Aunque escribió poesía a lo largo de toda su trayectoria vital, toda su obra se caracteriza por ahondar en unas mismas temáticas existencialistas, cambiando tan solo los elementos concretos. Así, gran parte de sus poemas se dirigen a lugares, momentos cotidianos, personas o cosas, sobre todo obras artísticas, que no solo sirven para reflejar la sociedad en algunas ocasiones, sino también para referirse a la existencia con toda su complejidad.
Su preferencia radica sobre todo en el tema de la mortalidad, tanto vista con miedo como con cierto carácter positivo, cercano al hedonismo, y el de conseguir la inmortalidad terrena. También encontramos un fuerte sentir religioso y en muchas ocasiones nos recordará al estilo de
Francisco de Quevedo (1580-1645), con versos como
de las nieblas salí, a las nieblas vuelvo o poemas como
Con recuerdos de esperanzas, donde realiza un juego de antítesis y paradojas continuas que recuerdan a los rasgos quevedescos incluso en el pensamiento barroco, con la idea de la vida como sueño.
Entre sus poemas, encontramos varias odas admirativas hacia lugares donde residió Unamuno, que no solo le sirven para describir, sino también para reflexionar como mencionábamos antes. Este rasgo ya estaba presente en sus primeros libros, aunque podemos destacar su poemario
De Fuerteventura a París (1925), con sonetos dedicados a la isla canaria donde podemos destacar las menciones a los volcanes, elemento que nos recuerda a ese elemento panteísta que encontraremos posteriormente en
Vicente Aleixandre (1898-1984).
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Edificio histórico de la Universidad de Salamanca, de la que Unamuno fue rector |
Pero como mencionábamos, ya en
Poesías (1907) encontramos poemas que se rigen por ese tipo de construcción, como
Salamanca, dedicado a esta ciudad tan importante en la vida del autor bilbaíno. En este poema encontramos justo una división entre la admiración de la voz poética hacia la naturaleza salmantina y la petición del
sueño de no morir. Es decir, contrapone la renovación anual de la naturaleza, reforzada también por la idea del ciclo escolar que también incluye, con la esperanza de no morir, de lograr la inmortalidad. Esta relación entre la vida cíclica y eterna de la naturaleza también la encontramos en otro poeta coétaneo, Antonio Machado, en este caso en
A José María Palacio, recogido en
Campos de Castilla (1912), donde aúna la ausencia de Leonor con el ciclo de la naturaleza castellana. A su vez, el tema de la superación de la muerte a través de la fama tiene un largo recorrido temático en nuestra poesía, llegando hasta las
Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique (1440-1479). Además, no será la única vez que reflexione en torno a la búsqueda de la inmortalidad a partir de un lugar, por ejemplo volverá a ello en
Orhoit gutaz ("Acordaos de nosotros"), donde un monumento fúnebre le sirve de motivo para regresar a este tema. Similar es el caso de
En un cementerio de lugar castellano, donde ofrece un contraste entre la vida y la muerte gracias al entorno del camposanto, lanzando un lamento por el lugar inerte.
En este sentido, también será usual que se dirija a monumentos y a otros elementos humanos (como en
Al sueño, donde establece este estado como símil de la muerte) usando la prosopopeya para atribuirles rasgos humanos. Por ejemplo, en
La catedral de Barcelona, poema dedicado al poeta Joan Maragall (1860-1911), este espacio acoge a todas las aristas humanas, o en
En la basílica del señor Santiago de Bilbao. En este último poema, el templo se convierte en espectador y confidente personal en primer lugar, con especial mención a la infancia incluyendo anécdotas y cierta nostalgia por esa fe primeriza e inocente. Pero después esa confidencia se hará extensible al pueblo, siendo finalmente una traslación nacional con referencias bélicas, en concreto a la tercera guerra carlista de la que fue testigo, que casi asemeja ser una premonición de la guerra civil español, reflejando el sufrimiento de viudas y huérfanos agolpados en la basílica. Al final, el templo será una metonimia de la villa, de la ciudad de Bilbao, aprovechando la ocasión para describir algunos de sus elementos, como la vista al mar.
Con estos dos ejemplos podemos percibir la cercanía de Unamuno al sentir religioso, cuestión muy apegada al existencialismo y que a lo largo de su trayectoria fue observada desde diferentes prismas. Así encontramos el poema
En el desierto donde proyecta la búsqueda de un lugar sereno en el que contactar con Dios, en emulación al retiro de personajes bíblicos, como el propio Jesucristo. Desarrolla así un diálogo con Dios que se asemeja al que establece entre personaje y creador en su novela
Niebla (1914), sin embargo, a diferencia de la novela, incluye aquí tintes místicos al considerar a Dios como un amante que besa o como puro fuego. En contraposición, aunque dentro de su lógica,
La oración del ateo es un soneto donde considera a Dios inexistente, describiéndolo como un consuelo infantil, lo que a su vez acaba conduciendo a cierto nihilismo existencial, dado que en su pensamiento creador y creación deben existir de forma mutua.
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Cristo crucificado, de Velázquez |
Por otra parte, aunque parta de elementos religiosos, no es necesario que el poema verse sobre la cuestión divina. Así tenemos a
El Cristo Yacente de Santa Cara (Iglesia de la Cruz) de Palencia, donde partiendo de una talla de un Cristo yacente, es decir, representado muerto tras la crucifixión, reflexiona sobre el cuerpo humano en el sentido neoplatónico, como materia vacía, con versos que nos recuerda a la rotundidad gongorina del soneto
Mientras por competir con tu cabello. Además, la figura representativa de Cristo es observada como una escultura inerte que nunca ha tenido vida ni la tendrá, imitando a la muerte humana; en definitiva, tierra que volverá a la tierra, materia insensible como la presente en el poema
Lo fatal de
Rubén Darío (1867-1916). Su gran obra poética,
El Cristo de Velázquez (1920), parte del mismo ejercicio, aunque en esta ocasión con el cuadro del excelso pintor. En gran medida, resumen las características que ya hemos comentado, reflexionando en torno a la figura de Jesús desde distintos prismas, preguntándose por la existencia de Dios, aunque sin poder evitar la atracción hacia la divinidad, y derivando a su vez en reflexiones sobre el destino del ser humano. Sin duda, este largo poema resume la filosofía del autor bilbaíno que también proyectaba en su narrativa y en sus ensayos.
