El Imperio Final (Nacidos de la bruma), de Brandon Sanderson

22 julio, 2024

| | | 0 comentarios
¿Se pueden cambiar el devenir del sistema en el que vivimos? Resulta evidente que somos inconformistas, siempre tenemos alguna cuestión de la que quejarnos, algo que nos molesta, alguna cuestión que consideramos mejorable, por pequeña que sea. En muchos casos, culpamos a un sistema que tiene defectos, pero que funciona de manera general. Los grandes cambios, sin embargo, solo se han producido por la unión de una serie de hechos que han promovido un movimiento en el poder y en quien lo ostenta. Uno de los principales motores de este cambio es la revolución. Pero todos podemos tener dudas sobre si ese cambio de paradigma es realmente deseado o no. Aunque nos quejamos, también estamos acostumbrados a cómo funciona todo y eso provoca que nos dé miedo la incertidumbre de lo que vendrá. En cierta forma, la sociedad suele vivir en una indefensión aprendida, incapaz de promover el cambio, pero deseándolo. Solo algunos se atreven a buscarlos mediante distintas vías.

Sobre este hecho se sustenta El Imperio Final (2006), el inicio de la trilogía Nacidos de la bruma, del conocido escritor estadounidense Brandon Sanderson (1975-), que asienta gran parte de su obra en un universo ficticio conocido como Cosmere y que ha desarrolla una carrera literaria en torno a la alta fantasía. 

El mundo que nos encontramos en este primer volumen de la trilogía está dominado por el Lord Legislador desde hace un milenio, después de que se erigiera como el salvador del mundo, obtuviera poderes divinos e impusiera una división social férrea entre los nobles y los skaa, que actúan como esclavos campesinos y sirvientes de los nobles. Un reino decadente donde siempre cae ceniza del cielo, la noche se viste siempre de una densa bruma y los colores de la naturaleza están apagados, convertidos en ocres y grises. Sin embargo, a pesar de su poder, la sociedad no funciona adecuadamente, la delincuencia existe y la división social ha provocado que los skaa apenas sean considerados como humanos, siendo asesinados con total impunidad y sangre fría por los nobles. Frente a esta situación, esta gran masa social vive adormilada y acobardada, sin ser capaz de rebelarse. 

Luthadel, por Ben McSweeney
Sin embargo, un hombre mestizo, un Nacido de la bruma (lo que le permite usar la magia conocida como alomancia con todos los metales), Kelsier, superviviente y fugitivo de los Pozos de Hatshsin, prisión principal del reino, empieza a preparar un plan para acabar con el poder del Lord Legislador. Mientras prepara a su banda de ladrones para los preparativos, conocerá a Vin, una huérfana mestiza que malvive en los bajos fondos de la capital sin saber que ella también es una Nacida de la bruma.

A pesar de formar parte una trilogía, El Imperio Final funciona adecuadamente como una novela autoconclusiva, una obra de fantasía y de formación, que permite a través de los ojos de una de sus protagonistas, Vin, descubrir cómo funciona este mundo y su magia, al menos de manera inicial. Sanderson compensa el foco narrativo entre dos personajes, Kelsier y Vin, permitiendo que la novela fluya con buen ritmo entre la acción más elevada y arriesgada del primero y el aprendizaje y la indecisión de la segunda. Incluso en alguna ocasión cede ese foco a otros personajes, permitiendo enriquecer el relato con distintas perspectivas, pero guardando bien el interés y los secretos de sus personajes. Así, por ejemplo, no seremos testigos de ciertos hechos de los que ambos protagonistas se enteran posteriormente o descubriremos posteriormente algunas acciones de Kelsier cuando sea Vin quien lo haga. En este sentido, la narración guarda un buen equilibrio entre la intriga y la información, entre las situaciones más tranquilas en las que la acción se limita a diálogos o reflexiones de los personajes y la acción más trepidante, sobre todo con el uso de la alomancia. 

