Los vampiros han sido una de las figuras esenciales del terror, uno de los tópicos al que se unen el hombre-lobo, el monstruo de Frankenstein, la momia o los muertos vivientes. Sobresale, sin embargo, de todos ellos por su propia elegancia y su extraña unión entre la vida y la muerte.
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El actor Béla Lugosi caracterizado como vampiro. |
Han estado muy presentes dentro del folklore popular, coincidiendo todas en ciertos aspectos, como el hecho de absorber la vida de sus víctimas. Sin embargo, es a partir del siglo XIX cuando se comienzan a fijar las bases de las características que conformarán al vampiro literario. No obstante, según ha transcurrido el tiempo y se ha escrito cada vez más sobre estas criaturas, se ha derivado en una multitud de formas que han llegado a concluir en un estereotipo. Por ejemplo, el disfraz clásico de vampiro durante la festividad de Halloween no es más que una copia de la vestimenta que empleaba el actor Béla Lugosi en su interpretación del
conde Drácula.
En la actualidad, se sufre una saturación de obras sobre vampiros, especialmente por el aumento de ventas de novelas de fantasía, dedicadas normalmente a un público joven. Sin embargo, muchas de las nuevas obras se alejan de la figura del vampiro como personaje de terror y lo van dotando, cada vez más, de capacidades poderosas.
No obstante, vamos a adentrarnos antes en el siglo XIX, en las últimas etapas del Romanticismo, en esta época algunos autores comienzan a usar la figura del vampiro para sus poemas, entre ellos
Goethe (1749-1832), que en
La novia de Corinto proporciona a la protagonista un carácter vampírico. Pero no será hasta la intervención del médico John William Polidori (1795-1821) que el vampiro aparezca como tal en una novela.
-El vampiro, de Polidori
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John William Polidori |
Durante el verano de 1816 se alcanzó una de las principales obras de terror de la época:
Frankestein o el moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley (1797-1851), a raíz de una reunión de amigos en la Villa Diodati donde quedarían encerrados a causa de una tormenta. En esos días, Lord Byron (1788-1824), uno de los invitados, propuso al resto escribir una historia de terror a partir de la lectura de una antología alemana de relatos sobre fantasmas. Sólo nos ha quedado constancia de la obra de Shelley y del relato que escribió también Polidori, otra de las personas que estuvieron en la Villa Diodati aquellos días. Sin embargo, no tuvo tanto éxito, al estar ensombrecido por la obra de Shelley.
No obstante, desde ese momento y tras su alejamiento de Lord Byron por ciertos conflictos personales, Polidori llegó a publicar
El Vampiro (1819) de forma anónima, aunque después se le adjudicó la autoría. Fue la única obra que llamó la atención de los lectores de la época, y en ella el médico se vengaba de Byron al proporcionar al vampiro las características del noble inglés.
En el relato, además, se emplean los mismos recursos que Goethe para proporcionar el carácter vampírico, pero la principal diferencia con otras obras reside en su formato: no es poema, sino un relato en prosa, lo que provoca la incursión del vampiro en este campo que le será tan fructífero posteriormente.
Este relato supone la inclusión del vampiro en la prosa y lo que ello supondría décadas más tarde, cuando se impondría una moda de obras relacionadas con los vampiros, desde folletines de
Varney el vampiro (James Malcolm Rymer, 1847), que tiene el reconocimiento de ser el primer vampiro en entrar por la ventana para beber la sangre de una joven dormida, hasta
Drácula (1897), la novela del irlandés Bram Stoker.
-Drácula, de Bram Stoker
Situada a finales del romanticismo europeo,
Drácula supondría el culmen de la literatura de vampiros que se había extendido por todo el siglo XIX. Reúne características de obras anteriores, como el uso de seductoras vampiresas, del mismo estilo bajo una escritura epistolar basada en numerosas cartas, fragmentos de diarios o recortes de prensa que provocan un tipo de lectura más realista. También aporta el factor del cazador de vampiros, situado en este caso bajo el nombre de Abraham Van Hellsing, que será empleado posteriormente para el estereotipo de cazavampiros por excelencia.
