Clásicos Inolvidables (CLXVII): Nada, de Carmen Laforet

25 diciembre, 2021

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Un año puede ser decisivo en la vida de una persona por la cantidad de acontecimientos que la puedan marcar y hacerla cambiar. La vida real, la que está fuera de las páginas de un libro, contiene millones de esas pequeñas historias que suponen la existencia humana. La mayoría son presa del olvido, por lo que los libros, incluso siendo ficción, sirven de ejemplo de tantas otras no contadas. Carmen Laforet (1921-2004) no ha sido una autora prolífica y seguramente toda su obra haya quedado marcada por un título que eclipsó a los demás y que es el retrato de una de esas vidas anónimas: Nada (1945), que la catapultó a la fama con el premio Nadal de 1944. 

En esta novela nos metemos en la piel de su protagonista, Andrea, durante todo un año. Observaremos cómo llega a la ciudad de Barcelona desde su pueblo natal para estudiar en la universidad y formar parte de una historia que ya estaba rodando: la historia de su familia. La ilusión de la joven pueblerina que llega a la gran ciudad choca con las heridas y las angustias de unos familiares que viven las consecuencias de una guerra civil aún cercana, pero casi innombrable. Este choque de existencias llevará a Andrea a contagiarse del malestar familiar, apocoparse y acabar llevando una vida dependiente de los demás, como una hoja zarandeada por el viento. Una espectadora de la vida que nos deja sus impresiones sobre todo lo que la rodea. Se convierte, por tanto, en la testigo y la narradora de los tejemanejes y entresijos de una familia rota, mientras trata también de consolidar su propia personalidad, muy dada también a la autocompasión y la apatía.

Carmen Laforet
En principio, destacará la mirada inocente de nuestra protagonista que trata por igual de comprender a la ciudad que la rodea y que la maravilla y a sus familiares, que le causan una impresión contraria: les asquea y repele. Como decíamos antes, Andrea entra en una herida que está cicatrizando, pero que aún supura. Al inicio de la novela se nos muestra una comparativa entre el recuerdo infantil de la casa de su abuela y la realidad con la que se encuentra en su actualidad, que son las ruinas de lo que antaño fue una familia burguesa. A lo largo del proceso narrativo, veremos cómo se devalúa cada vez más la imagen de sus familiares junto al propio valor de la casa: los muebles antiguos van desapareciendo a la par que aumentan las discusiones.

Escrito con una prosa cautivadora, Laforet se enfoca en un entorno viciado y malherido, de personas rotas e incapaces de crear relaciones sanas. La abuela de Andrea se muestra distanciada de la realidad, una voz suave que trata de apaciguar sin ninguna fuerza. Sus tíos, Román y Juan, muestran una rivalidad insana, con la esposa de Juan, Gloria, como trofeo y carnaza. Esta mujer, a su vez, se muestra a la par inocentona, a ojos de Andrea, como astuta, a ojos de Román y Angustias; acabaremos descubriendo que malvende las pobres propiedades familiares para sobrevivir o que se arroja a negocios nocturnos con sigilo mientras acepta el maltrato de su marido con una sumisión inaudita. Todos son vigilados por la recta tía Angustias, cuya vida se resume en llevar el control moral de la casa desde una visión que bien podría recordarnos al personaje de Rottenmeier, de Heidi (Johanna Spyri, 1880), pero que a su vez esconde un secreto íntimo, un viejo pecado que queda reflejado de forma ambigua. No huye Carmen Laforet de mostrar la hipocresía de este personaje ni los bajos fondos que recorren los demás, aunque sea de forma leve. La criada, Antonia, finaliza el cuadro, siendo un personaje controlador, que permanece en las sombras de las intrigas familiares como mano derecha de Román. Este último es el personaje más enigmático de la novela, pero también el más manipulador; su presencia siempre acarrea cambios para los demás personajes. La humanidad, como sinónimo de imperfección, llena esta novela a través de sus personajes. Ni siquiera la protagonista es ningún tipo de adalid, solo trata de sobrevivir, aunque yerre en el trayecto.

Calle Aribau de Barcelona en 1922, de La Barcelona de antes
De esa forma, Andrea vive entre el ahogo de esa casa en la que se siente ajena y la liberación de un mundo externo en el que disfruta de la felicidad ajena, incapaz de crear una propia. Hay dos claros ejemplos de esta circunstancia. La primera, y más importante, es la de su amiga universitaria Ena, que mantiene con la protagonista una relación desigual gracias a su posición socioeconómica y a la admiración desmedida y devota de Andrea. Tanto es así que, en algunos momentos, la protagonista se sentirá utilizada y maltratada por su querida amiga, aunque no dejará de depender de ella y sus deseos y vaivenes hasta el final. Esta relación marca gran parte de la novela y le permite a la protagonista disfrutar de los periodos de libertad y felicidad que buscaba, aunque al final se sienta desengañada.  El segundo ejemplo es el grupo de artistas jóvenes que parecen interesarse en ella por se iba mujer sensible, aunque a través de una visita a su lugar de encuentro nos dejará Laforet un bello y triste retrato de la soledad de Andrea.

La vida interior de Andrea se divide en esas dos realidades: la familiar, que la ahoga, y la universitaria, que le permite el desahogo. No obstante, por su timidez e introversión, no logra crear lazos fuertes ni compensar sus relaciones. No tiene la frialdad necesaria de un mundo burgués al que no pertenece por su procedencia ni por la educación que le proporciona su familia. A fin de cuentas, vive entre la doctrina y rigidez de la tía Angustias, la bohemia desquiciada y narcisista de Román, que trata de manipular y zarandear a toda la familia, y la insípida indiferencia de Juan, todo aliñado con las peleas entre los tíos, los reproches y secretos que forman el tejido familiar y la pobreza y el hambre que tratan de disimular, aunque no lo logren, como bien le mostrará Ena.

Fotograma de la adaptación cinematográfica de 1947 de Edgar Neville (1899-1967)
Carmen Laforet nos retrata en Nada una sociedad encerrada en sí misma, hastiada y rota. Sus personajes son incapaces de conocerse, tan ambiguos como oscuros, tan siniestros como inocentes. Cuando actúan, es fácil acabar desconfiando de sus intenciones, pues todo puede interpretar con un doble sentido, ya sea la actitud de Román, eje vertebrador de muchos de los acontecimientos primordiales de la obra, marcha de Angustias, la relación de Ena con Andrea o la sumisión de Gloria. En esa tempestad, Andrea es una balsa tratando de entender la marea. Una voz que madura a trompicones, tratando de hallar la libertad entre las rejas de un pasado que no le pertenece, las que las circunstancias su miseria, le añaden, y las que ella misma se coloca. Sin duda, una novela existencialista que, mientras recorre las calles de Barcelona, es capaz de angustiarnos con las soledades que todas las familias rotas guardan en su interior.

Escrito por Luis J. del Castillo

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