¡A ponerse series! (XXXVI): Stranger Things 3

05 agosto, 2019

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La pandilla más famosa de Netflix vuelve para vivir una nueva aventura, aunque en esta ocasión tendrán que afrontar que están dejando atrás la infancia, que están abriéndose paso a otro tipo de relaciones y que sus vidas corren aún más peligro que en el pasado, porque la amenaza, en esta ocasión, es más personal. Volvemos al pueblo de Hawkins en la tercera temporada de Stranger Things, la simpática serie que a través de múltiples homenajes revivía el espíritu de aquellas aventuras ochenteras protagonizadas por niños. No obstante, era necesario dar un paso más: los personajes, como el reparto, necesitan crecer, y la segunda temporada (2017) había supuesto una repetición del esquema de la primera (2016), aunque explorando diversos terrenos que habían quedado anteriormente en el aire. Aunque de todo ello ya hablamos en nuestras anteriores reseñas sobre esas temporadas y ahora es el momento de centrarnos en esta nueva tanda de episodios. 

Como en anteriores ocasiones, el espectador es consciente de la amenaza que se cierne sobre el pueblo de los protagonistas mientras ellos siguen viviendo sus vidas tranquilamente, hasta que descubran la verdad. Y también como en anteriores temporadas, se seguirá empleando una historia coral con distintas líneas que acaban cruzándose al final, otorgándole espacio a cada grupo de personajes para su desarrollo propio, aunque en esto la serie ha sido algo irregular generalmente y lo sigue siendo en esta temporada, dejando entreabiertas líneas de evolución, como veremos.


Los primeros episodios de la temporada sirven para mostrar cuál es el nuevo status quo de los personajes. Y como ha sucedido en otras ocasiones, la trama comenzará de forma amena y cómica mientras se van introduciendo notas de suspense e incluso terror que irán in crescendo hasta finalizar con las escenas de acción de los últimos episodios, pero sin perder de vista que los conflictos personales de los personajes surgidos en esos primeros episodios requieren su propio desarrollo durante y tras la aventura, algo que no siempre se logra. Así, comenzaremos con observar cómo la pandilla original, compuesta por aquellos simpáticos y frikis niños ha crecido y comienzan a tener nuevos intereses. Se presta atención al romance adolescente con las parejas que ya habían surgido en la temporada anterior, Lucas (Caleb McLaughlin) y Max (Sadie Sink) por una parte, y Once (Millie Bobby Down) y Mike (Finn Wolfhard) por otra. La serie se fija con más atención en esta segunda, dado que Once prosigue con su desarrollo personal, para pasar de ser una niña asustada por el mundo exterior en el que se adentraba a tratar de descubrirlo, aunque para ello necesite separarse de Mike y encontrar nuevos horizontes, para lo que servirá Max y su particular excursión por el nuevo centro comercial de la ciudad.

Precisamente, el retrato que se hace de las turbulentas relaciones adolescentes pendula entre el cliché y la naturalidad. No en vano, estos romances servirán también para hacer que dos personajes se sientan desplazados: Dustin (Gaten Matarazzo), que encontrará su lugar en un nuevo grupo como ya comentaremos, y Will (Noah Schnapp), un personaje que sigue anclado a la infancia, a una infancia que seguramente se perdió por haberse perdido en el mundo del revés o por haber sido poseído en las dos anteriores temporadas. Protagonizará dos de las escenas más emotivos a nivel personal y que le permiten crecer como personaje, la primera es su discusión con Will, que certifica las cicatrices entre estos viejos amigos (y que deja entrever también la posible orientación sexual de Will como otro detonante de su diferencia) y la segunda, la destrucción del castillo Byers, símbolo de esa niñez que nunca iba a recuperar, obligándole a crecer. Lamentablemente, toda la evolución del personaje queda en eso, y en el resto de la temporada se convierte en un rádar humano sin mayor protagonismo.


