Clásicos Inolvidables (CLV): Orgullo y prejuicio, de Jane Austen

27 mayo, 2019

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Con los clásicos literarios solemos enfrentarnos a varias barreras, desde las más puramente formales, con un lenguaje y unos códigos distantes a los actuales, hasta lo relacionado con el contenido, que ha servido en muchas ocasiones para censurar con la mentalidad actual obras del pasado. Pero no nos ceguemos por ideologías: la literatura es hija de su tiempo, con sus excepciones, y una buena obra literaria puede llegar a producir múltiples lecturas con el paso del tiempo. Por ejemplo, seguramente Cervantes (1547-1616) no escribió su Don Quijote (1605, 1615) con el mismo ánimo con el que lo interpretaron los autores de la Generación del 98. Ahora bien, si hay un tipo de novela aun más anclada a su tiempo que otras son las realistas, las que se popularizaron en el siglo XIX y que servían para tomar el pulso a la sociedad del momento. Conforme el tiempo avanza, podemos sentirnos despegados de lo que narran, e incluso sentir que estamos leyendo una historia sucedida allá donde solo pueden suceder cosas así: en la ficción. A pesar de que hubo un tiempo en que esa ficción fue nuestra realidad. 

A esta reflexión me ha conducido Orgullo y prejuicio (1813), que con su acercamiento a las costumbres sociales de la Inglaterra de principios del siglo XIX me ha resultado ajena y muy lejana, demasiado protocolaria y fría. Tanto ha sido así que he llegado a considerar que la única forma de entenderla es mediante la ironía, entendiéndola como una crítica mordaz de esos convencionalismos sociales. Lo considero un hecho curioso dado que no me sucedió con la lectura de otras obras semejantes, como quizás pudiera serlo La Regenta (Leopoldo Alas Clarín, 1884-5), que quizás era crítica y sarcástica de forma más evidente. Pero existe en este clásico de Jane Austen (1775-1817) una clara confluencia de características que la convierten en una obra rígida, de evolución dispar y que parece vivir aislada de la realidad, como los jóvenes que en el Decamerón (Giovanni Boccacio, 1351-3) se alejan de la ciudad para huir de la peste.

Nos referíamos a la ironía porque el propio retrato de los personajes parte de una visión crítica de los mismos. Incluso podríamos hablar de cierta hipérbole: la madre ansiosa por casar a las hijas dado que lo considera su objetivo vital, el padre distante y sarcástico, las hijas menores que han sido educadas en una vida demasiado libertina, la pura, bondadosa y bellísima Jane, incapaz de encontrar defectos en los demás, y la protagonista, Elizabeth, una sagaz muchacha hastiada de su familia, muy despierta e independiente, capaz de anteponer su felicidad a la mediocridad de una vida indeseable y que rechaza en múltiples ocasiones el tipo de educación a la que estaría obligada como mujer. La mayor parte de los personajes funcionan casi como arquetipos, otorgándole mayor personalidad a los dos protagonistas: Elizabeth y el señor Darcy. El resto son retratados y divididos entre los personajes positivos (ya sea por seguir motivaciones leales o ser capaces de mantener la educación adecuada, como representan los tíos de Elizabeth) y los negativos (por intentar imponer sus intereses o por ser incapaces de cuidar las apariencias sociales).

Jane Austen
La historia comienza con la llegada del señor Bingley al pueblo en el que vive la familia Bennet, compuesta por un matrimonio mayor y sus cinco hijas. En una situación desfavorecida para el futuro de las hijas, la madre vive obsesionada con la idea de casarlas para asegurar su porvenir, pero resulta una mujer presuntuosa, pesada y poco capaz de mantener las formas. Por ello, cuando se entere de la llegada de un nuevo soltero al pueblo, intentará conseguir que una de sus hijas lo despose. Comienza entonces la historia y sus tramas principales. Todo se inicia con la relación entre Bingley y Jane Bennet, que parecen enamorados, aunque tendrán que hacer frente al rechazo de la hermana y la cuñada de él. Esta será una de las tramas que ocupe especial atención en el primer tramo de la novela y se recupere hacia el final, manteniéndose en suspense durante la parte central de la novela.

