Otros mundos (XXVII): Los relojes cósmicos, de Michel Gauquelin

18 abril, 2020

| | |
El caso de Michel Gauquelin (1928-1991) es análogo al de J. Allen Hynek (1910-1986) en el apartado de los OVNIS. Ambos fueron críticos con las disciplinas que trataron de abordar, en un principio para desprestigiarlas, y ambos cambiaron de opinión cuando comenzaron a estudiarlas en profundidad, como suele suceder. Todo esto a un nivel personal y profesional, sin renunciar a su capacidad crítica; evolutiva, en definitiva.

Resulta curioso para un estudioso de la astrología, como el que esto suscribe, constatar cómo Los relojes cósmicos (The Cosmic Clocks, 1967; Plaza & Janés Colección Otros Mundos, 1970) es el reflejo de una perplejidad. Que aún mostraría otros esfuerzos ensayísticos en su afán por comprender, en los sucesivos libros La astrología ante la ciencia (L’astrologia devant la science, 1965; Plaza & Janés Col. Horizonte, 1969) y La astrología, ayer y hoy (Les trois faces de l'astrologie, sacrée, profane, scientifique, 1972; Plaza & Janés Col. Otros Mundos, 1975), firmado junto a Jacques Sadoul (1934-2013).

Para aquel que no participe -ni le vaya ni le venga- la interacción íntima entre el ser humano y el cosmos que propone la astrología, tal disciplina y las palabras que expongo a continuación carecen de sentido. Aunque bien pueden llamar la atención del interesado. Al fin y al cabo, nos hallamos en nuestro apartado Otros mundos, y casi cualquier cosa cabe.

En el prólogo del libro, nuevamente debido a un científico, en este caso, el profesor de biología Franz Z. Brown (-), se observa que los seres vivos están vinculados a su universo por lazos sutiles que hace unos pocos años ni se sospechaba siquiera que existieran. Es el primordial punto de partida de todo el trabajo. Pese a los vaivenes de búsqueda personal a que nos va a someter el autor, conviene retener esta idea motriz a lo largo del presente artículo. Las verdades son inciertas como las arenas movedizas, prosigue Brown, en obvia aquiescencia con Gauquelin (Íd.). El organismo vivo es un sistema receptor sensible. Y se pregunta el introductor en qué medida nos afectan las fluctuaciones cósmicas (Íd.).

Michel Gauquelin
Los modelos astrológicos, actualizados pero ancestrales, y la ciencia moderna, no se dan de bofetadas. Por el contrario, a pesar de las evidentes diferencias, ambas se unen con sólida consistencia (Introducción). En su recorrido por la historia, recuerda Michel Gauquelin que hace cinco mil años, los caldeos exploraron las leyes por las que se regían las fuerzas cósmicas. Más tarde, Grecia y Roma continuaron desarrollando estas creencias. Hasta Kepler (1571-1630) trató de forjar una astrología que progresase paralelamente a la ciencia (Íd.).

Ahora bien, frente al surgimiento de la astrología como herramienta de auto conocimiento, ya en pleno siglo XX, Gauquelin niega la posibilidad de predecir el futuro. Relega dicha vertiente al “ámbito” de la superstición. Sí vislumbra con más criterio el camino cuando asegura que las acciones (influencias y correspondencias) cósmicas no son “mágicas”, sino inexplicables por la ciencia hasta el día de hoy. Escapan, por lo tanto, a la percepción habitual, aunque no por eso dejan de estar ahí. Como podemos observar, el autor nos hace partícipes de un proceso personal (psíquico) e intelectual (trascendente), con sus desvíos y acelerones, por el cual va recorriendo un itinerario propio de intuiciones y certezas de manera algo abrupta, a veces incluso excluyente.

Una disposición aún disfrazada bajo el símil de los relojes cósmicos. Metáfora anclada en la parte terrena de nuestra receptividad, en representación de la común antena con el universo. De tal modo que Michel Gauquelin supedita su discurso con exceso de celo a los parámetros de la ciencia. Intento muy loable pero fallido de tratar de explicar lo que no se puede demostrar por vía de la ciencia. No es que esta no pueda procurar una explicación de cara al futuro, es que como decía el ya citado Allen Hynek, a menudo la ciencia del siglo XX olvida que existirá una ciencia del siglo XXI o incluso del XXX.

