El autocine (LXX): El terror llama a su puerta, de Fred Dekker, y Golpe en la pequeña China, de John Carpenter

14 febrero, 2020

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Un experimento lanzado al espacio por una nave alienígena cae a la Tierra. Lo que nos faltaba. En ese momento nuestro planeta atraviesa el año 1959 y la cápsula se precipita en un bosque cercano a una zona residencial de estudiantes, en la población de Corman. Seguro que el lector más avisado ya sabe a quién hace referencia este nombre.

Con tan mala suerte que ese día -esa noche, cabría precisar-, un chiflado de los de atar se ha evadido de un psiquiátrico. Todas estas fuerzas “telúricas” confluyen en el estupendo coche de época de Johnny (Ken Heron) y su novia Pam (Alice Cadogan).

Ahora saltamos a 1986, sin movernos del mismo sitio. No sabemos qué habrá sido del pernicioso experimento o del chiflado que anda suelto, pero pronto lo vamos a averiguar de la mano de los estudiantes ochenteros Christopher Romero (Jason Lively) y James Carpenter Hooper (Steve Marshall), apodado J. C. (a mí me decían lo mismo en el cole). Llegados a este punto, retomamos la cuestión de los guiños onomásticos que hacen referencia a indiscutibles clásicos del género. A los citados podemos añadir los de Landis, de homicidios (Wally Taylor), Cynthia Cronnenberg (Jill Withlow), el sargento Raimi (Bruce Solomon) o el Inspector Cameron (Menzies, supongo; Tom Atkins). Este último incluso llega a referirse a Chris y J. C. con los sobrenombres de “Spanky” y “Alfalfa”, apelativos de los protagonistas de la mítica serie de Hal Roach (1892-1992) La pandilla (Our Gang, 1922-1944), que nos fue ofrecida a los españolitos más jóvenes en el espacio televisivo La bola de cristal (1984-1988).


El caso es que es la Semana de Promoción y todos los alumnos del campus están muy contentos y adornan los árboles con papel higiénico. ¡Por algo van a ser los ciudadanos del futuro! Además, Chris bebe los vientos -lo típico- por Cynthia, y para tratar de pasar el mayor tiempo posible con ella, los dos chicos intentan ser admitidos en la hermandad estudiantil de los Betas, elitistas y pomposos. El líder de esta hermandad es el rubiales Brad Buster (Allan Kayser). Para ingresar, se les propone pergeñar una gamberrada, consistente en dejar un cadáver de pega a las puertas de la residencia femenina.

Hasta aquí, todo normal (icono de risa). ¡Pero el complejo universitario esconde algo más en los pasillos de la Facultad de Medicina! El encargado del laboratorio (David Paymer) recibe la visita de Chris y J. C., que se afanan en adquirir su fiambre. Y lo logran. Pero este lleva algo dentro: una de las babosas corretonas que formaban parte del experimento alienígena. Imagine la que se organiza en el campus.


Pese a que J. C. está impedido por una lesión temporal y emplea muletas, corre que se las pela cuando el cadáver del laboratorio se pone de nuevo en marcha. Siendo malo esto, lo peor está por venir, porque el cuerpo de Johnny, que ha permanecido congelado hasta ahora en una cámara criogénica, es como digo portador de unas poco amistosas criaturas de procedencia extraterrestre (ha de ser un planeta con bastantes malas pulgas).

No hay remedio. Criaturas del espacio han invadido la Uni y se propagan como las ideologías políticas, de prisa y corriendo, y comiendo -literalmente- el coco de las personas. Hasta se las apañan para resucitar el cuerpo descompuesto del chiflado que se escapó del manicomio. El psico-zombi regresa a la muerte en vida con su hacha, y otros compañeros de estudios también se verán afectados por la dolencia. De hecho, la población se llena de zombis: no por afanarse en sus estudios, de forma metafórica, sino por ser víctimas de esas diabólicas posesiones extraplanetarias. Se puede decir que la amenaza corre de boca en boca. Como asegura uno de los recién graduados, lo vamos a pasar de muerte.

