En 1938, Charles Latimer es profesor agregado de Economía Política en una universidad inglesa de segunda fila. Después de tres ensayos académicos que casi nadie lee, Latimer acomete una serie de novelas policiacas -es decir, de género-, que sí le proporcionan el reconocimiento del público y certifican su vocación y valía como escritor profesional.
Tras este esfuerzo creativo, Latimer decide pasar unos días de asueto. Por eso se marcha a Estambul, Turquía, convidado por Madame Chávez en su palacete. En uno de esos encuentros sociales, el escritor es abordado por otro de los invitados, el enigmático coronel Haiki (episodio I). Este le pone en conocimiento del curioso caso del contrabandista de origen griego Dimitrios Makropoulos. Un escurridizo y versátil delincuente que ha traído de cabeza a la policía de medio mundo, y citamos el verbo en pretérito (perfecto) porque, según parece, el sujeto ya ha sido hallado muerto. En efecto, su cuerpo mutilado ha aparecido flotando en el Bósforo.
Las habilidades de Dimitrios lo abarcaban casi todo, robo, latrocinio, tráfico de armas y drogas, espionaje… toda una panoplia de talentos. Como asegura Haki, en asuntos como este, lo importante no es saber quién ha disparado, sino quién ha pagado la bala (II).
Diez años de recorrido delictivo se cruzan ahora en la deriva del autor de novelas policiacas, en forma de un lance tan real como peliagudo.
Eric Ambler |
Latimer, sabedor de que Dimitrios ha fallecido, trata de involucrarse todo lo que puede en lo que ha sido la vida de este terrible pero fascinante contrabandista; entiende que se le presenta una ocasión única de incorporar a una futura novela la biografía y aventuras de un individuo auténtico, verdadero. Así que no deja escapar la ocasión de ahondar en la existencia turbulenta de este potencial personaje para incorporarlo a la ficción (o a la realidad establecida por vía de la ficción). De esta manera, Latimer se embarca en una investigación biográfica y administrativa que, huelga decir, le conducirá por recovecos insospechados. Integrando a Dimitrios en su vida, Latimer pasa a convertirse, además, en otro personaje de ficción, en parte de una historia de la vida real, que ya no escribe tan solo él. Sus averiguaciones en pos de los avatares y personalidad de Dimitrios le conducen, como se suele decir, a un inesperado viaje, cuyo rumbo inicial viene establecido por el dosier policial al que ha tenido acceso gracias al coronel Haki. Así, el profesor y novelista emprende el episodio de su vida con el fin de averiguar más acerca de la vida de Dimitrios.
Desde ese momento, como digo, Latimer se convierte en protagonista de su propio libro, amén de en un personaje más de la compleja trama de la vida. Por medio de un relato en flashback, el escritor conocerá, gracias al mercenario y traductor Fedor Muishkin, las circunstancias del genocidio de los armenios en Esmirna, Turquía, en 1922, así como el enfrentamiento entre turcos y griegos, y otros episodios posteriores y solo aparentemente inconexos de la trayectoria de Dimitrios.
Como personaje con el que resulta fácil y es grato identificarse, Latimer posee la simpática perspicacia que le permite detectar un brillo distinto al habitual en los ojos (III). También es buena la observación que lo anima a seguirle la pista a un “personaje fantasma” (III). En ruta por el Pireo, Grecia, Latimer conoce a Mister Peters, otro componente esencial de la narración. Sucede en un tren, camino de Sofía, Bulgaria (IV). Allí, el escritor desea conocer a Marukakis, corresponsal de una agencia de noticias francesa.
Producido dicho encuentro (V), las actividades de Dimitrios le llevan a entablar relación con una amplia gama de personajes-tipo, como la propietaria búlgara de un establecimiento de alterne, Irana Preveza, antigua víctima del delincuente, que espeta a Latimer que ustedes los ingleses son la única nación del mundo que cree tener el monopolio del sentido común (V). O en Ginebra, Suiza, con Wladyshaw Grodek, un ex espía (VIII). Como contraposición a la voz principal de la novela, que recae en el narrador omnisciente, el encuentro y conversación entre estos dos últimos personajes es narrado por el propio Latimer, en carta a Marukakis (esto es, contando los hechos en analepsis, IX). Aguda es la observación de Latimer al admitir que la víctima siempre es el liberalismo (V).
Estambul en los años 30 |
En suma, el escritor británico Eric Ambler (1909-1998) es lo suficientemente astuto como para ir desgranado la vida de Dimitrios por fragmentos bien ensamblados; esta vez, lo hace por boca de Peters. Pero a diferencia de Grodek, que adopta el recurso literario de la simulación (refiriéndose a terceros), Peters narra los hechos en primera persona y siguiendo el curso de la descripción en presente (histórico). Este excelente personaje muestra, además, un insinuado afeminamiento, extensible a su ex socio Giraud. De este modo, Ambler realiza una excelente descripción psicológica de sus protagonistas, e incluso fisiológica, sobre el consumo y adicción a las drogas por parte de Peters (XI).