Johannes Kepler
En estas está, Gauquelin muestra una excesiva dependencia a la idea de que todo lo que queda al margen de la ciencia, es decir, miles de años de cosmogonía astrológica, no procede (algo que se desprende del apartado cronológico que nos ofrece). No obstante, como ya deberíamos saber (al menos los seguidores de este apartado bloguero), no toda realidad se debe constreñir a lo que la ciencia conoce en un determinado momento de su desarrollo. Por la misma regla de tres, el volar o los rayos X habrían sido técnicamente imposibles.

Sin embargo, Gauquelin acierta en lo sustancial cuando afirma que el organismo humano recibe mensajes cósmicos al nacer de una manera específica, personal. No en deslindar ciencia y astrología, a pesar de todo. En efecto, somos sensibles a influencias cósmicas sutiles que emanan de planetas cercanos a la Tierra (Íd.). La disciplina astrológica, señala en la primera parte del libro, ha existido incluso antes de que el hombre existiese (y la interpretara). Forma parte de las inquietudes de nuestros antepasados y de los hombres del presente, y se combina en proporciones científicas y religiosas a gusto de cada individuo. La astrología fue, por consiguiente, la primera religión y la primera ciencia del hombre, en su primordial interacción entre el cosmos y la vida terrestre.

Dicho cosmos es un organismo vivo, real y sagrado, en palabras del gran Mircea Elíade (1907-1986, 53), recogidas por Gauquelin. De hecho, en todas las religiones, la principal preocupación es armonizar al hombre con el espacio que habita. En sistemas tan semejantes en sustancia como diversos en forma.

Prosiguiendo con la historia, rememora el autor cómo los babilonios, que sucedieron a los sumerios, desarrollaron el arte de la predicción (Capítulo II). Los sacerdotes y astrónomos caldeos dividían el cielo en tres franjas, dándose cuenta de que tanto el Sol como la luna se movían siempre a lo largo del camino de Anu. Las constelaciones que el Sol y la luna cruzaban en este camino, adquirieron también un significado especial. De ahí que los doce signos sean mencionados por primera vez en un documento con fecha del 419 a. C. Se suponía que cada uno de los signos ejercía influencias muy definidas sobre la Tierra (Íd.).

Cuando Alejandro Magno (356-323 a. C.) conquistó Caldea en el 331 a. C., los griegos codificaron el sistema en la forma en que aún lo empleamos nosotros. Las reglas por las que se regía el arte de la predicción eran una mezcla de observaciones y analogías (ensayo y error). Luego, cada planeta fue relacionado con un dios de la mitología caldea. Las primeras máximas astrológicas son las de Sargón, el Viejo (hacia 3000 a. C.) (Íd.).

Alrededor del siglo V a. C. aparecieron por primera vez principios que relacionaban el día de nacimiento de cada persona con su destino posible. La astrología del individuo es la que los griegos aprendieron y ampliaron (Íd.).

Hasta el IX a. C. aproximadamente, el pueblo griego no aprendió a conocer los cinco planetas palmarios. Hecho lo cual, tanto Platón (427-347 a. C.) como Aristóteles (385-323 a. C.) llegaron a defender el concepto de la divinidad de las estrellas (III).

Hubo otros avances. Beroso (siglo IV a III a. C.) interpretó la astrología caldea en la medicina hipocrática. Más tarde, la astrología fue aceptada por los romanos.

Pero entonces tropezamos con la piedra gauqueliana, cuando este asegura que el populacho quería conocer su destino (Íd.). En parte así sería, aunque esto me lleva a una reflexión que la experiencia me ha venido proporcionando. Siempre se ha sostenido por algunos, con total desconocimiento de causa, que esto de la astrología eran supersticiones afectas a las clases culturales más bajas (a la ignorancia, en definitiva). En mi observación esto no es así, en los estratos medio-bajos hay quien acepta -entiende, en suma- o rechaza la astrología, a piacere, aunque, por lo general, esta es menospreciada por ese mismo desconocimiento (salvo excepciones). En tanto que la clase media y, supongo que alta, más instruida, la acepta e integra a su experiencia vital. Por supuesto que para los que no existe el esfuerzo personal, dicha materia queda reducida al ámbito del determinismo “horoscópico” o las predicciones. Peligro que diluye la pulsión individual en la corriente grupal, donde queda únicamente a merced de las predicciones que-me-resuelvan-la-vida (incluida la delicada astromundial, de la que diremos algo más adelante).