Lo cierto es que los ahora adolescentes estarán al margen de las principales investigaciones hasta la mitad de la temporada. A partir de ese momento, con Once y Mike liderando de nuevo al grupo, tratarán de descubrir qué le sucede a Billy (Dacre Montgomery), cuyas acciones tan solo han sido conocidas hasta ese episodio por el espectador, jugando con la tensión y el suspense hasta el momento. A partir del cuarto episodio, La prueba de la sauna, se iniciará el aumento del terror dentro de las tramas, cuando los personajes sean conscientes de que están en peligro. A su vez, Once se revela como el principal arma de los protagonistas, en un tratamiento del personaje que bien podría recordar a los superhéroes actuales. Por suerte, se rompe el esquema clásico de la serie y la resolución de esta temporada no requiere de los esfuerzos mentales de nuestra protagonista, quien sufre un giro de tuerca a afrontar en el futuro de la serie. Además, protagoniza dos de las secuencias más tristes y emotivas del final de temporada, tanto por la redención de cierto personaje como por el final de una de las relaciones más entrañables de toda la serie.

Otra de las situaciones que nos encontraremos será con los jóvenes que empiezan a trabajar para intentar labrarse su futuro, aunque de forma dispar. El agresivo y macarra Billy de la segunda temporada se convierte en el socorrista más temible -para los niños- y querido -para las madres- de la piscina municipal. Por suerte, el personaje no quedará tan solo retratado desde este perfil, sino que se alzará como una figura trágica, obligado a ser una de las némesis más siniestras de la temporada. La joven pareja Nancy (Natalia Dyer) y Jonathan (Charlie Heaton) han entrado a trabajar en el periódico local, sin embargo, ella se encontrará con una situación sexista brutal dentro de la redacción, siendo relegada a ser la chica de los cafés sin más proyección ni posibilidad de crecimiento. Cuando Nancy quiera mostrar su valía frente a sus compañeros investigando el raro comportamiento de las ratas, lo que dará pie a otra de las tramas en que se divide la temporada hasta su unificación con el resto, tan solo recibirá su desprecio y sus burlas, bastante rocabomlescas, pero que sirven como crítica al seximo laboral. De nuevo, como sucedía con Will, esta trama queda cortada de manera abrupta y aunque tenga un metafórico final.


Para acabar con este grupo de personajes, tenemos a Steve Harrington (Joe Keery), que sigue con su particular evolución desde aquel matón de la primera temporada hasta convertirse en esta última de entrega de episodios en un personaje entrañable, siguiendo con el carisma que ya surgió en la segunda temporada. Si su posición de poder se ha ido devaluando, en esta ocasión lo encontraremos trabajando en una heladería, obligado a servir a clientes irritantes y observando cómo es incapaz de obtener el éxito ligando. A su lado encontraremos a la atrevida Robin (Maya Hawke), que se erige como uno de esos personajes que pasaban por allí y que se interesará por las locuras de Dustin y Steve, aunque no acabe de comprender todo lo que implica de fondo.

Sin duda, la amistad entre Steve y Robin nos permitirá disfrutar de escenas graciosas, tiernas y bastante frescas para la serie, que en ocasiones se resentía al tener una mayoría de personajes que se tomaban demasiado en serio. Eso no quiere decir que ambos no compartan una secuencia bastante íntima en el que ambos salgan enriquecidos como personajes. Además, protagonizarán una de las tramas más alocadas e inesperadas de la serie gracias a la aparición de Dustin (que se unirá a este nuevo grupo trayendo una de las tramas principales al mismo, y que proseguirá esa bonita historia de compañerismo iniciada con Steve en la temporada anterior) y la posterior incorporación de Erica (Priah Ferguson), la hermana de Lucas, quien detrás de su actitud repelente y mordaz esconde una personalidad más entrañable e inteligente de lo que quiere revelar tras su coraza. Los cuatro tratarán de averiguar la realidad tras una críptica transmisión de radio en ruso y se adentrarán, sin ser conscientes de ello, en la boca del lobo.


Por último, tendremos a unos adultos desubicados. Aunque poco relevante en el panorama global, el personaje de Karen Wheeler (Cara Buono) representa bastante bien la situación en que se encuentran estos adultos: hastiados de sus vidas, pero irremediablemente atados a las mismas. Además, Karen sirve también para volver a mostrar a esa parte de la sociedad que vive desconectada de los sucesos reales que ocurren a su alrededor, pero que no dejan de ser parte vital de quienes sí están implicados, como veremos en su breve encuentro con Nancy, en que la apoyará a seguir adelante. Por su parte, Jim Hopper (David Harbour) no sabe afrontar la adolescencia de su nueva hija y es incapaz de aplicar los consejos más modernos y educativos que le da Joyce (Winona Ryder) frente a su irracional brutalidad, lo que provocará algunos malentendidos entre, por ejemplo, Once y Mike.

