Otros mundos (XXVI): Guía de la España misteriosa, de Pedro Amorós

18 octubre, 2019

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Recientemente, estuve escuchando a un campanudo tertuliano (sí, ya lo sé, mea culpa), que respecto al tema de la trascendencia mantenía con voz profundísima y talante adusto, que la percepción de lo sagrado y la necesidad de lo espiritual estribaba en que los seres humanos, que se saben mortales, no pueden decir la muerte y, por lo tanto, tienen que rodear la certeza de que todo acaba con ella con una serie de discursos metafórico-representativos que componen las religiones específicas. De esta guisa, no es de extrañar que acaben convirtiendo a eximios filósofos del pasado en furibundos ateos, porque los biógrafos trasladan sus (no) creencias personales a los biografiados, en un acto de transferencia cuestionable. De igual modo, se entiende que entiendan lo místico y el hecho de lo misterioso únicamente en base a la corriente que contempla el momento ascético ¡sin desenlace místico! (algo así como afearle su conducta a un árbol por el hecho de proporcionar determinados frutos), debido a que lo que englobamos en el brumoso ámbito de lo religioso, no sería más que una mera trivialización y engaño de los sentidos, en lo que es una flagrante distorsión de la lógica de Port-Royal. Algo que, según parece, ha debido quedar científicamente probado, y yo sin enterarme.

Es problema común de intelectuales concurrentes y demás habladores. No en vano, hablar de todo no es lo mismo que saber de todo (estos últimos, por lo general, hablan poco).

En este mundo, resulta mucho más provechoso dedicarse al análisis en profundidad de las noticias rosas y los saltos de cama, que estos sí que son objeto de provecho, materia de interés y fuente de conocimiento, dónde va a parar.

Pues bien, frente a los discursivos y rimbombantes de la filosofía, y los dogmáticos de la difusión, que suelen hacer mofa de lo que no comprenden o comparten, prevalece el ejemplo de investigadores -de personalidades, habría que decir-, como Pedro Amorós (1966), que si por algo se caracteriza es por la ponderación. Esto es, por el rigor y la matización de su investigación, producto de la experiencia personal. Un ejemplo de tal proceder lo encontramos en su Guía de la España misteriosa (Cúpula-Planeta, 2009; Luciérnaga-Planeta, 2018).

Como ya advierte el autor en su introducción, no es el primer libro de semejantes características que se edita en España. El propio Amorós recoge algunos ilustres precedentes en el apartado bibliográfico. Pero sí es este uno de los más completos y contrastados, donde el artífice sabe transmitir, tras años de investigación de campo, su propia experiencia y conclusiones, caso de haberlas. De no ser así, nos infunde su determinación a la hora de tener la mente abierta y no cerrada a cal y canto.

Crítica sí, rechazo de lo fraudulento también, pero no repudio hacia aquello que no se ha estudiado o de lo que aún carece de explicación.


Esta provechosa y amena guía incluye toda la irisada gama de fenómenos paranormales patrios. Pero también hay asesinos en serio, como el repelente Sacamantecas o el Hombre del Saco. Personajes muy reales que tiñeron de oscuro los verdes campos del edén peninsular. Y de las ciudades. En ellas encontramos sucesos y percances tan espeluznantes como los que, a priori, parecen propicios únicamente en espacios retirados y abandonados.

Aquí se enmarcan hechos tan curiosos como el del Hotel Corona de Aragón, en Zaragoza, las catacumbas del Sacromonte, en Granada, o los misterios del antiguo Hospital del Tórax, en Barcelona. También pueblos malditos como los de Mussara, en Tarragona, u Ochate, en la provincia de Burgos, lugar donde se han recogido multitud de psicofonías. Sin olvidar, nada menos que la entrada a los infiernos de Menorca, o el sonado asunto de las brujas de las Cuevas de Zurragamurdi, en Navarra (hay quienes dicen que prosigue el aquelarre). Mención especial merecen los tongos y verdaderos secretos del Palacio de Linares, en Madrid, o los avatares del Museo Reina Sofía, también en dicha comunidad. El primero de estos casos es interesante porque ofrece una mezcla de fraude y posible realidad. En palabras de Amorós, el hecho de que unas psicofonías no fueran auténticas -algo que él ayudó a desenmascarar- no implica que el Palacio de Linares no conserve fenomenología paranormal auténtica y real, pues nada tiene que ver una cosa con la otra. En el segundo ejemplo, el Museo Reina Sofía se muestra como uno de los lugares más interesantes, tanto desde el punto de vista del arte como del paranormal. Motivo hay para ello, como podrá comprobar el lector.

Podemos recordar, además, el paseo por las apasionantes Caras de Bélmez, en Jaén, o las de Vera, en Almería; las apreciaciones sobre el Santo Cáliz de la Última Cena, sito en Valencia, o la simpática pero espeluznante casa de Tócame Roque, también en Valencia. Junto a la leyenda del apóstol Santiago y otros enclaves monásticos.

Fotografía de las Cuevas de Zurragamurdi
Con los fenómenos paranormales hay que tenérselas con seso, porque si no, le comen a uno el coco. ¿Cómo enfrentarse a manifestaciones que abarcan desde la presencia de entes familiares a la raigambre esquiva de la mente?

Las ramificaciones de estos fenómenos parecen no tener final (aunque puede que sí un fin). Cada uno muestra su propia singularidad, pese a inscribirse en un género específico. No es lo mismo el suceso de Vallecas, en Madrid, que los del citado Hotel Corona de Aragón; aunque ambos se inscriben en el apartado de los espacios encantados y la presunta telequinesis involuntaria.

Fuegos misteriosos, teleplastias, seres antropomorfos, entes malsanos, fenómenos milagrosos, poltergeist, ovnis, luces desconocidas, ruidos inquietantes, lugares apenas hollados, como lagos y cuevas; edificios espectrales, brujas, duendes, fantasmas, diablos, santos y verdugos. Hasta curiosos centros de poder (no nos referimos al Congreso, qué va) como el Dolmen de Pedra Gentil en Vallgorguina, Barcelona. Todos se articulan por medio de una idea motriz, admitida por la física y recordada por Amorós, que sostiene que la materia ni se crea ni se destruye, sino que se transforma (La Cueva de la Luna). Esto, tras haber efectuado una pertinente criba, tal cual se nos aclara en la introducción, y de haber jugado con la idea de la clásica guía de viajes, pero dirigida a los amantes del mundo del misterio. Así, le indicaré poblaciones, ciudades, caseríos, carreteras, caminos y la dirección donde se produjo [el caso], junto a algunos detalles para no perderse. También en esta introducción establece Pedro Amorós un oportuno símil entre los fenómenos que aquí se desgranan y un elemento natural explicable para los seres humanos, pero no así para otros seres vivos del planeta: la manifestación de la lluvia.

Teleplastia
Para colmo, Amorós vence el no poco difícil escollo de superar lo manido, a diferencia de lo que sucede en los abundosos espacios dedicados al misterio, en distintos medios, donde se promete mucho y se ofrece poco, más allá de los cuatro tópicos formados. Un caldo de cultivo para biografías poco trabajadas y libros de redacción pedestre, que pasan por encima de casi todos los temas interesantes que proponen, saqueando, en multitud de ocasiones, la “Biblioteca de Alejandría” que supone la irrepetible colección Otros Mundos de Plaza y Janés, a la que venimos dedicando un espacio concreto en este blog.

Frente a todos estos, demuestra Pedro Amorós su oficio y honestidad. Aunque no se tengan las respuestas para todo. Ser consciente de ello ya es un paso muy importante.

Escrito por Javier Comino Aguilera 


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