Clásicos Inolvidables (CL): La zapatera prodigiosa, de Federico García Lorca

30 mayo, 2018

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Debido a la forma en que entendemos el arte desde el Romanticismo, siempre estamos en busca de la originalidad, de la innovación, de la ruptura frente a lo anterior a fin de captar la atención con novedades. Sin embargo, como ha demostrado la historia, ningún artista adquiere relevancia si no ha aprendido de sus predecesores. En efecto, para innovar debemos conocer de donde venimos, aprender a comprenderlo y a intentar superarlo. Precisamente, las obras más conocidas y estimadas de Federico García Lorca (1898-1936) no son aquellas que supusieron su etapa más vanguardista, como El público (escrita hacia 1930 pero publicada en 1976) o Así que pasen cinco años (1931), sino las que aunaron la tradición del argumento con cambios e innovaciones teatrales, como la célebre La casa de Bernarda Alba (1945).

El autor granadino se percató de que el camino a seguir era ese tras el fracaso de su primera obra El maleficio de la mariposa (1920), pero en lugar de ensimismarse en su propio universo, lo abrió al público. Mariana Pineda (1927) y sus farsas o teatros de guiñoles o cachiporra serían los primeros pasos hacia una renovación teatral atenuada en su vanguardia, pero evidentemente innovadora. En esta época situamos La zapatera prodigiosa, escrita en 1926 y estrenada y publicada en 1930.

En su argumento encontramos algunas de las preocupaciones y tópicos de las obras lorquianas, como la insatisfacción vital, la rebeldía o la crítica a ciertas costumbres sociales, así como a una protagonista fuerte aunque trágica a la par. No obstante, también podemos notar que se trata de una obra dentro de un proceso de maduración, atada a ciertos tradicionalismos y que aunque el autor tratara de evitarlo con sus acotaciones, puede caer fácilmente en la caricatura de los personajes. La historia nos sitúa en la vida de un matrimonio mal avenido: él es un viejo zapatero que decidió casarse para no quedarse solo, pero lo hizo con una joven, a la que llaman la zapatera, que no le da más que quebraderos de cabeza y regañinas. Cansado de la situación, decide marcharse, dejando a la zapatera en una situación de desamparo frente a sus vecinos. Conforme el tiempo avanza, su carácter empeora y empieza a añorar al zapatero, comprendiendo que realmente lo quería.


Representación de La zapatera prodigiosa por El Repertorio Nacional
Este tipo de tramas no eran originales de García Lorca, sino que estaba recurriendo a un tópico bastante folclórico que otros autores ya habían visitado antaño: el de la boda entre un viejo, en este caso de cincuenta y tantos años, con una joven, de dieciocho. No obstante, la novedad se presenta en la libertad que obtiene la zapatera cuando se marcha su marido. En ese momento, se determina la auténtica naturaleza de esta mujer, que opta por seguir adelante sin caer en los vicios de los que se le acusaba o que tanto predicaba ella misma. Bien podría ser la zapatera una moderna Penélope aguardando a su particular Ulises, aunque antes se hubiera mostrado violenta y grosera con su marido. 

Curiosamente, otros personajes se ven habilitados para acosarla en cuanto queda sola, algo de lo que ella se zafa y rehuye, aunque a veces no pueda evitarlo. Detrás de un argumento de final feliz y con personajes cómicos, encontramos un drama no falto de crítica por la situación de la mujer. Es más, pese a su indisposición para con los hombres, sus convecinas no dudarán en acusarla de ser la causante de los males del pueblo, como la lucha a muerte entre los jóvenes por su amor, aún cuando esa disputa surgió entre esos personajes sin influencia, ni querencia, de la zapatera.

De esta forma, tenemos una estructura bastante evidente: dos actos precedidos por un prólogo. Cabe destacar del prólogo la aparición del personaje del Autor, que se dirige al público como lo hicieran en el Siglo de Oro. Ahora bien, en lugar de emplear el tópico habitual en estos casos, el captatio benevolentiae a fin de pedir el favor del auditorio, lo que sobre todo hace es reclamar la atención del público, al que incluso le retira cualquier apelativo. Por su parte, cada acto incluye instrucciones sobre el escenario, que siempre será la casa de la zapatera aunque con pequeños cambios, dado que en el segundo acto aparece reconvertido en taberna. Debemos tener en cuenta que entre ambos transcurre un tiempo indeterminado marcado por la ausencia del zapatero, que retornará disfrazado para descubrir qué ha sido de su hogar y de su mujer.

