Noche eterna, de Agatha Christie, y adaptación de Sidney Gilliat

21 enero, 2022

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Noche eterna (Endless Night, 1967; Molino, 1985; Espasa, 1999), de la novelista y dramaturga británica Agatha Christie (1890-1976), da comienzo con una cita de William Blake (1757-1827), extraída de su poema Augurios de inocencia (Auguries of Innocence, 1803; un texto publicado póstumamente en 1863). Este encabezamiento proporciona un sentido de destino, de dirección causal, a un texto cuya principal característica es venir narrado en primera persona, y por el cual se nos recuerda que dicho destino puede ser construido por cada individuo, o venir predeterminado, a partes iguales o en función de cada caso. Y que existe una especie de limbo o noche eterna para aquellos que, por las razones que sea, son incapaces de vislumbrar su sino, y por lo tanto de conducirlo. Tal vez, como penitencia del pasado; cualquier pasado anterior.


No están mal traídos los preliminares. Desde un principio queda bien establecido el perfil psicológico del protagonista, el joven Michael Rogers, frente a quienes se emperran, por puro desconocimiento, en atribuir a la autora una escritura plana y una estructura desmañada y funcional: por el contrario, su redacción es de género (literario), que no genérica. Del mismo modo que también se describe con acierto el paisaje, como habrá ocasión de averiguar, cual si fuéramos detectives de la propia naturaleza. Una naturaleza romántica, para la ocasión, física y mental, pero iluminada con trazos impresionistas: es necesario acercarse para apreciar el conjunto.

Los parámetros que recorren la trama de esta brillante novela son el destino y la buena (o mala) suerte, materializada en el entorno campestre de la valiosa finca llamada Las Torres, cerca de Londres.

Respecto al protagonista y narrador, Michael vive de ilusiones; en concreto, la vida junto a una persona amada (por determinar), en una vivienda, como en un cuento de hadas, para siempre. Añadiendo luego que se trata de una pura fantasía, un agradable disparate (Libro I: capítulo I). Pero al que no puede renunciar. Como cumpliéndose un presagio, en Las Torres se edificará la casa que Santonix construirá para mí (íd.). Mi ansia de posesión de una vivienda amplia, cómoda y atractiva (íd.).

¿Por qué no? ¿Qué dificultades hay? Me sentía ilusionado por poseer algo que nunca iba a tener (íd.). No hay trampa ni cartón, la clave está establecida desde el “minuto uno”. Michael no posee mucho dinero y su relación con Santonix es puramente amical. En mi fin está mi principio (íd.), comienza diciendo Michael. Su estructura vital y literaria va a ser circular, aunque ningún círculo que se completa nos deja en la misma situación en la que nos encontrábamos.


Luego está el escenario. Como el Campo del Gitano, que es un espacio portador de leyenda. En él se enclava Las Torres. En esta novela de aspecto sencillo –que no simplón- y eficaz, va a ser determinante el vericueto de la psicología tanto como el entorno. Al igual que sucedía en el citado romanticismo, el uno influye en el otro. Y si existe un fatum en la deriva de los protagonistas, este se inserta en ambas vertientes. En puridad, un triángulo constituido por personalidades, paraje y destino, que también se traslada a la relación íntima entre los protagonistas. La actitud frente a este destino, cuando se tiene noticia de él, puede ser dual: o burlarse o tratar de afrontarlo. Prerrogativa literaria y estética es que el dominio de la narración corresponde siempre a quien proporciona los hechos.

Así, establecida la psicología y el escenario, Agatha Christie concreta el aspecto fisionómico. Aquí también juega atinadamente con la ambigüedad. Comenta Michael que mi aspecto físico es, en cierto modo, el de un gitano (cabe presumir que de gran atractivo, dadas las circunstancias de atracción que se establecen) (I: I). En efecto, un poco más adelante se señala, por otras personas, que el muchacho es bien parecido y un zagal muy guapo (íd.).

Una de las mejores bazas de la novela, insisto, es la disposición psicológica de su protagonista, narrador de los hechos en primera persona. Descrito a sí mismo como un buscavidas de veintidós años (I: II), es la de Michael una personalidad ariana e inquieta, en un mundo que considera un espectáculo (I: III). Ilustrativo es el instante en que muestra un vivo interés por un cuadro de círculos concéntricos, expuesto en un escaparate de Bond Street. En el capítulo tercero es donde conocemos finalmente su nombre: Michael Rogers. Como la noción que de nosotros pueden tener otros personajes. En Michael la ambición se halla en su naturaleza, pero en estado latente, expresa su amigo, el escultor Santonix. Como aguardando una feliz ocasión. Y esta llega por sorpresa cuando Michael conoce a Fenella Goodman, apodada Ellie, una americana de buena familia que está de visita en Londres (I: III-IV).

