Vinieron las lluvias, de Louis Bromfield, y adaptaciones de Clarence Brown y Jean Negulesco

02 septiembre, 2019

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El caso del escritor estadounidense Louis Bromfield (1896-1956) es análogo al de William Somerset Maugham (1874-1965), del que recientemente tuvimos ocasión de comentar El filo de la navaja (The Razor’s Edge, 1944). Me refiero al hecho de llegar a ser unos autores muy conocidos -y para colmo leídos-, para caer en un relativo olvido a continuación, más paliado en el caso de Maugham que en el de Bromfield. Se trata de una cuestión de modas, pero no de literatura, que es lo que aquí nos interesa (y, seguramente, de dejar paso a los nuevos talentos, presuntos en ambos casos). Hoy les propongo un acercamiento a la que fue una de las novelas más conocidas de Bromfield, doblemente celebrada por el cine, Vinieron las lluvias (The Rains Came, 1937; Círculo de Lectores, 1983, Salvat 1986, Punto de Lectura, 2006).

La cita del poeta y crítico Matthew Arnold (1822-1888), con que se abre el libro, es definitiva y actual: entre dos mundos, uno de ellos muerto y el otro impotente para nacer. Desde el principio del relato, establece Bromfield la dualidad entre una India mítica y ensoñadora, y la de los animales devoradores de cadáveres que forman parte de ella (también entre la colonizada y la no colonizada… pese a estarlo). Es la India, entonces y ahora, un país de dilatados contrastes, como las personas que lo habitan, provengan de donde provengan. O como la lluvia, que marca la diferencia entre vivir o morir, aunque a veces el orden se subvierta.

Pese a cierta estructura coral, Vinieron las lluvias posee un protagonista principal o, al menos, un hilo conductor, junto con la propia India y el momento histórico por el que atraviesa, los últimos coletazos del colonialismo británico. Este personaje es el inglés afincado en el país Tom Ramsone, que vive en una apartada hacienda junto a su criado Juan Bautista (Jean Baptiste). Ransome no sentía deseo alguno de verse en compañía de gentes insignificantes y de mediocres ambiciones (parte I: capítulo II); esto es, se guarecía del engreimiento y el esnobismo que pueden afectar a todas las clases sociales e ideológicas. Tom Ransome es un personaje que aspira a su parcela de libertad.

Louis Bromfield
Bromfield describe el paisaje y también el aspecto físico de sus personajes, deteniéndose el mismo espacio de tiempo que dedica al entorno que los rodea. Los puebla de actitudes y sentimientos que ofrece al lector avisado (con conocimiento histórico de causa), confiriéndoles un particular exotismo por ambas partes. Aspectos de carácter que confluyen en uno solo, porque la India moldea los temperamentos. De hecho, a lo largo de la novela prevalece la descripción de talante psicológico sobre el diálogo. Como si la narración fuera indivisible del momento anímico y, por consiguiente, necesitada de la prosa omnisciente. Así ocurre, por ejemplo, durante una aparentemente banal partida de cartas (I: V). Un rasgo de estilo que, sospecho, resulta deudor de la seminal novela Contrapunto (Point Counter Point, 1928) de Aldous Huxley (1894-1963), y sus adláteres.

Otro personaje cenital es el joven mayor Rama Safti, notable cirujano de Ranchipur, un topónimo inventado por Bromfield, pero fácilmente extrapolable. Educado en occidente, Safti quería fundar un hospital y una escuela de enfermeras (I: VI); cuerpo a cuya cabeza se halla la señorita MacDaid. El retrato de la jefa de enfermeras procura otro ejemplo de bravura de análisis introspectivo (I: VI). Esta indagación teje una toma de contacto en profundidad con los personajes, previo a la trama que se va a desarrollar, e incluso entonces.

A los citados se suman lord Esketh, adinerado y abusón empleador del criado Bates. Su esposa, la desinhibida Edwina, antigua conocida de Ransome; el bibliotecario del maharajá, Bennerjee; su auxiliar, la solterona señorita Murgatroyd, o los Simon, matrimonio de misioneros con una hija en edad de merecer o de tomar lo que cree que merece, Fern. El retrato de este matrimonio protestante es brutal a la par de divertido (I: XI-XII, etc.) (una versión mucho más dulcificada y menos comprometedora la hallaremos en las películas). Inglaterra ha perdido la India por culpa de hombres que no quieren sentarse a tomar una taza de té con los hindúes, advierte en consecuencia Raschid Ali Khan, un indio mahometano, ministro de Orden Público de Ranchipur. También están las señoritas solteras Dirk y Hodge. Sara Dirks es hija de un tendero de telas de Nolham, Inglaterra, y es la directora de la escuela. Vive en compañía de su amiga Isabel Hodge. Una relación que queda expuesta por Bromfield con sutileza pero que se puede entender entre líneas de forma inequívoca. Se da la circunstancia, además, de que Sara necesita una urgente operación.


