres en el presente, la escena de la paliza en el baño, la clase en torno a la palabra "empollón" y la muestra de un MM arrepentido que es incapaz de solucionar nada frente a un Capi temeroso que no puede afrontarlo, la escena del pozo y, seguidamente, el intento de suicidio en las vías del tren. Resulta muy difícil no afrontar con empatía y dolor todas esas circunstancias. Es cierto que, pese a todo este recorrido, su final no me acaba de convencer, se me queda insuficiente, algo abrupto e idílico, con esa reunión donde todos se culpan de lo sucedido. Creo que no acaba de tener toda la fuerza que podría. Y a nivel narrativo, durante varios momentos puntuales, MM trata de acercarse a Capi para intentar hablar con él y remediar la situación, sin éxito, se incluye también una visita al hospital, pero al final esta conversación no se llega a dar y creo que hubiera sido necesaria por el rumbo de este personaje y como parte de la sanación del protagonista.


En conclusión, la serie te empuja de manera necesaria a querer ayudar a Capi y remueve a quienes han vivido el acoso de una u otra forma. En este sentido, como decía antes, es una serie necesaria y está bien ejecutada, a pesar de los defectos que he mencionado. Creo que sirve para reconciliarse con el pasado, para concienciar a los jóvenes actuales, a los padres y a los profesores, para denunciar que la sociedad falla y que aún debemos trabajar más. Desde que la vi, no he podido evitar seguir dándole vueltas, volver a ver algunas de sus escenas, como la confesión de que sentía que debía ser invisible porque era más fácil asumir eso que la realidad. Me ha generado un reencuentro con emociones que hacía tiempo que no sentía, que creía ya olvidadas y que, en realidad, han marcado de manera inevitable mi forma de ser, y también una sensación de impotencia y frustración que me empuja a seguir trabajando, a intentar evitar que estas cosas sucedan aunque sepa que es muy difícil, mucho más de lo que se ve en la ficción. Por eso la describo como necesaria, porque puede conseguir remover conciencias. Y necesitamos que sea así.

Escrito por Luis J. del Castillo



Animando desde Oriente (XXIX): Suzume, de Makoto Shinkai

14 septiembre, 2024

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No importa lo colorido que pueda ser el espectáculo. La realidad que se traduce detrás de los brillos es el de los sentimientos y los pensamientos que compartimos como humanos. El miedo a sentirnos solos, el dolor de la pérdida, la culpabilidad de sentirnos una carga para otra persona. Son emociones que podemos comprender, con las que podemos identificarnos y que laten debajo de la magia visual que a veces funciona como un espejismo. Una magia que no hace falta que comprendamos, porque nunca fue lo importante de lo película.

Ese factor es determinante en las películas de Hayao Miyazaki (1941), que siempre ha sabido vestir de una magia mística historias profundamente humanas y delicadas. Y eso es también lo que encontramos en Makoto Shinkai (1973). No es de extrañar que el segundo esté cansado de que lo comparen o lo quieran ver como el "nuevo" Miyazaki, pero la realidad es que Shinkai ha elaborado una obra con sello propio, con elementos que ya forman parte de su idiosincrasia y que dista de los intereses y tópicos del máximo representante del estudio Ghibli

Incluso podríamos incidir en que el universo de Shinkai es algo más restrictivo en cuanto a la variedad de elementos, pero que derrocha belleza en el acercamiento a la naturaleza, sobre todo los paisajes celestiales y la lluvia, y una predilección por los romances adolescentes. Un estilo de sello propio que se ha ido haciendo cada vez más reconocible, sobre todo por el uso de un factor mágico que sirve de motor de la trama. Así ha ocurrido con sus tres últimas películas: la célebre y exitosa Your name (Kimi no Na wa, 2016), que considero que era la que mejor combinaba el ritmo, la mezcla de géneros y la fantasía con el romance, El tiempo contigo (Tenki no ko, 2019), visualmente muy potente, aunque personalmente me pareció algo inferior a su predecesora, y Suzume (Suzume no Tojimari, 2022), que hoy comentamos.


Suzume es una joven huérfana de 17 años que vive en un tranquilo pueblo rural al sur de Japón al cuidado de su tía materna. Tras despertar de un extraño sueño, que supone el inicio de la película, empieza su vida cotidiana preparándose para ir a clase, pero durante el camino se cruzará con un muchacho que le dice estar buscando una puerta. Sin poder evitar su curiosidad y sintiendo que lo conoce de algo, Suzume visitará unas ruinas cercanas donde será testigo de la apertura de una misteriosa puerta que desata la destrucción en forma de terremoto y de un gusano gigante que nadie ve. Junto a Souta, emprenderá un viaje para recuperar al gato Daijin, que era la piedra sagrada que contenía al gusano, mientras siguen cerrando puertas para evitar la destrucción de Japón.