Pero el amor sobrevive incluso a los zombis. El que Chris siente por Cynthia, y el que se profesan los dos amigos estudiantes, bichos raros en sí mismos, en el mejor de los sentidos, dentro de ese microcosmos que es la universidad. Enfrentándose con coraje a los escurridizos seres, con ayuda del inspector Cameron, se pone coto a la invasión, hasta la película que viene.

Aun esbozada, la relación entre los dos protagonistas masculinos es una de las bazas de la película. Como demuestra el mensaje en casete que J. C. le deja a Chris. No es extraño que cuando este liga, a J. C. le siente un poco regular. Por otro lado, el escenario de la residencia femenina es pródigo en los topics del género: chicas hermosas, sugestivas toallas y una cita para el Baile de Graduación. A los que Dekker añade alguna que otra revista pulp y el recuerdo (lo mismo que en Dante) de alguna antigua película del espacio emitida por TV; materia con la que están hechos los sueños que nutren esta y otras realizaciones. Sin olvidar la presencia ineludible de Dick Miller (1928-2019), en esta ocasión, como el encargado del depósito de armas de la policía.


Escrita por el propio director Fred Dekker (1959), El terror llama a su puerta (Night of the Creeps, Tri Star-Fox, 1986), se ajusta al patrón desbocado de operetas estudiantiles con elemento fantástico, caso de Movida en la Universidad (Zapped!, Robert J. Rosenthal, 1982), Christine (Íd., John Carpenter, 1983), De pelo en pecho (Teen Wolf, Rob Daniel, 1984), Escuela de genios (Real Genius, Martha Coolidge, 1985), Mi experimento científico (My Science Project, Jonathan R. Betuel, 1985), Noche de miedo (Fright Night, Tom Holland, 1985), El vampiro adolescente (My Best Friend Is A Vampire, Jimmy Huston, 1987), Matinee (Íd., Joe Dante, 1993) o The Faculty (Íd., Robert Rodríguez, 1998). No es cine con mayúsculas, pero se lo pasa uno muy bien con estas minúsculas. Aparte de los recuerdos que nos trae. Dekker lo volvió a intentar, siempre sin armar mucho alboroto crítico, con la simpática y puede que más conocida Una pandilla alucinante (The Monster Squad, Tri Star-HBO, 1987). Ya había proporcionado el sustento de la simpática House, una casa alucinante (House, Steve Miner, 1985), sabrosa carne de videoclub que aún muchos recordamos.

Y ahora vamos con el segundo ejemplo propuesto para este mes.

Se trata de Golpe en la Pequeña China (Big Trouble in Little China, Fox, 1986), en la que, curiosamente, el realizador John Carpenter (1948) no participó en el guión. La película fue escrita al alimón por Gary Goldman (1953) y David Z. Weinstein (-), con un definitivo barniz final a cargo de W. D. Richter (1945), el responsable de las estupendas Nickelodeón (Íd., Peter Bogdanovich, 1976), La invasión de los ultracuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Philip Kaufman, 1978), Drácula (Dracula, John Badham, 1979) y Brubaker (Íd., Stuart Rosenberg, 1980), entre otras. Los efectos especiales se debieron a Richard Edlund (1940), definidor de la década de los setenta y ochenta, y la fotografía al habitual colaborador del director, Dean Cundey (1946). Destacan, además, unos buenos decorados de John J. Lloyd (1922-2014). La música sí la puso Carpenter, en consonancia con Alan Howarth (-).

Tras uno de sus laboriosos recorridos, el transportista Jack Burton (Kurt Russell) llega hasta el barrio de la Pequeña China, en pleno corazón de San Francisco (EEUU). Allí se reúne con su buen amigo Wang Chi (Dennis Dun) y otros colegas del mercado chino para pasar el rato. Y se les va la noche. A la mañana siguiente, Wang tiene que recoger en el aeropuerto a Miao Yin (Suzee Pai), su prometida desde niños, y Jack le acompaña. Pero la joven es secuestrada (sin que la gente del aeropuerto se inmute: vamos a considerarlo un apunte sardónico de la sociedad actual) por los secuaces de David Lo-Pan (James Hong), un ser que está maldito porque sus fuerzas no están equilibradas. Su carne y sus huesos están atomizados, aclara el tío Chuck (Chao Li Chi). Ante este reto imprevisto, Jack y Wang se afanan por rescatar a la chica, con la ayuda del maître Eddie Lee (Donald Li), la intrépida reportera Margot Lizenberger (Kate Burton), su amiga Gracie Law (Kim Cattrall) y Egg Shen (Victor Wong), que, aunque trabaja como conductor de un autobús turístico, está en buenas relaciones con la magia y los entresijos de la Pequeña China.


