No importa lo colorido que pueda ser el espectáculo. La realidad que se traduce detrás de los brillos es el de los sentimientos y los pensamientos que compartimos como humanos. El miedo a sentirnos solos, el dolor de la pérdida, la culpabilidad de sentirnos una carga para otra persona. Son emociones que podemos comprender, con las que podemos identificarnos y que laten debajo de la magia visual que a veces funciona como un espejismo. Una magia que no hace falta que comprendamos, porque nunca fue lo importante de lo película.
Ese factor es determinante en las películas de Hayao Miyazaki (1941), que siempre ha sabido vestir de una magia mística historias profundamente humanas y delicadas. Y eso es también lo que encontramos en Makoto Shinkai (1973). No es de extrañar que el segundo esté cansado de que lo comparen o lo quieran ver como el "nuevo" Miyazaki, pero la realidad es que Shinkai ha elaborado una obra con sello propio, con elementos que ya forman parte de su idiosincrasia y que dista de los intereses y tópicos del máximo representante del estudio Ghibli.
Incluso podríamos incidir en que el universo de Shinkai es algo más restrictivo en cuanto a la variedad de elementos, pero que derrocha belleza en el acercamiento a la naturaleza, sobre todo los paisajes celestiales y la lluvia, y una predilección por los romances adolescentes. Un estilo de sello propio que se ha ido haciendo cada vez más reconocible, sobre todo por el uso de un factor mágico que sirve de motor de la trama. Así ha ocurrido con sus tres últimas películas: la célebre y exitosa Your name (Kimi no Na wa, 2016), que considero que era la que mejor combinaba el ritmo, la mezcla de géneros y la fantasía con el romance, El tiempo contigo (Tenki no ko, 2019), visualmente muy potente, aunque personalmente me pareció algo inferior a su predecesora, y Suzume (Suzume no Tojimari, 2022), que hoy comentamos.
Como todo viaje de adolescentes, estamos ante un camino de formación y autodescubrimiento, ante el paso hacia la vida adulta. Durante ese trayecto, su encuentro con diferentes personas le permitirá crecer, conocer la amabilidad ajena y también la responsabilidad, y congeniar cada vez más con su misterioso acompañante. Lo realmente interesante de la trama no reside en la magia que rodea a las puertas o al terrible gusano, que parece ser una explicación mitológica a los terremotos usuales que sufre Japón, sino al desarrollo del personaje y a la manera en que ahonda en todo aquello que ocultaba en su interior. Tanto es así que la película no trata de ofrecer explicaciones precisas. No podemos considerar que haya más recorrido en el terreno de la fantasía, incluso en ocasiones suceden ciertas cosas sin razón alguna. A esto nos referíamos en la semejanzas con Miyazaki, a veces la casualidad y el destino son los que juegan con los personajes, pero lo relevante no sucede en el exterior (a pesar de la épica del tramo final), sino en el interior.
Es más, un detalle significativo reside en la ubicación de estos portales al más allá, que aparecen en lugares abandonados por el ser humano. Ruinas, sí, pero ruinas modernas, como un parque de atracciones o un instituto. Los personajes dialogan con añoranza por estos lugares, incluso uno de ellos expresa de manera genuina la belleza que ha encontrado en uno de los paisajes visitados. Pero esos paisajes son una muestra también de la devastación humana, de cómo se ha desechado la vida en lugar de intentar restaurar o reponer. La primera puerta se levanta en medio de un edificio derruido consumido poco a poco por la naturaleza, pero están tan solo a unos pasos del pueblo. Cuando una puerta se cierra, se escucha el eco de las voces que habitaron el lugar. Shinkai muestra así el respeto por esos lugares abandonados, los embellece y trata de ofrecerles una vida nueva. Como cuando paseas por una ciudad y observas los edificios abandonados, ensoñando con su pasado, con la vez en que tuvieron vida.
Sin embargo, de nuevo, no es el tema principal, aunque esté relacionado. Estos lugares son así porque dejaron de ser lo que deberían. Igual que los personajes. Porque todos guardan dentro de sí deseos insatisfechos que no han sido capaces de verbalizar. Curiosamente, Daijin, que ejerce un rol de antagonista bastante ambiguo durante casi toda la película, es el único que actúa de manera egoísta para cumplir ese deseo, que es mundano, simplemente disfrutar del cariño de Suzume, pero que no tiene en cuenta los anhelos y sueños de la propia joven.
Souta tiene como objetivo ser profesor, pero asume su papel como sellador aunque eso pueda suponer sacrificarlo todo, porque así ha quedado marcado en su legado familiar, como nos demostrará su abuelo. Incluso apenas parece comprender que la única manera de seguir siendo consciente es la llamada de Suzume. Es cierto que entre ambos irá surgiendo el romance obligado en las películas de Shinkai, pero, a pesar de la complicidad en algunas de las escenas de ese viaje, creo que queda como algo superficial, a pesar de ser un motor importante para entender la motivación de la protagonista en el tramo final.
Suzume es quien tiene el mayor conflicto interno. El trauma de la pérdida repentina de su madre cuando tenía cuatro años la acompaña durante toda la película, además de manera literal gracias a una silla infantil que lleva consigo. Este conflicto pasará de un nivel inconsciente a ser consciente durante el trayecto de la obra, incluso en el propio hecho del destino final de su viaje, y tendrá su apogeo en dos escenas clave. Una será la discusión con su tía Tamaki, punto crucial de la película que desvía toda la atención de la aventura hacia la crudeza de un drama más cotidiano, que se alinean en torno a la culpabilidad y a la responsabilidad ante una tragedia familiar. La otra será el regreso a casa por primera vez tras doce años, para comprender todo lo que sintió entonces y darle un nuevo significado, para poder cerrar una herida que había permanecido silenciada. Esta cuestión es, sin duda, lo que aporta a Suzume un punto clave de emoción significativa y digna, que la destaca como algo más que una aventura mágica, porque humaniza su relato para darnos una historia que nos habla del dolor que tantas veces callamos y cargamos sin saber cómo liberarnos de él.
Seguramente no sea tan fluida ni tan divertida como Your name, pero sí logra una intensidad paralela, donde brilla más la superación personal de la protagonista que el romance, que en este caso se siente más como un añadido. Le falta cierto desarrollo a personajes secundarios y tiene un ritmo mejorable al caer en cierta repetición de esquemas durante el viaje. Aún así, cuenta con una animación exquisita, con especial cuidado en el uso de la iluminación, y la música de Kazuma Jinnouchi, con la colaboración de la banda RADWIMPS, que encaja en esa mezcla de aventura y misticismo íntimo, además de darnos un ambiente cotidiano japonés en el uso de la música pop en dos secuencias del viaje de la protagonista.
Además, la película se siente muy contemporánea por los recursos que emplea dentro de su narrativa, como el uso de redes sociales o las alertas de terremotos. Tiene escenas tiernas y un humor basado principalmente en la sorpresa que suponen los personajes mágicos para el mundo real o la manera de ocultarse, a veces a simple vista. Sin duda, no se puede negar la firma tan característica de Shinkai en Suzume, que sin valorarla como su mejor obra, sí debemos considerarla una bella historia sobre la pérdida, el silencio y la autosuperación.