Todo lo que somos está destinado a desaparecer. Pero no será a nosotros a quienes nos dolerá reconocerlo en el futuro, sino a quienes dejemos. La muerte siempre ha sido una frontera difícil de asimilar, que ha requerido de suposiciones, creencias e hipótesis para tratar de encontrar algún tipo de respuesta. La muerte de un ser querido es también un viaje hacia un mundo distinto, un mundo invadido de ausencias. Hay maneras de tratar de entenderlo y de vivir con ello, hay quienes tienen fe, pero pese a eso, todo duelo pasa por una superación necesaria. El dolor, la tristeza, el sentido de la pérdida, el vacío de no encontrar más su respuesta son los síntomas que atravesamos. Esa persona estuvo aquí y ahora, simplemente, ya no está. Solo habita en los recuerdos, en las fotografías, en los vídeos, en los objetos que nos evocan a ellos, en lo que escribieron, en lo que nos dijeron, en todo lo que nos infundieron y marcaron, en las acciones que llevamos a cabo porque los conocimos, en las risas entre anécdotas y en los silencios de alguna habitación. En los lugares que a veces evitamos. En el mundo que fue.
Pero hay algo más. No podemos negar que cada ausencia es distinta, aunque todas se puedan sentir injustas para quienes la padecen. Cuando sucede de pronto, de manera inesperada, cuando es tajante y simplemente no hay más. Se acabó y dejó la desolación de la incomprensión. Cuando sucede por elección silenciosa y decisiva de quien acaba con su vida. Y también nos deja con la sensación de culpabilidad, de responsabilidad, de inquietud. De que algo pudimos hacer y no hicimos. Al final, vendrán las palabras de siempre y las que necesitamos. El afecto protocolario y el sentido. El acompañamiento temporal y el que se queda a acogernos. El tiempo de espera. El tiempo de recuperación. La auténtica enfermedad que provoca la muerte es ese dolor que se enquista en quienes quedan detrás. La única cura es volver a la vida. Y entonces llega la pregunta: ¿cómo se recompone una vida tras esa pérdida?
La verdad es que no tengo una respuesta segura. Sé que hay cosas importantes en esos momentos, que hay detalles relevantes que hacer en quienes acompañan, pero a veces también he sentido, en el otro lado, la frialdad de una soledad distinta, como si fueras ajeno al suceso en sí. No puedo negar, aparte, que quizás soy algo peculiar al respecto. Quizás por haber creado en mi mente tantos escenarios posibles para mi vida y la de quienes me rodean, quizás por experiencias personales, quizás porque también está en mi carácter. Pero eso no quiere decir que no haya sentido, igualmente, esa sensación de vacío que otorga la muerte. Por otra parte, como sucede en ese magnífico monólogo de El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997), no podemos conocer la realidad de estos sucesos, la verdad escondida en el dolor, solo habiendo leído o visto en el arte su representación. Pero tampoco es necesario sufrir todas las posibilidades que la vida ofrece para poder apreciarlo y sentirlo como propio. Entender desde lo ajeno, desde la mirada que otros nos dan, también es un ejercicio necesario para anticiparnos al dolor y comprendernos mejor.
¿Por qué? Esta suele ser la pregunta que nos apunta directamente. Repasamos sin querer todo lo que llevó a cierto momento, todo lo que hicimos, como asumiendo la culpa por todos los factores que no podíamos controlar. Imagina si, además, tampoco entiendes el mundo como lo hacen los demás. El dolor, la culpa, la incomprensión o la ira se acrecientan sin que puedas encontrarle una salida.
Tan fuerte, tan cerca (Stephen Daldry, 2011) fue vapuleado en su momento por excederse en el sentimentalismo y por un protagonista que se sentía cargante. Sin embargo, se acerca bien a varias de las cuestiones que hemos comentado previamente: cómo se afronta el duelo desde la más pura incertidumbre. La historia nos sitúa en la vida de Oskar Schell (Thomas Horn), que ha perdido a su padre (Tom Hanks) en el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Un marco tan concreto era innecesario y es tan solo una excusa que podría haberse sustituido por cualquier otro incidente ficticio, pero sirve como reflejo no solo del golpe que supuso individualmente para los personajes, sino también a nivel general para la población estadounidense.
La película retorna una y otra vez a las últimas llamadas del padre a la casa, grabadas en el contestador automático. Un secreto que guarda el protagonista para sí, sin saber gestionarlo. Oskar es un chico especial, él mismo comentará que le hicieron pruebas para detectar un posible caso de Asperger, aunque no fue concluyente. Se deja entrever que su padre se encargaba de educarlo y trataba de hacerle superar sus límites, autoimpuestos por el miedo, como el contacto con otras personas o el temor a viajar en metro. Una relación bastante idílica que contrasta con la incapacidad e incomunicación entre madre (Sandra Bullock) e hijo.