Como todo viaje de adolescentes, estamos ante un camino de formación y autodescubrimiento, ante el paso hacia la vida adulta. Durante ese trayecto, su encuentro con diferentes personas le permitirá crecer, conocer la amabilidad ajena y también la responsabilidad, y congeniar cada vez más con su misterioso acompañante. Lo realmente interesante de la trama no reside en la magia que rodea a las puertas o al terrible gusano, que parece ser una explicación mitológica a los terremotos usuales que sufre Japón, sino al desarrollo del personaje y a la manera en que ahonda en todo aquello que ocultaba en su interior. Tanto es así que la película no trata de ofrecer explicaciones precisas. No podemos considerar que haya más recorrido en el terreno de la fantasía, incluso en ocasiones suceden ciertas cosas sin razón alguna. A esto nos referíamos en la semejanzas con Miyazaki, a veces la casualidad y el destino son los que juegan con los personajes, pero lo relevante no sucede en el exterior (a pesar de la épica del tramo final), sino en el interior.


Es más, un detalle significativo reside en la ubicación de estos portales al más allá, que aparecen en lugares abandonados por el ser humano. Ruinas, sí, pero ruinas modernas, como un parque de atracciones o un instituto. Los personajes dialogan con añoranza por estos lugares, incluso uno de ellos expresa de manera genuina la belleza que ha encontrado en uno de los paisajes visitados. Pero esos paisajes son una muestra también de la devastación humana, de cómo se ha desechado la vida en lugar de intentar restaurar o reponer. La primera puerta se levanta en medio de un edificio derruido consumido poco a poco por la naturaleza, pero están tan solo a unos pasos del pueblo. Cuando una puerta se cierra, se escucha el eco de las voces que habitaron el lugar. Shinkai muestra así el respeto por esos lugares abandonados, los embellece y trata de ofrecerles una vida nueva. Como cuando paseas por una ciudad y observas los edificios abandonados, ensoñando con su pasado, con la vez en que tuvieron vida.

Sin embargo, de nuevo, no es el tema principal, aunque esté relacionado. Estos lugares son así porque dejaron de ser lo que deberían. Igual que los personajes. Porque todos guardan dentro de sí deseos insatisfechos que no han sido capaces de verbalizar. Curiosamente, Daijin, que ejerce un rol de antagonista bastante ambiguo durante casi toda la película, es el único que actúa de manera egoísta para cumplir ese deseo, que es mundano, simplemente disfrutar del cariño de Suzume, pero que no tiene en cuenta los anhelos y sueños de la propia joven. 


Souta tiene como objetivo ser profesor, pero asume su papel como sellador aunque eso pueda suponer sacrificarlo todo, porque así ha quedado marcado en su legado familiar, como nos demostrará su abuelo. Incluso apenas parece comprender que la única manera de seguir siendo consciente es la llamada de Suzume. Es cierto que entre ambos irá surgiendo el romance obligado en las películas de Shinkai, pero, a pesar de la complicidad en algunas de las escenas de ese viaje, creo que queda como algo superficial, a pesar de ser un motor importante para entender la motivación de la protagonista en el tramo final. 

Suzume es quien tiene el mayor conflicto interno. El trauma de la pérdida repentina de su madre cuando tenía cuatro años la acompaña durante toda la película, además de manera literal gracias a una silla infantil que lleva consigo. Este conflicto pasará de un nivel inconsciente a ser consciente durante el trayecto de la obra, incluso en el propio hecho del destino final de su viaje, y tendrá su apogeo en dos escenas clave. Una será la discusión con su tía Tamaki, punto crucial de la película que desvía toda la atención de la aventura hacia la crudeza de un drama más cotidiano, que se alinean en torno a la culpabilidad y a la responsabilidad ante una tragedia familiar. La otra será el regreso a casa por primera vez tras doce años, para comprender todo lo que sintió entonces y darle un nuevo significado, para poder cerrar una herida que había permanecido silenciada. Esta cuestión es, sin duda, lo que aporta a Suzume un punto clave de emoción significativa y digna, que la destaca como algo más que una aventura mágica, porque humaniza su relato para darnos una historia que nos habla del dolor que tantas veces callamos y cargamos sin saber cómo liberarnos de él.


Seguramente no sea tan fluida ni tan divertida como Your name, pero sí logra una intensidad paralela, donde brilla más la superación personal de la protagonista que el romance, que en este caso se siente más como un añadido. Le falta cierto desarrollo a personajes secundarios y tiene un ritmo mejorable al caer en cierta repetición de esquemas durante el viaje. Aún así, cuenta con una animación exquisita, con especial cuidado en el uso de la iluminación, y la música de Kazuma Jinnouchi, con la colaboración de la banda RADWIMPS, que encaja en esa mezcla de aventura y misticismo íntimo, además de darnos un ambiente cotidiano japonés en el uso de la música pop en dos secuencias del viaje de la protagonista. 

