España vivió una época tras la instauración de la democracia en los años setenta de necesidad de recuperar la memoria acerca de la guerra civil y de la posguerra, especialmente por parte de aquellos que no habían podido hacerlo durante la dictadura por la represión y por formar parte de quienes fueron derrotados en la guerra y no pudieron elevar su voz como los autores en el exilio, caso de Francisco Ayala con La cabeza del cordero (1949).
En gran medida, esto ha provocado una multitud de ejemplos literarios y cinematográficos que han creado un subgénero, el de la guerra civil española y la posguerra, de manera mayoritaria dirigida a un reconocimiento de la labor republicana frente a los golpistas, de la víctima frente a los vencedores, aún cuando existen obras que han analizado la derrota real: la de todos los españoles como sociedad humana, incluyendo la crítica y la autocrítica a ambos bandos desde el lado humano o, como acuñó Unamuno, desde la intrahistoria. Podemos notar esta corriente en obras recientes como Los girasoles ciegos (Alberto Méndez, 2004).
Pero si nos remitimos a la época justamente posterior a la instauración de la democracia, entre los años ochenta y noventa, nos encontramos con autores que analizan las consecuencias de la guerra civil en ese presente, como fue el caso de Beatus ille (Antonio Muñoz Molina, 1985) o La casa del padre (Justo Navarro, 1994), a la que nos acercamos hoy.
En otras palabras, se trata de una revisión a los sucesos posteriores a la guerra y a las actuaciones de los personajes que participaron en los mismos, teniendo en cuenta que fueron quienes sobrevivieron y quienes, finalmente, actuaron en su tiempo para alcanzar el presente. De la misma forma que sucedía con la obra de Ayala o de Méndez, hay también un rechazo a la visión maniquea a favor de una búsqueda de personajes grises, de matices.
En gran medida, esto ha provocado una multitud de ejemplos literarios y cinematográficos que han creado un subgénero, el de la guerra civil española y la posguerra, de manera mayoritaria dirigida a un reconocimiento de la labor republicana frente a los golpistas, de la víctima frente a los vencedores, aún cuando existen obras que han analizado la derrota real: la de todos los españoles como sociedad humana, incluyendo la crítica y la autocrítica a ambos bandos desde el lado humano o, como acuñó Unamuno, desde la intrahistoria. Podemos notar esta corriente en obras recientes como Los girasoles ciegos (Alberto Méndez, 2004).
Pero si nos remitimos a la época justamente posterior a la instauración de la democracia, entre los años ochenta y noventa, nos encontramos con autores que analizan las consecuencias de la guerra civil en ese presente, como fue el caso de Beatus ille (Antonio Muñoz Molina, 1985) o La casa del padre (Justo Navarro, 1994), a la que nos acercamos hoy.
En otras palabras, se trata de una revisión a los sucesos posteriores a la guerra y a las actuaciones de los personajes que participaron en los mismos, teniendo en cuenta que fueron quienes sobrevivieron y quienes, finalmente, actuaron en su tiempo para alcanzar el presente. De la misma forma que sucedía con la obra de Ayala o de Méndez, hay también un rechazo a la visión maniquea a favor de una búsqueda de personajes grises, de matices.
En la novela, la acción se acota en seis meses del año 1942, desde la visión de un narrador presente, Navarro, que ha combatido en la División Azul, por lo que es condecorado con la Cruz de Hierro, y que regresa ese año a Málaga con una herida por metralla mortal, la cual le arrebatará la vida en unos meses.
Sin embargo, se traslada a vivir con su tío a Granada para pasar sus últimas semanas de vida en un entorno que se considera más saludable y donde podrá hacer algún provecho. La elección de ambas ciudades y la aparición de personajes en una y en otra nos dará cuenta de la situación tan radicalmente distinta que se vivió en ambas durante la guerra: mientras que Granada fue tomada de forma veloz por el frente nacional, Málaga sufrió cruentamente la guerra en un considerable periodo de tiempo. No obstante, pese al recurso del trasfondo histórico, no estamos ante una historia real, sino ante materia de ficción, como defiende el autor, Justo Navarro.
Seguramente sea el gris el color y el tono que inunda toda la obra a partir de la voz narrativa, de carácter muy personal. Para comenzar, en su estilo excesivo y muy reiterativo, que provoca el cansancio en la lectura ante la reformulación de frases que cuentan la misma idea tornando al sujeto y a los objetos, aunque en ocasiones estos cambios produzcan una variación en el significado. En efecto, es una obra para permanecer atentos, que deja claves de interpretación y donde no se resuelven las cuestiones, sino que se da una visión parcial, la del narrador, que en todo caso se exculpa.
Aunque el estilo empleado no resulta nada agradable, al contrario, es irritante, y precisamente es uno de los mayores impedimentos para su lectura; no obstante, podemos considerarlo como una característica realizada adrede para incomodar y para entrar a su vez en una especie de mantra que actúe como filtro de la realidad. Esa voz, de un carácter muy personal, actúa como filtro de la historia en todos sus aspectos: los sucesos, las descripciones, los personajes... Efectivamente, es un narrador interesado en lo que cuenta y, por lo tanto, capaz de engañar al lector.