Vin, por Elizabeth Peiró
Quizás, como defecto propio de este tipo de novelas de formación, hay una sobreexposición en las explicaciones que se ofrecen sobre este mundo, sobre todo con respecto a la magia. En ocasiones, puede parecer que estamos ante un tutorial de un videojuego, pero es un mal menor, un defecto necesario para comprender mejor el mundo en el que nos situamos y que Sanderson trata de presentarnos con precisión. No en vano estamos ante un sistema de magia dura, es decir, un sistema detallado que tiene límites y usos concretos, sin permitir a sus usuarios hacer lo que quieran. Como se menciona en la propia novela, no somos invencibles. Vin será una destacada alumna, otro rasgo usual de estas historias protagonizadas por jóvenes que descubren una magia que desconocían, como si fuera una persona elegida atravesando su propio camino del héroe, heroína en su caso. Por suerte, su aprendizaje está bien sustentado por el propio carácter del personaje, que a través de su desconfianza y temor naturales, potenciados por el recuerdo de su hermano, trata de sacar provecho de otros brumosos para conocer mejor los usos y límites de sus poderes.

Además, el desarrollo de la protagonista es bastante certero y natural, cuestionándose ella misma su evolución, debatiéndose entre la personalidad que está desarrollando y la que tenía antes de conocer a Kelsier. Pero, a su vez, mostrando un crecimiento psicológico que no suele ser tan bueno o tan caracterizado en otros relatos de fantasía de carácter más juvenil. Destaca sobre todo su relación con Kelsier, que no será un mentor al uso, a veces denostados a ser personajes de fondo a pesar de su poder, sino que la relación entre ambos les permitirá cambiar a los dos. Igual que él es consciente del crecimiento de la niña, ella provocará cambios en su maestro, reflejando de manera más realista las relaciones entre aprendices y mentores, donde se produce un aprendizaje mutuo. Este crecimiento se refleja bastante bien en la revisión que hace Vin del pasado de Kelsier y que le permitirá a él reconciliarse con sus sentimientos encontrados. Sin duda, uno de los puntos centrales y mejor trabajados de la trama se encuentra en esta relación. 

A fin de cuentas, son los personajes más elaborados de la obra, porque el resto suelen estar caracterizados de manera más limitada, aunque suficiente para ser personajes secundarios, representando cualidades concretas y resultado, a la par, lo suficientemente carismáticos. La propia novela señala el rol que tiene cada uno y evidencia cuáles son sus personalidades desde su primera aparición, siendo muy semejante a otros grupos semejantes, como pudiera ser la banda de Ocean's Eleven (Steven Soderbergh, 2001) o el grupo de Origen (Christopher Nolan, 2010). Así, tenemos al metódico y seguro Dockson, al malhumorado pero firme Clubs, al soberbio y manipulador Brisa, al filosófico y meticuloso Hammond y al serio y decidido Marsh. Además del joven Fantasma, un muchacho que tiene una manera peculiar de hablar y que se muestra inseguro y algo torpe, el misterioso y recto Renoux y el servicial e imponente Sazed. Todo este conjunto de personajes secundarios enriquecen no solo la acción principal, sino también nuestro conocimiento del mundo. 

A través de ellos, Kelsier y Vin, sobre todo ella, reciben la réplica o un vistazo a algún aspecto del mundo que no conocían tan bien. Sanderson los representa y plantea de manera tan adecuado que no resulta confuso entenderlos ni confundirlos, porque no se sienten intercambiables o parte del fondo. Por contrapartida, todo lo relacionado con el antagonista, el Lord Legislador, resulta más confuso y ambiguo, siendo un personaje más plano y del que comprendemos poco, quizás a falta de comprobar cómo avanza la trilogía. En cierta forma, para un personaje de tal edad, resulta curioso que no se explore demasiado en esta novela, aunque da pie a ahondar en él en otras.