Como obra romántica, comienza su ambientación en un lugar remoto y exótico, como es el caso de Rumanía, ambientada para el terror que debe producir ante la vista de Jonathan Harker, el primer personaje que se encontrará con el famoso conde Drácula.
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Bram Stoker |
El autor, Abraham (Bram) Stoker, supo encajar las piezas de esta obra para crear un clásico, inspirado por distintas historias húngaras, tomando al personaje histórico Vlad III Draculea como base para Drácula, para el que también tomaría características de Henry Irving, amigo al que había servido hasta que falleció siete años antes que Stoker.
También tomaría referencias de obras anteriores, partiendo de Polidori, hasta crear la figura del vampiro clásico que hoy conocemos. Para la descripción de Rumanía, el autor se sirvió de dos obras: un
Informe sobre los principados de Valaquia, y
La tierra más allá de los bosques (1888), ésta última de Emily Gerard y cuyo título remite a la traducción literal de Transilvania, zona en la que viviría Drácula y que se emplea por uno de los personajes de la película
Drácula de Bram Stoker (1992), de
Coppola.
Supuso un gran éxito, recibiendo los elogios de otros grandes autores, como
Oscar Wilde (1854-1900) o
Arthur Conan Doyle (1859-1930). Hoy es el clásico que más se relaciona con el mundo de los vampiros y que eclipsó la tradición anterior.
Además, supuso el pistoletazo de salida a numerosas obras que emplearían al vampiro como figura de terror, llegando a una desvirtualización, incluyendo parodias.
-Siglo XX: desde el terror hasta la humanización.
Los ejemplos de autores que han empleado a los vampiros en sus obras ya eran numerosas en el siglo XIX, pero se multiplican en el XX. Hay escritores que le siguen proporcionando el carácter de personaje terrorífico, como es el caso de
H. P. Lovecraft (1890-1937), pero también hay otros que simplemente toman características del vampiro para aplicarlo a nuevas criaturas, como en la novela
Soy leyenda (1954), donde
Richard Matheson (1926-2013) parte de la imagen tópica del vampiro para dar un giro de tuerca al típico relato vampírico.
Dentro de los autores hispanos, podemos mencionar el relato corto
Vampiro (1901), de
Emilia Pardo Bazán (1851-1921), quien adapta al vampiro en un ser que absorbe la vitalidad de otros humanos, pudiendo incluirla en la creencia de que la sangre era el alma, o algunas obras del uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), como
El vampiro o
El almohadón de plumas.
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Lovecraft, Matheson, Pardo Bazán y Quiroga |
En el último tercio del siglo destacan otras obras que han tenido también su reflejo en el mundo del cine, como
El misterio de Salem's Lot (1975), de
Stephen King (1947-) o las
Crónicas vampíricas, de Anne Rice (1941-).
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Anne Rice |
Nos centraremos en esta última autora, cuya saga forma parte indiscutible de la historia de la literatura de vampiros. Comienza la trayectoria de estas novelas con
Confesiones de un vampiro / Entrevista con el vampiro (1976), un relato que nos sitúa en Nueva Orléans y que nos da una nueva perspectiva del vampiro: es el que narra su propia historia, desde su conversión hasta la actualidad, mostrándose no cómo un ser diabólico y bestial, sino como un ser maldito, que razona como un ser humano y que se ve condenado a su eternidad sedienta.
Si bien no es la primera novela que nos sitúa al vampiro como narrador, pues ya lo había hecho Lovecraft en su relato
El intruso, sí comienza una exploración hacia el ser vampírico que continuará con el segundo volumen de las crónicas:
Lestat, el vampiro (1985).
En esta segunda novela, nos situaremos en la piel del que habríamos podido considerar el malvado de Entrevista con el vampiro, y que se convertirá en el protagonista de la mayoría de las novelas posteriores. Lestat se convierte en el vampiro humanizado, con los poderes de un ser sobrenatural, la maldición de la sed y la razon y los sentimientos de un humano normal.