Sobre Santonix, algo mayor que Michael y, por desgracia, gravemente enfermo (una muerte anunciada, en este caso), declara el último que me daba la impresión de que sabía de mí más que yo mismo (I: VIII). Lo que parece confirmarse. A veces creo que lo ignoras todo, le espeta Santonix a Michael (II: XV).


El trabajo me disgustaba (…) yo era puro instinto (I: III), se sincera Michael. Tal vez por eso, su primer encuentro con Ellie se asemeja a una visión, en expresión de él mismo. Una súbita materialización (de ella y las posibilidades que lleva parejas). Ellie parecía no haber disfrutado jamás, está como enclaustrada. Y conocer a Michael le supone una válvula de escape a su reglamentada (social e interiormente) vida (I: IV-V). Los diálogos y situaciones fluyen con naturalidad, completándose los personajes de soporte con Greta Andersen, amiga íntima de Ellie, de origen alemán; la madrastra, Cora van Styvesant, los tíos Frank y Andrew, el primo Reuben, y el vecino de los futuros consortes, el coronel Phillipot. Mientras se afianza la relación con Ellie, a esta, al igual que le ha sucedido a Michael, le echan la “buenaventura” (I: V). Los resultados no parecen muy halagüeños. Un comentario posterior de Phillipot llama la atención respecto al personaje de la arúspice: lo habitual en ella es que prevea solo acontecimientos felices (II: XIV).

Entonces, ¿el infortunio lo proporciona el Campo del Gitano o la deriva de cada uno de los protagonistas, sean conscientes o no de ello? Puede que ambos. La escritora es lo bastante hábil como para no dar pábulo, pero tampoco prescindir de ninguno de estos extremos en su argumentario, tal vez porque no existen tales, sino una fina conexión que los entrelaza. Tras la lectura de manos, todo a mi alrededor se había ensombrecido, nos cuenta Michael en voz alta (en una escena donde, en efecto, el Sol se ha ocultado y el destino parece aciago).

También está la adusta madre de Michael, con la que mantiene una entrevista escueta y casi críptica, más entre líneas que entrecortada (I: VI). Incluso cuando acontece la propuesta de matrimonio (I: VII).

De hecho, hay dos niveles de lenguaje en la narración, el visible y el oculto. Algo así como el literal y el figurado. Como cuando la citada madre de Michael los visita y asegura que nada bueno trae el salirse de la esfera social a la que uno pertenece, y que por designio le corresponde (II: XVI). Agatha Christie era una virtuosa alterando la situación comunicativa, el enfoque de la percepción. Para uno de los protagonistas en cuestión será como disponer de un interruptor en la mente. Hasta que algo acciona el gatillo. Algo como pueda ser una pintura titulada Dios me ve, o las congeladas consecuencias de un grave incidente durante la infancia.


El viaje de bodas a Grecia lo hace el joven matrimonio en compañía del fiel Santonix (II: IX). Este se muestra como un perspicaz analista, frente al conocimiento intuitivo de la adivina (y de las mancias, en general). Para Michael existe un miedo evidente a contarle a su madre lo del enlace (II: X). Poco después se produce el reencuentro con Greta y el flamante esposo entabla relaciones con la adinerada y suspicaz familia de su esposa (II: XII). No desvelo nada primordial. Por fin llega el momento ansiado. La visita a la nueva vivienda diseñada por Santonix (II: XIII). Es la materialización de la perseverancia y presunción de lo duradero -que no eterno- sobre lo incógnito y siniestro, características que impregnan el Campo del Gitano. Es entonces cuando traban contacto con otro residente de la zona, el referido coronel Phillpot. Al poco tiempo, se produce una fatal caída del caballo (II: XVII-XVIII), que dará al traste con los planes de todos los protagonistas, sin excepción, principales y secundarios.