Junto al amable y dispuesto señor Bingley, está su amigo, Fitzwilliam Darcy, otro señor de carácter más reservado, serio y apartado, que mantiene las distancias y parece rechazar el ambiente pueblerino en el que su compañero se ha instalado. A pesar de ello, ya desde un inicio podemos notar cómo Elizabeth y el señor Darcy comparten algunas semejanzas, pero tanto por el orgullo que muestra Darcy por sentirse por encima de la clase social de los demás como por los prejuicios por la reputación de este señor que ella tiene. Unos prejuicios que, cabe destacar, surgen gracias a la intervención de un simpático y cercano personaje, el casanova George Wickham. Por estas dos circunstancias, se mantendrán alejados e incluso ella llegará a actuar con cierta agresividad, rompiendo las formas que la sociedad le impone. Como descubriremos más tarde, sobre la relación de ambos personajes pendulan todas las demás tramas. En cierta forma, Elizabeth y Darcy llegan a convertirse en los que juegan la partida mientras los demás desconocen qué sucede en realidad. No obstante, nosotros seremos testigos de todos estos acontecimientos a través de la visión de ella, gracias a un narrador que, aunque omnisciente, está focalizado en la familia Bennet en general y en Lizzy en concreto. De ahí que al lector le resulte fácil sentirse cercano y apegado a Elizabeth por encima del resto de personajes. Incluso aunque este personaje pueda estar equivocado.

El señor Darcy y Elizabeth en la adaptación cinematográfica de 2005
Como vemos hasta ahora, toda la obra se centra en las difíciles relaciones entre sus personajes, especialmente en la búsqueda del amor y del matrimonio, ya sea por auténtico sentimiento o por conveniencia. De este último aspecto, destaca una de las tramas menores que no he mencionado: la aparición del señor Collins, heredero de la finca en la que vive la familia Bennet, y que buscará un matrimonio por puro interés social. Jane Austen expone la forma en que la sociedad inglesa del momento actuaba y en esta narración es donde entra realmente la ironía, dado que o bien entendemos la novela como una novela romántica en la que se ofrecen ciertas lecciones de comportamiento social o bien apreciamos una crítica sutil encabezado por el único personaje femenino que destaca por romper con los moldes que le quieren imponer, ya sea su madre o una señora de la importancia de Lady Catherine de Bourgh. Incluso uno de los últimos acontecimientos relevantes de la novela, que aborda la posible caída en desgracia de la familia por culpa del comportamiento de una de las hijas menores, podría interpretarse como una crítica a cómo la mala reputación de un miembro familiar puede ensombrecer y marcar de forma definitiva a sus familiares inocentes. Cabe destacar sobre este acontecimiento que Austen logra engarzarlo muy bien con la trama principal, de forma que su resolución conduzca al final definitivo de la obra.

En este sentido, la novela está bien construida para plantear una serie de conflictos que se resolverán de forma satisfactoria y definitiva en su desenlace. Incluso podemos apreciar que muchos hechos del inicio son apreciados de forma distinta desde la interpretación que se les otorga desde el final, cuando todo sea aclarado. Así, a pesar de ser una novela de una temática más romántica, funciona con la misma diligencia y presteza que una novela negra, resolviendo sus cabos sueltos en los últimos capítulos con solvencia y dando todos los detalles pertinentes. Aun más, no deja la oportunidad de mostrarnos resumidamente cómo es la futura vida de sus personajes.

Pintura de Julius LeBlanc Stewart de 1895
Sin embargo, pese a que podemos sentir que la evolución de la narración y su tramo final son bastante satisfactorios en la resolución de los conflictos planteados, no podemos dejar de apreciar que el camino es algo arduo. El desarrollo está invadido de explicaciones sobre el comportamiento y los protocolos sociales y hay muchas ocasiones en que se nota una acción superflua. También podemos advertir que los personajes no sufren ninguna evolución. Es más, a pesar de que toda la historia versa sobre la relación entre Elizabeth y Darcy, tan solo se produce un cambio significativo en él, y tal cambio es repentino, inesperado, dejando al lector preguntándose que cuándo surgió la atracción entre ambos y cómo esa atracción evolucionó hacia el amor. Porque si podemos entender cómo ella abandona sus prejuicios, la autora apenas nos deja comprender los cambios que se producen en Darcy y cómo este deja atrás su orgullo.

