La librería, de Isabel Coixet

21 enero, 2019

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Suele haber grandilocuencia en esas historias que tratan sobre la trascendencia del ser humano. Como si propusieran un cambio sustancial en nuestras vidas y nos impulsaran a la felicidad por tener la dicha simple pero efectiva de estar vivos. Así es habitual en los biopics sobre esos personajes históricos que marcaron algún hito por el que debemos congratularnos. En otras ocasiones, sin embargo, se alejan de los grandes gestos para acercarse a los sueños más cotidianos. A la intrahistoria de los anónimos provincianos y a las desdichas que habitan en quienes se saben alejados de los grandes letras de la historia con mayúsculas. Esas narraciones llenas de pequeñas y fugaces ocasiones de felicidad y tormentos y preocupaciones que parecen querer instalarse para siempre.

Mientras adaptaba una novela de la inglesa Penelope Fitzgerald (1916-2000), Isabel Coixet (1960) nos lanzaba de nuevo a uno de sus dramas de soledades personales, ubicado en esta ocasión en un pequeño pueblo costero de la Inglaterra de 1959. Estamos ante La librería (The Bookshop, 2017), la sencilla historia de una joven viuda, Florence Green (Emily Mortimer), que decide abrir una librería en el pueblo en el que ha recalado, aunque para cumplir con ese particular sueño se encontrará tanto con la oposición de algunos como con el paternalismo de otros y la actitud maruja y cotilla de otros tantos.

A lo largo de esta película no encontraremos un desarrollo profundo y concreto de todos los sucesos, sino la pretensión de transmitir unas sensaciones emotivas. Básicamente, siempre se nos mostrará a Florence Green como una mujer que vive aislada, pero no sola: su mundo se encuentra entre las páginas de los libros que ama. Pero a diferencia de otros, dedicados a la creación de esas páginas, ella tan solo se identifica con lo que lee, por lo que se empeñará en cumplir su sueño de tener una librería en la tranquila Hardborough, ocupando un viejo edificio emblemático del pueblo, pero abandonado durante varios años: Old House.


Si en los tiempos que corren ahora nos podría parecer más que arriesgado abrir una librería, el mismo correlato de locura extravagante parece invadir a los conciudadanos de Florence, que lo observan como un disparate, dado que la población local no tiene interés por los libros. No obstante, con tesón y certeza, la joven viuda logra abrir oponiéndose al criterio de su banquero y su abogado. Sin embargo, se ganará la desconfianza de los pueblerinos y, sobre todo, el rechazo de Violet Gamart, una aristócrata que domina los hilos del pueblo desde su pedestal. Por contra, se ganará la admiración del señor Brundish (Bill Nighy), otro aristócrata que reside en su particular torre de marfil, tan solo rodeado de libros y de una mansión que parece abandonada, ocupándola como una figura misteriosa que desprecia lo relacionado con el ser humano. No obstante, como gran admirador de la literatura, le agradará la existencia de la librería y pronto se convertirá en el principal y más devoto cliente de la misma.

No hay mucho más detalles que aportar sobre la trama, siempre que no desvelemos los acontecimientos más relevantes. Coixet emplea el minimalismo de este argumento para abordar sobre todo a los personajes. Por ejemplo, encuadra a la señora Gamart desde la distancia, como un ser manipulador y altivo, rodeada de sus lujos y de las influencias de la política. Se acentúa en sus apariciones su hipocresía y despotismo, lo que, por otra parte, no permite ningún tipo de humanización. Al señor Brundish le ocurrirá lo mismo, aunque estará siempre rodeado de colores más fríos, mostrando que es un hombre frío, sí, pero sincero: lo que le rodea es lo que es. Las casi ruinas, los libros, la sequedad y la firmeza. Por su parte, la protagonista, Florence, aparecerá sobre todo representada como una mirada perdida en el mar, aceptando la soledad, pero también tomando el coraje (palabra clave dentro de la película) para intentar cumplir su pequeño sueño y encontrar la felicidad anhelada. Por cierto, tienen cierta gracia la forma en que Coixet plasma las conversaciones epistolares entre el señor Brundish y Florence.


Ahora bien, a pesar de cómo quedan retratados los personajes, hay poco desarrollo. Se logra con cierta intensidad íntima acercarnos a su carácter, pero apenas hay un par de encuentros memorables entre estos tres personajes, los cuales, se suponía, debían estar más involucrados entre sí; es más, los tres no coincidirán nunca juntos en escena. Lo que provoca, sin duda, que se sienta desaprovechada la ocasión de haber ahondado más en ellos y en sus relaciones. Curiosamente, dado que se opta por darle siempre el protagonismo a Florence, sí tendrán mayor presencia y constancia dos relaciones.