Por el contrario, si por algo destaca en nuestros días la disciplina astrológica es por su valor personalizado y como herramienta de auto conocimiento y previsión (más que de predicción, como en su día aclaró el gran astrólogo Joaquín Teixidor [-]).


Los estoicos pensaban que el ser humano estaba predestinado y aceptaban la práctica astrológica con toda normalidad, en tanto que otros, como Carnéades (214-129 a. C.), preconizaban el libre albedrío y se oponían. Nueva puntualización que debo abordar, y primera polaridad que debemos desechar. La astrología contempla ambas vertientes, la predestinación y el libre albedrío. No es que existan dos astrologías, es que la disciplina integra los dos conceptos: existe una zona impregnada de albedrío -a discutir en qué proporción-, y otra de determinismo. De tal modo que no puede darse astrología sin lo uno ni lo otro. Nuestro destino puede estar prefijado, pero sin la libre capacidad de actuación este no tendría el menor sentido. Sin esa posibilidad de tomar nuestras propias decisiones (hasta qué punto estas obedecen a una ilusión de libertad es algo que, de nuevo, queda al arbitrio de cada cual) no dispondríamos de auténtica libertad. La proporción dependerá de cada estudioso; en definitiva, de la propia experiencia vital.

Prosigue Gauquelin. A partir del 139 a. C. comenzó para Roma el periodo que acabaría con la caída de la República. Fue una etapa muy favorable para la astrología. La palabra griega horóscopo significa “observo lo que surge”, y en aquel momento atendía más al ascendente (III). No me resisto a recalcar la idea por la cual el niño es considerado una placa fotográfica sensible: al nacer, todas las influencias astrológicas convergen sobre él y se unen para desarrollar su destino (Íd.).

El Astronomicon del escritor romano Manilio (s. I d. C.) es el tratado de astrología más antiguo que se conoce. En él ya se desarrolla la idea de que cada signo corresponde a una parte del cuerpo humano. A su vez, los aspectos son un descubrimiento típicamente griego, y representan las posiciones angulares a los ojos de un observador terrestre. Teniendo en cuenta la teoría de Pitágoras (369-475 a. C.) de la armonía de las esferas, la bóveda celeste y el espacio terrestre quedaron divididos en doce sectores. Fue entonces cuando se concentró el viaje anual del Sol en un solo día para la práctica astrológica.

Pero, ¿qué pasa con la anticipación? ¿Es posible tal cosa? La predicción ha de ver precisamente con los tránsitos planetarios, ya que se puede calcular la posición de los planetas -de sucesos futuros- con antelación, volviendo estos planetas a los puntos sensibles de nuestra carta natal (aquellos lugares donde se encontraban en el momento de nacer). Otras técnicas que fueron tomando cuerpo celeste son las llamadas direcciones primarias y las revoluciones solares. En efecto, el hombre está influido constantemente por las fuerzas cósmicas que le rodean, aunque en el pasado o presente no se haya sabido dar explicación científica a la pregunta gordiana de por qué la astrología funciona, como sabe quién la probó. Gauquelin lo achaca a un comprensible pero obtuso deseo de dedicarse en exclusividad a descubrir los destinos por parte de los astrólogos, algo que no duda en calificar de estupidez y fracaso (Íd.).

Pero las cosas no son blancas o negras. Conviene recordar aquí que a los eruditos nombres del Renacimiento no les repugnó el conocimiento esotérico (donde se inserta el astrológico), en un acusado redescubrimiento de las ciencias llamadas ocultas -veladas sería más preciso-, a través de los textos clásicos preservados; no solo por vía de los árabes, que los extrajeron en buen número de los griegos. Tales hombres del Renacimiento trataron de integrar los grandes descubrimientos de su tiempo al misterio de las influencias astrales. Y nadie se echaba las manos a la cabeza. Lo que se tradujo en una mejor comprensión de la citada tesis pitagórica de la armonía de las esferas, que sostiene que cada planeta hace sonar una nota musical -una vibración- diferente, en función de su órbita espacial. El mismo Kepler decía en su De stella nova (1606) que todo lo que es u ocurre en el cielo visible se siente de alguna manera oculta en la Tierra y la naturaleza (IV).