Además, la película se siente muy contemporánea por los recursos que emplea dentro de su narrativa, como el uso de redes sociales o las alertas de terremotos. Tiene escenas tiernas y un humor basado principalmente en la sorpresa que suponen los personajes mágicos para el mundo real o la manera de ocultarse, a veces a simple vista. Sin duda, no se puede negar la firma tan característica de Shinkai en Suzume, que sin valorarla como su mejor obra, sí debemos considerarla una bella historia sobre la pérdida, el silencio y la autosuperación.

Escrito por Luis J. del Castillo



Indiana Jones y el dial del destino, de James Mangold

24 agosto, 2024

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Una de las propiedades de la ficción es arrojarnos a vidas apasionantes que rellenan nuestras fantasías de aventura mientras sabemos que estamos a salvo en nuestras casas, simplemente pasando las páginas o viendo una imágenes. Aún así, esas aventuras nos emocionan, creamos un vínculo con ellas, nos divertimos y lloramos. Nos da la oportunidad de vivir más, más allá de nuestra propia vida. No es de extrañar que nos sintamos más vinculados a esas historias que nos sorprendieron por primera vez, que nos encariñemos con los personajes con los que nos sentimos identificados o a los que nos gustaría imitar. 

Y también agradezcamos, de manera inconsciente, haber vivido la emoción de su aventura imaginaria como si fuera nuestra. Ser un hobbit que decide abandonar su hogar, sobrevivir a la invasión de un alienígena en tu nave espacial, descubrir que puedes salvar la galaxia a pesar de ser un granjero, saber que la magia existe y que hay una escuela esperándote a aprenderla... o adentrarte en civilizaciones antiguas para conocer reliquias fascinantes del pasado mientras escapas de trampas y enemigos con tu sombrero y tu látigo.

Indiana Jones y el dial del destino (Indiana Jones and the Dial of Destiny, James Mangold, 2023) es la quinta y posiblemente última entrega de esta saga, al menos con Harrison Ford al frente del célebre personaje. Debo reconocer que, en lo personal, no me ha atraído en exceso lo relacionado con Indiana Jones, siendo mi favorita Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones y and the Last Crusade, Steven Spielberg, 1989). Quizás eso me ha permitido no ser un aficionado demasiado nostálgico con el personaje. En esta ocasión, valoro algunas de las decisiones tomada para hacer esta película, pero creo que queda por debajo del nivel que alcanzaron las realizadas en los ochenta. No obstante, no desmerece el resultado.


Para empezar, cuenta con un excelente prólogo que rejuvenece a Indiana Jones mediante CGI en el cuerpo de Anthony Ingruber y lo sitúa en los estertores del régimen nazi, contando con puntales de acción que apenas se vuelven a alcanzar y con el personaje en pleno rendimiento, no solo a nivel físico, sino también en la parte humorística y en la manera de afrontar los distintos sucesos. Sin duda, de lo mejor de la película a pesar de que el rostro del protagonista resulte llamativo en ocasiones, causando esa sensación de valle inquietante que provocan las imágenes de humanos generados por ordenador. Por eso también gran parte de la acción sucede en un ambiente más oscuro y nocturno, que favorece y disimula el uso de la técnica digital. 

Más allá de esta cuestión, que a alguno puede sacar de la ficción, nos encontramos con la presentación de la reliquia protagonista de esta historia, la creación de Arquímedes, la Anticitera, y también al villano de turno, el científico nazi Jürgen Voller (Mads Mikkelsen), que trata de convencer a sus superiores del poder de este artefacto, del que han encontrado solo una mitad. Como habitualmente, Mikkelsen funciona bien para este tipo de roles, recibiendo posteriormente algunas escenas donde desarrollar la personalidad del personaje, fría, orgullosa y despectiva. Sin embargo, no deja de ser un antagonista simple, como sus secuaces, que son arquetipos vacíos. Mejor trabajados estarán los nuevos aliados de Indiana Jones en esta aventura, de los que hablaremos después. 


Una vez que nos ubiquemos en el presente del protagonista, en concreto en el año 1969, durante la celebración estadounidense de la llegada a la luna, nos encontraremos con un personaje hastiado y pesimista. El desparpajo habitual se ve sustituido por una versión más gruñona, que arrastra conflictos internos y personales, como su matrimonio con Marion (Karen Allen) o la pérdida de su hijo Mutt (al que conocimos en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal [Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull, Steven Spielberg, 2008]), que tendrán su desarrollo durante la película, destacando la conversación con Helena en el barco, más otros que no se evidencian con palabras, pero sí con imágenes. 

