El
principal inconveniente de una precuela como Star Trek: Strange New Worlds (íd.,
CBS-Paramount,
2022-2023), que toma su título de una de las frases iniciales con que daba
comienzo la serie original, Star Trek (íd.,
NBC-Paramount,
1966-1969), es que se construye sobre una serie -valga la redundancia- de
parámetros identitarios que se repiten, y que ya fueron establecidos y explorados,
en mayor o menor medida, en el trabajo matriz. Aunque en la cronología de la
ficción este haya dejado de ser el primero, pues los hechos de la presente se
desarrollan con anterioridad. A ello se suma, sin duda, un mayor despliegue
técnico, pero no necesariamente un mayor encanto.
Los
parámetros pueden y deben ser reutilizados, puesto que ellos conforman el marco
de referencia establecido por la serie, de antemano o sobre la marcha; su
ambiente y características. Con los argumentos ya sucede algo distinto. Y aquí
es donde Star Trek: Strange New Worlds
tiende a la reiteración. Podemos concretar ambas vertientes en lo siguiente: un
determinado número de personajes aislados en el espacio, que han de aprender a soportarse
y convivir, a entenderse entre ellos mismos y con otras razas (primera
temporada, episodio IV). Encuentros con estructuras
alienígenas, lo que incluye la música como lenguaje comunicativo universal (II).
Paralelismos terrestres con otros mundos y con su historia (I).
Duelos de naves en el espacio (IV).
Fenómenos evolutivos y atmosféricos (III).
Emergencias médicas y virus contagiosos (III).
Reconocimiento de las inteligencias extraterrestres (II).
La determinación de carácter intuitivo del capitán del Enterprise (IV,
etc.). Incursiones con la lanzadera espacial
(II, IV). La fusión mental
vulcana (IV), con el
consecuente trueque de mentes (V).
Encuentros con formas antropomorfas o monstruosas. Recreaciones de situaciones
o conflictos del pasado (es decir, del futuro histórico), como la petición de
mano vulcana y la “época Amok” de apareamiento (V).
El reencuentro con antiguos amores y colonias alienígenas abandonadas a su
suerte (VI). Los
alegatos (discursos-resumen del capitán, V).
La toma de la nave por manos hostiles, en concreto, las de una activista toca
narices (Jesse Keitel), personaje que quiere ser “enrollado” pero se queda en
insufrible, y hasta acosadora de las fuerzas del orden (VII).
Un universo paralelo y otro opuesto al nuestro, junto a la representación a
bordo de una obra de teatro (VIII).
El encontronazo con los romulanos, en superposición a otro de los capítulos
señeros de la serie original (X).
La cotidianidad trastocada en inesperado caos (V).
El debido permiso, por descanso del personal o reparaciones (V).
Apariciones “estelares” de otras especies conocidas por los seguidores, como andorianos,
tellarites, klingons, oriones, gorn (de morfología y aspectos argumentales
demasiado parecidos a los de Alien: también
emplean a los humanos como incubadoras), hasta una telaraña toliana. Incluso la
participación de otros personajes esenciales de la serie original y sus
secuelas cinematográficas, tales como Sybock (-), el hermano díscolo de Spock (VII),
o el propio capitán James T. Kirk (Paul Wesley), junto a su correspondiente hermano,
Samuel (Dan Jeannotte) (IX, X).
Tal vez con
todo ello, la CBS TV
haya querido quitarse la espina de haber rechazado en su día el desarrollo del
proyecto original, ofreciendo lo mismo pero puesto al día; si bien, en algunas
series y películas de ciencia ficción, el tiempo y el espacio no existen
(quiero decir que siguen siendo actuales, estéticas aparte).
Como antes
anticipaba, los huevos Gorn son un claro antecedente de Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979) y Aliens (íd.,
James Cameron, 1986). Con niña (Ava Cheung) en
peligro incluida: la teniente La’an de joven (Christina Chong). A ello podemos
sumar escurridizas técnicas diplomáticas y traiciones insospechadas. Situaciones
que resultan calcadas, pero expuestas con más medios. De este modo, más que una
precuela, Star Trek: Strange New Worlds
parece un reboot -un reinicio-,
demasiado deudor y supeditado a las temáticas del pasado. Puede que a los
espectadores más jóvenes esto les de igual, pero a mí no. Aquí es donde se halla,
pienso yo, el principal hándicap de la primera temporada y parte de la segunda,
en esta nueva serie. No obstante, justo es reconocer que al menos sortea con
eficacia esa Espada de Damocles que todos soportamos en la actualidad en forma
de lo políticamente correcto. El desarrollo también evidencia alguna que otra
idea brillante -qué menos-, como la inclusión en la nave de la “costra”, la
pieza más antigua del primigenio Enterprise, que los ingenieros rubrican con su
firma (V). O la
inclusión, formando parte de la nueva tripulación del Enterprise, de la
descendiente del genocida Kahn Noonien-Singh (Ricardo Montalban), en la figura
de la citada teniente La’an. También se sabe dar más entidad a la antipática y
anti empática T’Pring (Gia Sandhu), la prometida de Spock (Ethan Peck).