Por su parte, la adolescente Fern desea escapar de la desidia. En su afán de procurarse un futuro mejor y zafarse de un enlace matrimonial no deseado, compromete a Ransome (I: XLVII). Sin embargo, pese a tan loable determinación, no quiere Fern buscar refugio en casa de otra persona porque es india; sometida por los dictámenes de su madre, no puede evitar pertenecer al mundo que pertenece. Finalmente, y tas la catástrofe que azota Ranchipur, desea alcanzar el hospital porque desea ser útil sobre todas las cosas (III: XXXI). El personaje deriva en memorable.

A su vez, está la reavivada relación entre Tom y Edwina. Es lástima habernos encontrado y tener que separarnos casi inmediatamente, comenta Ransome. A lo que Edwina añade que las cosas, hoy día, van así (I: XXXII). Hasta que la naturaleza de tales cosas son puestas en su sitio. Rápida, prodigiosamente, las lluvias habían transformado todo el paisaje y la vida entera de Ranchipur (I: LII).

También se aborda en la novela el tema de la espiritualidad, tangencialmente. Una cosa que gravita sobre toda la India como una nube (II: I) y que parece velada a la comprensión del pensamiento materialista inglés, tal cual lo expone Louis Bromfield (Piscis), y por extensión, atribuible al resto; es decir, más allá de un país de salvajes exageraciones (íd.). Este materialismo ha de entenderse en un sentido más terreno que mercantilista. Podemos hacer una gran labor en Ranchipur, pero al fin seremos derrotados por la India, el continente inconquistable, determina el mayor Safti (íd.). Por eso Ransome, pese a su honestidad, contempla la vida meditativa como una profunda negación (de la vida); esto es, si no va acompañada de una labor material o de un objetivo de índole espiritual.

Del lado de acá, los sentimientos no son una ciencia exacta. Si bien, a veces, lo semejan, pudiéndose predecir con relativa exactitud. Sucede en la relación de Edwina y Tom (II: III). A la par que una alegoría se desquebraja. Las deficiencias del dique, de diseño británico y construcción india, se “erige” en su desplome en un símbolo de la fe oriental en la eficiencia occidental y de la integración. Símbolo que se viene abajo (II: XIV).

Época del Monzón en la India
Merced a su mixtura de relato de aventuras, melodrama y desastres naturales, participa la novela de la más interesante de las ideas inherentes al último de dichos géneros, el de catástrofes: la de que, tras el cataclismo o accidente, sea de la naturaleza que sea, nada de lo que nos parecía vital posee importancia. Aunque el retrato inclemente (y realista) de algunos paisanos ingleses hace que esta idea se retuerza y elongue irónicamente: son como son bajo cualquier circunstancia. Como ya señalaba, la estampa de alguno de estos personajes es especialmente incisiva. Su contraparte sería Ransome, de noble carácter pero no exento de “flaquezas” como la bebida. Un personaje que, a diferencia de la mayoría de sus compatriotas, sí vive entre dos mundos.

Esto, aparte del hecho de tener que afrontar la pérdida de seres queridos (queridos aunque, a veces, no correspondientes, como sucede en el caso del mayor Safti y la enfermera MacDaid). Pero hasta este aspecto se ve matizado por la flema de cada personaje. Los ingleses son una gente sentimental que se avergüenza de serlo (III: LV)

Otro apunte curioso lo encuentro en el hecho de que la señorita Hodge se figura que abusó de ella el sikh que la salvó (III: XLVIII). Lo que, pese a no ser más que una anécdota, no deja de remedar en parte el argumento principal de la anterior Pasaje a la India (A Passage to India, 1924) de E. M. Forster (1879-1970). Si bien hay un juicio o, al menos, una encuesta, esta se refiere al presunto suicidio de otro de los intérpretes secundarios (transición de la tercera a la cuarta parte).

Para muchos de estos personajes es la hora de la valentía o la deserción. Espléndido es el momento de mutua sinceridad (verbal para él, interior para ella), entre la enfermera amateur Edwina y el médico Safti (III: LIV y, de nuevo, IV: XI).


La novela acaba donde empezó, en el jardín de la hacienda de Tom Ransome. Pero esto es a un nivel puramente espacial. Psicológica y argumentalmente, se ha completa un ciclo de la vida y de la muerte que en nada deja a los personajes donde comenzaron.