Otros personajes desfilan con justicia por las páginas de Los relojes cósmicos. Copérnico (1473-1543) también aceptaba la astrología. Como Paracelso (1493-1541), que formuló una teoría con arreglo a la cual la medicina, la astrología y la alquimia se reconciliaban en armonía, virtud a una especie de magnetismo cósmico (no parecía ir muy desencaminado, ya que justamente es lo que la física cuántica está determinando). Newton (1643-1727) y Goethe (1749-1832) se suman a la lista de preclaros. Y de todos es sabido que Jung (1875-1961) también. Otro nombre imprescindible es el de Morin de Villefranche (1591-1659), que fue uno de los últimos astrólogos que recibió el beneplácito del Estado. Hasta que Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), ministro de Luis XIV (1638-1715) logró que se prohibiera la astrología en Francia.

Ello no obsta para que Gauquelin se enfrente a la astrología poco menos que como un problema social (V). Sin embargo, la diatriba no se da entre los que “creen” en la astrología y los que no, sino entre los que admiten la posibilidad de aquello que no abarcan nuestros sentidos, y los que no. Más atinado se muestra, en ese pendular discurrir, cuando afirma que la astrología no parece que tenga mucho que ver con la posición económica o cultural de la gente, como ya hemos señalado anteriormente. Nosotros, hombres modernos que “sabemos” cómo funciona el universo, nos resulta difícil ver el mundo exterior de manera distinta (Íd., las comillas son suyas). Lo que viene a demostrar por enésima vez que la astrología no es, pese a lo que se crea, una disciplina de fácil propagación -ni tiene por qué-, sino de experimentación personal: o se constata de manera individual o ya pueden estar refiriéndonos sus bondades durante horas, que por un oído nos entrará y nos saldrá por el otro (como es lógico). Pretender sistematizar lo que no se ha experimentado en determinados campos es cuanto menos ilusorio. Como ingenuo es equiparar la mente de un astrólogo predictivo a la de un niño, como hace a ratos Gauquelin. Aparte de que, ¿en serio el hacerse mayor le hace a uno tener una más completa idea del mundo?

Otra afirmación exige matización: las estrellas determinan cada momento de nuestras vidas hasta el instante de la muerte, recuerda Gauquelin (Íd.). No es del todo así, ya he explicado que la astrología se debate de forma continua entre el determinismo y el libre albedrío (o la apariencia de tal). Lo que tenga que ser puede que haya sido dispuesto, pero incluso ello no es óbice para que el arbitrio de la voluntad deje de ser pieza fundamental en el ajedrez cósmico; que en esto, la práctica astrológica ha avanzado mucho.

Ítem más, el astrólogo, con frecuencia actúa a modo de padre espiritual. Papel este que puede permitir al consultante declinar toda responsabilidad por su parte. Es decir que, siguiendo esta línea de pensamiento, el astrólogo poco más o menos te sentencia para bien o para mal. Por supuesto que no hay nada más erróneo, aunque se hayan producido semejantes casos. Como tampoco existen planetas maléficos o benéficos stricto sensu. Estas y otras pejigueras objeciones aireadas por Gauquelin, sometidas al método estadístico (como los OVNIS, en tan aséptica como improbable conclusión), han sido debidamente abordadas y contestadas por los astrólogos con el transcurrir de los años. Por lo que el autor se queda estancado -ya entonces- en las características del signo solar; aparte de que, los números pueden ser imparciales, como el autor sostiene, pero las fórmulas que los contienen no.

Esta ingenuidad estadística hacia algo que por definición no es (antropológicamente) abarcable, es el basamento del tormentoso camino de búsqueda del autor al que antes hacía referencia, que alcanzará su madurez en La cosmopsicología (La Cosmopsychologie, les astres et les tempéraments, 1974; Mensajero, 1978).

Pero como a veces el destino tiene su sentido del humor, Gauquelin acabó demostrando, estadísticamente -y con la ayuda de su esposa-, lo mismo que ya habían dicho los antiguos. Por lo que el mundo científico y académico le acabó pasando factura con su más descortés moneda: el ninguneo y el descrédito (lo que para un Leo fuerte, caso del autor, que lo tenía por ascendente, ha de ser lo más parecido a la muerte en vida).