Por ejemplo, la falta de vínculo con la actualidad (Indiana no valora la llegada a la luna ni le interesa, sigue anclado en el pasado, en la antigüedad donde se siente cómodo), la desconexión con sus alumnos (frente a la pasión desmedida que observábamos en películas anteriores, sobre todo en el sector femenino) y también el poco apego a sus compañeros de trabajo. Pero todo ello conecta con un personaje herido, con heridas provocadas por una vida cotidiana que ha mellado su espíritu, sin que por ello le falten fuerzas para emprender otra aventura ni arriesgarse por salvar el mundo y a su ahijada, dado el caso. Con él funciona a la perfección el factor nostalgia y los elementos clave: la sempiterna presencia de su sombrero, su látigo como arma, su escepticismo (pese a todo lo que ha vivido ya) y sus frases célebres. Precisamente, en el epílogo de la película, se emplea esa nostalgia de manera bastante acertada para cerrar no en sí esta aventura, sino esas heridas mencionadas.


No obstante, precisamente por su género y por su  saga, tampoco puede huir de sus tropos, provocando que la película sea predecible e incluso incluya incoherencias que debemos permitir para dejar fluir la ficción. Funcionará para los menos experimentados o para quienes busquen algo más simple, pero no para quienes estén buscando originalidad y atrevimiento. Es más, en algunos casos podemos considerar que hay ciertos anacronismos en el retrato que se hace de la sociedad de finales de los sesenta. Ahora bien, donde mejor se nota que arrastra su carácter repetitivo es en las secuencias con el antagonista: aparece siempre que los protagonistas consiguen avanzar, nunca mata al grupo principal de personajes aunque tenga oportunidad y es su propia codicia quien lo lleva a su ruina, aunque en esta ocasión de manera bastante ridícula. Y ello a pesar del gran porte de Mikkelsen al frente del personaje, por cierto, un tipo de rol en el que ha quedado encasillado. Pero como ya mencionábamos, él y sus secuaces están escritos de manera bastante plana.

Por contra, los personajes que acaban colaborando con Indiana Jones mejoran o evolucionan con respecto a lo ya visto en la saga. Se repite el modelo que vimos en Indiana Jones y el templo maldito (Indiana Jones and the Temple of Doom, Steven Spielberg, 1984) con una mujer y un niño, en este caso más adolescente, pero más trabajados en su personalidad. Por una parte, Helena Shaw (Phoebe Waller-Bridge) es una mujer de carácter ambiguo, ahijada de Indiana e hija de otro arqueólogo. Aunque en una primera impresión podría aparentar tener el mismo espíritu aventurero y obsesivo que su padre o que el protagonista, lo cierto es que es una mujer materialista que busca su propio provecho. Durante la película tendrá que confrontar ese carácter que se ha forjado con el paso de los años con los valores que Indiana Jones trata de recuperar en ella. El choque generacional y el desparpajo de Helena provocarán roces entre ambos personajes durante toda la película, aunque también compartirán algunas escenas emotivas. 


El adolescente que les acompañará en esta aventura, Teddy (Ethann Isidore), está bien construido, dejando desde el principio algunas ideas sembradas que tendrán relevancia posteriormente. Participará constantemente de la acción y será quien apoye el lado más egoísta de Helena frente al altruismo de Indiana. En este sentido, tiene una personalidad más marcada que otros compañeros anteriores, como Tapón. Otros personajes quedan más desdibujados y de fondo. Por ejemplo, la presencia de Sallah (John Rhys-Davies) es un punto de nostalgia, pero sin ningún tipo de protagonismo, la agente de la CIA Mason (Shaunette Renée Wilson) es completamente prescindible, no aporta nada a la trama, y el capitán y buzo Renaldo (Antonio Banderas) queda desaprovechado, aunque aporta crudeza a la película. 

A pesar de sus aciertos, como la manera de elevar el tono dramático con Indiana Jones, el buen desarrollo de personajes secundarios, o de tener momentos que nos recuerdan al espíritu de la saga, no deja de sentirse como una aventura menor. Quizás porque en algunas ocasiones se siente poco natural, la amenaza es superficial, se le da poco valor a los acertijos, las trampas o el pasado y se recurre a otros clichés que están demasiado machacados. Por eso, se puede se sentir que se desaprovecha la ocasión para revitalizar las aventuras clásicas y darles un toque de originalidad, precisamente porque se acerca a hacerlo, incluso con cómo funciona en esta ocasión la reliquia que titula la película.


En definitiva, con Indiana Jones y el dial del destino James Mangold firma una película de manual, pero con falta de gracia. Que recupera a un personaje y unos elementos queridos por un sector del público, apelando a su nostalgia, pero sin atreverse a proponer algo relevante como novedad. Una aventura para pasar el rato. Como notas positivas, su gran inicio, el contrapunto entre Helena e Indiana y el toque más dramático para un héroe de capa caída que vuelve a la adrenalina de una última aventura.

Escrito por Luis J. del Castillo



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