Por lo tanto, la mitad de la novela aborda la narración por medio de flashbacks, en tanto que la otra mitad se da a tiempo real. En este sentido, el protagonismo es compartido por muchos, estén vivos o muertos (o tenidos por tal).
Sobresaliente es también el aspecto por el que Latimer se confronta a sí mismo como personaje de su ficción, cuando Peters le anima a que, juntos, hagan valer la información privilegiada que poseen (que no desvelaré), con objeto de chantajear a Dimitrios (cada uno por muy distintas razones, XIII). Un Dimitrios terrible cual Mabuse y de inagotables recursos como Fantomas. No en vano, la máscara del personaje queda “al descubierto” precisamente cuando Latimer observa que aquella cara era absolutamente inexpresiva (XIV). Al final, y haciendo gala de su honradez, nuestro profesor no se queda con la parte monetaria del chantaje que le corresponde, cuando Peters y Dimitrios solventan sus diferencias de forma definitiva (XV).
A todo ello, la novela añade el atractivo de la evasión a lugares exóticos, como un modo de conocer gentes; unos personajes fascinantes en situaciones límite, y en escenarios menos trillados por la literatura policíaca.
El mapa inicial que nos es presentado en la adaptación cinematográfica La máscara de Dimitrios (The Mask of Dimitrios, Warner Bros., 1944), nos sitúa directamente en Estambul. Allí, en medio del Bósforo, es hallado un cuerpo que responde a las señas de identidad del contrabandista Dimitrios Makropoulos (Zachary Scott). Para la policía, quien fuera que lo asesinase les hizo un favor. Al igual que sucede en la novela, el coronel Haki (Kurt Katch) entra en contacto con el novelista de la historia (el estupendo Peter Lorre), en la recepción que ofrece la aristócrata Elisa Chávez (Florence Bates). El porte y apariencia de Lorre (1904-1964) aconsejaron, con acierto, convertir al protagonista principal en un escritor holandés en lugar de británico, respondiendo al nombre de Cornelius Laden. Por lo demás, las características del personaje son las mismas que las descritas en la novela, incluso lo de ser un ex profesor de económicas. Como en el original, el coronel le pone en antecedentes acerca del asunto Dimitrios. En el diálogo que ambos mantienen, también se respeta una de las mejores expresiones del libro, esa de que lo difícil es averiguar quién pagó por la bala.
Bien ilustrada está la parte que muestra a Laden en el depósito de cadáveres. En tres planos consigue el excelente realizador Jean Negulesco (1900-1993) sintetizar la angustia y la fascinación que el personaje siente por la oportunidad literaria y vital que se le avecina. La escena en el archivo griego, con Peters (el no menos competente Sydney Greenstreet) llegando y marchándose después, es igualmente concisa y elocuente. Como lo es la imagen sostenida entre Haki y Laden en el hotel de este último, o el plano en contrapicado hacia Peters, en la misma habitación de hotel. De forma ejemplar, un travelling ilustra uno de los crímenes de Dimitrios, el de un estadista.
De hecho, resulta destacable todo el flashback que relata las “hazañas” del contrabandista, un tipo diabólico pero fascinante, ideal para una novela, tal y como sostiene Laden.
A continuación, el escritor marcha con Peters a Sofía, donde parte de la atmósfera exótica y sensual, que se corresponde con una aventura de estas características, la proporciona la cantina y prostíbulo de la señora Irana Preveza (Faye Emerson); pero ello, de forma muy medida y nada subrayada. La crónica de la madam es el segundo flashback de la película.
Después, otro de esos magníficos escenarios propuestos por la adaptación lo hallamos en la mansión-biblioteca del confidente Grudek (Victor Francen). Será este ex espía quien acometa el tercer y último de los flashbacks.
A recrear este espléndido clima de buen cine negro ayuda la soberbia fotografía de Arthur Edeson (1891-1970), la atmosférica partitura de Adolf Deutsch (1897-1980), y la fiel adaptación del guionista Frank Gruber (1904-1969). Ejemplo de tal conjunción lo hallamos en el decorado del lujoso apartamento que Peters tiene en París, envuelto en un desportillado edificio. Un magnífico disfraz para quien aspira a poder vivir bien sin ser descubierto o llamar la atención. Por su parte, la despedida de Laden a Peters se produce como en la novela, salvo que en esta, Peters sí es víctima de un destino más trágico. No sucede así en la película, algo de lo que, con honestidad, nos congratulamos todos.
Escrito por Javier Comino Aguilera
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