Es difícil plasmar con palabras 
cada sentimiento que la música puede ser capaz de transmitir. Y más aún 
si se trata de música en directo de un artista ya consagrado, con todo 
el espectáculo y expectativas que ello conlleva. Siempre es una suerte que tu artista 
preferido actúe en tu ciudad, y, por qué no, todo un orgullo que cuelgue
 el 
sold-out semanas después de haber puesto a la venta las entradas para 
dicho concierto. Es el caso de 
Fito & Fitipaldis y de su concierto 
en el Palacio de Congresos de Granada el pasado 10 de noviembre, que 
resultó ser, como aquí adelantamos, un rotundo éxito.
Esta nueva gira, más íntima
 y con un ambiente teatral, 
como ya hablamos anteriormente en nuestro blog, nos permite disfrutar de una manera 
diferente de la banda, pero siempre con su rock al más puro estilo 
fitipaldi. Un 
cambio que también podremos observar en varias de sus canciones, con un 
lavado musical que pasa por incluir instrumentos no usados 
anteriormente, para sorpresa y admiración de los presentes. 
Mandolina, contrabajo, clarinete, banjo, flauta, violín, e, incluso, 
unas peculiares cucharas a cargo del batería Daniel Griffin, fueron 
algunos de los nuevos instrumentos que los músicos de la banda se iban 
intercambiando, con una interpretación sublime de cada uno de ellos. 
Cabe destacar también que el concierto contó con un público mayoritariamente 
joven, aunque es cierto que entre los presentes hubo una buena 
representación de un público más 
adulto, quizás más atraído por el formato teatral de esta gira o con una
 mayor 
capacidad adquisitiva para adquirir el elevado precio de las entradas.
Con una discutible puntualidad, la banda empezó con fuerza, rememorando uno de sus temas más conocidos, 
Por la boca vive el pez, un comienzo que hizo, sin duda, que la espera mereciera la pena. Una versión cuyo inicio presagiaba
un aparente tema acústico, pero que, a la mitad del mismo, recobró su energía habitual para que el público 
pudiese vibrar con el primer subidón de la noche. Le siguió 
Sobra la luz, incluido en el disco homónimo a la anterior canción
, y
 con
 el que pudimos descubrir que éste no iba a ser un repertorio habitual 
porque, al fin y al cabo, estábamos en un sitio que tampoco era el de siempre. 
Cerca de las vías
 fue el tema que le cedió el testigo, y el primero que nos costaría 
reconocer a lo largo del concierto, ya que fue el primer resultado de la
 transformación que Fito daría a varias de sus canciones. Éste, por 
ejemplo, tuvo un sonido más blues y country que el acústico original. 
Por suerte, quedarían muchos más.
A esta canción
 le siguió otra que también parecía totalmente nuevo. La nueva versión de 
A la luna se le ve el ombligo
 fue una de las canciones imprescindibles del concierto, interpretada 
magistralmente con mandolina, contrabajo y clarinete, y con un increíble 
solo de Hammond en el que Joserra Semperena descargó de forma impresionante toda
 su energía, llevándose una gran ovación por parte del público. A medida que avanzaba la noche, llegaría el turno para el recurrente tema instrumental, que en esta ocasión fue 
214 Sullivan Street. Fito invitó a tocar junto a él a un tal 
Cucharitas, que resultó ser el batería Daniel Griffin,
 quien exhibió su talento con las ya mencionadas cucharas en esta canción. Un auténtico genio al
 que en esta gira se le va a quedar el apodo de 
El cucharitas.
 