Se lleva a cabo una encuesta (II: XIX) y una investigación policial (II: XX), más no será la única tragedia o, si se prefiere, destino aciago en verse cumplido. Sin desvelar demasiado, a la antedicha se suma la de la residente agorera, la de la vecina Claudia Hardcastle, también por presunto accidente, y la de Santonix, esta vez por enfermedad (II: XXII). Es entonces cuando se suceden las revelaciones y pertinaz visión de Ellie por parte de Michael, en plena campiña (imágenes con las que se abrirá la adaptación cinematográfica). ¿Puede ser el destino un asesino?

En Noche eterna, como antes he señalado, se solapan dos niveles de realidad, el de las apariencias y el de las revelaciones trágicas, objetivas, puede que escritas en un papel de mayores dimensiones que el que da forma a una novela y a nuestras vidas. También coexisten dos capas de insania: la alteración psicológica (una oscuridad impenetrable), y la ambición pura y dura de alguno de los personajes (II: XXIII). El camino más fácil puede ser también el más alambicado. Como le ocurre al asesino, verdadero present killer, de esta extraordinaria novela de Agatha Christie, que desemboca en el esclarecimiento de las tinieblas (II: XXIV), para recordarnos su incómoda existencia. En estructura circular; casi perpetua.


Noche sin fin (Endless Night, British Lion-EMI, 1972), como se tituló la primera y más lograda versión cinematográfica, gana enteros con la música de Bernard Herrmann (1911-1975), recientemente expurgada, recompuesta y editada por el imprescindible sello español Quartet (QR 437, 2020), además de con la actuación del atractivo e inquietante Hywel Bennett (1944-2017). Mantiene una clara tendencia a la predisposición trágica, puede que inmersa en un determinismo cósmico.

Puesta en escena del interesante pero no muy prodigado -en la dirección de películas-, productor, y sobre todo guionista, Sidney Gilliat (1908-1994); aunque cuenta con trece largometrajes en su haber, de los cuales el presente fue el último.

Debo de haber nacido con el don de amar las cosas bellas, afirma Michael Rogers (Hywel Bennett). Como ejemplo, destaca el momento en que Mike, así apodado, asiste a una subasta de pintura en la galería Christie’s (inevitable guiño), aunque no se encuentra en disposición de pujar; sí de compartir la emoción que la posibilidad depara. Típica fantasía del protagonista, en ese momento de su vida. Más adelante, ya casado, Mike sí podrá pujar por un mueble antiguo para ofrecerle un regalo a Ellie (Hayley Mills).

Pese a que la madre (Madge Ryan) reconoce que siempre te has negado a que te conozca, el hijo defiende su proceder. Me gusta porque voy de un lado para otro. Hasta que llega la hora de asentarse y, de repente, los sueños se materializan (el aspecto físico y el encanto personal tienen mucho que ver).

Por su parte, Santonix (Per Oscarsson), muestra un excelente don de gentes, teniendo en cuenta su precaria salud, a la hora de tratar con clientes de todo pelaje. Michael lo conoce siendo chófer de una agencia.

Dejando al margen algunos -pocos- efectos visuales envejecidos (planos reiterativos virados a color), la novela queda bien concentrada en el guión del propio Gilliat. Debo admitir que Noche sin fin me ha gustado más que las veces anteriores que la he visionado (esta ha sido la tercera vez). Hay películas a las que ayuda el haber leído el libro, al contrario de lo que algunos pudieran creer. Al menos, si a uno le gustan de verdad el cine y la literatura, al alimón.

Resulta fácil matar la inocencia. El apego a la tierra es lo que llama mi atención de este personaje y narrador que ni siquiera sabe que está atormentado: su necesidad de disponer al fin de un hogar real… y su incapacidad para conservarlo. Para Michael solo cuenta la proyección de futuro, no la visión del pasado.


Una versión posterior ha involucrado a la detective Miss Marple con la trama. No es mala conexión, en principio. Dirigida por David Moore (-) para televisión, Noche eterna (Endless Night, ITV, 2013) trata de cumplir con la tarea de conservar la atmósfera física y mental de la novela sin desvirtuar el componente expuesto por la primera persona, pero resulta en exceso telefilmesca: actuaciones comedidas, fotografía clínica -a veces cálida-, buenas localizaciones, puesta en escena algo plana y banda sonora totalmente insípida. Incorpora la voz en off como sinónimo de esa primera persona del relato original, y se sitúa diez años antes para hacerla coincidir con la célebre investigadora. En suma, una aproximación más al estimulante y oculto texto de Agatha Christie.

Escrito por Javier Comino Aguilera


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