Criado como
vulcano por vulcanos, pero de madre terrestre (Mia Kirshner), Spock es, pese a
todo(s), lo mejor de ambos mundos, el terrestre y el vulcano, aunque en un principio
solo aparente encajar en uno de ellos (V).
Él es la evidencia, a veces soportando la correspondiente carga, de la complementariedad
de esos dos aspectos generalmente antagónicos, opuestos, puesto que los
vulcanos son menos abiertos que los terráqueos. En definitiva, la doble
naturaleza de Spock, siempre en pugna por no aparecer desdoblada (VI).
En la Flota Estelar se me acepta como soy,
confirma; es decir, como medio humano y medio vulcano (V).
Un mestizo que, salvando las distancias siderales, habría encajado a las mil
maravillas en el rutilante Imperio Español, como nos vuelve a recordar Esteban
Mira Caballos (1966) en su nuevo y muy recomendable trabajo El descubrimiento de Europa (Crítica,
2023).
En este
caso de racismo encubierto por parte de los vulcanos, que Spock también padece,
somos nosotros, los humanos, los moralmente superiores. Un aspecto que también
se trató en la previa Star Trek:
Enterprise (íd., CBS-Paramount,
2001-2005). El problema de los vulcanos no es que carezcan de emociones, sino
que las inhiben, como si fuera un estigma mostrarlas. Y como es lógico, algunos
de ellos “estallan” (VII).
Las emociones también son naturales, es irracional negarlo o retenerlas.
También para los vulcanos, aunque su (antinatural) filosofía lo proscribe. Pero
estos son los vericuetos emocionales de esta raza desde la trama original. La
justificación la proporciona el propio Spock. Sin un control mental adecuado, las emociones vulcanas son peligrosas.
La lógica neutraliza nuestra ira (IX).
No parece lógico renegar de una parte de lo que uno es, salvo que esas
emociones queden amplificadas por la naturaleza vulcana y constituyan un serio peligro
para el resto de acompañantes. Esta es otra deriva interesante. Las emociones
expresadas por los vulcanos resultan ser mucho más violentas, en consonancia
con su mayor fuerza física.
Algo
parecido sucede con la teniente comandante Una Chin Riley (apodada Nº. 1; Rebecca Romijn), que mezcla
frialdad con calidez, aunque de una forma menos traumática. Sus problemas
vendrán por una mera cuestión de normativa estelar. A Kirk lo contemplamos,
como marcan los cánones de la serie, al mando de la Farragut (X).
Nos falta,
como personaje principal, el capitán Christopher Pike (Anson Mount). Figura de
liderazgo bien desarrollada y argumentalmente atractiva. Por ejemplo, es
conocedor de su futuro (X), que como
los seguidores saben, viene determinado por el capítulo La colección de fieras (The
Menagerie, 1966) de la serie original. En puridad, un remontaje, junto con
material nuevo, del primer piloto de la saga. Es, además, un capitán aficionado
a la buena cocina. Lo que le da una dimensión no libre de limitaciones. Disponer
de una vida familiar es un lujo que parece no estar al alcance de un capitán de
la Flota Estelar (temporada II: IV),
tal y como le sucedía -o le sucederá- a Kirk.
Aun así, vence
el peso de unas similitudes con la serie-modelo que resultan cansinas;
irritantes, que diría el señor Spock, a lo largo y ancho de la primera
temporada (el robo del Enterpirse de nuevo, por amor de Dios), y parte de la
segunda -si tal escisión cabe-. No obstante, esta última parece reconducirse
hacia un rumbo más apasionante y personal, que deseamos confirmen las
siguientes temporadas. Se inicia con el proceso a Oona, por ocultar información
de carácter étnico en su informe de ingreso en la Academia y, consecuentemente,
en la Flota. Por el mero hecho de ser iridiana (II: I-II).
Un proceso legal más sagaz de lo acostumbrado, aunque no consiga zafarse de cierta
moralina doctrinal, más de forma que de fondo, en cualquier caso. El personaje
de la teniente Noonien-Singh también se enriquece. Evoluciona su carácter,
demasiado cerrado. Se produce el inevitable reencuentro con los klingon, y con una
materia tan necesaria para la nave como es el dilitio (temporada
II: I). Así mismo, con una refinería de
deuterio, y los seres que viven y se desarrollan en este medio (como después
pasará con la horta y la silicona) (II: VI).
Y el grano tritical, pero sin Tribbles (II: VII).
Spock prosigue con sus retenidas emociones a flor de piel: esto sucede antes
del Kolinar, la disciplina vulcana para erradicar -someter- dichas emociones
por completo. Tal y como se abre la excelente Star Trek (íd., Robert Wise, 1979). Asistimos
a nuevos vestigios de civilizaciones perdidas, anomalías energéticas, y seres
que habitan una brecha espacio-temporal (II: V).
Por
descontado, Star Trek: Strange New Worlds
ofrece mejores decorados. No podía ser de otro modo. Los camarotes están mejor
dispuestos, y el resto de los escenarios bien recreados, aunque como sucede con
casi todo lo digital, pasan ante el espectador demasiado rápido, no da tiempo a
disfrutarlos (excepción hecha de los citados camarotes).