Títeres de cachiporra
Ambos protagonistas están salvados por García Lorca, que es comprensivo tanto con el zapatero, al que nos retrata como un bonachón incapaz de ocupar el rol de marido dominante y, por tanto, de cumplir con las rígidas e hipócritas normas sociales, y con la zapatera, que defiende sus ilusiones con fuerza indómita y desgarrada, pero que se abrirá al espectador en el segundo acto, mostrándonos tanto su valentía como su fragilidad, lo cual potencia el carácter del personaje. Precisamente, hay un espejo entre la realidad y el deseo de la zapatera en los dos actos: en el primero muestra con violencia su desprecio a su marido y a una situación, el matrimonio, a la que se ha visto obligada por las circunstancias, mientras que en el segundo anhela a su marido fugado mientras rechaza las posibilidades de su libertad recién adquirida y que tanto había añorado en el primer acto. En todo caso, será un personaje en constante conflicto, y aunque el final nos acerque al equilibrio, no nos cabe duda de que, siendo realistas, la insatisfacción siempre estará presente en su vida.

Sin duda, la zapatera es un personaje fuerte, capaz de defenderse a sí misma y a su honor sin necesidad de ningún apoyo. El hecho de que convierta la zapatería en una taberna demuestra su madurez y su emprendimiento y propone un modelo de mujer distinta al habitual en las obras de la época. En este sentido, aunque el carácter de este personaje sea bastante desagradable en el primer acto, después se desvela su perfil prodigioso, aquel que le daba título a la obra y que nos ponía en predisposición positiva hacia la zapatera. Ella es capaz de luchar contra las convenciones sociales y contra su realidad, de ahí la maravilla de su comportamiento que bascula entre la violencia dentro de un matrimonio insatisfactorio y el rechazo a los acosadores y a la sociedad que la rodea en el segundo acto. Por contra, el zapatero, ante los problemas e incapaz de enfrentarse a la situación, decide huir. Y si bien no hay adulterio, siempre pende la sombra de la sospecha, lo que le obligaría a una situación indeseada: el asesinato de su esposa, como sucedía en Los cuernos de don Friolera (1921), de Valle-Inclán (1866-1936).


Títere de Federico García Lorca
Por último, debemos mencionar al resto de personajes, que apenas son figuras a las que despreciar por el retrato que de ellos hace García Lorca: son símbolos de la represión social y de la más baja caladura moral. Ahí tenemos a las vecinas, representadas por colores, al Alcalde adúltero y a los mozos que tratan de conquistar a la zapatera. Todos ellos ayudan a componer el lado más popular de la obra con las riñas entre los vecinos o el ambiente tabernario de la casa de la zapatera en el segundo arco junto a la reunión del populacho en torno al espectáculo del titiritero, que nos da una muestra de metaliteratura en la que la protagonista se ve reflejada. Aparte hemos dejado al Niño, que conforma el universo infantil propio de García Lorca y que encierra cierto factor autobiográfico. El Niño es el personaje que es capaz de ver la realidad y de ver más allá de las simples apariencias: será el único que se siga acercando con su zalamería a la zapatera y el primero en reconocer tras su disfraz al zapatero. Por último, no debemos olvidar el factor poético que encierran siempre las obras teatrales del autor granadino, que se encuentran aquí recogidas sobre todo en el teatrillo que monta el zapatero y en las conversaciones entre Zapatera y Niño.

En conclusión, La zapatera prodigiosa puede considerarse una obra menor, pero muy representativa del teatro de su autor. Una perfecta unión entre la tradición y la innovación, que ya anunciaba los temas habituales de García Lorca de forma escueta a la par que firme. No obstante, quizás desde nuestros ojos actuales sea una de sus obras más desfasadas en comparación a la fuerza dramática y argumental de obras tan contundentes como La casa de Bernarda Alba o tan atractivas y pasionales como Bodas de sangre (1933).


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