Venciendo los márgenes del exotismo, Vinieron las lluvias es, por encima de todo, una novela psicológica por mucho que esté ambientada en la India. Por supuesto que, como ya he señalado, el paisaje pesa en la psicología de los protagonistas. Pero no tanto como cabría esperar. La exposición del interior es más relevante que la acción a nivel narrativo, las descripciones a los diálogos; con frecuencia, pueriles o que enmascaran una apariencia de (in)conformismo social. Una complejidad en las relaciones humanas revestida de una simpleza (no simplismo) que parece inmutable en cualquier escenario. En cuanto al cataclismo, este podría haberse producido en cualquier parte del mundo, aunque quede sujeto a unas determinadas características orográficas.

El tiempo de la acción se acompasa al de la filmación de la adaptación cinematográfica, posterior en un año a la publicación de la novela, aunque Vinieron las lluvias (The Rains Came, Twentieth Century Fox) se estrenó en 1939, año fantástico en la historia del cine.

La permuta es meramente temporal, el escenario de la novela y su núcleo argumental no varían. Estamos, por lo tanto, en el Ranchipur de 1938. El competente Clarence Brown (1890-1987) arranca la historia en el jardín de Tom Ransome (George Brent), al igual que sucede en la novela. El resto de personajes se suman a la trama: el mayor Safti (Tyrone Power), científico y cirujano; la interesada señora Simon, algo menos adusta (interiormente) que en la novela (Majorie Rambeau), el risueño matrimonio Smiley (interpretado por los estupendos Jane Darwell y Henry Travers), el matrimonio Esketh, formado por Edwina (Myrna Loy) y Albert (el bueno de Nigel Bruce), la eficaz pero solitaria enfermera MacDaid (Mary Nash), y otro matrimonio que se quebrará, por distintas razones que los anteriores, el del maharajá (H. B. Warner) y su esposa, la maharaní (la simpar Maria Ouspenskaya).

Vinieron las lluvias es una extraordinaria producción de Darryl F. Zanuck (1902-1979) con fotografía de Arthur Miller (1895-1970) y eficaz música de Alfred Newman (1900-1970).


La labor de Clarence Brown resulta impecable. Basta prestar atención a la partida de cartas con la maharaní, o la excelente interpretación de George Brent (1904-1979) de ese Tom Ransome pintor (aquí no es ingeniero), rentista, heredero de un título de conde y “con reputación de bebedor”.

Así mismo, podemos fijar la atención en la inclusión en el montaje de Barbara McLean (1903-1996) de significativos -por conceptuales- planos detalle, como el de la costosa carta de un menú, la lista de conquistas que de Edwina lleva escrupulosamente el gruñón Alberto, o las anotaciones de los enfermos críticos y los moribundos, debido al cólera.

En otro momento, Ransome pide permiso para enseñarle a Edwina el palacio real, cuya esperable conclusión se resuelve aquí en un beso, preludio en el que queda implícito todo lo demás. El resto de situaciones y personajes también se respeta; incluso diría que se agradece la concreción de la trama. Así, especifica Alberto Esketh que todo está en venta. Impagable es su rostro de estupefacción ante un improvisado regalo -¡gratis!- de su Alteza el maharajá.

Estos personajes gravitan en torno a las ideas motrices de la novela, que son el reencuentro con un amor del pasado -pasado pero no fenecido-, el acceso a la madurez -no solo en las figuras más jóvenes-, la constatación inexorable de la proximidad de la muerte, en el caso de otro de los personajes, y en definitiva, el elemento de la lluvia como transformador de todo; casi como un doloroso don divino.

Otro magnífico instante es el que muestra a Tom arrojando una botella vacía tras la catástrofe. O cuando los camilleros se disponen a retirar, presos de la rutina, otro cuerpo inerme de una cama del hospital. O la imagen de Tom y Edwina a la sombra de la llama que les proporciona un mechero, en una de las salas de palacio. O la canción que a Safti le recuerda a Edwina. Además del terremoto y la posterior inundación, narrados a través de una serie de planos formidables. Espléndido es también el momento en que su Alteza la maharaní atusa la pajarita de Tom tras la “visita guiada” de este a Edwina por el palacio -un gesto que da a entender que la maharaní está al tanto de lo ocurrido entre ambos-. En suma, estamos ante esa elegante y clásica -es decir, moderna- manera de contar las cosas, al más puro “toque Lubitsch”.