Kelsier, Survivor of Hathsin, de Gerva Perez
Como siempre que nos adentramos en la fantasía, cabe destacar que El Imperio Final también ahonda en los rasgos del ser humano. Sanderson logra otorgar vida a un mundo ficticio ofreciendo detalles muy bien construidos, como el desarrollo de la psicología de Vin, adentrándose en los conflictos de una persona herida y dubitativa, que no ha sido capaz de confiar en los demás, el conflicto de los skaa como siervos incapaces de rebelarse, la manera de cuestionar el poder de un tirano y los movimientos totalitarios, el surgimiento de la fe y las creencias, incluso la necesaria protección del recuerdo de las culturas gracias a la figura del guardador, similar a las personas libro de Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953), la forma de impedir el maniqueísmo al acercarse también a la nobleza y también la corrupción de los sistemas que deshumanizan a las personas haciendo que sus vidas y, sobre todo, sus muertes, no tengan valor. Incluso el autor permite que la protagonista recrimine a su grupo sus defectos y su situación privilegiada frente a los skaa normales. 

Todos estos temas enriquecen la aventura de los protagonistas para proporcionarles un trasfondo mucho más maduro que una historia más tópica. Sin embargo, no es del todo perfecta. El apartado romántico de la novela se siente muy superficial. La narración de los combates puede llegar a ser confusa debido a la naturaleza de la magia alomántica, aunque debo reconocer que hay un esfuerzo notable por resultar claro. En algunos momentos puntuales del libro se presentan acontecimientos que pretenden ser giros argumentales, pero que están poco sustentados, especialmente el relacionado con la Guarnición de Holstep. Y, de nuevo, aunque se evita parcialmente el maniqueísmo, el antagonista es bastante plano y está cargado de características negativas. Por último, aunque crea un sistema de magia bastante sólido, su potencial siempre queda a disposición de la decisión del autor.

En definitiva, con este primer volumen de Nacidos de la bruma tenemos una buena introducción al universo fantástico de Sanderson, con unos personajes carismáticos, temas profundos a nivel social y el desarrollo de un sistema mágico y un mundo bien expuestos. Para los amantes del género fantástico, un título muy recomendable y atractivo, dado que encontrarán una historia autosuficiente y bien escrita, que les permite esperar un tiempo a continuar con su secuela, El Pozo de la Ascensión (2007) o a darse por satisfechos si no les ha enganchado tanto el estilo y los personajes de Sanderson.

Escrito por Luis J. del Castillo



El almanaque de mi padre, de Jiro Taniguchi

08 julio, 2024

| | | 0 comentarios
La narrativa que nos ha legado el mundo del cómic y, especialmente, del manga nos suele remitir a mundos de fantasía. Es normal, ya que dentro de las posibilidades que te brinda ese ámbito está el de poder dar vida a cualquier realidad imaginada. Sin embargo, no debemos considerar que siempre sea así. Algunas de estas obras se acercan a la realidad incluso al punto del costumbrismo, con un lenguaje específico como es el del dibujo, el uso de las viñetas o la transmisión entre página y página de una idea en combinación con el lenguaje empleado. Siempre que pienso en dos ejemplos característicos de este tipo de cómic más realista, se me vienen a la mente dos obras bien distintas: Maus (Art Spiegelman, 1986 y 1991), que emplea a seres antropomórficos para relatarnos la persecución a los judíos por parte del nazismo, y la más reciente Perspépolis (Marjane Satrapi, 2000-2003), una autobiografía que muestra el crecimiento del régimen fundamentalista islámico en Irán.

