La llamada, de Javier Ambrossi y Javier Calvo

19 marzo, 2018

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En los últimos años se ha impuesto como formato típico de comedia aquella basada en los comportamientos  más deleznables y pasados de vuelta. Hace gracia la parodia extrema en muchas ocasiones más basada en la burla soez y evidente que en la inteligente, es decir, el chiste de pedos y sexo más que el elegante y audaz. Quizás por eso nos sorprende encontrar una pieza como La llamada (2017), donde el humor y la crítica no están carentes de respeto y dignidad.

No obstante, es bastante lógico que suceda así, porque vista la trayectoria de sus creadores, Javier Ambrossi y Javier Calvo, con la miniserie Paquita Salas (2016) a la cabeza, podemos comprender que detrás de una propuesta aparentemente cómica, se esconde en realidad un acercamiento a personajes humanos, un drama sobre nuestras aristas más personales. Si en Paquita Salas hubiéramos podido encontrarnos la típica parodia estereotipada de la agente sin escrúpulos, como aparentaba, en La llamada nos podríamos haber encontrado una sátira desmedida sobre la religión o un remake a la española de Sister Act (Emile Ardolino, 1992) o de su secuela, y en ninguno de los dos casos se queda en esa fachada.

La historia se inicia con el retrato de dos chicas jóvenes de nuestro tiempo, Susana (Anna Castillo) y María (Macarena García), que deciden fugarse del campamento religioso en el que están para ir a una fiesta en una discoteca donde no faltan las drogas, el reggeaton o el electro-latino. En esa antítesis se sitúa la acción cuando María comienza a tener una visión con un extraño hombre (Richard Collins-Moore) que le canta por Whitney Houston. Castigadas por su fuga, ambas compañeras tendrán que afrontar junto a las monjas sor Bernarda de los Arcos (Gracia Olayo) y sor Milagros (Belén Cuesta) esa particular llamada divina mientras sus vidas se resquebrajan.


La propuesta resulta original, pero pronto comenzará a desinflarse cuando nos percatemos del desarrollo vacío de sus tramas y personajes. A pesar de mostrar en un principio un elenco mayor, todo queda reducido a cuatro personajes centrales: las dos jóvenes y las dos monjas, cada una representante con su trama particular. Por una parte, tenemos a Susana como la chica rebelde que trata de seguir el sueño que tenía con María, que no duda en enfrentarse a nadie ni en disfrutar de los placeres que hay a su alcance, aunque ninguno de ellos les proporcione la satisfacción que busca. En cierta forma, parece anhelar una profundidad que no encuentra en su vida ni en su relación con Joseba (Víctor Elías). 

A su vez, sor Milagros está cada vez más insatisfecha con su vida monjil y, en una de las mejores secuencias de la película, muestra su nostalgia por una juventud perdida relacionada con la música. A través de ambos personajes se inserta una atracción que provocará un cambio definitivo en las dos. Sin embargo, el cambio de actitud se siente brusco, no se profundiza apenas en el pasado de Milagros o en el camino que la ha llevado al punto en el que está ni se atiende a por qué Susana toma la decisión de romper con su vida. 


Por su parte, María asista con preocupación a esas visiones de lo que ella considera que es Dios. Unas visiones que no comprende y que tan solo encontrarán cierta explicación y refugio en Sor Bernarda de los Arcos, la nueva directora del campamento. Esta monja, devota y estricta, no comprende a las nuevas generaciones, se encuentra anclada en una época pasada, como demuestran los casetes que lleva consigo, que no es peor que la actual, pero que no conecta con la realidad que la rodea. Ambas tratarán de convertirse en discípula y maestra respectivamente para tratar de comprender qué le está pasando a María y poder comunicarse, a la vez, con la divinidad. Sin embargo, en una de las escenas más irónicas, el Dios que canta en inglés se desternilla de risa frente a una confusa María que, Biblia en mano, sigue las indicaciones de sor Bernarda. Los tiempos han cambiado hasta para Dios. Ahora bien, si el retrato de estas características de María y sor Benarda está conseguido, no sucede lo mismo con sus personajes. No sabemos cómo era nuestra protagonista antes de este estado melancólico, ni tampoco acabamos por advertir si en Bernarda se ha producido algún cambio definitivo. 

Es decir, estaban los personajes, hay diálogos bien realizados, pero falta más calado en el desarrollo dramático. La historia avanza por impulsos demasiado repentinos para llegar a un final donde encajen todos los cambios producidos en los personajes, a pesar de que esas metamorfosis sean superficiales y su desarrollo no haya sido adecuado, no por falta de lógica, sino de profundidad. Ello impide que alcancemos la catarsis necesaria o que podamos considerar La llamada como algo más que una propuesta argumental original, pero desaprovechada. 


El guion apuesta porque todos los personajes obtengan la libertad que desean, una libertad que les permita la felicidad. Por ello, acepta todas las opciones: sor Milagros puede dejar los hábitos y buscar el amor allá donde antes no se le había ocurrido buscarlo, María puede responder a la llamada, aunque esta resulta extraña e incomprensible para las religiosas, dado que no es una llamada al estilo marcado por las tradiciones o por las sagradas lecturas, pero además, se respeta que sor Bernarda viva feliz en su devoción, pero sin negarle un poco de desarrollo en forma de apertura mental ni crítica a su falta de modernización, extensible a todo el orden religioso. Hasta se consigue marcar cierta redención en Susana, quien encuentra su madurez cuando decide ser libre y no atarse a la vida cliché que se había marcado.

Ahora bien, todo esto sucede de forma repentina. Resulta curioso que tan solo un personaje secundario, menor en importancia, como es la cocinera del campamento, sí consigue una evolución más acorde al tipo de personaje, otorgándole cierta profundidad con dos o tres diálogos puntuales y un final lógico que encaja con la tónica de la película. En este sentido, cabe esperar más, mucho más, de esta pareja de directores, capaz de abordar con desparpajo y respeto temas como la falta de entendimiento entre las generaciones, marcada por ejemplo por los diferentes gustos musicales, el peso de la religión en la sociedad o la deriva en la que a veces se encuentran nuestros jóvenes, no por incapaces, sino por sentirse presos de nuestras etiquetas. Bien por el fondo, pero carente en la forma.




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