Razones tiene Jack para intervenir, puesto que en la refriega callejera que sigue a su regreso del aeropuerto, los miembros de una de las bandas que combaten en un callejón le han birlado su camión, apodado Pork Chop Express (algo así como el complemento filial de Convoy [Íd., Sam Peckimpah, 1978]).

El grupo de rescatadores comienza su periplo por El Tigre Blanco, una casa de trata de blancas y prostíbulo. Aquí se desencadenan todos los demonios. Luego, resulta obligada la visita más o menos prefijada al establecimiento Wing Kong, auténtica guarida de asesinos de Chinatown.

La acción que imprime John Carpenter, sostenida por el buen ritmo, medido pero con apariencia de ir sobre la marcha, proporciona a la película cierto aire de improvisación calculado. La acción del relato se condensa en unas pocas horas y días.


Jack está empeñado en recuperar su camión, porque es su medio de vida. Yo nací dispuesto, asegura con divertida presunción. Al igual que Plisken el Serpiente, de 1997, Rescate en Nueva York (Escape from New York, John Carpenter, 1981), los problemas van a él como un imán. Es el epítome del héroe “chungo” pero carismático, es decir, que no las tiene todas consigo pero logra salir airoso. Como sucede en la imaginativa lucha en el “salón del trono”. Con todos los defectos humanos del mundo, es el tipo de personaje que se posiciona al lado de lo justo -aun a la fuerza-, volviendo a rodar en solitario al término de la aventura.

Cabalgando entre la modernidad y la tradición se desenvuelven los protagonistas de nuestra historia. La Pequeña China actúa como metáfora tanto material como argumental de una cosa que se inserta en otra. Así, los aspectos mágicos del relato incluyen los palillos o huesecillos chinos, las consabidas poses marciales y un escenario de pasajes por donde circula la sangre negra de la Tierra. Un lugar poblado por criaturas de las profundidades, espíritus malignos, guaridas subterráneas, compartimentos secretos, corredores con trampas, una cámara de los horrores sumergida y algún demoñuelo al que apaciguar. La nómina incluye una pócima vigorizante (a todas luces sicosomática) y un “Quasimodo” que se lleva a Gracie cuando todos se las prometían muy felices. Los chinos lo mezclan todo; cogemos lo que queremos y dejamos lo demás, asegura Egg. Y esto se refleja en la trama. Menos mal que, como asegura el mismo personaje, al final, el caos se convertirá en orden.


Tras los entresijos y engranajes de Golpe en la Pequeña China, subyacen los relatos de Sax Rohmer (1883-1959), el ambiente de narraciones cinematográficas como las de Mister Wong, interpretado por Boris Karloff (1887-1969) y en alguna ocasión por Bela Lugosi (1882-1956)-–incluido un presupuesto entre holgado y ajustado-, y las publicaciones pulp de ambiente oriental (recordemos al pseudo Sherlock Holmes Harry Dickson, del belga Jean Ray [1887-1964], en aventuras como Los ladrones de mujeres de Chinatown [Les voleurs de femmes de Chinatown, 1932] o cómics como los de los igualmente belgas Georges Prosper Remi, Hergé [1907-1983] y Edgar P. Jacobs [1904-1987]). Incluso algunos trabajos especialmente atmosféricos de Jackie Chan (1954), como La furia de Chicago (The Big Brawl, Robert Clouse, 1980) o Kung Fu Yoga (Gong fu yu jia, Stanley Tong, 2017). A todo este mundo de fantasía trata de rendir homenaje Golpe en la Pequeña China. Y el resultado es entretenido y satisfactorio.

Escrito por Javier Comino Aguilera




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