Aún en los años noventa del pasado siglo se avergonzaba Michel Gauquelin de equiparar sus “influjos celestes” con la práctica astrológica, víctima del propio mundo académico al que aspiraba a pertenecer (al que, de hecho, pertenecía). Finalmente, no tuvo más remedio que reconocer que no todo se supeditaba a una fórmula matemática y que, por mor de sus análisis estadísticos, los resultados obtenidos tras años de investigación eran netamente astrológicos, se llamasen como se llamasen. Eso sí, pese a tanto esfuerzo y estudio, no llegó el reconocimiento. Mejor dicho, no llegó el de la comunidad científica, el nuestro sí.

En el capítulo VII del libro, Pronósticos meteorológicos, Gauquelin enlaza tales conclusiones con los avances de la meteorología. Lo que comporta al magnetismo, la actividad solar y la influencia gravitacional. De hecho, lo que Gauquelin no acaba de ver todavía es que todo esto nutre a la astrología, no la descarta. Forman parte estos segmentos de sus componentes. A los que suma la dendrocronología, los depósitos fósiles, las mareas lunares, las corrientes oceánicas, las radiaciones gamma, las tormentas magnéticas en las que influyen los planetas… una apoteosis de datos estadísticos.

Abundando en ello, en 1940, Sydney Chapman (1888-1970) y Julius Bartels (1899-1964) descubrieron que la intensidad y dirección de los campos magnéticos sufren modulaciones de hora en hora relacionadas con el día y el mes lunares (Íd.). El humano sería algo así como un magnetómetro viviente. Es la conclusión -nada desacertada- desarrollada en el capítulo siguiente, Ritmos misteriosos (VIII), en referencia a los biorritmos o relojes biológicos (¿dónde termina esta sincronicidad?). Pese a lo cual, Gauquelin advierte acerca de otros relojes internos completamente autónomos (en cita, Íd.). Estos dispositivos internos pueden ser ajustados y reajustados por fuerzas externas (…) Entre los seres humanos han sido observados cambios en el ritmo biológico que pueden estar relacionados con sucesos que tienen lugar en el espacio cósmico (Íd.). E incide en que el organismo humano está regido por ritmos externos e internos (IX).

En el noveno capítulo se atiende a los movimientos sociales de la historia y las epidemias (se diga lo que se diga por gurús de la informática, presentadores televisivos o psicólogos avispados, la astrología -junto a algunos sensitivos comme il faut- ha sido la única disciplina que ha sabido anticipar la actual pandemia desde hace lustros, en función de la repetición de los ciclos; en este caso, la histórica conjunción Júpiter-Saturno-Plutón: sobran las video-conferencias y otras publicaciones para atestiguarlo). Un determinismo cósmico paralelo a la historia, por el que Gauquelin proporciona algunos valiosos ejemplos. Así como con otras dolencias y enfermedades, como son la tuberculosis o el infarto de miocardio. Un aspecto que se hace extensivo al sistema nervioso, las ondas cerebrales o el ciclo menstrual. Gracias a estos sentidos, el hombre puede dialogar con el cosmos (IX), insiste el autor.


Para él, una de las conclusiones vitales estriba en que los fenómenos biológicos dependen de una serie de ritmos cósmicos (X). En este sentido, las investigaciones sobre la fecha de nuestra venida al mundo pueden resultar determinantes.

Y ahora, llegamos al vórtice. Gauquelin reserva al penúltimo capítulo, Los planetas y la herencia, sus baqueteadas conclusiones. Muy en contra de mi voluntad, me encontré frente a un resultado de lo más extraño (…) La frecuencia de la posición de ciertos planetas era completamente inusitada (…) Con terca insistencia, acusaba el hecho de que las fechas de nacimiento de los médicos famosos se arracimaban en torno a la salida o culminación de Marte y Saturno (XI). Este trabajo dejó sumamente perplejos a muchos astrónomos, demógrafos y estadísticos. Ahora, me era preciso integrar “mis” curiosos efectos planetarios en el conjunto de nuestra ciencia moderna (Íd., las comillas son suyas). Aquí fue donde se desvió un poco del sendero: ese saber integrador buscado ya existía, y es el llamado astrológico, que no está desvinculado del aparato científico por mucho que se pretenda. El propio Gauquelin lo confirma al añadir que, además, había que postular la existencia de una energía misteriosa que los planetas no “parecen” poseer (Íd.; las comillas son mías).