La primera es bastante interesante y sucede entre la librera y Christine (Honor Kneafsey), la niña a la que contrata, la más joven de su familia, pero también la más despierta e inteligente. Sus conversaciones serán premonitorias y ambas se enriquecerán mutuamente. Su relación está bastante asentada y se nota más meditada que otras, incluyendo además la secuencia final, que bien podría recordarnos a una versión más agridulce de Los chicos del coro (Christophe Barratier, 2004), pero variando la música por los libros y mostrándonos que Christine tenía bastante razón cuando afirmó que, a diferencia de lo buena que era Florence, ella prefería ser mala. La segunda es algo siniestra y resulta hasta cargante durante la película: se trata de los encuentros entre el periodista Milos North (James Lance) y Florence. Un personaje cuyas intenciones son excesivamente evidentes y al que podemos ver rechazado en varias ocasiones por la librera. Sin embargo, dado que la definición de los personajes, incluida la protagonista, llega a ser bastante vaga, asistiremos con sorpresa a que este despreciable ser sea contratado por ella en la librería, a pesar de haber mantenido siempre una atenta y cuidada distancia con este hombre durante toda la narración anterior.


No se trata de la única contradicción. Se pretende mostrar, por ejemplo, que el pueblo está invadido de gente que no lee o que lo interesan los libros, sin embargo, la librería tiene éxito. También hacia la mitad nos encontramos con una lucha legalista entre la señora Garmant y Florence que no se entiende, dado que se centra en que la aristócrata se queja de la cantidad de gente que rodea a la librería, algo bastante absurdo, cuando quizás hubiera sido algo más eficaz lo que se menciona de pasada: la inmoralidad del libro de Nabokov (1899-1977), Lolita (1955). Precisamente, este libro, junto a los de Ray Bradbury (1920-2012), tanto Fahrenheit 451 (1953) como Crónicas marcianas (1950), serán los que permitan una mayor interacción entre Florence y el señor Brundish, una relación que rozará un sutil enamoramiento, en una contenida escena en que ambos tienen un bello diálogo previo al final de la película. 

Este hecho no es una excepción dentro de La librería. En general, Coixet evita los grandes gestos. Otro ejemplo lo encontramos en cómo la villana es, ante todo, una hipócrita de buenas maneras, alguien acostumbrado a conseguir todo lo que quiere moviendo los hilos necesarios. Sin embargo, no nos equivoquemos, se deja en evidencia en la película hasta donde llega su maldad, dado que el empeño por conseguir el edificio de la librería no cejará a pesar del tiempo que transcurra y a pesar de que su deseo podría quedar bien cubierto con cualquier otro edificio: es tan solo un capricho pueril de alguien demasiado poderoso. Lo que nos puede dar buena muestra de hasta donde llega la visceralidad humana. No obstante, por eso mismo resulta maniquea hasta el exceso. Uno llegaría a esperar una mayor exploración de las motivaciones de esta mujer, por ejemplo, en su conversación con el señor Brundish, pero nunca se llega a eso. Ni creo que se pretendiera. De la misma forma que tampoco se evita dejar retratados a toda la población, sobre todo a los hombres, como fantoches sujetos a los deseos del poder, representado aquí por la señora Garmant. En fin, el coraje de Florence Green reside en combatir a Goliath sin realmente desear combatirlo, porque tan solo se trataba de un sueño personal e íntimo.


Como sucede con tantas películas, La librería no llegará a todos, ni siquiera aunque se comparta la pasión por la literatura de la protagonista, porque es evidente que tiene defectos, que es una obra  lenta, desapegada y algo fría, con poca claridad en su desarrollo y una profundidad basada en la sutileza. Lo que no podemos dudar es que se sirve bien de preciosistas paisajes retratados a partir de la mirada y la presencia de los personajes, que tiene un encanto particular invadido de melancolía y esperanza y que muestra tanto lo mejor de nosotros como un mensaje desolador: si alguien con poder se lo propone, puede acabar con hasta los sueños más pequeños y cotidianos.


3 comentarios :

  1. Aunque la película me emocionó -lo reconozco sin sonrojo- es cierto que hay ciertas cosas que una no se explica, aunque, como yo tiendo a ser bastante gilipollas y a fiarme de gente que no debería, pues bueno, supongo que proyecté esa odiosa cualidad en la prota de la película jajaja

    ¡Un saludo!

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    1. ¡Y sin sonrojo! Tiene momentos para emocionarse, sobre todo para cierto tipo de espectadores. Por lo demás, lo extraño es cómo hay ocasiones en que Florence parece conocer bien las intenciones del periodista y, sin embargo, cae tan fácilmente en su trampa. Aunque no es el único detalle que está presente por conveniencia del guión.

      ¡Gracias por comentar!
      Un saludo.

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  2. Coincido en impresiones contigo. Moría de ganas de verla, por el amor a los libros, por la pasión y la emoción de montar una librería y que funcione, incluso por el boom de Lolita (y eso que aún he sido incapaz de acabarlo), y me fui quedando dormida por momentos. Qué trama tan lenta y tan aburrida..... La catalogué como soporífera, una pena, con el argumento tan bonito que tiene....

    Besos.

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