Henry Rider Haggard y Frederick Courtney Selous |
No en vano, una de las colonias más importantes fue la de los llamados boers, formada por granjeros holandeses. El autor no escatima detalles como la crueldad zulú (ya antes de la llegada de los colonos), como bien demostró el rey Shaka. Nada idílicos, los zulúes en origen pasaron de ser un tranquilo pueblo de pastores, que había emigrado desde El Congo, a una tribu cuya nueva forma de guerrear los cambió irremisiblemente, sin excluir la guerra civil. Tuvieron grandes jefes como Mzilikazi o Lobengula.
Robert Moffat |
Cataratas Victoria |
Y precisamente, el interés por buscar en aquellos territorios inexplorados el nacimiento del Nilo fue, bajo los auspicios de la Royal Geographical Society, la excusa que Livingstone necesitaba para poder regresar a África por tercera vez. Hasta que ya no se tuvo noticia de él. Poco tiempo después, el explorador de origen americano Henry Morton Stanley, tras una penosa búsqueda patrocinada por el New York Herald, encontró al fin al misionero, el 28 de octubre de 1871, en la región de Ujiji, junto al lago Tanganika. El escueto diálogo que sostuvieron pasó a la historia:
STANLEY:
El doctor Livingstone, supongo.
LIVINGSTONE
(Hecho puré): Sí, señor.
Los misioneros protestantes fueron muy bien acogidos por los indígenas por la sencilla razón de que vieron a estos como los auténticos propietarios de aquellas tierras, lo que les provocó no pocos encontronazos con el poder central. Consideraban inmoral la manera en que África estaba siendo saqueada. Y es que África se convirtió en el lugar ideal para jóvenes emprendedores, como Cecil Rhodes, que no tenía más de veinte años cuando arribó a África, y a cuyo apellido se debe el nombre de la ciudad de Rhodesia (cuya confirmación se produjo en 1895). Falleció en 1902 a los 47 años (su empresa le sobrevivió hasta 1923) y no muy lejos de su tumba descansa su compañero y amigo el doctor Leander Starr Jameson, primer ministro de El Cabo, fallecido en 1918.
Cecil Rhodes |
La historia se completa con las vidas de Russell Burnham, explorador durante las guerras apache (en EEUU), sheriff, cazarecompensas, minero… y que entre tanto ajetreo encontró tiempo para casarse, antes de trasladarse primero a la India, y después a África. O la del mayor Allan Wilson y su heroica derrota frente a los matabele en la batalla del río Shangani, en 1896. O la de Maurice Gifford, que salvó a numerosos colonos de ser asesinados por los rebeldes matabele (falleció en 1910). Incluso hay lugar para personajes que parecen salidos de una trama de Sherlock Holmes: mercenarios apropiándose del oro de un rey. Hasta el presidente Roosevelt anduvo por allí de cacería bajo los sicomoros (fue en 1909), Los nativos, el calor, la malaria, las fieras salvajes (incluyendo la temida mosca tsé-tsé), la estación de las lluvias… una época fascinante repleta de hombres (a pesar de sus errores) fascinantes. Y también merece un epígrafe el valeroso rhodesian ridgeback, can mezcla de varias razas pero autóctono de África, eficacísimo en la ayuda en la lucha contra las fieras salvajes (los leones sobre todo).
Livingstone siendo atacado por un león en un grabado |
Carlos Roca |
Un comentario sobre las adaptaciones al cine (y televisión) más una cronología base, y la inclusión en un anexo de varias noticias periodísticas provenientes de periódicos españoles de la época (La Ilustración española americana y La Ilustración ibérica), completan el libro.
Escrito por Javier C. Aguilera
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