Y vuelve a la fecha natal. El nacimiento tiene lugar en ese momento y no en otro porque el organismo está listo para reaccionar ante las perturbaciones causadas por un planeta concreto a su paso por el horizonte (Íd.). Es decir, que la posición de un planeta determinado al nacer un niño puede influir en su herencia biológica (Íd.). Ahí acierta plenamente, aunque postula un efecto temporal en ello. No obstante, el avance respecto a su pensamiento inicial, contenido en el presente libro, es evidente. Sobre la base de la posición de los relojes planetarios en el momento del nacimiento, parece posible prever el temperamento futuro del individuo, así como su futura conducta social (Íd.). Perfectamente expresado.


Concluye el libro con el capítulo XII, El fluido vital, donde prosigue sus análisis admitiendo el azar en algunos descubrimientos de la ciencia. Recuerda que nuestro aliado esencial es el agua. Nuestros cuerpos son sensibles a los efectos del espacio exterior. El cosmos modifica las propiedades del agua (Íd.). Del epílogo quintaesenciamos, además, la idea por la que nuestros cuerpos están atados con cuerdas invisibles.

Lo que pretendía Michel Gauquelin era descubrir lo que él llamaba la bio-meteorología (como si los propios astrólogos no se hubieran prevenido de lo que él llama con insistencia sacamuelas). Pero en su búsqueda fue iluminando el sendero con refulgentes ráfagas. También del epílogo extraemos el buen propósito de que tenemos que reconocer los méritos de los que, en el pasado, sin apenas medios a su disposición, trataron de comprender la naturaleza y la influencia de las estrellas. Por algo, como colofón a su recorrido (que se expandiría en otros volúmenes, como queda dicho), Gauquelin concluye con una cita de Ptolomeo (100-170); es decir, con la alusión a uno de los astrólogos clásicos.

En suma, como comentaba en un principio, en Los relojes cósmicos asistimos a la evolución de un valioso buscador de respuestas, aunque como les ocurre a muchos franceses, creen estos que el universo gira en torno a ellos (curioso fenómeno astro-biológico digno de mejor análisis: algo ya ha señalado María Elvira Roca Barea [1966] en su fundamental Fracasología [Espasa, 2019]). Aunque estas conclusiones o probabilidades le sobrepasaran a veces y, debido a la falta de atención que él reclamaba, decidiera que ya no merecía la pena seguir investigando. A pesar de todos los pesares, nuestra nave espacial es la Tierra, nos recordó Michel Gauquelin.


Ahora permítanme unas palabras más en cuanto a la práctica astrológica actual se refiere. En esto ocurre como en todo, existen buenos profesionales y regulares. Con frecuencia vengo observando una simplificación en el proceso interpretativo. En este sentido, creo que conviene huir de la simplificación de los signos solares (no de su análisis y aportación, repito que de su simplificación), y no despreciar la vertiente kármica. Por poner un ejemplo técnico -y perdonen-: se puede trabajar perfectamente con las dodecatemorias sin por ello excluir las más relevantes aportaciones de la astrología psicológica (de la que tampoco conviene hacer exclusividad, olvidándose de todo lo heredado).

Algo parecido pasa con la astromundial, que es la vertiente astrológica encargada de determinar los ciclos que, de forma casi matemática, se suceden a nivel nacional e incluso global. Causa verdadero sonrojo escuchar a algún decano de la astrología en España referirse a la historia, pasada o contemporánea, en términos muy esquemáticos, cuando no ideológicamente maniqueos, generalmente ante un público más pasivo que activo, presto a tomar la Wikipedia como fuente de “verdad” para apoyarse en ejemplos. Para estos líderes, parece que solo existe un extremismo político o financiero, (casi) nunca el contrario (aunque, ¡por supuesto, ello es debido un olvido involuntario!).

Sin embargo, una cosa es que se produzca un gran cambio de estrategia en la macro economía merced a la conjunción Saturno-Plutón, y otra la justificación del intervencionismo estatal. El estallido de los sistemas de gestión viene en parte establecido por la inoperancia administrativa que los lastraba, siempre mortificadora de la libertad individual y el libre comercio, lo que acrecienta el peligro de unas medidas coercitivas con vistas a la dependencia de dicho Estado. Un organigrama asistencial como parte estructural del (¿nuevo?) sistema, auspiciado por las ideologías de pensamiento grupal único.

En fin. Al final, todos somos esclavos de nuestras cadenas natales, y ya es difícil tratar de desasirse como para encima caer en el esquematismo histórico o la propaganda, que siempre puede más que la verdad, por poliédrica que esta sea. Además, ya se sabe que todo lo bueno es porque ahora andamos sobre las aguas de la era de Acuario, y todo lo malo porque continuamos en los últimos coletazos de la de Piscis.