En conclusión, Orgullo y prejuicio es una buen retrato de la sociedad inglesa de principios del siglo XIX y es una narración capaz de conducir sus tramas de forma agradable, guardando algunas sorpresas y otorgándonos cierta satisfacción final. Sin embargo, se convierte en una gran novela si entendemos la crítica que hace a esa misma sociedad, si comprendemos la lucha contra las apariencias que emprende Jane Austen y si entendemos la ironía que desprende. Porque, sin duda, la obra gana mucho cuando entendemos ese sarcasmo implícito y, por tanto, observamos que tiene una visión muy crítica con las costumbres sociales del momento y, sobre todo, con la situación de la mujer. A pesar de lo cual, flaquea precisamente en el desarrollo de los sentimientos de sus protagonistas, cuya evolución se percibe abrupta y cuyas cualidades no son tan abordadas como deberían.  


2 comentarios :

  1. ¡Muy buena reseña!
    Orgullo y prejuicio fue una novela que, aún haciéndoseme algo farragosa en algunos puntos, al terminarla sentí que me había dejado huella. Huella que ha ido creciendo con el paso del tiempo.
    Yo también vi que la ironía era fundamental para saborear la obra, y no podemos desprendernos de la ironía si queremos disfrutarla bien. Tampoco me pasó por alto la capacidad de Austen de hilvanar todo los cabos, como si jugara una fría partida de ajedrez. Y remarco lo de fría. Porque me he dado cuenta de que mucha gente se acercó a esta novela esperando una apasionada historia de amor... y no es eso lo que se encuentra.
    A mí no me pasó tal cosa, pero sí algo similar... y es que al igual que tú, me acordé de La Regenta (obra que me encantó). Y mientras la leía, me acordaba mucho de la novela de Clarín. ¿Por qué lo hacía? Pues no lo sé, porque conscientemente sabía que la comparación era injusta. Orgullo y prejuicio publicada en 1813, La Regenta publicada en 1884-1885 y encuadrándose en el naturalismo. Y con dicha comparación, la novela de Austen salía perdiendo en cuanto a introspección de los personajes y análisis de la realidad. E inconscientemente, no podía quitarme esta sensación de fondo a ratos durante la lectura. Comparación que, reitero, cuando la pensaba de forma consciente me parecía injusta, pero no me la sacaba de la cabeza.
    De todas formas, esto no me impidió disfrutar de la novela.Me encantaba el humor, nunca grotesco y sí fino e irónico, y me encariñaba con Lizzy. La intriga, el querer saber cómo se iban a desatar los nudos, me atraía a pasar más páginas. Muy acertada tu comparación con una novela negra.
    Un saludo.

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    1. ¡Muchas gracias por tu comentario, Letraherido!
      Siempre es un placer leerte. Comparto muchas de las cosas que comentas, es cierto que conforme avanzaba en la lectura de Orgullo y prejuicio me iba enganchando y que su conclusión me terminó de conquistar a pesar de lo farragoso que comentas. Y efectivamente, la historia de amor apasionada está más que desaparecida en este caso. Hay un juego más dialéctico que pasional. Y como buen aficionado a la novela negra, lo encontré bastante satisfactorio. También me acabó gustando el personaje de Lizzy.

      Por otra parte, creo que la relación con La Regenta es porque, a pesar de su distancia temporal y las diferencias circunstanciales, guardan un espíritu semejante. Incluso la ironía de Leopoldo Alas se asemeja en ocasiones a la de Austen, aunque el resultado sea tan diferente y Clarín acabe siendo mucho más directo y evidente en su crítica y la trabaje mejor.

      De nuevo, y para terminar, gracias por tu comentario.

      Un saludo.

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