Como joven adolescente, Oskar vuelca sus emociones, sobre todo su ira, en ella, haciéndola responsable de todo ese dolor, aunque, a la vez, no quiere perder su amor. Sus diálogos son un punto crucial en la historia, destacando tres escenas: el "te quiero" con la puerta cerrada entre ambos, el "ojalá hubieras sido tú" en una acalorada discusión de la que el hijo se arrepentirá y el cierre entre ambos, cuando él se siente comprendido. Esa misma intensidad tendrá con el anciano inquilino (un gran Max von Sydow que aguanta a su personaje solo mediante gestos y expresiones), al que convertirá en confidente y revelará con sinceridad y dolor todo lo que no ha sido capaz de contarle a nadie. Especialmente su sentimiento de culpa por no haber tenido el valor de despedirse de su padre (algo a lo que se negaba desde el principio, en el funeral con el que abre la película).
En efecto, Tan fuerte, tan cerca es una película que aborda el duelo durante una etapa difícil y para un niño especial como es Oskar. Pese a ese acertado acercamiento, arrastra otros problemas que empañan el resultado y dificultan una valoración más positiva. Por ejemplo, la última búsqueda del tesoro que emprende el protagonista, pensando que así cumplirá con lo prometido con su padre, una nueva aventura como las que él le preparaba. Durante todo ese viaje, que debería haber sido el eje vertebrador de la historia, el niño irá conociendo a distintas personas que le brindarán sus propias historias y sentimientos. Quitando el hecho de que hace aparentar a Nueva York como una Arcadia, que se abre y es generalmente amable con el chico, la realidad es que toda esa travesía acaba convirtiéndose en una excusa, en un macguffin mal ejecutado. Los personajes con los que se encuentra el niño apenas importan, se liquidan en escena en breves intervenciones, algunas explicadas con la voz en off, y eso provoca que, cuando se alcance una reflexión final sobre todo ese camino recorrido, no ofrezca ningún tipo de emoción al espectador. La película podría haberse convertido en un viaje literal y emocional, pero solo nos deja algunos fragmentos breves de todo ello. Es más, podemos considerar que el tramo en que Oskar va acompañado del inquilino es parte de lo que la obra debería haber sido, pudiendo haber creado una dinámica más compacta entre ambos personajes.
¿Por qué es tan importante que se hubiera potenciado el viaje de Oskar? Porque lo que realmente gana el protagonista es esa experiencia, el tiempo que comparte junto a esas personas anónimas, el afrontar sus miedos para tratar de recuperar el espíritu de su padre, la manera en que colabora con un desconocido y trata también de comprenderlo. Cómo a través de una pérdida tan importante, la vida sigue abriéndose paso. Más allá de su final concreto, si luego centras una de las secuencias en darle importancia e incluso dar un giro importante a la trama y a una de sus relaciones más importantes, se sentirá como un añadido y no como algo natural. Tampoco ayuda la manera en que Daldry subraya y repite en exceso, de ahí que se acuse a Tan fuerte, tan cerca de buscar la lágrima fácil. Con todo, me gustaría destacar el tratamiento que se hace de cómo afronta el personaje todas sus emociones, porque también se hace desde la peculiaridad de sus características personales y no desde lo que entendemos por normalidad. Se trata de una obra de buena factura, con una banda sonora, realizada por Alexandre Desplat, bastante reseñable, y que acierta en su acercamiento a la falta de autocontrol durante un proceso de duelo.
Y de una película excesivamente explícita en lo que te quiere transmitir, a otra mucho más sobria y delicada, una obra en la que parece no suceder nada, porque todo subyace en los silencios, en los detalles y en la búsqueda de respuesta a la pregunta que hicimos antes: ¿Por qué?
En Aftersun (Charlotte Wells, 2022) conviven dos mundos a punto de colisionar. Nos trasladamos a los años noventa, un viaje entre un padre separado y su hija de once años a un complejo turístico. A través de su día a día, de las grabaciones caseras con la videocámara, de los silencios tumbados en las tardes veraniegas, junto a la piscina, de las fiestas cutres que ofrecen los hoteles, de las comidas y las conversaciones sencillas entre ambos... se desarrolla un mundo de silencios, de dudas y de dolor.