El peligro consiste, entonces, en convertir la venerable astrología (o cualquier otra mancia) en sustitutiva de lo que es la política -una determinada ideología personal- o la religión. Cuando lo cierto es que la astrología opera al margen de las creencias personales, aunque nosotros no lo hagamos, o no lo podamos evitar siempre. Al fin y al cabo, cada uno tiene sus propios engramas mentales. Lo que no obsta para que me haga cierta gracia escuchar a algunos colegas, de cualquier ámbito, que aseguran muy ufanos que ellos pasan de la religión, cuando han convertido su ideología política en un sustitutivo de la misma. Cultura e información no siempre van de la mano.

El ejemplo de lo sucedido con Gauquelin nos puede incluso servir para abordar otros compromisos lectores. Lo que me lleva al breve comentario, que hace al caso de este artículo, del último libro que acabo de leer, Historia oculta de la música (La esfera de los libros, 2020) de Luis Antonio Muñoz (1971), donde pueden leerse expresiones tipo “lejos de la faceta esotérica” o “quitando el barniz ocultista”, que te sacan a patadas del tema de fondo que se pretende tratar (y algo que, por cierto, no habrían comprendido muchos de los nombres que integran las páginas del libro, es decir, los músicos referenciados, lo que además supone hacerles de menos intelectualmente).

Porque estos compositores creyeron y pertenecieron, equivocados o no, a dichos grupos herméticos (tan solo se rescata un poco a la incierta masonería, más chuminosa que discreta, por aquello de Mozart [1756-1791], ya se sabe). Por eso se echa en falta, justamente, un mayor arrojo y conocimiento del tema de la trascendencia, no atribuible a ninguna de estas asociaciones, sino personal, autoral. De otro modo, tan solo nos quedamos en la epidermis, resultando el ensayo menos brillante de lo que habría podido ser; no más que un compendio notarial de situaciones y nombres que pertenecieron a tal o cual secta (sic) “exótica”. 

Cuando tengamos claro que no todo en esta vida se supedita al rigor científico, nos podremos desprender de vacuas coletillas al estilo de “pseudo cientificismo” o “racionalidad detractora”, cada vez que se mencionan la magia o el esoterismo.

Lo curioso del asunto es que en nuestra sociedad se toleran los perfiles psicológicos, pero no los astrológicos, cuando son la misma cosa.

Escrito por Javier Comino Aguilera





0 comentarios :

Publicar un comentario

¡Hola! Si te gusta el tema del que estamos hablando en esta entrada, ¡no dudes en comentar! Estamos abiertos a que compartas tu opinión con nosotros :)

Recuerda ser respetuoso y no realizar spam. Lee nuestras políticas para más información.

Lo más visto esta semana

Aviso Legal

Licencia Creative Commons

Baúl de Castillo por Baúl del Castillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

Nuestros contenidos son, a excepción de las citas, propiedad de los autores que colaboran en este blog. De esta forma, tanto los textos como el diseño alterado de la plantilla original y las secciones originales creadas por nuestros colaboradores son también propiedad de esta entidad bajo una licencia Creative Commons BY-NC-ND, salvo que en el artículo en cuestión se mencione lo contrario. Así pues, cualquiera de nuestros textos puede ser reproducido en otros medios siempre y cuando cuente con nuestra autorización y se cite a la fuente original (este blog) así como al autor correspondiente, y que su uso no sea comercial.

Dispuesta nuestra licencia de esta forma, recordamos que cualquier vulneración de estas reglas supondrá una infracción en nuestra propiedad intelectual y nos facultará para poder realizar acciones legales.

Por otra parte, nuestras imágenes son, en su mayoría, extraídas de Google y otras plataformas de distribución de imágenes. Entendemos que algunas de ellas puedan estar sujetas a derechos de autor, por lo que rogamos que se pongan en contacto con nosotros en caso de que fuera necesario retirarla. De la misma forma, siempre que sea posible encontrar el nombre del autor original de la imagen, será mencionado como nota a pie de fotografía. En otros casos, se señalará que las fotos pertenecen a nuestro equipo y su uso queda acogido a la licencia anteriormente mencionada.

Safe Creative #1210020061717