Sin embargo, me resulta más complicado pensar en ejemplos dentro del mundo del manga, porque los casos más habituales en mi cabeza suelen ser los ejemplos más populares y fantásticos, igual que en el mundo del cómic solemos mencionar más a los superhéroes o las aventuras de Tintín, Astérix o el humor de Francisco Ibáñez (1936-2023). Quizás también se debe a la capacidad de mezclar magia y cotidianidad del manga japonés. Por ejemplo, la historia de una familia de relaciones rotas por la violencia interna, la tortura psicológica y los traumas tienen su origen en una explicación mágica, una maldición del zodiaco, en Fruits Basket (Natsuki Takaya, 1998-2006), los crímenes que se resuelven en Detective Conan (Gosho Aoyama, 1994-) parten de la premisa de que su protagonista ha rejuvenecido por culpa de una droga, e incluso en algunas historias más realistas, como You are My Sun (Yuki Akaneda, 2023), hay abiertos ciertos momentos a lo espiritual. Ahora bien, como forma de expresión de la cultura japonesa, no cabe duda de que también hay espacio para el costumbrismo más cotidiano, al igual que ha sucedido en otras culturas. Y no solo ligado a un acontecimiento concreto e histórico, como sucede con la cruda Pies descalzos (Keiji Nakazawa, 1973-1974), sobre el bombardeo atómico en Hiroshima, sino más cercano a lo realizado por Isao Takahata en Recuerdos del ayer (1991), y a lo que podemos contemplar en El almanaque de mi padre (1994), de Jiro Taniguchi. 

La trama en las que nos introduce Taniguchi es sencilla: Yoichi regresa a su ciudad natal, Tottori, para el velatorio y posterior funeral de su padre, forzado por su mujer ante su primera negativa. Durante la mayor parte de su vida adulta ha mantenido las distancias y al regresar se reencuentra con la historia de su pasado, de su niñez y de las emociones y sentimientos que había perdido por empeñarse en alejarse. A través de las conversaciones con su tío, su hermana, con la viuda de su padre, su madrastra, y viendo fotografías del pasado, se irá recomponiendo el rompecabezas de su historia personal, contemplando otras perspectivas que romperán con su visión infantil de los hechos que le llevaron a rechazar mantener una relación con su padre.

No hay que esperar grandes giros en una historia centrada en actos tan cotidianos. El velatorio se ve intercalado por la historia cronológica de su familia, incluyendo el monólogo interno del protagonista confrontando lo que siente ahora con lo que sintió entonces. Esto le sirve a Taniguchi para mostrar la vida cotidiana de una familia japonesa entre los años 40 y 60, incluyendo la posguerra, la presencia del ejército norteamericano o el incendio de Tottori en 1952. Además de la mentalidad noble, pero callada y orgullosa de la figura paterna. 

Sin duda, El almanaque de mi padre es la reconciliación con la figura paterna ausente, pero siempre presente, la que podemos considerar más tradicional. Yoichi siempre había culpado a su padre de la ruptura de su familia, sobre todo de que su madre se separara y los dejara con él. Sin embargo, durante el velatorio, irá descubriendo las razones del comportamiento de su padre, comprenderá cómo actuaba y cómo dejaba huella en el resto de las personas con acciones honestas y cotidianas, siendo un hombre sencillo, humilde e íntegro, que ni siquiera quiso forzar a su hijo, al que amó a su manera, en ese silencio emocional al que tantas generaciones de hombres se vieron expuestos.

Con ese enfrentamiento entre la imagen que Yoichi tenía de su padre, de un hombre frío y distante, y el que proyectan no solo las palabras de los demás, sino sus propios recuerdos, se da cuenta nuestro protagonista de sus errores, del tiempo perdido por no haber sabido comunicarse, de todo lo que ha dejado atrás por egoísmo, dándose cuenta de que ya es tarde. No necesita este cómic grandes giros de tuerca ni acontecimientos grotescos o trágicos para golpearnos emocionalmente, solo la sencillez de un hijo ante el cuerpo inerte de su padre sabiendo que ya no hay marcha atrás, que no podrá remediar el dolor que le causó en vida por haberlo querido apartar e ignorar. Por contra, frente al hijo que no supo apreciar a su padre, encontramos a un padre que le aguardó siempre, apreciando el valor de una fotografía que atesoraba con cariño, dándole libertad para tomar sus decisiones sin imponerle su futuro como era tradicional en esa época o esperándolo hasta el último momento mientras cuidaba del perro que rescató de niño. Un hombre que antepuso sus deseos por los deseos de sus hijo, pensando que así lograría su felicidad mientras renunciaba a poder tenerlo a su lado.


