Cuando ruge la marabunta (The naked jungle, Paramount, 1953, estrenada al año siguiente), de Byron Haskin (1899-1984), es una de las espléndidas realizaciones del productor George Pal (1908-1980). Toma su argumento del relato Leiningen vs. the ants (1938), del alemán Carl Stephenson (1893-c.1960), adaptada por el excelente guión de Philip Yordan (1914-2003) y Ranald McDougall (1915-1973).
Estamos en Suramérica, en 1901. Christopher Leiningen (Charlton Heston), que lleva allí desde 1886, es un prospero terrateniente que se ha casado “por poderes” (lo más parecido a una relación mediante las redes sociales entonces). Su hermano ha hecho las funciones de romeo, por lo que no sorprenden las preguntas de la prometida, Joanna (Eleanor Parker), al patrón del barco (Romo Vincent), que la conduce río arriba. Lo cierto es que Leiningen dispone de “un mundo enorme” para él, todo un macrocosmos espacial y también ético que, a la sazón, será exterminado por todo un microcosmos, el de las hormigas. Por fortuna para él, compensará lo perdido con lo hallado más recientemente: su vínculo con Joanna, que de un objeto que se adquiere, pasará a ser un soporte insustituible en la relación.
Pero en principio, para la recién llegada, será más traumática la comprensión de su flamante y arisco esposo que el hecho de enfrentarse a un nuevo entorno cultural, con sus conflictos y padecimientos.
Llama la atención esta tensión inicial, tan humana, de enfrentamiento entre caracteres, que tras el debido entendimiento mutuo, da paso a la supervivencia del entorno. Un lugar que no escatima crueldad por parte de la naturaleza ni de los humanos que lo habitan.
Así, tras la “ley de los hombres”, aplicada por los propios indígenas, como muestra su concepto de la justicia durante un “proceso” por adulterio, y por el despiadado capataz Gruber (John Dierkes), que reconoce a sus hombres por los latigazos que llevan marcados en la espalda, los personajes soportarán la “ley de la naturaleza”, despiadada e irónica, pues recupera la tierra y el agua que, según Leiningen, le “robó” al río. El orgullo será la debilidad del hacendado, junto a otra menos confesable aún, su interés por la poesía. De hecho, Leiningen posee buenos ejemplares en su biblioteca.
Pero los personajes de Cuando ruge la marabunta están en continua progresión. Tras hacer frente a la última invasión de hormigas que se produce desde hace veintisiete años, no podrán ser los mismos, y no solo debido a los insectos.
Leiningen comprenderá que ser “hombre” no consiste solo en aparentar. Más aún, el desastre humano y natural le enseña que la superioridad del hombre suele infravalorar otras especies (tema recurrente de la ciencia ficción) o sobrevalorar las propias ambiciones.
Los guionistas y la realización de Byron Haskin añaden otra idea brillante. En camino para evaluar la magnitud de la plaga que se les viene encima, Leiningen, Joanna y otros trabajadores –pues el terrateniente ha sido el primero en ejercer como tal- acampan en plena selva, donde les acaba despertando el silencio. Un cese de toda actividad y sonido, finalmente exorcizado por unos disparos al aire. Aves y primates ya se han mostrado perceptivos anteriormente a la amenaza.
Se trata de un elemento que actúa como quiebra del ciclo natural, del que el ser humano forma parte como un componente más. A esta última idea consagra Byron Haskin algunos planos generales de gran belleza y desolación.
Junto a estas imágenes, destaca la presencia de la selva virgen (o desnuda), durante la razzia de los insectos, como una línea perfectamente definida en el horizonte. O la presencia en este vasto páramo de la mansión de Leiningen, cuyos muros constituyen ahora los límites de la civilización.
A todo ello ayuda mucho la extraordinaria fotografía en tecnicolor de Ernest Laszlo (1898-1984), el vestuario de Edith Head (1897-1981), y la música de Daniele Amphiteatrof (1901-1983), recientemente editada, junto a otras joyas musicales de las producciones de George Pal.
Escrito por Javier C. Aguilera
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