A su vez, Joyce se siente superada por los recuerdos del pasado, sobre todo por la pérdida de Bob (Sean Astin). Sin embargo, demostrando su suspicacia habitual, acrecentada por las vivencias anteriores, será la primera en percibir que está sucediendo algo extraño a partir de la observación de unos imanes que han perdido su magnetismo. En cierta forma, el misterio llama a este personaje a sentirse realizada y distraerse de los miedos que la acechan entre sus recuerdos. A pesar de las reticencias de Hopper, lo convencerá para investigar el asunto. Y así volveremos a tener la buena química entre ambos personajes, cuya relación no ha llegado a fructificar aunque en esta temporada lleguen a estar más cercanos que anteriormente.


Gracias también a este dúo se mostrará el desarrollo social de Hawkins, que solía ser obviado en anteriores entregas. Por ejemplo, la presencia del alcalde, Larry Kline (Cary Elwes), sirve para retratar el lado más nefasto de la política, en el que se anteponen los intereses personales al bien común, y se distrae a la población con fiestas y fuegos artificiales para mantenerlos contentos y provocar una reelección.  Así, veremos cómo se ha impuesto un capitalismo salvaje, pero habitual de Estados Unidos, con la incorporación de un centro comercial que ha arrasado con los pequeños negocios locales y que será capital para la trama, escondiendo no solo una historia especulación y corrupción política, sino también una base secreta de operaciones en la que se intenta abrir la brecha con otra dimensión que Once logró cerrar al final de la anterior temporada.

Precisamente, detrás de esta fachada realista de capitalismo, centrado en el centro comercial, se encuentra uno de los dos villanos de la temporada: los rusos, que siguen la estela de todas aquellas películas que los situaban como enemigos dentro del contexto de la guerra fría. Con su aparición encontramos estereotipos que se han empleado tanto el retrato de los rusos como de los nazis en las obras de ficción, tales como las bases secretas con tratamientos científicos al límite entre ciencia y magia, la carencia de escrúpulos (por ejemplo, para interrogar), el movimiento militar rígido y cruel, la presencia de algún personaje arrepentido, que demuestra tener buen fondo, en este caso, el carismático y entrañable Alexei (Alec Utgoff), o algunas otras características que ya hemos visto en películas de esta índole, como la regla de los dos hombres para activar algún artilugio científico o el soldado de élite que persigue a los protagonistas mostrando gran fuerza bruta y una persistencia inusual, en este caso con el personaje de Grigory (Andrey Ivchenko) que nos recordará en algunas secuencias a la frialdad de las máquinas asesinas de la saga Terminator. Incluso se incluye al estadounidense paranoico, Murray Bauman (Brett Gelman) que ya conocimos en la temporada anterior, pero que en esta ocasión se implicará mucho más en la aventura. Curiosamente, mantiene su rol como consejero matrimonial, que en Stranger Things 2 sirvió a Nancy y Jonathan mientras que en esta ocasión será para Joyce Byers y Jim Hopper. Por último, cabe destacar la capacidad de los guionistas para reírse a su vez de estos clichés y provocar que se sientan más naturales de lo que cabría esperar.


El otro y principal villano de la temporada será el Devoramentes (Mind Flayer). Como en anteriores ocasiones, no hay explicación alguna a los monstruos a los que nuestros protagonistas se enfrentan. Proceden de una dimensión paralela, pero su origen es desconocido y su naturaleza es descubierta según los propios personajes elucubran sobre sus características para enfrentarse a este ser, aunque ya conocían algunas por haberlo enfrentado en la anterior entrega. Precisamente, lo vimos como una figura amenazante en el final de la segunda temporada, como un adelanto de estos episodios. En esta ocasión, el enfoque que se le otorga es otro habitual en el género del terror de ciencia ficción: la mente colmena a través de parásitos.

