Vivimos en el presente, por mucho que nos encaremos con el futuro y nos esforcemos en comprender el pasado. Aunque este artículo lleve años escrito, se está leyendo en algún presente. Además, el pretérito suele ser imperfecto y el futuro bastante complicado, por lo que cada vez son menos los que desean imbuirse en de dónde venimos, o tienen demasiado clara la imprevisibilidad de hacia dónde vamos.
Por lo demás, el pasado exige un reposo y concentración que, muchas veces, los nuevos métodos de vandalismo ruidoso no permiten. Sea como sea, existe la errónea percepción de que antes de la era de los smartphones las personas vivían poco menos que en la edad de piedra, cuando lo cierto es que la fascinación por los avances técnicos ha acompañado a todo buscador desde su nacimiento, y ha procurado obras tanto literarias como cinematográficas, pictóricas y hasta musicales, como la que hoy nos ocupa, eternamente modernas; precisamente por identificar un determinado momento del tiempo.
La historia del progreso es, por lo tanto, la historia de una seducción, que se incrementó con la llegada del siglo XX y su promesa de un entorno siempre mejor, pero que pronto se tornó en escepticismo, por la sencilla razón de que, aunque el hombre no sea la medida de todas las cosas, sí mide todo lo que le rodea, confeccionándolo en torno a sus propias medidas y desajustes.
Así, de entre los rescoldos de los triunfos y fracasos de la técnica moderna, emerge el testimonio de la música electrónica y tonal del grupo alemán Kraftwerk; en cierto modo, un trabajo en sintonía con el minimalismo cósmico de agrupaciones como Tangerine Dream.
La banda fue fundada en 1970 por los músicos Ralf Hütter (1946) y Florian Schneider (1947), a los que se sumaron Wolfgang Flur (1947) y Karl Bartos (1952), en lo que podemos considerar como la formación “clásica” (superados los inicios y hasta el álbum Electric Café, EMI, 1986, que inicialmente iba a llevar el elocuente título de Technopop). Poco prolíficos en cuanto a número de álbumes, pero siempre significativos, el grupo ha sido longevo en el tiempo, y aún con cambios en su composición, se mantuvo en activo hasta el año 2009.
Sin embargo, pese a este extenso periodo de tiempo, los logros más celebrados de Kraftwerk se circunscriben a la década de los setenta y primeros ochenta, e incluyen desde la ilustración musical del trayecto por una innovadora autopista, hasta trovar el descubrimiento de la radiactividad, cantar la aparición de robots y su interacción con el ser humano, y anticipar los factores, tanto positivos como negativos, de tener al P.C. en casa (el Personal Computer, quiero decir), musicalizando las aplicaciones de la técnica en las comunicaciones y sistemas de locomoción, ya fuera por vía terrestre –coches, trenes o bicis- u orbital. Un continuo ir y venir con apariencia de avance, ya sin el traqueteo de aquel vamos de paseo, por una carretera hacia alguna parte pero sin destino fijo.
Desde entonces, esporádicas composiciones, oportunos remixes y frecuentados reencuentros en vivo refrescaron nuestra memoria acerca de uno de los más competentes, personales, imaginativos y pioneros grupos de música electrónica, calculadamente frígido, eminentemente visual, siempre a cobijo de un mundo cambiante.
Vislumbrando un futuro incierto, o como expresión de un presente aún esperanzado, Kraftwerk fue la formación que logró sintetizar todo un estado de ánimo, alborozado pero precavido, y supo dar la nota componiendo temas tan sugestivos como aquel Die Roboter (The Man-Machine, EMI-Capitol, 1978), cabecera para la medianoche, en recuerdo del simpar Antonio José Alés (1937-2008). Un sonido que es, a la vez, crónica del tejido urbano y referencia de nuestra propia conciencia de pasado.
La idea del progreso está en crisis (herencia de la Revolución Francesa), sin que ello suponga tener que renunciar a los avances de la modernidad. Pero ni las modas ni la celeridad técnica con que hoy es consumido casi todo podrán hacer mella en la música de Kraftwerk, como sucede con los grandes grupos y compositores que siempre tienen algo que decir, porque ya se han instalado de forma confortable en un eterno presente, sabiendo estar sin prisas ni sofocos, sincopando arcanos muy humanos.
Ellos son la historia de nuestra historia, en cuyos compases se solapa la experiencia común y la personal. Esa que a veces recordamos volviendo a mirar el cielo estrellado.
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