Otros mundos (XVI): Las plantas mágicas, de Mar Rey Bueno

17 mayo, 2016

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Es curioso como todas las conquistas técnicas, a excepción de los avances médicos, siempre bienvenidos, no han servido para hacer al ser humano más feliz. De hecho, continuamos poniendo límites a lo observable, fuera de lo cual, y siempre según los racionalistos, entramos de lleno en el reino de la superstición. Porque ya se sabe que todos aquellos que nos interesamos por estos temas es porque, por definición, somos contrarios a la razón.

Esta tiranía de lo objetivable, en la que únicamente existe aquello que pueda pesarse o medirse, aleja a la persona de esos otros aspectos épicos, simbólicos y mistéricos que, como ya he señalado en otras ocasiones, son la compensación estética y existencial que el ser humano precisa para poder sobrevivir y avanzar en su camino de búsqueda, intrínseco y cósmico.

Pese a todo, las flores y plantas están ahí para recordarnos nuestro contacto perdido aunque directo con la naturaleza. Un aspecto tan denostado o sobado que ya suena a tópico. Sin embargo, parafraseando aquel excelente título de George R. Stewart (1895-1980), las plantas permanecen.

Y se manifiestan, por ejemplo, a través del ameno ensayo de la doctora en farmacia Mar Rey Bueno (1969), Las plantas mágicas (Nowtilus, Frontera, 2002), un acendrado compendio que siempre es grato volver a sacar a la luz para que el animo no se marchite. Al fin y al cabo, como recordaba el bueno de Matisse (1869-1954), siempre hay flores para el que desea verlas.


Al referirse a las plantas y la naturaleza en general, Fernando Jiménez del Oso (1941-2005) recuerda en su prólogo al libro que bajo su efecto se ve lo que no es posible ver, se sabe lo que no debiera saberse, y se siente lo que está más allá de los sentidos. Lo que no es óbice para que haya que tomar con suma precaución dicho contacto con el mundo vegetal: la función de esos venenos sagrados no es la que estúpidamente se le da ahora, sino una mucho más sabia y útil. La magia, la auténtica magia, que temen los timoratos y desprecian los ignorantes, es simplemente una forma de acceder al conocimiento en su más alto grado; por eso exige disciplina, estudio y sacrificio (pg. 14).

De este modo, el paseo por la naturaleza propuesto por la autora hace las debidas paradas en las características desconocidas de las plantas, sus rituales y cómo utilizarlos, los mitos y leyendas, algunas propiedades medicinales, su histórica influencia en los aspectos zodiacales, el simbolismo vegetal desplegado en las catedrales y su vinculación con figuras como la Virgen María, las brujas, los alquimistas, los chamanes o el mismísimo diablo. En suma, un recorrido que evoluciona hacia el fascinador universo arbóreo de los celtas y desemboca en el nacimiento de la química moderna.


Todo ello, sin olvidar la mención a hechizos, filtros y bebedizos, o la conexión de las plantas con los aspectos relacionados con la muerte, en todo tipo de culturas (Botánica funeraria). De este modo, conocemos que uno de los primeros escritos relacionados con los vegetales es el Papiro Ebers egipcio, prolegómeno de otros estudios, debidos a personajes como Teofrasto (371 a. C. – 287 a. C.), Plinio (23-79) o Discórides Anazarbeo (40-90) (Las enseñanzas del centauro Quirón).

Más adelante, la autora nos informa acerca de cómo Carlos Lineo (1707-1778; aka Carl V. Linné) sistematizó los reinos vegetal y animal, organizándolos por familias. No en vano, en el siglo XVIII la botánica se proclama ciencia independiente, sin que por ello perdieran las plantas su estimulante relación con los planetas, como le sucedía a Fray Esteban Villa (c.1600-c.1660), farmacéutico y escritor burgalés que disfrutaba de la influencia de la astrología a lo largo de todos los días de la semana. Más aún, para los celtas, la conexión entre humanos y árboles era de naturaleza divina, como corrobora la correspondencia entre los árboles y el signo zodiacal celta (El herbolario estrellero).

Una simbología pagana que fue absorbida por el cristianismo, hasta el punto de que las plantas continuaron siendo importantes en buena parte de la iconografía cristiana (Santoral botánico). Precisamente, el mes de mayo debe su nombre al antiguo culto tributado a Maya, personificación de la potencia generatriz de la naturaleza en su forma femenina; más tarde, constitutiva de la figura de la Virgen María. Pero no fue la única representación adoptada por el cristianismo, ejemplos fuera y dentro de España los ofrecen los llamados hombres verdes.

Hombre verde
Por otra parte, tienen un papel muy destacado los alcaloides, esos compuestos químicos con capacidad alucinógena que tanto influyeron en un proceso como el de Salem (Las hierbas del diablo). Unos combinados por lo cuales la bruja quedaba sometida a las directrices del supuesto Lucifer, en tanto que la hechicera era considerada una maga que empleaba las fuerzas ocultas de la naturaleza en beneficio propio. Eficaz distinción a la que se agrega la diferenciación entre visión y alucinación (Talismanes verdes).

Pero lo que singularizaba los cuerpos terrestres frente a los celestes, según los griegos, era la presencia de un quinto elemento que se sumaba a los ya conocidos de aire, fuego, tierra y agua, llamado argentum virum; si bien, a lo largo de la Edad Media este se fue convirtiendo en el origen de los otros cuatro. Pues bien, es esta la sustancia que convenía alcanzar, ya que la transmutación -llamada áurea, pero no referida exclusivamente al metal- era la prueba final, la señal que indicaba al alquimista su llegada a un mundo de conocimiento superior (El jardín hermético).

Dicha quintaesencia es la que hace que alquimia y terapéutica unan sus fuerzas configurando la química del siglo XVI, defendida por Paracelso (1493-1541). Una sistematización (más que una evolución per se) por la cual las boticas del renacimiento se van transformando progresivamente en laboratorios de investigación.


Y del jardín hermético alegórico a las propiedades que una solo planta, la coca, es capaz de proporcionar, como elemento central de toda una cosmogonía religiosa andina (Coca, la hoja sagrada). Hasta tal punto que la élite mochica ha venido disfrutando de la coca y sus propiedades estimulantes a lo largo de siglos, llegándola a transmitir a la cultura inca.

Empleada simbólicamente por el mago, la coca permitía transformar el pasado y la experiencia personal en una suerte de psicoterapia indígena, aunque tras el aislamiento de la cocaína, en 1860, comenzara a usarse como anestésico local o cosas mucho peores.

Por otro lado, con la fundación del primer monasterio -ahora abadía- en Montecasino, Italia, en el año 529, comienza la relación de las órdenes monásticas con el reino de lo vegetal. Una relación cuyo fruto fue la salvaguarda de todo el inapreciable legado helenístico por parte de dichos monasterios frente a las distintas invasiones. Gracias a lo cual han podido llegar hasta nosotros desde los Árboles de la Vida que otorgan la inmortalidad y el conocimiento, hasta las plantas ahuyentadoras de los malos espíritus (Criptobotánica).

Escrito por Javier C. Aguilera


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