Anne Rice consigue situarnos en la piel de diferentes vampiros, conociendo los motivos que les llevan a actuar como lo hacen, deslindándose de las criaturas que se movían sólo por el poder y la sangre. Viajaremos a través de distintas épocas, retrocediendo hasta los orígenes de los vampiros, narrado con gran detalle, hasta hacernos sentir ante un relato verídico, como le ocurriera a Drácula en su momento.
El éxito de esta saga, que ha continuado hasta la actualidad, lo ha conducido a ser otro clásico dentro de la literatura de vampiros, especialmente la trilogía inicial: Entrevista con el vampiro (con adaptación cinematográfica), Lestat, el vampiro y La reina de los condenados (1992).
-Actualidad: el vampiro desvirtuado en héroe juvenil
La literatura sobre vampiros había quedado apartada dentro de un tipo de literatura especializada, que suele ser leído por algunos sectores de la población. Por ejemplo, resultaba complicado encontrar personas que leyeran las
Crónicas vampíricas de Anne Rice si estas no mostraban interés por los vampiros. Esta tendencia cambiará en el siglo XXI con un
boom de novelas juveniles que emplean el nombre del vampiro como insignia, pese a que las características de esta figura clásica se pierden.
Ahora bien, se continúan haciendo novelas que intentan captar el espíritu de terror clásico más la humanización que se les había proporcionado a lo largo del siglo XX, como puede ser el caso de obras como
Déjame entrar (2005)
, del sueco John Ajvide Lindqvist,
Tierra de vampiros (2007), de John Marks,
La historiadora (2005), de Elizabeth Kostova o
Drácula, el no muerto (1997), de Dacre Stoker e Ian Holt. La primera supone una historia más original, con la relación de un muchacho con una vampiresa de aspecto infantil, y que se sumerge en los aspectos más sombríos de la humanidad, mientras que las tres últimas vuelven a centrar su atención en Drácula, siendo la primera una especie de adaptación moderna; la segunda una investigación acerca de Vlad III Draculea; y la tercera es un intento de continuación del
Drácula original, escrita por un descendiente de Stoker.
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Novela Déjame entrar e imagen de su autor |
Pero la moda llega a imponerse a modo de novelas juveniles, un sector que se comienza a explotar en esta época tras los éxitos de otras obras como
Harry Potter, de
J.K. Rowling, que supuso el comienzo de esta tendencia gracias a la buena acogida de sus adaptaciones cinematográficas. Así, es la saga de
Crepúsculo, de Stephenie Meyer, quien comienza una trayectoria de obras de la misma tendencia que convierten al vampiro en un superhéroe, alejado normalmente de las debilidades clásicas.
Obviamente, el rechazo ante esta clase de obras por parte de los admiradores del género fue abierto desde el principio, pues estas obras no pueden ser consideradas dentro de la literatura de vampiros, no sólo por el contenido, sino también por el aspecto formal. Mientras que en
Crepúsculo encontramos un estereotipo de amor "imposible" entre jóvenes con una prosa sencilla y empalagosa, en
La reina de los condenados, de Anne Rice, encontrábamos diferentes reflexiones existenciales producidas por los propios vampiros, culminando en un debate sobre si los humanos eran realmente beneficiososo para el mundo o si no lo eran, debate que recuerda a distintos argumentos filosóficos de autores como Hobbes o Rousseau. Entre ambas obras no hay comparación.
Actualmente, acudimos a esta saturación del género que acabará por desaparecer, como toda moda, y que nos dejarán obras cuya supervivencia al paso del tiempo será determinado por los futuros lectores, quienes gozarán de mayor perspectiva para considerar qué se salva o qué debería abandonar hasta la vida inmortal de las letras escritas.
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Ilustración de un vampiro |
Escrito por Luis J. del Castillo