Cabe también destacar en esta línea, aunque alejado del fondo religioso, el poema
Aldebarán, donde el elemento al que se dirige es la estrella homónima de la constelación de Tauro, en lugar de elementos artísticos, arquitectónicos o ciudades. En este largo poema de connotaciones cósmicas, la voz poética busca el contacto celestial, lo humano en lo infinito, a la par que invita a pensar en nuestra minúscula presencia en el cosmos y quizás, de nuevo, en cierto nihilismo. Al astro le plantea preguntas retóricas que, en realidad, son preguntas hacia un espejo.
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Junto a su hijo Ramón |
A partir de su poemario
Rosario de sonetos líricos (1912) aparece con más fuerza el elemento del hogar en su poesía, aunque como siempre servirá de cauce para sus inquietudes. Por ejemplo,
Al amor de la lumbre o
Dulce silencioso pensamiento contienen conclusiones donde refleja el contraste entre la normalidad cotidiana y lo trascendente.
Sucede igual en
Incidente doméstico, donde a partir de la excusa de unos garabatos infantiles reflexiona sobre el talento, la inspiración, el futuro, la posibilidad de la existencia de otras realidades o cuestiona nuestra capacidad epistemológica, concluyendo en la incertidumbre d esta pregunta retórica:
¿Quién sabe de secretos? Curiosamente, volverá a referirse a los
secretos en otro poema, con ocasión de mostrar su admiración hacia los libros, que
revelan fieles sus secretos dados.
Siguiendo con la temática del hogar y la familia, no quisiéramos olvidar mencionar dos poemas que estaban muy ligados a las circunstancias biográficas de Unamuno. Son
Al niño enfermo y
En la muerte de un hijo.
El primero expresa con un tono popular, casi de letrilla o nana, la misteriosa relación entre la infancia y la muerte, con mención al
Coco, entendiendo a la muerte de manera hedonista, es decir, como el fin del dolor y, por tanto, de manera positiva. Este tipo de poema nos recuerda al posterior estilo de
García Lorca (1898-1936) en el
Romancero gitano (1928). El segundo ofrece un continuo juego de antítesis entre la muerte y la vida, expresando una circunstancia cíclica propia de la naturaleza: muere unos, pero nacen otros. La voz poética trata así de hallar consuelo en el ideal de la
rueda de la vida, es decir, que por fortuna y naturaleza, el tiempo engendra vida a la vez que nos la arrebata en un devenir continuo. Ambos acogen la huella indeleble que dejó en don Miguel la larga enfermedad y posterior muerte de su hijo Raimundo (1896-1902) por culpa de una meningitis que derivó en hidrocefalia, y al que tuvo consigo incluso en su despacho mientras escribía.
Por otra parte, no podemos eludir la sempiterna preocupación por España, cuestión que ya se vislumbra en sus primeras piezas poéticas, como
L'aplec de la protesta ("El encuentro de la protesta"), basado en un mitin real de 1905. En este poema critica que se admiren los gestos y su belleza, pero no el contenido, quejándose de un público, el pueblo en sí mismo, que se asombra y adormece con lo espectacular y lo complaciente sin que, en realidad, se produzca ningún cambio. Adjudica además tal actitud al sentir de los
levantinos (
"Seréis siempre unos niños, levantinos, os ahoga la estética"). Una idea semejante la encontramos en su poema
Música, donde muestra un rechazo hacia este arte por adormecer el sentido, aunque en su conclusión en realidad describe a la música como reposo de inquietudes del alma, una especie de muerte temporal:
La música es reposo y es olvido, / todo en ella se funde / fuera del tiempo; / toda finalidad se ahoga en ella, / la voluntad se duerme / falta de peso.
Ahora bien, sus principales poemas sobre España aparecerán a raíz de la nostalgia ensoñadora sobre la mejora del país presente durante su exilio en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, por ejemplo en el citado poemario
De Fuerteventura a París. Destacamos
En el entierro de un niño, donde de nuevo se enlaza un hecho biográfico del hogar, la muerte de un niño en el exilio, para enlazarlo con una reflexión más trascendente, en esta ocasión reflejo de la preocupación por España, convirtiendo al niño en un símbolo de la situación del país. Este tipo de conexión metafórica la encontramos también en Antonio Machado.
Por último, podemos destacar su vertiente más cercana al Romanticismo, que se observa sobre todo en su poemario
Teresa.
Rimas de un poeta desconocido (1924), donde trata de emular el estilo de
Bécquer (1836-1870), así como en piezas sueltas a lo largo de su obra. Un ejemplo sería
Veré por ti, que a pesar de su apariencia romántica, guarda un fondo existencialista. En él, la voz poética comienza a vivr cuando descubre que se desconoce, lo que causa una inquietud que solo se alivia con el amor, al convertirse en guía de la amada
, mi ciega. Emplea además el tópico renacentista de entender los ojos como salida del alma, dado que ambos amantes se ayudan recrípocamente dado que él la guía mientras que ella ilumina sus ojos y, por tanto, también le sirve de guía.