En fin, en la
segunda temporada seguimos viviendo de las rentas. Un nuevo juego con las
líneas temporales alternativas, y experiencias de regreso al pasado. Vulcanos
demasiado secos y categóricos (algunos humanos también, de tal palo…) Incluso
la presencia de otro asesino viajero-temporal (III)
-Un lobo en el redil
(Wolf in the Fold, 1967)-. Aun así, ante
una reescritura o puesta al día donde enseguida se suele hacer de noche,
comienzan a aparecer, como anticipaba antes, algunas ideas titilantes, ya que Star Trek: Strange New Worlds avanza y
resulta estimable cuando sigue sus propios vericuetos. Se repesca otra especie,
los kerkhovianos (¿homenaje primigenio a Kirk?), en la lucha de Vulcano. La
sospecha de un sabotaje, que nos remite a Aquel
país desconocido (Star Trek: The
Undiscovered Country, Nicholas Meyer, 1991).
Y se nos invita a ser testigos de la esperada e inédita relación entre el
teniente Kirk y su hermano Sam. O entre Kirk y la teniente de comunicaciones Uhura
(Celia Rose Gooding). Otra buena deriva, por supuesto con sus raíces en la
serie original, la encontramos en el cerebro humano como traductor universal de
un alienígena, sin máquina interpuesta (II: VI).
Así mismo,
destacan entre lo mejor de la segunda temporada las lagunas de memoria que
resultan constitutivas del planeta Rigel VII
y sus proximidades (IV). Con la
consiguiente recuperación de los recuerdos de cada cual. La beca que se concede
por medicina arqueológica, junto a la idea de que, ser humano no es vivir sin
auto control (V). También
las recurrentes visiones de Uhura (II: VI).
El capítulo séptimo comienza a modo de dibujos animados. Dirige Jonathan Frakes
(1952), uno de los actores y realizadores de la generación siguiente a la
inicial. En este, unas alteraciones físicas han creado un portal temporal. El
viajero espacial es, en esta ocasión, el alférez Boimler (Jack Quaid), de
rasgos y comportamientos afines a la historieta, en la que seguramente es la
ocurrencia más feliz de toda la serie (pues de un dibujo animado se trata, en
su plano de realidad). El argumento y visualización se dan la mano con las
aventuras animadas de 1973 y 74 (NBC).
Podemos
añadir el encuentro con los oriones, donde se solventa el estereotipo de que
únicamente son piratas o meretrices, con la suficiente pericia de no anular tales
roles.
Tal vez
otro de los personajes más sugestivos sea un embajador klingon retirado (Robert
Wisdom), en conflicto con las cicatrices del pasado del doctor Josephn M’Benga
(Babs Olusanmokun). En esta ocasión, el viaje al pasado está conformado por la
experiencia previa de estos dos protagonistas, lo que les confiere una amarga profundidad
en el futuro (su presente) (II: VIII).
En cualquier caso, el modelo para el embajador klingon es el genocida Kodos el Verdugo de La conciencia del rey (The Conscience
of the King, 1966).
Otro
pliegue subespacial, rescata la idea de la comunicación a través de la música,
ahondando en ella con inspiración, mientras pate de la tripulación permanece
atascada en un campo de inestabilidad cuántica, que convierte al Enterprise en el
escenario de un musical (II: IX). Es
rizar el rizo, pero por lo menos se ofrece algo distinto. Finalmente, en el
último capítulo de la segunda temporada se produce el ataque de los gorn a la
colonia Parnaso Beta. Allí tomamos contacto con otro querido y sustancial
personaje de la historia original y sus consecuentes películas. Me refiero al
joven ingeniero Montgomery Scott (Martin Quinn). El episodio queda in media res, pero auguramos al señor
Scott una larga y próspera vida.
Stra Trek: Strange New Worlds
se ubica en la era dorada de la exploración. La misma que pudieron compartir Núñez
de Balboa (1475-1519), Urdaneta (1508-1568) y El Cano (1476-1526), si nuestro
desconocimiento y complejos no nos impidiera recordarlo. Solo que trasladado al
espacio. Destaca igualmente en el reparto la presencia de la actriz Carol Kane
(1952), como excéntrica adiestradora de ingenieros (es de raza lantanita), y
otros personajes entrevistos en la saga inicial, como el almirante Robert April
(Adrian Holmes) y, sobre todo, el facultativo Joseph M’Benga, antes citado. También
Spock y su madre, o T’Pring y su familia (Elora Patniak y Michael Benyaer) (II:
V), rituales “plasta” vulcanos incluidos.
Como
también suele ser habitual desde los 2000, la banda sonora resulta en extremo sosa,
salvo cuando parafrasea los temas clásicos de la serie, y en algunos pasajes
muy determinados de suspense y misterio. Baste comparar el resultado con las
recientes ediciones que de las partituras originales está haciendo el sello
discográfico La La Land.
Cada vez
estoy más convencido de que todo está en las tres temporadas de la serie
original.
Escrito por Javier Comino Aguilera