Todos
 pudimos disfrutar de la cercanía de la banda, con un Fito realmente 
relajado y simpático que no dudó en hacer bromas con el resto de 
fitipaldis o dirigirse al público saludando a 
Graná, para deleite de sus seguidores granadinos. Incluso 
Joserra Semperena y 
Carlos Raya
se adentraron en el patio de 
butacas acercando su música aún más a los presentes y causando furor
 en las personas que encontraban a su paso.
Destacable 
también cómo Fito rescata temas que hacía tiempo que no interpretaba en 
directo, sonando como auténticos regalos para los más nostálgicos: 
Que divertido, Mi funeral, Quiero beber hasta perder el control o
 A mil kilómetros. En total, fueron siete las canciones rescatadas de sus dos primeros discos como 
fitipaldi, 
Los sueños locos y 
A puerta cerrada, unos álbumes castigados en los imponentes escenarios de sus últimas giras y pensados para un contacto más directo con sus fans.
Te pones esto... ¡y te asalvajas! -bromeaba Fito al colocarse el banjo, otra novedad instrumental que hizo que 
Para toda la vida sonara como una auténtica ranchera. Otro espectáculo, esta vez de iluminación, fue el que pudimos disfrutar con 
El ojo que me mira, cuyos focos enfocaban al público presente y, a su vez, eran los focos los que simulaban unos ojos que nos miraban. Otro subidón de adrenalina llegaría con temas inevitables como 
Antes de que cuente diez o 
La casa por el tejado, canciones que no pueden faltar en cualquier concierto de Fito & Fitipaldis.
Momento significativo el que vivimos cuando Fito se colgó su eléctrica para 
deleitarnos con un entrañable solo de guitarra, el cual aún resuena en mi memoria. Los 
primeros acordes de 
Al cantar emocionaron a los presentes, desprendiéndose
 del resto de artilugios e instrumentos que hasta el momento le 
acompañaban y contando solamente con su voz, sirviendo así como tributo a
 su época pasada en 
Platero y Tú. Un homenaje a su anterior formación 
que no falta en cada una de sus giras y que sirve como recuerdo a los 
seguidores más veteranos del artista.
Otro de los momentos más intensos de la noche lo protagonizó 
Soldadito marinero,
 cuando un Fito desgarrado lanzaba el guante, en este caso, su 
micrófono, hacia los allí presentes para corear al unísono su mítico
 Después de un invierno malo...
 Un himno que se mantiene intacto en cada gira, pero que en ésta cuenta 
con un toque distinto, más folk y con aires de rock irlandés. Sin duda, 
uno de los principales temas que consolidó a los 
fitipaldis como icono 
del pop-rock español y que sigue presente en la banda ocho años 
después. Un ejemplo de que las grandes canciones nunca se resienten.
Tras
 acabar un concierto tan magnífico como este, podemos destacar 
fundamentalmente dos aspectos. En primer lugar, el sonido. La ventaja de
 una gira como ésta es que la buena acústica de auditorios y teatros 
juega a su favor, algo más difícil de conseguir en grandes superficies 
como polideportivos o zonas al aire libre. Y, en segundo lugar, la banda
 al completo tendrá un peso y una importancia todavía mayor, ya que la 
polivalencia de los músicos a la hora de intercambiarse instrumentos es 
impresionante y da mucho de sí a la hora de versionar sus temas de 
siempre.
 
Javier Alzola demostró que no solo sabe tocar el saxofón, destacando en varias canciones con el clarinete o la flauta, e, incluso, atreviéndose con la guitarra. Alejandro Climent alternó continuamente bajo y contrabajo. Joserra Semperena tuvo su momento estrella con el piano y el Hammond, pero aún más con el acordeón. A Daniel Griffin,
 como decíamos anteriormente, se le recordará como El cucharitas, 
además de ser un excelente batería. Carlos Raya, el segundo líder de 
la banda, tampoco decepcionó, manejando al detalle cada sonido de la guitarra eléctrica, mandolina, pedal steel y hasta del violín. Y, sin duda, Adolfo Cabrales, alma máter del grupo y quien, una vez más, supo dar lo mejor de sí mismo con su voz, su entrega y su dedicación. Un trabajo muy elaborado y complejo por parte de todos los integrantes de la banda que se ve totalmente reflejado en el concierto, que hizo disfrutar de una noche fantástica a todos los fans fitipaldis allí presentes.
  
Escrito por Mariela B. Ortega