Yo sabía que Portugal era periodista, protegido de un protegido de Serrano Suñer. Decían que había estado en Pamplona y en Burgos en el Servicio de Prensa y Propaganda, adonde había llegado desde Granada, fiel a la causa nacional, aunque en Granada los nacionales habían fusilado a su hermano. Portugal era sospechoso porque habían fusilado a su hermano, que se parecía mucho a Portugal. Llegó a decirse, con el tiempo, que Portugal no era el verdadero Portugal, sino su hermano.
Sin embargo, se traslada a vivir con su tío a Granada para pasar sus últimas semanas de vida en un entorno que se considera más saludable y donde podrá hacer algún provecho. La elección de ambas ciudades y la aparición de personajes en una y en otra nos dará cuenta de la situación tan radicalmente distinta que se vivió en ambas durante la guerra: mientras que Granada fue tomada de forma veloz por el frente nacional, Málaga sufrió cruentamente la guerra en un considerable periodo de tiempo. No obstante, pese al recurso del trasfondo histórico, no estamos ante una historia real, sino ante materia de ficción, como defiende el autor, Justo Navarro.
Justo Navarro |
Aunque el estilo empleado no resulta nada agradable, al contrario, es irritante, y precisamente es uno de los mayores impedimentos para su lectura; no obstante, podemos considerarlo como una característica realizada adrede para incomodar y para entrar a su vez en una especie de mantra que actúe como filtro de la realidad. Esa voz, de un carácter muy personal, actúa como filtro de la historia en todos sus aspectos: los sucesos, las descripciones, los personajes... Efectivamente, es un narrador interesado en lo que cuenta y, por lo tanto, capaz de engañar al lector.
Yo sabía que Portugal era periodista, protegido de un protegido de Serrano Suñer. Decían que había estado en Pamplona y en Burgos en el Servicio de Prensa y Propaganda, adonde había llegado desde Granada, fiel a la causa nacional, aunque en Granada los nacionales habían fusilado a su hermano. Portugal era sospechoso porque habían fusilado a su hermano, que se parecía mucho a Portugal. Llegó a decirse, con el tiempo, que Portugal no era el verdadero Portugal, sino su hermano.
A través de ese filtro mencionado se configura todo lo que sucede y se ve en la novela el tono gris que lo inunda todo. Así, la descripción de las ciudades nos traslada un clima irreal, pese a la precisión. Por ejemplo, Granada da la sensación de ser una ciudad fantasmagórica y turbia, que traslada la moralidad gris que el autor pretende otorgar a la sociedad que describe a la propia configuración de la ciudad, como un ser vivo más de la novela.
La historia que nos transmite Navarro es el conjunto de tres tipos diferentes de novela a partir de las características que podemos extraer de su narración. El argumento se centra en la relación de Navarro con varios personajes de Granada, centrándose especialmente en el Duque de Elvira, muerto en el presente, y en su esposa, Ángeles, por la que el protagonista está enamorado y con la que parece mantener una relación de amantes.
En todo este proceso, el protagonista nos narra su entrada en la etapa adulta, afrontado las características de una novela de formación, como pudiera serlo El guardián entre el centeno (J. D. Salinger, 1951), pero distorsionada, entre otras cuestiones porque el protagonista no tiene la mirada inocente al principio, todo lo contrario, pues además tampoco es un niño y tiene entre sus experiencias, la vivida en el frente ruso. Pero también porque hay una cuenta atrás hacia la muerte por los seis meses de vida diagnosticados que le quedan, así que no tiene toda la vida por delante. Sin embargo, no hay una tragedia tratada de forma trascendental, ni siquiera la muerte de su padre, que resulta ridícula, ni el descubrimiento del sexo o ni siquiera un amor triunfal y justo, ya que está enamorado de una mujer casada, para cuyo amor deberá esperar (o colaborar en) la muerte del Duque de Elvira.
La actitud del protagonista sí se relaciona con la de un adolescente que se queja y que se considera una víctima, sin considerar las consecuencias de lo que él provoca para satisfacer sus deseos. Precisamente, la narración que se establece en la novela es la de la memoria, manipulada para justificarse y quedar impune moralmente del juicio sobre su pasado, pese a que se establece la trampa en la novela con múltiples referencias a su mala memoria y a la construcción de recuerdos falsos. Incluso en las ocasiones en que parece confesar alguna verdad difícil para su situación, orienta la narración hacia otro tema.
En el plano relativo a la novela histórica, destaca más que la narración de hechos reales, pese a la intervención de personajes que sí existieron (como el comandante Valdés o Queipo de Llano), la construcción de un tono de posguerra gris, donde destaca la creación de una realidad a base de rumores que transmiten inseguridad y desconfianza a la sociedad. Se añade a esto diversas sensaciones de rechazo y agobio por la presencia de soldados mutilados por culpa de la guerra o de la División Azul, que causan incomodidad en los demás, pero también por las numerosas traiciones y la represión franquista, con el claro ejemplo del baile en los Baños del Carmen, cuando la ausencia de uno de los componentes de la orquesta que está tocando se debe a su asesinato. El peso del pasado, incluyendo las relaciones con familiares opuestos al régimen, es otra continua sombra que ensombrece a la sociedad de la novela.
Cruz de Hierro |
Escrito por Luis J. del Castillo
Interesante novela... puede que me la lea. Un saludo!
ResponderEliminarMuy interesante
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