Música Inolvidable (XXXIX): Cyndi Lauper

25 noviembre, 2019

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Algunas de las canciones más extrovertidas, emblemáticas y coloristas de la década de los ochenta pertenecen a Cyndi Lauper (Cynthia Ann Stephanie Lauper; 1953). La cantante neoyorkina ha seguido cantando desde entonces, pero con menos asiduidad. Pese a conservar el desparpajo, ha incursionado en distintos géneros con desigual fortuna. Fue una de las pioneras de la integración, la comprensión individual y la adscripción pop (y evito formalmente el empleo de la palabra tolerancia por el desgaste y malformación a que se ha visto sometida: las personas no tienen por qué ser toleradas por entes supuestamente superiores, o son aceptadas o no lo son).


¿Por qué digo que en otros géneros diferentes al pop -aunque adyacentes a él- su suerte no ha sido tanta? Porque su distintiva voz y su característica interpretación, disfrazada de estridencias, se ajustan al patrón pop como anillo al dedo o laringe al micro, cosa que no sucede en otros registros, dominados, además, por indiscutibles reyes y reinas, caso del country o el soul. Para muchos de nosotros, Cyndi Lauper siempre será una de las más autorizadas y legítimas voces de los ochenta y noventa, en el muy loable género del pop. Bajo sus ropajes estrafalarios y libertarios aditamentos y peinados, gozosamente típicos de aquel estilo ochentero, la artista supo encontrar su lugar coloreando temas originales o versionando canciones más o menos recientes, haciéndolas suyas a través de su personalidad. Un estilo bien definido por ella, y no por ninguna compañía o corriente ideológica (aunque haya participado de alguna). Es el primer paso de todo artista que pretenda una impronta personal más o menos libre.

Así, sentada en un cubo de la basura, pero con la mirada alzada al cielo, nos recibía desde la portada de su cuarto L.P., A Hat Full of Stars (epic, 1993). En él, nos hacía partícipes de que sin la persona amada no somos igual (Who Let In The Rain). De hecho, y pese a lo que sostienen las letras de muchas canciones, ¿será mejor -a veces- no haber amado?

Más preguntas. ¿Han tenido alguna vez un amigo del alma que ha acabado mal? ¿Un camarada de la infancia que vio frustradas sus esperanzas, qué quiso volar más alto y cayó? Cyndi recuerda a uno en Sally’s Pidgeons, donde asegura que los instintos y el sentido común van en diferentes cantidades. De igual modo, verdades torcidas y noticias a medias no se ocultan a algunos ojos. Sin embargo, acaso las palabras estén hechas para doblarse (Lies).


Pese a todo, los trabajos se iban espaciando cada vez más. Como si la coautora y cantante ya no sintiera la misma necesidad de decir, de gritar, al menos, a través de nuevas composiciones (puede que sí en otras parcelas de la vida). Desde entonces, vivir de las rentas a través de giras, conciertos compartidos, remixes, algo de cine, televisión y hasta teatro, más unas memorias inéditas en español, y el lanzamiento de un álbum malogrado a causa de esas fisuras o filtraciones piratas de internet (el álbum en cuestión, planificado para 2001, tan solo fue editado en Japón tres años más tarde), han empujado a Cyndi Lauper y otros artistas a una situación de stand by discográfico, y a un ejercicio de memoria por parte de los admiradores. Pero como todo lo que es bueno permanece, el drama del olvido se diluye a la fuerza.

Al fin y al cabo, lo que nos queda es maravilloso. No sé si deslumbrante o de relumbrón. Qué más da, se trata de la estampa sonora de toda una época, puede que hasta de un sentir. No en vano, frente a los principales desastres de la década de los ochenta, como fueron las plagas del SIDA, el terrorismo y las drogas, prevalecen con especial carácter los inimitables vericuetos creativos ofrecidos por la música, el cine (también la música de cine), el baile, la literatura, e incluso un determinado modo de hacer televisión.


En el caso de Cyndi Lauper, todo comenzó en la década de los setenta, aunque el éxito comercial no se materializó hasta la siguiente. Sucedió con la salida al mercado (ese mercado tan defenestrado por los adalides de la ordinariez marginal), de su primer álbum, She’s So Inusual (epic, 1983), veraz carta de presentación desde las canciones hasta la portada.

En dicho trabajo encontramos temas tan populares como Girls Just Wanna Have Fun -prácticamente un himno generacional-, perspicaz conjunción de inmediatez y picardía, envuelta en los ropajes de una desinhibida –pero responsable y concienzuda- liberación. Lo mismo se puede decir de She Bop (sic), donde nadie se puede resistir a las páginas de una revista para chicos: dicen que mejor me detengo o me quedaré ciego.

Quisiera recalar, así mismo, en la espléndida Time After Time, versionada de modo instrumental por el trompetista Miles Davis (1926-1991), y en All Through the Night. Durante toda la noche estaré despierto y estaré contigo. Sabiendo que sentimos lo mismo sin hablar.

