Un
magnicidio es una cosa muy fea; incluso aunque nos puedan entrar ganas de vez
en cuando. El hecho conlleva, además, un elemento simbólico muy marcado. Atacar
tamaño cargo público es atacar un país, mostrar su vulnerabilidad. Presidentes
de todo tipo y condición han sido abatidos. Emboscados, sin derecho a la menor
defensa. Juan Prim (1814-1870), José Canalejas (1854-1912), Eduardo Dato
(1856-1921), Antonio Cánovas (1828-1897), Abraham Lincoln (1809-1865), William
McKinley (1843-1901), John F. Kennedy (1917-1963), Olof Palme (1927-1986), Rafael
Leónidas Trujillo (1891-1961), etc. Sin contar los intentos frustrados contra Gerald
Ford (1913-2006), Ronald Reagan (1911-2004), o el propio Juan Pablo II (1920-2005).
Pese a todo, los preparativos de un magnicidio pueden resultar fascinantes.
Como casi todo lo relacionado con la parte oscura del ser humano. Un componente
narrativo de primer orden.
En este
sentido, uno de los mejores libros de suspense que recuerdo haber leído, es Chacal (The Day of the Jackal, 1971; G.P., 1972,
Orbis, 1985, DeBolsillo, 2004), en traducción de
Ramón Hernández (-), cuya relectura me ha reafirmado en mis pretéritas
impresiones. Está dividido en tres cuerpos narrativos consecutivos. Anatomía de
una conjura, anatomía de una cacería, y como en la película de Otto Preminger (1905-1986), anatomía de un asesinato.
Existe un
proverbial resquemor contra el general y presidente de la República Francesa
Charles De Gaulle (1890-1970), por una pequeña parte de la población del país
galo, capitalizada por el coronel Jean Marie Bastien-Thiry (continuamos con los
nombres y acontecimientos verídicos; 1927-1963). Para el que, el mandatario
había traicionado a la nación al ceder Argelia a los nacionalistas (capítulo
I). A partir de ahí se conformó la Organización clandestina y
terrorista del Ejército Secreto, conocida por OAS,
que había jurado matar a De Gaulle y derrocar su gobierno.
Cabe destacar
la minuciosa y absorbente descripción de los distintos entramados organizativos;
cómo operan los extremistas, y cómo está dispuesto el Servicio de Inteligencia
Francés. Cuando las actividades de la OAS
cobran una mayor virulencia y brutalidad, el director de la SDECE
(Servicio de Documentación y Espionaje), el general Eugène Guibaud (comienzan
los nombres supuestos), contrataca con sus hombres bien adiestrados, algunos de
ellos infiltrados con mucho riesgo en la OAS.
Los
paralelismos con determinado partido político de la actualidad política
española son sorprendentes. Su implicación con un grupo terrorista reconvertido
a la política, resultan escalofriantes. Ex ministros y ex militares, y otros
cargos públicos de los que predican el bien común, están implicados en la trama
criminal. Mientras evidencian su sibilino y retorcido punto de vista en los
medios, a modo de acercamientos y diálogo. Pero el autor de la novela, el
británico Frederick Forsyth (1938), es muy listo al desasirse conforme avanza
la trama de esta tupida red de conexiones y desconexiones, que parece no tener
fin, focalizando el peligro en un solo hombre, de apelativo Chacal. Último
intento de la OAS para
asesinar al General, antes de morir asfixiados por la infiltración policial (y
sin vistas a que ningún gobierno les proporcione oxígeno).
Imágenes de la película |
Antoine Argoud (de la OAS)
dispuso para el ex ministro de Asuntos
Interiores Georges Bidault una serie de entrevistas con las principales redes
periodísticas y de corresponsales (las actuales prensa y redes), en las cuales el viejo político cubrió con
una capa de respetabilidad las actividades menos aceptables de los duros de la OAS.
Prosigue. El éxito de la operación
propagandística de Bidault inspirada por Argoud, alarmó al gobierno francés
tanto como las tácticas terroristas y la oleada de bombas de plástico que
estallaban en los cines y cafés de toda Francia (íd.). A los que
tenemos cierta edad esto nos suena muchísimo, fuera de las fronteras de Francia.