En efecto, el Devoramentes irá extendiendo su poder a través de parásitos que irán ocupando los cuerpos de los habitantes de Hawkins, dominando sus conciencias. Sin duda, toda esta trama de dobles poseídos nos recuerda a clásicos como La invasión de los ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978; que era un remake de La invasión de los ladrones de cuerpos [1956], de Donald Siegel) o La Cosa (John Carpenter, 1982), aunque con elementos visuales propios de otras películas, por ejemplo, las transformaciones de los humanos en los seres monstruosos -y viscosos- nos recuerda a la que pudimos contemplar en La mosca (David Cronenberg, 1986; también remake de la original de 1958 dirigida por Kurt Neumann), así como la forma de atacar del Devoramentes nos retrotrae a la forma de actuar de la cría xenomorfa de Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979).


Pero, además, esta imitación u homenaje a títulos ya clásicos de nuestro cine no se detiene en el Devoramentes, sino que está muy presente en toda la estética de la temporada, como ya sucedió con las anteriores entregas. Así, tenemos el evidente reflejo de Aquel excitante curso (Amy Heckerling, 1982) en el ambiente del centro comercial, en el vestuario de Steve y Robin en la heladería o en las escenas más provocativas de la piscina pública, con Billy siendo observado e intentando ser conquistado por las mujeres del barrio. A su vez, la actitud de este personaje en el tercer episodio nos recordará al descenso a la locura de Jack Torrance (Jack Nicholson) en El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). También hay referencias visuales a Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993), por ejemplo, en el laboratorio de los rusos o en la persecución del Devoramentes a través de las tiendas del centro comercial en el octavo y último episodio de la temporada, que recuerda a la mítica secuencia en la que los niños se escondían de los Velociraptors en la cocina.

También habrá referencias cinematográficas directas, gracias, por ejemplo, al cine del centro comercial, donde proyectarán en el primer episodio El día de los muertos (George A. Romero, 1985), cuyo ambiente opresivo imita, y en el séptimo episodio Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985), cuyo espíritu juvenil replica y que aparece como evento generacional, incluso con un personaje tratando de explicar su argumento. Y, por supuesto, La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984), más bien por el popular tema de su banda sonora The NeverEnding Story, de Limahl, que si bien corta radicalmente la tensión del episodio, se ha convertido en una de las escenas más icónicas de la temporada, sobre todo por ser un giro tan repentino, inesperado y gracioso. Estas son solo algunas de las referencias que podemos encontrar de manera evidente, sin mencionar múltiples pósters u objetos promocionales que se pueden ver a lo largo de los episodios y que continúa una tendencia que siempre ha estado presente en esta serie.


Obviamente, Stranger Things siempre ha bebido de las referencias ochenteras, aunque en esta también encontraremos algunas noventeras, y no escapa de los clichés de esas épocas. Pero, por suerte, sabe otorgarle a cada trama y también a cada uno de sus personajes una entidad personal que va más allá de la referencia a la que podría imitar. Es más, no es necesario conocer esas referencias que hay para disfrutar de la serie, sino que son un complemento más para el cinéfilo sin dejar de prestar atención al desarrollo propio de la serie. Así, esta tercera temporada no solo logra mantener la conexión y el espíritu de las dos anteriores temporadas, sino que también avanza significativamente, desligándose del esquema que se había repetido en aquellas y explorando nuevas circunstancias que sirven para el crecimiento de sus personajes. Además, logra tener mayor redondez al entrelazar hechos que parecían puntuales durante los primeros episodios, como el intento de discurso de Hopper o la supuesta novia de Dustin, con el final. Eso no quiere decir que sea perfecta, ya que por su carácter coral no logra siempre darle el suficiente espacio a todos sus personajes, dejando su desarrollo pausado o en el aire, como sucede, por ejemplo, con Nancy, Jonathan o Will. Incluso algunos cambios están más orientados a una futura cuarta temporada, como aquel episodio tan criticado de la segunda temporada que no ha tenido repercusión alguna en esta nueva tanda.

En definitiva, Stranger Things 3 ha logrado crear un espíritu propio que atrae cada vez a más seguidores gracias a haberse alimentado no solo de lo mejor de las películas ochenteras, sino también del panorama actual, logrando dar cabida a la diversidad, a la reivindicación feminista y a una aventura que se siente más madura y que ha ido creciendo en consonancia con sus protagonistas.



1 comentario :

  1. Hola :)
    Primero felicidades por la entrada y toda la información que contiene
    A mi también me gustó mucho y me entretuvo pero sentí que algunos personajes no evolucionan tanto y otros lo hacen demasiado rápido
    Un beso

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