Tras el no menos popularizado tema vocal de la película Los Goonies (The Goonies, Richard Donner, 1985), The Goonies ‘r’ Good Enough (Los Goonies son ‘demasiao’; epic, 1985), que se acompañó de otro tema titulado What A Thrill, siguió el álbum True Colors (epic/portrait, 1986), otro importante jalón en el camino. En él, sobresale la canción que da título al álbum, que defiende al derecho a portar colores identitarios distintos a los que la sociedad ha venido admitiendo, con tal de que sean honestos y verdaderos.


Se incluyen en este trabajo, además, temas tan apreciables como la balada Boy Blue, la inicial Change of Heart, a la que prestaron coro las Bangles; el dicharachero broche final Calm Inside the Storm, y la juguetona y hawaiana -recuerdo verla empleada en algún anuncio de televisión- Iko Iko, que sirve a otro de los característicos falsetes vocales de Cyndi, al estilo de los años treinta y cuarenta. Inolvidable es ese chico triste al que un amor frustrado puede haber robado tu inocencia, pero no tu alma (Boy Blue).

Las letras resultan a veces telegráficas, propias de un idioma que va al grano y concretiza el sentir al que antes me refería, de la calle y sus callejones ilusionantes, con sus giros y contracciones.

Vino después, para el mismo sello discográfico, filial de Columbia (o CBS, que por ambas denominaciones se ha conocido), el álbum A Night to Remember (epic, 1989), que cuenta con varias de mis canciones preferidas de la artista. En primer lugar, el clásico moderno I Drove All Night, compuesto por Billy Steinberg (1950) y Tom Kelly (1952), originariamente para el magnífico Roy Orbison (1936-1988). Un tema versionado -pero no mejorado- por otras cantantes. Entre esas canciones favoritas me gustaría incluir también Unconditional Love, Heading West y I Don’t Wanna Be Your Friend (tremenda canción).

A este trabajo siguieron Sisters of Avalon (epic, 1997) y Bring Ya To The Brink (epic, 2008). Ambos se acomodaban al sonido electrónico y algo machacón del momento, bajo los auspicios, eso sí, de un armazón melódico a la imbatible usanza. En el primero, destacan composiciones como la pegadiza -siempre es de agradecer- Sisters of Avalon, que da nombre al disco, la espléndida e ideológicamente incorrecta You Don’t Know (te dicen qué ponerte, te dicen qué te gusta; estaría bien si alguna vez piensas por ti mismo); Unhook the Stars y la hermosa balada Fearless. Si estuviera indefenso, ¿podrías ser tú el que viene corriendo?

En el segundo caso, de marcada trascendencia dance, despuntan la espléndida Into the Nightlife, Same Ol’ Story, Set Your Heart y la estupendamente instrumentada “balada” Rain On Me.

Otros álbumes se colaron de rondón, At Last (epic, 2003), Memphis Blues (Downtown, 2010) y Detour (Sire/Warner, 2016), pero forman parte de esa intentona, para mi fallida, de adentrarse -con total y admirativo reconocimiento- en otros ámbitos musicales para los que la voz de Lauper no es la más adecuada.


Con todo, nada ha podido superar la frescura de los cuatro primeros discos. A los que añadimos las canciones correspondientes a Los Goonies y el tema Hole In My Heart, perteneciente a la simpática película El misterio de la pirámide de oro (Vibes, Ken Kwapis, 1988).

El álbum de Navidad (Merry Christmas and Have a Nice Life, epic, 1998) es especialmente remarcable. En él se dan cita temas populares como Silent Night o la menos frecuentada In the Bleak Midwinter, con letra de la poetisa inglesa Christina Rossetti (1830-1894), que en su día fue musicalizado por el apreciable Gustav Holst (1874-1934), autor de la extraordinaria suite Los Planetas (The Planets, 1916; estrenada dos años más tarde), y también por el no menos destacado compositor cinematográfico Richard Rodney Bennett (1936-2012). Los tradicionales (I Saw) Three Ships y Rockin’ Around the Christmas Tree, de Johnny Marks (1909-1985), responsable a su vez de clásicos como Rudolph, the Red Nosed-Reindeer, conviven en buena armonía con otras composiciones originales y muy alegres, como la genial Christmas Polka, la infantil Early Christmas Morning, las esperanzadas December Child y New Year’s Baby, o la inconmensurable Home On Christmas Day, de reminiscencias country-pop. Se vuelve a incluir Feels Like Christmas, que era un tema original de A Hat Full of Stars: cuando damos con la persona adecuada, nos sentimos como la Navidad todo el tiempo. De igual modo que el amor puede ser un bote salvavidas. Sobre todo, cuando las cosas son abrumadoras (That’s What I Think).


Girls Just Wanna Have Fun (1983)



I Drove All Night (1989)



Sally's Pidgeons (1993)

Escrito por Javier Comino Aguilera



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