El coronel Marc Rodin sustituye a Argoud, apresado por el Servicio de Acción de
la SDECE en Alemania, como nuevo jefe de
operaciones de la OAS.
Sentía Marc Rodin odio mortal contra los políticos
(II). El perfil de este personaje es
distinto al de otros dirigentes terroristas; más complejo, y está muy bien
expuesto. Su historial histórico y emocional, diríamos. El lector lamenta que un
hombre de natural leal y brillante se acabe convirtiendo en un fanático. Lo que
deriva en su encuentro con el mercenario inglés de nombre Chacal en Viena. De ojos transparentes, fríos y sin expresión
(íd.).
La primera víctima no mortal del inglés, pues la otra ya está fijada, atiende
al robo del pasaporte de un sacerdote danés (en la película un maestro de
escuela), en pleno Aeropuerto de Londres. Junto al de otros estudiantes de
vacaciones en Inglaterra (III). La
ejecución del Chacal es siempre sibilina y desapercibida.
Paul
Goossens, héroe de la Resistencia y proveedor clandestino de armas, le
abastece. Como es lo preceptivo, las apariencias engañan por defecto y el
fanatismo se reviste de moral. Una lealtad mal entendida. Chacal encarga los
servicios de otro falsificador de documentos belga. Entre tanto, el coronel
Rolland, jefe del Servicio de Acción de la SDECE,
se pone en marcha, sucediéndose todas estas acciones en paralelo (IV),
magníficamente contrapuestas por Forsyth.
Otros
personajes vienen a enriquecer la trama. De hecho, aún no hemos llegado hasta el
antagonista principal de Chacal. Inspeccionando los escenarios de París, uno de
los oficiales pertenecientes a la junta de gobierno, el coronel Raoul
Saint-Claire, entra en contacto con la esteticista Jacqueline Dumas, de
veintiséis años, lastrada por la muerte de su hermano y su novio en Argelia (V).
Para obtener la primera pista contra el tirador profesional, la SDECE
organiza un ardid con el guardaespaldas polaco y ex legionario Viktor Kowalski,
al servicio de Rodin (VI). Trato de
resumir todo lo posible, pues la concurrencia de personajes es grande, pero
necesaria para no perder el hilo, sin desvelar más de lo aconsejable. Tras
probar el fusil en un bosque de la zona belga de Las Ardenas, Chacal inicia un
periplo que lo lleva hasta Londres (VII),
Milán (XII) y
Génova (IV, XII), y que
por fuerza ha de acabar en París con una muerte. De la confesión de Kowalski se
descuelgan algunas palabras inconexas que, pese a todo, sirven al coronel Rolland
para elaborar un intranquilizador informe preliminar (VIII),
que desemboca en el encuentro del Ministro del Interior Roger Frey con el jefe
del Cuerpo de Seguridad personal de De Gaulle, el comisario Jean Ducret. El
Presidente no da su brazo a torcer, no acepta ningún chantaje ni alteración de
su rutina pública. Una cuestión de honor. El comisario jefe Bouvier propone entonces
a su colega, el comisario de homicidios Claude Lebel, como responsable de llevar
a cabo la investigación. Él va a ser el elegido para la captura de Chacal. Una
coordinación monumental de las fuerzas del orden no solo francesas, sino de los
países presuntamente implicados (IX).
Se pone al corriente a Lebel, trabajador
metódico que odiaba la publicidad, y personaje que de nuevo queda bien
descrito por el autor bajo su apariencia sencilla, carente de pretenciosidad, y
sumamente eficaz. Diez años como detective de la Brigada Criminal de la famosa
policía judicial de Francia lo avalan. Su principal ayuda será el joven
inspector de homicidios Lucien Caron (X).
Por su parte, Jacqueline, convertida ya en amante de Saint-Claire, va dando
parte del desenmascaramiento de la conjura. La carrera contra reloj no es solo
entre Chacal y su encargo, sino entre la policía y la informadora.
