El mundo está cambiando, pero vamos a necesitar que algunas cosas nos sigan acompañando. Si prescindimos de todo aquello que de bueno nos ha precedido, estamos condenados al fracaso del olvido. O peor, al desconocimiento. Ese que procura el no haber tenido la oportunidad de acercarnos a otras épocas artísticas, en la música, el cine y las demás artes en general, por el mero hecho de no haber sido sincrónicas con nuestra vida.
De este modo, en el cine, la literatura o la música, podemos decir que han existido personalidades que han hecho suyo un género. Por supuesto que otras agrupaciones los han abordado; sin embargo, la voz personal de un intérprete, o intérpretes como en este caso, bien puede asumir y trascender dicho género en favor de una esencialización que, de forma muy concreta, viene a marcar -distinguir y detallar- toda una época. No hace falta haber vivido durante los mismos años que Elvis Presley (1935-1977) para poder disfrutar de él. Un legado es algo que todos podemos compartir. Para eso solo hace falta sentir interés, espabilar nuestros sentidos.
El trío Los Panchos tiene el mérito de ser uno de esos grupos definidores, con esfuerzo, abnegación, y severas dificultades adictivas, derivadas de unas personalidades tan fuertes de carácter como débiles de resolución. Lo conformaron Jesús Navarro, Chucho (1913-1993), Alfredo Gil, Güero (1915-1999), Hernando Avilés (1914-1986), y una serie de primeras voces que desembocaron en la última adquisición dentro del conjunto original, la de Rafael Basurto Lara, Chaparro (1941).
No podemos dejar de mencionar el patrocinio y distribución de una empresa de calidad y largo alcance, trascendental tanto para la música popular como para el jazz -sobre todo en aquella época-, la discográfica Columbia (más tarde rebautizada como CBS, antes de que Sony decidiera, por fin, volver a otorgarle la denominación original con bastante buen criterio: Louis Armstrong [1901-1971], Miles Davis [1926-1991] o el trío Los Panchos grabaron -entre otras- para Columbia, y no para otro nombre).
Decía entonces, que la confluencia de unas personalidades muy marcadas, en la salud y en la enfermedad, constituyeron el celebérrimo trío de Los Panchos. Tan es así que, de forma gráfica, Rafael Basurto determina que acabaron por tensar las notas de todo el pentagrama de la vida (Palabras preliminares, pertenecientes al libro Los Panchos, Martínez Roca, 2005). Esto no impide que podamos seguir disfrutando de sus interpretaciones, como hacemos en otros ámbitos como el rock o el pop. En este sentido, Celina Fernández (-), autora del mencionado libro, en connivencia con Rafael Basurto, recuerda que en este momento del mundo en que las decepciones, la locura, la ausencia del amor, van perfilando una nueva –que no mejor, añado yo- forma de vida, ahora más que nunca nos hace falta la complicidad del bolero (Introducción).
Entre ambos extremos -fulgurante creatividad y desorden dependiente-, la vida confundida con el arte no es ninguna novedad. Aunque siempre nos sorprende. De hecho, ¿qué es un bolero? Un copioso y mundanal cancionero donde se exalta la alegría del amor, se alumbra el pesar del desamor, o se deplora la incertidumbre de una relación (de amor o de amistad). Carpe diem, theatrum mundi, homo viator, beatus ille, ubi sunt, homo homini lupus, locus amoenus, amor bonus, amor ferus, memento mori, tempus fugit, vanitas vanitatis, incluso amor post mortem… todos en varios, o en uno solo; poder sensorial del cuarto arte, el más infatigable, intangible y afín a todos los demás.
Merced a lo cual, con Los Panchos celebramos la vida, sus infortunios, sus aspiraciones, sus sinsabores… la muerte para volver a renacer, a veces…
En cuanto a sus integrantes, los años noventa fueron los más tristes y convulsos, cuando debieron haber sido los más placenteros y sosegados. Desfachateces, hiedras venenosas, apropiaciones indebidas de nombre y peculio, los propios excesos e inseguridades de los componentes, prestos a hacer de la decadencia anímica su morada, desembocaron en un tráfago de corrientes ocultas de difícil navegación.
Y aunque hubo encontronazos desde un principio, los inicios y madurez del trío fueron gloria bendita para la música; para unas interpretaciones y composiciones fruto de la meticulosidad y el perfeccionismo.
Jesús, Alfredo y Hernando se conocieron en 1941, en la cosmopolita Nueva York (EEUU), pero el trío como tal no se configuró hasta 1944, en la misma ciudad. Su intención era atender el repertorio sudamericano, en puridad, de todas las naciones de habla hispana (íd.), en armonizaciones vocales e instrumentales bien conjuntadas, con inclusión de temas compuestos por ellos, y que hoy ya forman parte de la historia de la música. El formato de trío con dos guitarras se vio favorecido y distinguido por la inclusión del “requinto”, instrumento hermanado con la guitarra, inventado por Alfredo Gil. A media luz y a tres voces, en una dicción clara y un fraseo de expresiva sensibilidad y romanticismo.
Consolidado el conjunto, las desavenencias hicieron que Hernando Avilés se marchara en noviembre del 51, dejando las puertas vocales abiertas a otra serie de colaboradores, hasta la disolución del terceto primigenio en los referidos años noventa. Pese a todo, el baile de primeras voces solistas fue fructífero para la madurez de un grupo centrado en la creación de un estilo y la transmisión de una personalidad vocal y estética, confiando en la creatividad y no en los aleatorios caprichos de las listas de ventas. Ello beneficiado por ese doble reto -o mejor, un propósito y un reto-, antes señalado: el llevar el idioma español como estandarte, y el hacer frente a los cambios de gusto del público, tan fiel como ingrato, evitando así la temida caída en la nave del olvido.
Discos imprescindibles lo son todos. Quedan en nuestro recuerdo composiciones como Alma, corazón y vida, Caminemos, Lo dudo, Lodo (Si tú me dices ven), Piel canela, Espinita, Siboney, Perdida, Se te olvida (La mentira), Mar y cielo, Sabor a mí, Bésame mucho, Historia de un amor, Camino verde, Esta tarde vi llover, Contigo aprendí, Dos cruces, Perfidia, Basura, y un sinfín de temas más, propios o ajenos, pero de innegable acomodo panchista.
Como consigna Celina Fernández en el libro antes citado, Los Panchos son parte de una época irrepetible por alcanzar la fama gracias a su esfuerzo estrictamente personal, ya que en aquellos años solo podían imponerse con la voz. Lección bien aprendida para todos los románticos del mundo, los enamorados, los que han sufrido un desengaño, los que están solos, los que esperan… (íd.).
Esta noche, fiesta (1977) Con intervención de Los Panchos.
Escrito por Javier Comino Aguilera
0 comentarios :
Publicar un comentario
¡Hola! Si te gusta el tema del que estamos hablando en esta entrada, ¡no dudes en comentar! Estamos abiertos a que compartas tu opinión con nosotros :)
Recuerda ser respetuoso y no realizar spam. Lee nuestras políticas para más información.