Myrna Loy (1905-1993) compone a una mujer notable… en el objeto de conseguir lo que quiere. Hemos traicionado a todo el mundo, no lo hagamos el uno con el otro, le espeta a Tom. Ahora bien, como sucede cuando se entra en contacto con otra realidad, destaca la visita a la Escuela de Música, de la mano y el corazón de Safti. Un lugar donde comienza a operarse un cambio en el modo de ser de Edwina, que culminará en los muros del Hospital Estatal de Ranchipur. Cambio equiparable al del país, debido a las lluvias. Lo cierto es que la adaptación de Philip Dunne (1908-1992) y Julien Josephson (1881-1959) sintetiza de forma admirable el grueso argumental y emocional de la novela, el intríngulis tanto interno como externo.

Hubo una segunda versión pero, pese a estar filmada en color, palidece respecto a su predecesora. No obstante, la presencia de un profesional de la talla de Jean Negulesco (1900-1993) en la dirección, depara algunos buenos momentos. Las lluvias de Ranchipur (The Rains of Ranchipur, Twentieth Century Fox, 1955) presenta una estética igualmente acorde con la época de producción, es decir, el diseño artístico característico de los años cincuenta, con escenarios reales y algunas imágenes de soslayo (las temidas transparencias). Pero Negulesco se hace fuerte con la planificación en formato panorámico del recientemente estrenado (por él) cinemascope, con el concurso de su director de fotografía, el estupendo Milton Krasner (1904-1988). Lo que incluye un acertado juego de miradas entre los personajes en alguno de dichos planos.

Negulesco se asegura de que la ausencia de comunicación entre el matrimonio Esketh, formado por Alan (así llamado ahora; Michael Rennie) y Edwina (Lana Turner), quede de manifiesto nada más subir al tren que los llevará a Ranchipur. Lo que conlleva la separación física en compartimentos distintos. Incluso cuando comparten el mismo espacio, no dejan de estar separados.

Todo esto lo resuelve Negulesco de manera intachable por medio de un único plano fijo.


No sorprende entonces que el enlace de ambos parezca estar sujeto a una caprichosa frivolidad, el recuerdo de una determinada forma de preparar el café. En palabras del propio Alan, Edwina queda descrita como una inmensa fortuna sin nada de corazón. Lo segundo revierte en lo primero, como suele ocurrir con mucha gente adinerada. Y en efecto, Edwina es de ese tipo, aunque seguramente la fortuna le vino dada y presenta un nada irrelevante matiz: si el amor llama, esta vez no está dispuesta a dejarlo escapar ahora que se aproxima inexorable “la madurez”.

Como vemos, y al contrario de que lo que sucedía en la novela, es Edwina la poseedora del dinero; el esposo tan solo lo es de un título. Se proponen una visita fugaz a Ranchipur, con objeto de adquirir unos caballos, para luego marchar a La Riviera. A su llegada, son agasajados por la maharaní (que en esta versión ya se presenta como viuda). De hecho, el relato se focaliza en la visita de estos huéspedes para la compra.

Pronto conoce Edwina y se encapricha del distinguido doctor Safti, personaje algo reprimido en el aspecto íntimo, tal cual deja traslucir la interpretación y palabras de Richard Burton (1925-1984).


Esta nueva reescritura de la novela de Louis Bromfield, a cargo de Merle Miller (1919-1986), también nos presenta a un Tom Ransome más locuaz y vivaracho, ingeniero con alcurnia y posibles, e igualmente aficionado a la bebida. Fred McMurray (1908-1991) está estupendo sosteniendo el papel. De nuevo lo encuadra Jean Negulesco en un plano único en su conversación con la joven rebelde Fern (Joan Caulfield). La relación con la descendiente de los Simon no deja de ser dramática por mucho que prevalezca cierto espíritu familiar. Su segundo encuentro también lo conforma un plano sostenido en el que la actriz está magnífica. Una planificación tan solo rota con la inclusión de un primer plano, previo a una transición. La misma estructura visual aparece en la charla de Safti y la maharaní, que se da a continuación.

Otros cambios que acomete la adaptación los hallamos en el hecho de que sea Safti quien acompañe a Edwina por las interioridades del palacio (en lugar de hacerlo con Tom). El encuentro sexual es sustituido (de momento) por el símil verbal de una cometa. De igual modo, la inclusión de un safari sirve para hacer avanzar el conflicto matrimonial de los Esketh. En este sentido, Alan Esketh despliega una sólida entidad, de la que incluso carece en el libro, donde casi siempre está contemplado a través de los ojos de su despegada esposa. En cuanto a Edwina, el “mal de amor” le ha atacado por primera vez en su vida. A diferencia de lo que sucede en la novela, Edwina sobrevive a los embates de Ranchipur, siendo su renuncia por Safti un auténtico sacrificio por amor. Con toda certeza, el primero de su vida.

Escrito por Javier Comino Aguilera



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