Este coronel
Saint-Claire es otra de las perlas idiosincráticas de Forsyth. Se trata de un
personaje jactancioso y receloso del resto del gabinete presidencial. No estima
en nada a Lebel (XI). Entre
tanto, prosiguen las pesquisas en Londres, donde el inspector Anthony Mallinson
y su súper intendente Bryn Thomas son un ejemplo de la buena coordinación entre
países. Lo que conlleva horas de búsqueda en archivos, recientes o polvorientos.
Thomas recibe la ayuda de su amigo Barry Lloyd, del MI6
(Servicio Secreto de Inteligencia), al situar a Chacal en el escenario de la
muerte del presidente de República Dominicana, Trujillo (XIII).
Mientras Chacal pasa de contrabando las distintas piezas de su fusil especial
por la aduana francesa, Thomas se entrevista con el Primer Ministro, por aquellas
fechas, Maurice Harold McMillan (1894-1986), en Downing Street. Se averigua el
nombre falso con que viaja Chacal, único pasaporte expedido a un difunto (un
niño fallecido a los dos años y medio en un accidente de tráfico) (XV),
que entra en contacto con madame Colette de la Chalonniére, la baronne, en un hotel de Gap (Francia)
(XVI). El cerco se va estrechando, al punto que
Lebel se sentía más cerca de aquel hombre
que de los políticos que le rodeaban (XVII).
Chacal adopta la identidad de un estudiante americano, pero será su
aproximación a Jules Bernard en un bar gay de París, la que le proporcione un refugio
hasta el día del asesinato. Ese día, adopta la identidad del ex combatiente
André Martin, un veterano de la II
Guerra Mundial, con condecoraciones y todo (XX).
El “beso de la muerte” quedará sellado la jornada en que De Gaulle asista a los
actos del Día de la Liberación (XXI).
La
adaptación cinematográfica Chacal (The Day of the Jackal, Paramount
Pictures, 1973), transcrita por Kenneth Ross
(-), comienza con la emboscada fallida a De Gaulle que da inicio a la novela, y
se sitúa un año antes de la acción principal del libro. El del general es
probablemente uno de los cargos públicos más amenazados de la Tierra. Es esta
una secuencia casi muda, es decir, estrictamente cinematográfica, que ejemplifica
la habilidad del realizador de origen polaco y educación vienesa, afincado en EEUU,
Fred Zinnemann (1907-1997). En ella también se hace
hincapié en el proverbial menosprecio de De Gaulle por su protección personal,
pues para él obrar de otra manera es falta de confianza y gallardía. Su enemigo
acérrimo, el coronel Rodin (Eric Porter), no desaprovecha la circunstancia. No somos terroristas, somos patriotas,
asegura (como muchos terroristas). En Chacal,
todo lo que es necesario ser contado con la cámara, es decir, con el cine, no
es preciso rubricarlo con ningún diálogo o voz en off, salvo en una breve concentración de datos iniciales. Es una de
las particularidades de Zinnemann en su extraordinaria adaptación. He ahí la
diferencia entre un gran director, y un director eminentemente tecnológico, de
los que tanto abundan en la rugosa actualidad. Los dinámicos prolegómenos son
refrendados por una puesta en escena y montaje ágiles.
A esta
vertiente netamente cinematográfica se suma la imagen de Chacal ante un panel
de tráfico que señala la encrucijada París-Italia, cuando está pensando que
camino (vital) tomar. También la que muestra al comisario Lebel (Michael
Lonsdale) caminando entre el gentío el Día de la Liberación en la capital
francesa, como último recurso a su intuitivo olfato. Pasando de la organización
policial grupal desplegada hasta ese momento, a la relativa soledad de las
pobladas calles de París; por los distintos actos de tan señalado día. Un trabajo
que culmina a pie de calle, tras la ardua investigación entre cuatro paredes. Así
mismo, destaca su imagen charlando con el gendarme (Philippe Leotard) que le
proporciona la pista final. Otro momento espléndido en una película que no
carece precisamente de ellos, en idéntico procedimiento al empleado por Alfred Hitchcock (1899-1980) en Topaz (íd., Universal, 1969).