La joven Sophie (Francesca Corio) disfruta del momento, se enfada como cualquier niña, juguetea con la videocámara y empieza a interesarse en el mundo de esos jóvenes adultos que se besan y se tocan por debajo del agua en la piscina. En ella está brotando el ansia de futuro y el deseo, pero también la búsqueda de respuestas, con preguntas que lanza en ocasiones a su padre. Está empezando a dejar la infancia y ya incluso puede percibir el hastío de la vida, la empatía por los demás, el deseo de algo más que se revuelve en su interior y que tiene eco en lo que ve en su entorno. Por contra, Calum, interpretado magistralmente por Paul Mescal, ofrece a su hija, y al mundo, dos caras distintas. Invita a su hija a disfrutar, baila y se comporta de manera gamberra, procura que ella se lo pase bien y trata de ser cercano. Pero, en la intimidad, como comprobaremos en varias escenas y en muchos detalles sueltos, podremos apreciar a un hombre melancólico, con tendencia depresiva, que está intentando encontrarse, pero que responde en ocasiones con cansancio hacia la vida y sintiéndose desubicado y perdido en el mundo. Calum y Sophie en ese viaje representan dos visiones contrapuestas de la vida y valoran lo que les rodea de forma muy distinta. No en vano están representados y acompañados por colores contrarios, con el padre siempre envuelto en su soledad en tonos fríos, especialmente el azul, y la hija con colores más cálidos y llamativos, incluyendo el amarillo o el rojo. No obstante, la niña de entonces, cuyas preocupaciones eran otras, no era capaz de apreciar los matices de aquel viaje y es su yo adulto (Celia Rowlson-Hall) quien está repasando aquel verano, tratando de comprender mejor a aquel hombre que fue su padre cuando ella misma ha llegado a un punto similar en su vida.
Resulta curioso observar cómo Aftersun es un retrato de lo cotidiano filmado con pausa y tranquilidad y que, pese a ello, pueda llegar a resultar en algunos puntos inquietante o desoladora por cómo combina todos sus elementos. Algunas secuencias usan planos poco frecuentes, desvían la atención de los personajes para centrarse en elementos cotidianos, pero que nos ofrecen información adicional. La imagen puesta al servicio de dar más de lo que nos ofrecería solo el enfoque a los rostros que conversan. El uso de imágenes y secuencias que nos están dando también un sentido metafórico adicional, que trascienden a la lectura más simplista y literal, permite que este relato aparentemente sencillo y corriente sea mucho más. No se trata ni siquiera de una interpretación puramente nostálgica de esa época, sino que también hay inquietud e incertidumbre. Muchas secuencias representan ese nerviosismo y se sienten inacabadas.
Por ejemplo, veremos a Calum fumando en la terraza mientras su hija duerme poco después de empezar la obra. Él parece nervioso, como si buscara algo fuera, como si estuviera esperando algo mientras sigue vigilando el sueño de su hija intermitentemente. No sucede nada más, pero nos da la impresión de que nos falta algo, de que algo subyace en ese momento. Y en realidad, podemos imaginarlo porque también nosotros habremos vivido una situación similar: nos faltan los pensamientos que atraviesan a Calum, lo que realmente está sintiendo por dentro, las razones de su desazón. Y ese será un continuo en toda la película. Hay una sensación de inquietud y melancolía con la que colabora la música de Oliver Coates o incluso la interpretación arreglada parcialmente de un himno como es Under Pressure, de Queen, en una de las escenas más icónicas de Aftersun.
Evidentemente, no es lo único reseñable. Muchos diálogos parecen trascender la propia escena porque también ansiamos darle un sentido mayor a lo que aparenta ser normalidad. En cierta forma, cuando termina con un cierre metafórico, para la libre interpretación del espectador, nos está invitando a revisarla, a tratar de encontrar la respuesta que también Sophie busca: la relevancia de un relato que podría resumirse como unas simples vacaciones familiares, de un buen padre que trata de hacer feliz a su hija, pero que deben esconder algo más. Ese continuo desasosiego por tratar de encontrar justificación al relato que contemplamos en pantalla es un traslado de lo que siente la misma protagonista ya en su adultez.
Y también como adultos, valoramos mucho los detalles que la niña no percibe, pero que son visibles: el apuro económico, los silencios en respuesta a las reflexiones o preguntas que hace su hija, las intervenciones a veces banales, pero tan significativas de su padre con otras personas, la manera en que trata de solucionar también sus discusiones o la frialdad, incluso la incomodidad, con la que recibe la atención de la gente cuando el motivo es feliz. O simplemente, los momentos en que no pasa nada, pero que nuestra mente trata de otorgarle un sentido, de ubicarnos en la cabeza de ese personaje para entenderlo mejor.
Sin lugar a dudas, Aftersun es una película hecha con delicadeza y minimalismo. Seguramente no funcionará para toda clase de espectador, pues habrá quien se aburra o no vea que suceda nada relevante en pantalla. Pero a otros calará hondo. Tiene la esencia para hacerlo.