Todo expuesto con una gran sensibilidad, empleando un dibujo cuidado al detalle, salvo quizás por la poca expresividad de los rostros, y usando la narrativa propia del cómic para confrontar pasado y presente, para dar silencio y solemnidad a los recuerdos que podrían pasar por normales. Hay mucha delicadeza en la manera en que Taniguchi trabaja con la memoria a través de sus dibujos, logrando que una imagen que representa un momento sencillo y fugaz perdure con la fuerza de la emoción, la nostalgia y el dolor de la pérdida. No será nuestro pasado, pero todos atesoramos sentimientos similares, y por eso podemos comprender tan bien al protagonista y alcanzar igualmente su catarsis, esa reconciliación con la memoria y ese necesario homenaje póstumo a su padre, a lo que debería haber hecho antes. Curiosamente, cuanto más conozca a su padre, más chocante resultará el reencuentro final que se da en la obra por resultar frío y distante, apático, contrastando con la imagen idealizada que él había creado de niño. 

Es la traición de nuestra memoria frágil, que reconstruye nuestro relato vital según cómo queremos verlo y no tal y como ocurrió. Sobre todo cuando nos lo contamos una y otra vez a lo largo de nuestra vida, reafirmándolo para evitar cualquier disonancia. Yoichi debe corregir a lo largo de este cómic algunos de sus recuerdos cuando los compara con lo que sabían sus familiares, sobre todo su tío, que será quien más le recrimine su actitud, y su hermana mayor; ambos le mostrarán que nunca llegó a entender a su padre mientras vivía. Y con esa corrección comenzará a empatizar. A darse cuenta de sus auténticos sentimientos, a abrirse al dolor de la pérdida rompiendo con la frialdad que él mismo había creado. Ese contraste se logra entre las primeras páginas y las últimas, cuando ve el cadáver de su padre por primera vez al llegar al velatorio y cuando se despide de él tras toda esa noche de reflexión y recuerdos.


El almanaque de mi padre es el encuentro con el pasado, es el retrato de una generación de familias que podemos reconocer no solo como costumbrismo japonés, sino también como reflejo de un tipo de sociedad y de relaciones universales. Padres e hijos que vivieron unos hechos de manera diferente y que generan barreras emocionales que se suelen evitar. Una historia sencilla que logra ser efectiva, cálida y reconfortante, con una narrativa que se luce mediante un cuidado uso del dibujo. Una buena muestra de la capacidad de Jiro Taniguchi para inmortalizar y darle sentido a lo cotidiano.

Escrito por Luis J. del Castillo



Lo más visto esta semana

Aviso Legal

Licencia Creative Commons

Baúl de Castillo por Baúl del Castillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

Nuestros contenidos son, a excepción de las citas, propiedad de los autores que colaboran en este blog. De esta forma, tanto los textos como el diseño alterado de la plantilla original y las secciones originales creadas por nuestros colaboradores son también propiedad de esta entidad bajo una licencia Creative Commons BY-NC-ND, salvo que en el artículo en cuestión se mencione lo contrario. Así pues, cualquiera de nuestros textos puede ser reproducido en otros medios siempre y cuando cuente con nuestra autorización y se cite a la fuente original (este blog) así como al autor correspondiente, y que su uso no sea comercial.

Dispuesta nuestra licencia de esta forma, recordamos que cualquier vulneración de estas reglas supondrá una infracción en nuestra propiedad intelectual y nos facultará para poder realizar acciones legales.

Por otra parte, nuestras imágenes son, en su mayoría, extraídas de Google y otras plataformas de distribución de imágenes. Entendemos que algunas de ellas puedan estar sujetas a derechos de autor, por lo que rogamos que se pongan en contacto con nosotros en caso de que fuera necesario retirarla. De la misma forma, siempre que sea posible encontrar el nombre del autor original de la imagen, será mencionado como nota a pie de fotografía. En otros casos, se señalará que las fotos pertenecen a nuestro equipo y su uso queda acogido a la licencia anteriormente mencionada.

Safe Creative #1210020061717