Pero antes
del desenlace, resta hacer tiempo hasta el advenimiento del “Día D”, en los
lugares más apartados posible. Por ejemplo, un hotel de montaña, en compañía de
la insatisfecha señora Colette Chalonnière (Delphine Seyrig), mientras la
búsqueda infatigable va dando sus frutos (un cerco entre los amantes
ocasionales, y entre el asesino y sus buscadores).
Se respetan
las líneas argumentales del libro, sintetizándolas: el contacto con la OAS
del maestro Valmy (François Valorbe) –lo que está lleno de inquietantes
sugerencias-, y el apresamiento de Viktor Kowalski, aquí rebautizado Wolenski (Jean
Martin). El ardid de las alfombras para apresar a Wolenski es el que en la
novela se emplea para atrapar al coronel Argoud. Toda la fascinadora tensión de
la visita al armero belga (Cyril Cusack) y el falsificador de documentos
genovés (Ronald Pickup), se trasladan a la película. El principal cambio
respecto a la versión original recae en el propio Chacal (Edward Fox), menos
adusto y más simpático en la adaptación. Más encantador, menos frío, aunque no
por ello menos despiadado. Creo que es un acierto. Ambas vertientes me agradan,
la del libro y la de la película. La cooperante terrorista Jacqueline pasa a
llamarse Denise (Olga Georges-Picot). Ahora bien, el segundo cambio más
significativo no proviene del trueque de ningún nombre, sino, una vez más, de
la naturaleza del oficial que se le asigna a Denise, aquel al que se pide que entre
en contacto, el coronel Saint-Claire (Barrie Ingham). Este personaje, de breve
aparición pero capital desenvolvimiento, es descrito de forma más humana y, por
lo tanto, vulnerable, en la película. Digno de lástima, incluso. Mucho menos
pagado de sí mismo que en la novela. Pese a su posición dominante como eslabón
más fuerte en la cadena de mando, es en puridad, el más débil, como quedará
demostrado. Pero esto convierte al (fugaz) personaje de la película en alguien
más digno. Otro cambio, nada trascendente, pero sí interesante de constatar,
estriba en el hecho de que, en la película, Chacal acude a las posesiones de la
baronesa estando ella al tanto de que está siendo buscado por la policía, lo
que proporciona un suspense adicional a lo descrito en la novela. La necesidad de
compañía por parte de la mujer se hace más evidente, carnal y anímicamente
hablando. La ejecución por parte de Zinnemann conlleva, además, una salida
menos dramática y más airosa de la mansión de Colette (por la puerta, cuando
los empleados aún duermen, en lugar de por la ventana). Pero como digo, ninguno
de estos factores altera el orden. El bar gay del libro es sustituido por una
sauna. Ello le procura el consabido refugio a Chacal, mientras aguarda sus
últimos días en París.
A lo largo
de la película, Fred Zinnemann ejerce todo su dominio para desplegar el
organigrama de informaciones cruzadas y pesquisas ejecutadas, con brío y sin
descanso. El coronel Rolland (Michel Aucalir), el comisario inglés Mallinson (Donald
Sinden) y, por último, el abnegado comisario capaz de dar una lección a todos, Lebel,
espléndidamente encarnado por Michael Lonsdale (1931-2020), promueven todo un
trabajo de equipo policiaco mutuo, que incluye a motoristas mensajeros. Una puesta
en escena que lega imágenes, nuevamente sin palabras, tan certeras como la de
la joven y perdida Denise viendo desaparecer por las llamas las cartas y
fotografía de su novio, muerto en combate en Argelia; en definitiva, toda su
vida anterior, ya que no pueden quedar pruebas. Cuántas buenas disposiciones
han quedado torcidas en nombre de la utopía más holística y descabellada. En
otra certera imagen, Fred Zinnemann muestra la aduana que registra a todos los
rubios que acceden a suelo francés, puesto que aún no se conoce la identidad
con que viaja Chacal (Oliver Duggan).
Quisiera remarcar, por último, que, junto a su contemplación en versión
original, el excelente doblaje de la película al español procura todo un festival
de voces, para los que amamos y reconocemos tan familiares y enriquecedoras
aportaciones.
Escrito por Javier Comino Aguilera
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